La larga crisis brasileña, que algunos dicen que ha empezado con las manifestaciones callejeras de junio de 2013, otros que recién concluidas las elecciones de 2016, gana contornos definidos, conforme desemboca en un golpe blanco. No se puede decir que todo ha sido meticulosa y fríamente calculado, pero es cierto que han terminado siendo piedras […]
La larga crisis brasileña, que algunos dicen que ha empezado con las manifestaciones callejeras de junio de 2013, otros que recién concluidas las elecciones de 2016, gana contornos definidos, conforme desemboca en un golpe blanco. No se puede decir que todo ha sido meticulosa y fríamente calculado, pero es cierto que han terminado siendo piedras de la arquitectura de una estrategia golpista con el objetivo, a como sea, con quien sea, de sacar al PT del gobierno.
Ese es el objetivo de la derecha brasileña, así como es la de los otros países con gobiernos progresistas de la región: cerrar el ciclo de gobiernos populares, sacar a esas fuerzas del gobierno, de la forma que sea posible, restablecer el modelo neoliberal. Es lo que ha pasado y está pasando en Brasil ahora.
Hubo quienes creyeron que las manifestaciones de 2013 eran democráticas, que criticabam al gobierno y al PT desde un punto de vista de izquierda. Ledo engaño: era el comienzo de la onda de descalificación de la política, primer paso para la ofensiva de la derecha.
Hubo quienes desde la ultraizquierda saludaban el final de los gobiernos del PT, su fracaso, el final del ciclo de gobiernos progresistas en América Latina, como si hubiera llegado la oportunidad para la ultraizquierda. Enorme engaño: la alternativa al PT y a los gobiernos progresistas está en la derecha. La misma crisis demostró que el único gran liderazgo popular en Brasil es el de Lula. Que las grandes manifestaciones populares tienen en la CUT -Central Única de Trabajadores, cercana al PT- su más grande puntal.
Hubo quienes se han dejado llevar por los medios brasileños y creyeron que el tema central de la crisis era un tema de corrupción del PT. Cuando la crisis se ha profundizado y los medios internacionales mandaron sus corresponsales, todos, unánimemente, se dieron cuenta de que los corruptos están del otro lado, son exactamente los golpistas. Que no nay ninguna prueba concreta en contra de Dilma o de Lula, mientras los dirigentes del golpe y más de 200 parlamentarios que lo han votado son reos de procesos de corrupción en el Supremo Tribunal Federal.
Total, la larga y profunda crisis brasileña es la estrategia de la derecha para recuperar el gobierno y desde ahí atacar los avances de los últimos casi 13 años en Brasil. Atacar la destinación constitucional de recursos a la educación y la salud, atacar los derechos de los trabajadores, atacar los patrimonios públicos, imponer un durísimo ajuste fiscal, desatar la represión en contra de los movimientos populares, establecer una política internacional de subordinación a los intereses de Estados Unidos; ese es el objetivo del golpe blanco que se fue gestando a lo largo de los últimos años en Brasil.
Sacar al PT y restablecer el modelo neoliberal, el Estado mínimo y la política externa subordinada a Estados Unidos, así como los gobiernos del PT fueron los de prioridad de la lucha contra la desigualdad, rescate del rol activo del Estado y política externa soberana. Ese es el objetivo de la larga crisis de desestabilización en Brasil.
La izquierda en su conjunto y todos los movimientos sociales lo han comprendido muy bien, se han unido en defensa de la democracia, en contra del golpe, a sabiendas de que lo que viene, como en Argentina, es una venganza en contra del pueblo y de sus derechos.
Pero a diferencia de un golpe militar o de una victoria electoral, la derecha brasileña tiene que enfrentarse al más grande movimiento de masas que el país ha conocido, con su falta absoluta de propuestas que pudieran darle legitimidad y apoyo popular, con el liderazgo de Lula, el único con enorme respaldo popular.
Son tiempos de lucha, de disputa, de inestabilidad, de crisis hegemónica profunda. El juego no ha terminado; al contrario, se ha profundizado, los enfrentamientos de clase han quedado mucho más visibles, Brasil ya no será el mismo despueés de esta crisis. La derecha ya no se disfrazará de civilizada, de democrática, de reformista, para aparecer como es: neoliberal, corrupta, golpista. (El gobierno de Temer, por primera vez, desde la dictadura, tendrá sólo hombres, blancos, desde luego, adultos, reaccionarios y corruptos.)
Mientras, la izquierda está comprometida con volver al gobierno para desatar los nudos que han bloqueado sus gobiernos y han llevado al golpe, principalmente la democratización de los medios, el quiebre de la hegemonía del capital especulativo, la reforma del sistema electoral, entre tantas otras reformas. Esa disputa es la que caracteriza al nuevo periodo político abierto hoy en Brasil.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/05/13/opinion/023a1mun