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Cronopiando

La crisis del cine

Fuentes: Rebelión

Todavía hay quienes se preguntan las razones por las que el cine está en crisis, por qué la gente no acude a las salas y, antier, tuve la oportunidad de confirmar, de nuevo, la respuesta. Y no es el precio, por más que 5 dólares en este país sea un lujo al alcance de muy […]

Todavía hay quienes se preguntan las razones por las que el cine está en crisis, por qué la gente no acude a las salas y, antier, tuve la oportunidad de confirmar, de nuevo, la respuesta. Y no es el precio, por más que 5 dólares en este país sea un lujo al alcance de muy pocos, ni la crisis energética que convierte las salas de proyección en saunas, o el desorden que provocan algunos jevitos malcriados, incapaces de reservar para su exclusivo consumo la gracia de sus estúpidos comentarios.

La razón por la que el cine está en crisis es el propio cine.

Cuando entre ocho posibles salas, sólo viendo los carteles ya uno prescinde sin asomo de duda de la mitad, y reduce las posibilidades a dos tras advertir la identidad de director y actores, y se aventura, finalmente, en la única contra la que, en principio, no tiene objeción alguna, y como me ocurriera tres años atrás, tampoco puedo terminar de digerir el insoportable bodrio (El Aro 2) lamentando únicamente no haber salido a los cinco minutos, cuando así ocurre, la culpa no es de uno (al margen de la elección), ni de los apagones o la crujía económica. El pecado está en el cine, en un cine estadounidense, para ser preciso, que hace años que dejó de ser un arte y, actualmente, ya no es que no distraiga, que no entretenga, es que ni siquiera te permite improvisar un sueño reparador aprovechando la mullida bondad de las butacas, por culpa de eso que llaman «sonido Dolby».

Decía Zoe Saldaña, actriz que labora en esa industria, que estaba «jarta» de ir a un cine en Estados Unidos y no ver cine.

Y en verdad que es deprimente, mientras Spiderman sobrevuela la ciudad o los dinosaurios invaden Disneylandia, calcular los infinitos recursos económicos dilapidados en aras de guiones tan infames. Irrita pensar, mientras la momia se repone de su tercera muerte o los repulsivos alienígenas amenazan destruir la nave, en las tantas hermosas historias que pudieron haberse contado de haber dispuesto de los recursos empleados en bazofias como la que cito.

Cierto que, gloria a Dios, existe el cine argentino, y en Europa se sigue haciendo buen cine y, aunque sea ocasionalmente, uno encuentra verdaderas maravillas «tercermundistas». Hasta en un país como el nuestro, con toda la precariedad del mundo, se siguen formulando intentos que, así no hagan historia, al menos sí nacieron de buenas intenciones, esas de las que están llenos los caminos del infierno.

No es tanto que uno reproche a la industria cinematográfica estadounidense, la misma que administra, regula y acapara el cine y su gusto en países como el nuestro, su incapacidad para hacer buen cine, es que tampoco ya es capaz de sobrevivir como negocio.

Las historias que narra se han poblado de monstruos y fantasmas, de seres de otras galaxias, de argumentos imbéciles cuyo único soporte son los efectos especiales y los muchos recursos de una acéfala industria para que, como contrapartida, las salas se vacíen de personas, de seres humanos cansados de no poder reconocerse nunca en las historias que les mienten y los niegan.

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