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La crisis económica y la clase media

Fuentes: Rebelión

Decía Ana Arhendt que la clase media es el colchón que impide la revolución de los desposeídos. La clase media, por otra parte, ha sido presa de los totalitarismos del pasado. El franquismo aprovechó la recuperación económica fruto de la alianza con los Estados Unidos para crear una clase media apolítica, adornada por un patriotismo […]

Decía Ana Arhendt que la clase media es el colchón que impide la revolución de los desposeídos. La clase media, por otra parte, ha sido presa de los totalitarismos del pasado. El franquismo aprovechó la recuperación económica fruto de la alianza con los Estados Unidos para crear una clase media apolítica, adornada por un patriotismo acrítico. Las clases medias, los sociólogos ingleses hablan de hasta seis escalones, no participan del consumo conspícuo de los ricos, del que hablaba Veblen, el consumo de lo innecesario, pero inauguran la propiedad de la vivienda, el mandar los hijos a la Universidad, las comodidades domésticas y hasta el servicio doméstico. Ello les lleva a formar parte del ¿status quo?, al que terminan defendiendo. Hay quienes achacan a la clase media el nacimiento de la socialdemocracia, ese pacto entre el socialismo y el capitalismo que respeta el modelo económico de mercado a cambio de un mínimo Estado bienestar.

La cultura de la clase media que viene de América consuma la privatización del comportamiento, pasar de ciudadano a consumidor y está cebada por unos medios de comunicación propicios a entretener más que a informar.

El apoliticismo de las clases medias se revela una vez más con la presente crisis. Y es que nuestra educación, nuestro condicionamiento social, nos hace particularmente cómplices de los poderosos. Estos, los ricos, saben muy bien que «poderoso caballero es Don Dinero», y si pueden, pasan de normas éticas y de leyes moralizantes, para manejar su situación de predominio. El asunto Madoff ha puesto de relieve que muchos ricos, también españoles, prefieren los beneficios de los paraísos fiscales al patriotismo económico aunque, en este lance, les haya cogido el toro. Y es que la educación de los ricos lleva consigo el que sepan, desde muy pequeños, que pertenecen a un mundo superior y que puede mirar con desdén altanero, a los que no somos como ellos. Con la globalización, además, los ricos ni siquiera tienen patria fiscal.

Por el contrario, los pobres aprenden, desde que son niños, que el mundo es básicamente injusto y que a pesar de todas las monsergas de la democratización, unos mandan y otros obedecen y, a veces, escuchan que se les quiere explotar aún más, como cuando se receta el despido libre para salir de la crisis. Por eso los pobres también aprenden desde niños a no fiarse demasiado de los poderes.

La clase media, sin embargo, ha sido indoctrinada en el respeto a la moralidad y a la legalidad. Cree en la meritocracia, en el trabajo y en las lealtades aunque la vida les vaya enseñando que esa fe no siempre tiene fundamente racional. Muchos miembros de la clase media emergente creen que el éxito es fruto de la perseverancia y el sacrificio laboral, de subir peldaños a base de esfuerzo. Es la filosofía del sueño americano que, como decía un colega, para tantos es una pesadilla.

La educación de la clase media nos ha privado de recursos para reaccionar frente a la presente crisis. Nuestra educación nos lleva hacer una especie de acto de fe en el poder político y en el económico, fiarnos de ellos y cuando nos han fallado o nos han engañado, somos impotentes para reaccionar, no tenemos músculo organizativo para hacerlo.

Pero si algo teme la clase media es dejar de serlo, bajar de posición, dejar de marcar distancia con los de abajo. Y entonces la pregunta sería: ¿Cual será su actitud cuando la presente crisis se profundice y empecemos a perder los empleos y los trabajos que nos son propios y creíamos seguros?.

Hoy presenciamos como los ricos encaran la crisis disimulando su patrimonio, enviándolo a paraísos fiscales y, cómo los banqueros, sobre todo los de Estados Unidos, usan en provecho propio los recursos que el Estado pone a su disposición para reanimar la economía, es decir, no hacen más que aquello a lo que están acostumbrados.

¿Será capaz la clase media de hacer frente común con los de abajo exigiendo un cambio de las reglas del juego?. Esta por verse porque, como se preguntaba en los años sesenta un colega francés: ¿Se puede ser clase media y de izquierdas?, ¿o hay solo una gauche divine, retórica y pasiva?. El tiempo nos lo dirá porque también cabe otra opción y es que la clase media, alguna parte de ella, vuelva a ser cliente de nuevos fascismos, nuevos populismos que impongan un patriotismo económico, unos líderes naturales que se crean en posesión de la verdad y pidan lealtades incondicionales.