La crisis económica no ha cesado aún en Estados Unidos ni mucho menos en la Unión Europea y golpea ahora a Rusia y a China, por no hablar de América Latina y de todos los países dependientes. Los grandes capitales y los gobiernos a su servicio utilizan esta crisis para aplastar las resistencias sociales, imponer […]
La crisis económica no ha cesado aún en Estados Unidos ni mucho menos en la Unión Europea y golpea ahora a Rusia y a China, por no hablar de América Latina y de todos los países dependientes. Los grandes capitales y los gobiernos a su servicio utilizan esta crisis para aplastar las resistencias sociales, imponer a los trabajadores relaciones de fuerza más desfavorables, rebajar sus salarios reales, intentar destruir sus sindicatos, tratar de acabar con toda solidaridad e imponer la cultura egoísta del primero yo y del sálvese quien pueda.
Sobre esa base crecen en Europa, como en los 30, movimientos xenófobos, racistas, fascistizantes como el que gobierna Hungría, que se desarrollan también en los países nórdicos y en el Norte de Italia con la Lega, dan perspectivas de victoria al Frente Nacional y al lepenismo inconfesado de la derecha francesa o se expresan en Grecia con Aurora Dorada. Y en el campo opuesto quienes rechazan el sistema nunca han estado tan aislados, desunidos y confundidos ante lo que no es sólo una crisis clásica sino una crisis de civilización.
Por si faltase algo para demostrar que estamos hundidos en la barbarie, ahí están los desastres climáticos cada vez más graves provocados por la política depredadora capitalista y la terrible tragedia de los cientos de miles de personas obligadas a emigrar en busca de trabajo y de condiciones de vida más humanas y condenadas a arriesgar la vida en los mares o en los desiertos estadounidenses para poder ser explotados en tierras extrañas, sin derechos y con salarios y trabajos inferiores e indignos.
En el siglo pasado, entre las dos guerras mundiales, el capitalismo sorteó las terribles hambrunas en Rusia y China, la inmensa desocupación en Europa central, Estados Unidos y Japón y el estancamiento económico generalizado preparando y realizando una guerra mundial que costó decenas de millones de muertos y de la que sólo se salvaron los territorios de ambas Américas.
Las mismas causas tienen hoy efectos similares y por eso la Historia, grosso modo, parece repetirse pese a las grandes diferencias que existen entre el 1900 y hoy. Ya se acabaron los efectos estabilizadores de la bocanada de oxígeno que le dio al capitalismo mundial el derrumbe inglorioso de la burocracia soviética heredera de Stalin y de su atroz «socialismo real», ya se acabó el boom resultante de la conquista capitalista del vasto mercado chino.
China, que es la primera potencia comercial mundial y el principal acreedor de Estados Unidos y detentor de sus bonos del Tesoro y sus dólares, necesita mantener al menos un ritmo de crecimiento del 7 por ciento anual para controlar la desocupación y expandir su industria. Sin embargo, debido a la crisis mundial que afecta sus exportaciones, a sus bajísimos salarios que reducen el mercado interno y a la especulación inmobiliaria y financiera similar a la del resto del sistema capitalista, sólo crece un 5-6 por ciento anual, cifra importante pero que representa sólo la mitad del crecimiento anterior. Rusia, por su parte, depende de la producción de gas y de petróleo, cuyos precios son muy bajos y, como China, ha tenido que devaluar su moneda frente al dólar, divisa que se afirma también ante el euro y reina en el mercado financiero desmintiendo de paso a tantos analistas impresionistas. Las devaluaciones rusa y china debilitan además los acuerdos de cooperación de los BRICS en crisis (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) y a este grupo mismo.
Es cierto que Rusia y China siguen siendo potencias nucleares pero la primera potencia militar es Estados Unidos que, como en los ochenta frente a la entonces Unión Soviética, juega a fondo la carta de esa superioridad y procura salir de conflictos secundarios (Irán, Afganistán) para concentrarse en encerrar a Beijing en el Mar de China con sus bases militares y múltiples tratados con los gobiernos de la región y en amenazar a Rusia, redoblando la ayuda al gobierno chauvinista y reaccionario ucraniano de Poroshenko.
Este cerco militar refuerza la competencia económica y armamentista que a Rusia y China les resulta mucho más pesada que a Estados Unidos y les obliga a desviar fondos del desarrollo de sus economías e incluso, a modificar sus gastos militares (China, por ejemplo, licenció 300 mil soldados mientras trata de modernizar su equipamiento bélico).
En esta preparación larga de una guerra (que en realidad empezó inmediatamente después del fin de la Segunda Guerra Mundial) están implicados todos los continentes y ninguno quedará al margen. No sólo porque todos los principales adversarios cuentan con arsenales nucleares intercontinentales sino también porque Estados Unidos necesita imperiosamente materias primas de América Latina (petróleo y minerales estratégicos) y China alimentos provenientes de nuestro continente y de África (donde posee enormes plantaciones).
Los trabajadores europeos, en las condiciones actuales, desgraciadamente están fuera de juego por los efectos desmoralizadores de la crisis y por las políticas procapitalistas durante decenios de los partidos socialdemócratas y comunistas (incluyendo a Synapismos en Grecia). Si no quieren ser sólo víctimas de un enfrentamiento planetario que pondría en riesgo la civilización misma y las condiciones ambientales y materiales para ésta, deberán prevenir esa guerra que se prepara recuperando sus sindicatos y conquistas, organizando un frente con los inmigrantes, destruyendo la Unión Europea de los grandes capitales para crear en cambio una Europa federada y socialista.
En América Latina, dependiente cada vez más de Estados Unidos debido a la la crisis capitalista, es urgente sacarse de encima a los gobiernos mercenarios de Estados Unidos como los de México y Colombia y salir del control y la tutela, cada vez más impotente, de aquellos que aplican políticas procapitalistas pretendiendo al mismo tiempo ser «progresistas» e independientes.
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