La historia de las revoluciones acontecidas durante el siglo XX, de aquellas identificadas como, o devenidas “socialistas”, parece siempre ser una lucha por su propia subsistencia. Recorre casi siempre un camino contra la gravedad y en el que con regularidad tiene que justificarse de todo.
La historia de la Revolución cubana no está exenta de esta realidad. A la vez, se ha mostrado, como otras, en la lógica de un proceso que siente la necesidad de disputar a su interior el pasado, el rol del liderazgo y de la persona en la dirección de los procesos políticos, las finalidades del proceso, sus bases sociales y sus necesidades de rupturas consigo misma.
Estas preguntas aparecen como “secundarias” cuando las necesidades imponen discusiones más concretas. Sin embargo, son partes del todo. No puede entenderse ni explicarse cabalmente si a la vez no se responden también otras preguntas que indaguen por el proceso en sí, por la funcionalidad o conveniencia de sus fundamentos o postulados históricos.
Los problemas en la producción agrícola, los déficits en la participación política, la gestión estatal de las empresas, la canalización y las vías para gestionar las demandas de las gentes, entre otros tantos puntos, sólo podrán responderse a profundidad si se responden en conjunto con otras preguntas de mayor calado que interroguen los fundamentos políticos, económicos, filosóficos y culturales del modelo de sociedad existente.
Voces Cubanas conversa hoy con Yassel Padron Kunakbaeva, master en Bioética, especialista en Fundación Ludwig de Cuba, bloguero, activista e investigador marxista, sobre este campo de temas.
Desde hace algún tiempo la sociedad cubana se transforma social y económicamente, y se visualizan demandas de diversa índole por varios sectores. ¿Está el diseño del Estado Cubano en capacidad de absorber y gestionar estas demandas?
No hacía falta ser un gran observador para percatarse de que el Estado Cubano, heredero en su diseño institucional del modelo soviético, tenía una capacidad muy limitada para incorporar y ofrecer respuestas efectivas a las demandas surgidas en el seno de la sociedad. Los acontecimientos más recientes, desgraciadamente, no hacen sino confirmar esa percepción.
Frente a un conjunto de demandas concretas, las cuales no solo tienen un carácter objetivo, sino que encuentran su propio modo de expresarse, este Estado cuenta con un grupo muy acotado de opciones a las cuales recurrir.
La maniobra consiste siempre en reducir todo el proceso, tanto la recepción de la demanda como su respuesta, a una esfera puramente administrativa. Lo que no se plantea nunca, desde el punto de vista del Estado, es la posibilidad de ofrecer una respuesta política que implique el reconocimiento explícito de la existencia y de la sustantividad de una esfera pública que se construye más allá de las instituciones.
No se le da oportunidad a ninguna solución que pase por abrir el terreno de la representación política, de tal modo que dichas demandas alcancen una mediación dentro del Estado. Ni siquiera se recurre ya en serio al expediente, tan en la tradición política post-1959, de convocar a la participación directa del pueblo en la solución de las problemáticas, a través de las organizaciones sociales.
Siendo justos, se hace necesario decir que durante la época de Fidel Castro sí se ofrecían respuestas políticas a las demandas que nacían del seno de la sociedad. Por supuesto, estas pasaban siempre por la mediación de su liderazgo carismático, y por la manera tan propia que tenía de intervenir en el aparato institucional, muchas veces saltándose los propios mecanismos de este.
No obstante, lo que ha venido a partir de entonces ha sido, por un lado, la progresiva diversificación de la sociedad cubana y, por el otro, la reducción del Estado a la altura de una burocracia que básicamente ofrece respuestas burocráticas a cualquier problema que se le presenta.
¿Cuál es su opinión sobre la intensificación de las sanciones a Cuba que tuvieron lugar durante la administración Trump en medio de esta crisis agravada por la pandemia y sus consecuencias sobre el país?
No tengo ninguna duda acerca del carácter inhumano de las sanciones contra Cuba. El hecho de que el grueso de estas medidas haya permanecido sin ser eliminado o flexibilizado durante la pandemia de la COVID-19, es una muestra de que quienes las impulsan están dispuestos a alcanzar las más elevadas cumbres de la criminalidad con tal de cumplir sus objetivos políticos.
Es importante sacar lección de momentos como este, así como darle buen uso a la memoria. No puede pasarse por alto que las fuerzas políticas que defienden el bloqueo son las mismas que con más ahínco se proclaman paladines de la libertad, y que pretenden tener un papel rector en el futuro de la nación cubana.
Ahora bien, existen varias cosas que decir con respecto a las consecuencias de las sanciones en el contexto de crisis de todo tipo que vive el archipiélago. Es evidente que estas propiciaron que la sociedad se viera sometida a una extrema tensión, y que comenzaran a dinamitarse las contradicciones, desembocando en el conflicto social.
Sin embargo, sería un grave error de parte de las autoridades poner todo el énfasis en el papel de las sanciones, con ánimo de encontrar justificaciones. En realidad, los factores externos nunca pueden provocar un proceso social si no hay condiciones internas propicias para su desarrollo.
Sería ideal que los cubanos pudieran ventilar sus conflictos sin interferencia externa, pero lo cierto es que no existen los procesos puros ni las condiciones perfectas. Los acontecimientos históricos no ocurren cuando deben ocurrir, sino cuando ocurren. Por tanto, lo urgente es dedicarle todos los esfuerzos a la gestión de los problemas internos, a pesar de y contando con las sanciones.
La actual dinámica socioeconómica genera cambios en la composición clasista o de sectores de la sociedad cubana y sus dinámicas de desigualdad. ¿Cómo ve este problema y sus posibles soluciones?
Por un lado, considero que es inevitable y hasta cierto punto saludable la diversificación social de la sociedad cubana. En parte es la consecuencia de abandonar el paradigma de una sociedad igualitarista, que en sus afanes nunca logró eliminar del todo las asimetrías y la diversidad, pero sí impidió a la sociedad aprovechar una parte importante de las ventajas de una economía mercantil.
El despliegue de las relaciones mercantiles, así como el aumento de la conexión con el sistema-mundo capitalista, inevitablemente llevarán a una sociedad más diversificada y también amenazada por la desigualdad.
El problema con esto en Cuba está en que las oportunidades para participar en los más novedosos y dinámicos sectores de la economía han estado siempre, en cada una de las etapas, concentradas en relativamente pocas manos.
En lugar de priorizarse medidas que faciliten una liberación a escala de toda la sociedad de las fuerzas productivas, y que contribuyan al desarrollo de un fuerte mercado interno, la tendencia ha sido al usufructo monopólico u oligopólico de unos pocos renglones lucrativos, lo cual no es sinónimo de productivos, por parte de pequeños sectores que han acumulado privilegios.
La tendencia es, por tanto, hacia una economía en la que un pequeño contingente de tuertos reina sobre un país de ciegos. El resultado es la formación de grupos oligárquicos, que prosperan en parte dentro de las mismas estructuras burocrático-empresariales y en parte dentro de la ya no tan joven, pero todavía opaca, economía privada.
En ese contexto, la desigualdad económica no es producto únicamente de las dinámicas del mercado, sino también de las relaciones excluyentes y parasitarias que establecen estos grupos neo-oligárquicos, lo cual hace mucho más difícil enfrentarla.
El único camino factible estaría en el empoderamiento general de las clases trabajadoras en Cuba, de tal forma que fuesen capaces de ejercer un control social sobre la organización de la producción y la distribución de la riqueza a nivel social.
El desarrollo de la desigualdad, la formación de bolsones de pobreza, la precarización del trabajo, son problemas que acompañarán por mucho tiempo a la sociedad cubana. Un modo de enfrentarlo es con políticas asistencialistas por parte del Estado, el cual, ya sabemos, es un camino bastante alejado de lo ideal.
Otro es que los más humildes puedan tener acceso a los medios de producción directamente, para incorporarse por sí mismos al proceso económico. Para garantizar la posibilidad de ambas vías, tiene que existir un poder público socialista, o lo que es lo mismo, una clase trabajadora empoderada, con la capacidad política de colocar los intereses de los más humildes por encima de cualquier interés sectorial.
En un contexto económico y social de la complejidad del actual, ¿cuál es el espacio que tiene la crítica social?
Yo creo que en lo que se refiere a la crítica social estamos, al igual que en tantos otros aspectos, en un período de transición.
Los intelectuales teníamos un grupo de representaciones sobre lo que significaba hacer crítica social en Cuba, pero el paso del tiempo nos ha hecho salir de muchas burbujas. Existen fenómenos, algunos viejos pero que por algún motivo eran parte de una otredad, y otros completamente novedosos, a los cuáles no se les puede seguir dando la espalda.
Es hora de reconocer que la crítica se ejerce desde diferentes lugares de la realidad, lo cual incluye diferentes posturas políticas, diferencias generacionales, y una multiplicidad de plataformas que por sí misma condiciona la naturaleza y el alcance del mensaje. En dependencia de los actores, podrá encontrarse diferentes niveles de compromiso con la verdad, el rigor profesional o la militancia.
En lo que se refiere a la posición política, podrían definirse tres grandes maneras de ejercer dicha crítica: 1) aquella que se ejerce desde una relación de cercanía y lealtad a la institucionalidad, asentada en el compromiso con cierta forma de entender el proyecto socialista cubano, el Estado, la nación y la patria, la cual solo permite su cumplimiento con el concurso de las fuerzas políticas actualmente hegemónicas; 2) aquella que se ejerce desde la no lealtad u oposición a la institucionalidad actual, pero comprometida con cierta forma de entender el proyecto socialista cubano, el Estado, la nación y la patria; 3) aquella que se ejerce desde la oposición radical al Estado Cubano, comprometida mayormente con el imaginario anticomunista y dispuesta a hacer concesiones en términos nacionalistas y patrióticos.
Un eje de renovación en lo que se refiere a la crítica social tiene que ver con el factor generacional. Los códigos discursivos en los que se mueve el Estado cubano siguen siendo en gran medida los de un hombre educado en ideas de respetabilidad del siglo XX. En ese sentido, gran parte de sus críticos de mayor edad hablan el mismo idioma que él. Pero algo muy diferente pasa con una parte de los más jóvenes que se incorporan a la vida cívica, los cuáles llegan a esta con las herramientas y códigos de un mundo ferozmente postmoderno, digital, libertario, inclusivo y queer. Para esta nueva generación, el Estado cubano llega a ser un ente tan analógico y anticuado que deja de tener sentido.
Esto último se enlaza con la otra gran transformación, que es la relacionada con las plataformas. Los medios digitales y las redes sociales han cambiado de un modo bastante radical los modos en los que se hace crítica social en Cuba. Se puede decir sin miedo a la equivocación que los espacios tradicionales, el libro, la publicación en revista impresa, las reuniones entre intelectuales, los eventos culturales, etc., han perdido mucho de su peso específico frente al cada vez más creciente impacto de los medios digitales y las redes sociales.
La frase de un influencer puede tener un impacto inmediato mucho mayor que una publicación en una revista arbitrada de ciencias sociales. Sin embargo, me arriesgo a decir que todavía estamos en vísperas de grandes cambios.
Los acontecimientos recientes muestran que la tendencia va hacia que la crítica y la contestación social invadan los espacios públicos. No será mañana ni pasado, pero llegará el día en que sean la calle y la ciudad misma, en simbiosis con sus correlatos virtuales, los espacios en los que se exprese de modo directo esa crítica que antes se quedaba entre cuatro paredes.
Existe hoy un gran debate sobre el financiamiento extranjero de proyectos dirigidos a la subversión en Cuba. ¿Cómo entender este fenómeno en el contexto político, económico y social cubano?
El financiamiento por parte del gobierno de los EEUU a proyectos destinados a la subversión en Cuba es un hecho. Se trata de una violación fragante y continuada a la soberanía de la nación cubana y al Derecho Internacional. La mera existencia de este financiamiento pone en cuestión la legitimidad de una amplia franja de las organizaciones opositoras y de los medios de comunicación hostiles al gobierno cubano. No hay mucho más que agregar al respecto.
Sin embargo, puede ser útil llamar la atención sobre el hecho de que el argumento del financiamiento ha perdido efectividad dentro del imaginario cubano, al punto de que ya es contraproducente para el propio gobierno seguir apelando a él como única defensa retórica.
La acusación de “mercenarismo” se ha desgastado, justamente porque se ha abusado de ella. Es como en el cuento de “viene el lobo”: una vez que te has dedicado a acusar una y otra vez a todos de mercenarismo, sin matices, sin excepciones, sin profundización, pierdes credibilidad frente a todos aquellos que esperan algo más que propaganda barata.
Hemos llegado a un punto en el que importantes sectores de la población consumen asiduamente la información que ofrecen esa zona de los medios destinados a la subversión contra el gobierno cubano, y no van a dejar de hacerlo, aunque se les convenza de que están pagados.
De nada vale acusar al enemigo de hacer trampas en medio de la batalla, si este es el que vence al final. Lo que se impone es colocar, como oferta mediática, comunicativa y política, un mensaje superior, que convenza por sus propias virtudes.
Parecería que el discurso periodístico ha sustituido, en alguna medida, los procesos jurídicos en el caso de acusaciones sobre vínculos de personas o entidades con proyectos de subversión y “cambio de régimen” contra Cuba. ¿Qué opinión tiene sobre este problema?
Cuando los juicios reales son sustituidos por espectáculos mediáticos, es expresión de que no existe ningún marco jurídico que sea realmente aplicable en el caso del que se trata. Las leyes cubanas relativas a los delitos contra la Seguridad del Estado, que podrían aplicarse para estos casos, tienen dificultades para su cumplimiento que son externas a lo puramente normativo.
En primer lugar, porque existe una comunidad internacional que condena la aplicación por Cuba de esas leyes, no sin una apreciable dosis de doble rasero. En segundo, porque al no establecerse desde ese mismo marco jurídico cuáles serían los espacios para el ejercicio legal del disenso, dichas leyes tienen un gran problema de legitimidad.
Son percibidas tanto dentro como fuera de Cuba como normas abusivas que pueden ser utilizadas a discreción contra cualquier forma de disenso, por lo que su aplicación genera gran resistencia.
Conclusión: el gobierno busca alternativas para intentar recurrir a esas leyes lo menos posible, razón por la cual tenemos que sufrir en televisión a periodistas que solo saben hablar de mercenarismo, y que siempre tienen la situación “bajo control”.
¿Cuáles cree que son los desafíos más complejos sobre el socialismo cubano en este momento?
No está de más detenerse a analizar los desafíos existenciales que le presenta la coyuntura histórica general al socialismo cubano, entendiendo este como un movimiento político que tuvo el punto cúspide de materialización de su proyecto en la Revolución Cubana.
Hoy son más poderosas que nunca las fuerzas que, tanto dentro como fuera de la isla, se oponen a cualquier futuro que incluya al socialismo. No es por tanto absurdo pensar en escenarios como el de una violenta restauración anticomunista, o el de un arreglo entre lo más reaccionario de ambos lados de la confrontación. Los socialistas cubanos deben asumir la posibilidad, y prepararse para las eventuales consecuencias, de que el proyecto socialista pierda la posición privilegiada que ha tenido en el panorama político nacional por sesenta años.
Sin embargo, el socialismo cubano también se enfrenta a retos que podríamos llamar intrínsecos, es decir, asociados a los rasgos constitutivos que adoptó a lo largo de su devenir histórico. Me parece, en ese sentido, que la mayor problemática se encuentra en la manera en que desde ese socialismo se entienden el Estado y sus relaciones con todas las instancias de la sociedad civil, así como el lugar del disenso y del pluralismo dentro del andamiaje del sistema político.
No caben dudas de que un contingente importante, seguramente el más numeroso, de quienes reivindican el socialismo en Cuba, son aquellos que se consideran revolucionarios de “Patria o Muerte” y son leales al gobierno. El problema está, no obstante, en ese defender.
Estos revolucionarios defienden la Revolución, pero pueden hacerlo de modo conservador: son defensores del Estado, lo cual en las condiciones cubanas equivale a ser defensores del Gobierno. Muchas veces adoptan esquemas valorativos típicamente conservadores, es decir, patriarcales, clasistas, racistas y nacionalistas en el mal sentido. Así llegan con varias desventajas a la lucha cultural con sus enemigos liberales y postmodernos, y con los que podrían tener campos en común, como los socialistas críticos.
La transición socialista en una sociedad, originariamente pensada como camino hacia el comunismo, debe ser, en todo caso, un proceso de sucesivas revoluciones culturales. Se trata, por tanto, de persistir una y otra vez en la subversión de las relaciones sociales, de superar todo lo rígido y anquilosado de un pasado de dominación para establecer relaciones liberadoras.
Siendo así, un proceso que se piense en transición no puede darle la espalda al concepto de la transgresión. Existe una relación estrecha entre subversión y transgresión: la modernidad en sí se ha caracterizado por un profundo proceso de subversión de relaciones sociales, cuyo reflejo cultural ha sido en parte la entronización de la transgresión.
Ciertamente, dentro de las sociedades capitalistas, la transgresión no siempre lleva a un auténtico rechazo de la lógica profunda de dominación del capitalismo. Por el contrario, muchas veces esta es reabsorbida y neutralizada. En el contexto de la postmodernidad, que es la apoteosis cultural de la transgresión, sigue siendo mucho más sencillo dirigir el aguijón de esta contra blancos simples, tales como ese “monstruo racional” monológico llamado Estado-nación, o esos cuerpos doctrinales llamados meta-relatos, que contra algo tan evanescente como el fetichismo de la mercancía.
No obstante, mi punto es que, en el contexto de una sociedad global abocada a la postmodernidad, el Estado-nación es una realidad remanente que a la larga se vuelve culturalmente estéril e indefendible. Creo que una sociedad en búsqueda real de horizontes socialistas debe ser capaz de metabolizar más transgresión, y no menos, que una sociedad del capitalismo tardío; esto es, porque se supone que la subversión de las relaciones sociales es el motor de su desarrollo. Entonces, el eje cultural de tal sociedad, en un contexto como el que vivimos, no puede estar en el Estado-nación, ni mucho menos en el conservadurismo asociado a él.
Para resumir, el desafío intrínseco más importante del socialismo cubano viene a ser superar su vocación estatista.
Esta es comprensible, por supuesto, al tratarse en el caso de Cuba de un país del Tercer Mundo, en el que primero fue necesario alcanzar la liberación nacional y completar la independencia. Sin embargo, ha llegado la hora de pasar a la siguiente página. Carece de sentido seguir apostando todas las cartas por el Estado actual y el Gobierno que lo encarna. Los enemigos del socialismo cubano ponen todas sus esperanzas en la sociedad civil y hacia ella dirigen todos sus trabajos. También cuentan con que la burocracia estatal termine por degenerar en una clase en sí reaccionaria y corrupta, incapaz de defender cualquier proyecto liberador. El único camino para el socialismo estaría en re-socializarse, o sea, en reconstruirse nuevamente desde las bases de la sociedad civil.
Cada vez me parece más claro que se está configurando una disyuntiva histórica en la que habrá que elegir: una de las dos cosas tendrá que pasar a segundo plano, la defensa del Estado o la defensa del socialismo. Si se elige por el Estado, puede que este se salve, pero quizás el socialismo se pierda definitivamente.