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La cultura en la encrucijada: entre la austeridad y el mercado

Fuentes: La hiedra

Se hace complicado hablar de la cultura en general, dada su naturaleza trasversal, heterogénea e interclasista, sobre la cual además sobrevuela un halo de mitificación y grandes figuras. Es complejo diferenciar, separar el grano de la paja y realizar un análisis certero, crítico y de clase de algo que cubre un espectro social tan amplio […]

Se hace complicado hablar de la cultura en general, dada su naturaleza trasversal, heterogénea e interclasista, sobre la cual además sobrevuela un halo de mitificación y grandes figuras. Es complejo diferenciar, separar el grano de la paja y realizar un análisis certero, crítico y de clase de algo que cubre un espectro social tan amplio como es la cultura. La misma que ha sido reivindicada desde posiciones claramente antagónicas, de la cultura popular y de la industria cultural. Un concepto que engloba las artes, la comunicación social, el patrimonio, la estética, la fiesta popular, etc. En este artículo nos centraremos más en la acepción que tiene que ver con las diversas artes, sus trabajadores y trabajadoras y los intereses de una industria que utiliza todo lo anteriormente citado en su propio beneficio económico e ideológico.

En la situación actual, donde todos los sectores sociales están afectados por el interés del gran capital, la cultura es uno de los trozos del pastel más apetecibles. Esto no es debido únicamente al beneficio económico que se puede obtener al privatizarla, sino al beneficio ideológico que se puede lograr al construir una nueva hegemonía cultural.

Industria cultural, trabajadores/as, artistas y público

Son múltiples las políticas que están atacando el desarrollo de las artes, dificultando la creación fuera de los marcos de interés de la industria y complicando el acceso libre y democrático a las mismas. Los recortes presupuestarios ahogan a una cultura cada vez menos apoyada desde las instituciones1. Aun así, estos no han tenido una respuesta negativa solo desde las y los trabajadores o artistas, sino también desde la industria, especialmente la pequeña y mediana, que ha visto como se reducían sus ganancias.

Una de las reformas más significativas ha sido la subida del IVA en cultura del 8% al 21%, aunque se hizo una reducción al 10% en el caso de las transacciones de objetos artísticos. Esta reforma parece que puso en una misma línea de batalla a trabajadores/as, público e industria, pero con motivos diferentes. La última denuncia que estas medidas acabarían provocando una disminución en la recaudación en taquilla, advirtiendo de la cantidad de puestos de trabajo que desaparecerían. Ya desde un principio avisaban de que quien pagaría el descenso de ingresos serían los y las trabajadoras, pero nada se hablaba del sistema de gestión, siendo este uno de los principales problemas al considerar la cultura como una mercancía más.

Se levantaron voces como la carta abierta al presidente Rajoy por parte de doce industrias culturales de carácter internacional2 o las surgidas en el VI Foro de Industrias Culturales. Este foro está organizado por la Fundación Santillana, del grupo Prisa, y la Fundación Alternativas, presidida por el director de cine Pere Portabella, y entre sus ponentes en la edición de este año se pueden encontrar al presidente de la SGAE, la patronal de cultura, directores de cine, artistas visuales, etc.

Lanzaron duras críticas hacia las políticas culturales efectuadas por el PP, tales como la fiscalidad o la falta de una protección adecuada de los derechos de autor. Enarbolan el beneficio económico que aportan al PIB para acabar pidiéndole ayuda a Europa para que medie en su favor3. Con esto vemos una defensa exclusiva de sus intereses como industria, centrando todo en lo económico y exclusivamente en las ayudas y el consumo.

Al artista solo se le cita a la palestra en el momento en el que apelan a la defensa de los derechos de autor. Estos derechos son defendidos a capa y espada dado el alto nivel de ingresos que proporcionan a quienes los gestionan, aparte de la renta monopolista que esta genera4. Esto se puede ejemplificar a través de la realidad que viven los festivales de música. Casi todas las grandes bandas musicales están representadas por unas veinticinco agencias localizadas en Londres. Estas son las que deciden qué grupos y qué precios son los que hay que pagar para poder ser programados en los grandes festivales, generando una homogeneización en la programación, aparte de un monopolio absoluto5.

Desde las y los trabajadores y creadores las críticas van en otra dirección, aun manteniendo la denuncia de que la cultura debe estar gravada con un IVA del 4%. Lo principal que se expone es la precarización a la que está abocada cualquier profesión relacionada con la cultura. Uno de los principales problemas es la privatización de la gestión, que genera un deterioro de las condicionas laborales. Este proceso ha generado diferentes luchas llevadas a cabo por trabajadores y trabajadoras, como las del Teatro Fernando Fernán Gómez para evitar la externalización de su gestión o la lucha contra el plan de viabilidad que se intenta realizar en el Liceu en Barcelona.

Sin embargo el sector cultural no ha logrado desarrollar un movimiento amplio y unitario. Se han intentado organizar en diferentes espacios como la Marea Roja o la Coordinadora de Trabajadores y Trabajadoras del Espectáculo, pero el nivel de incidencia ha sido menor en comparación con lo sucedido con educación o sanidad. La multiplicidad y especificidad de profesiones que se pueden desarrollar dentro de la cultura complican la articulación de luchas amplias y comunes. El IVA ha sido una de las luchas que podía articular una protesta más amplia, pero en esta se incluye también a diversas patronales, las cuales persiguen unos objetivos muy diferentes. Esto acababa siendo visto como una lucha en favor de sus propios intereses corporativos, invisibilizando la situación de precariedad laboral que sufren los trabajadores y trabajadoras.

Por último habría que abordar cómo afectan todas estas cuestiones al público, el cual se acerca a la cultura en calidad de amante, consumidor, turista, etc. Uno de los principales problemas es el obstáculo monetario que supone afrontar, en tiempos de crisis y con el aumento del IVA, el pago por cualquier tipo de actividad, algunas de las cuales acaban siendo inalcanzables para muchos bolsillos.

Existe un descenso real en el consumo cultural y la industria lo achaca a la piratería, ocultando como gestionan y se distribuyen los beneficios. Se culpabiliza al espectador, quien, en un gran porcentaje, está bajo situación de precariedad o paro. El descenso en el consumo es generalizado desde que empezó la crisis.

Por otro lado, la industria ha realizado una reapropiación del capital cultural surgido de las clases populares, extrayéndoselo y luego revendiéndoselo a precios inalcanzables para muchas de sus comunidades originarias. La música puede ser uno de los ejemplos más visibles a través de festivales de jazz o rap, por citar algunos estilos surgidos de barrios de clase trabajadora, en los cuales el precio de una entrada complica o imposibilita su disfrute. Muchos de estos eventos están continuamente patrocinados, si no organizados, por empresas que tratan de identificarse con fines de marketing con estas formas de expresión, beneficiándose del capital simbólico que estas poseen, generando así una imagen que les interese y mejore las ventas6.

Otro de los problemas es la limitada y dirigida oferta que sale desde las grandes instituciones culturales y la televisión. Estas tratan al espectador como un sujeto pasivo que debe consumir de manera acrítica el producto que se le ofrece. Las grandes retrospectivas o la mitificación ad nauseam de artistas o figuras, tratando de potenciar su genialidad y exclusividad, pueden ser enfocadas con fines privados (propiedad intelectual) o con fines de clase (patrimonio histórico).

Por su parte, la televisión potencia la cultura de consumo rápido, la del espectáculo y el entretenimiento. Esta acaba condicionando, en cierta manera, al resto del entorno, que debe lidiar continuamente con un público acostumbrado a consumir de esta forma. La espectacularización y el gusto por las nuevas tecnologías dificultan la posibilidad de ofrecer una alternativa que no posea una producción lo suficientemente grande como para poder despertar un interés mayor entre la ciudadanía. De todas maneras, en un mercado competitivo saturado de propuestas que tratan cada vez más de ser novedosas o sorprendentes, se está despertando un nuevo interés por la cultura en pequeño formato, de espacios cercanos y de barrio que salgan de la espiral consumista en la que se encuentra inmersa el mundo de la cultura y las artes.

La utilidad de la cultura en la acumulación de capital

Una de las utilidades que posee la cultura a favor de la inversión especulativa es su capacidad de propiciar espacios excepcionales o exclusivos, los cuales generan una plusvalía en beneficio de la acumulación para los capitales con rentas monopolistas. Como comenta David Harvey, «al invocar el concepto de renta monopolista dentro de la lógica de acumulación del capital, es que el capital tiene formas de apropiación y extracción de plusvalías de las diferencias locales, de las variaciones culturales locales y de los significados estéticos de cualquier origen».

Una de las tácticas es generar espacios de interés especulativo, los cuales en apariencia son espacios neutrales desde donde se potencia la cultura. Con esto nos referimos a la arquitectura, museos o eventos culturales. Esto coincide con el auge de la burbuja inmobiliaria y la competición entre ciudades por poseer edificios-marca creados por los grandes nombres de la arquitectura mundial. Un ejemplo paradigmático es Santiago Calatrava, arquitecto de obras faraónicas como la Ciudad de las Artes y las Ciencias de València o el Auditorio de Tenerife, creador de proyectos con fines especulativos disfrazados de arte y cultura.

La pugna entre ciudades por destacar en el mapa de inversiones extranjeras llevó a la creación del Guggenheim de Bilbao por Frank Gehry, el MACBA de Richard Meier o más recientemente, obra de Carmen Pinós, el Caixaforum de Zaragoza. Este último es un intento explícito, manifestado por los propios impulsores del proyecto, de lograr un «efecto animador para la ciudad similar al que se logró con el Guggenheim en Bilbao»7. Estos espacios tienden a ser rellenados con las colecciones privadas de las propias entidades financieras o de las fundaciones privadas que los gestionan. Un ejemplo es la Fundación MACBA, dirigida por Leopoldo Rodés, que cuenta entre sus socios con Javier de Godó (Conde Godó) o el presidente del grupo La Caixa, Isidre Fainé, y entre las empresas fundadoras a El País, La Vanguardia, La Caixa, CocaCola o Abertis. Detrás de todo este carácter aparentemente filantrópico se amagan intereses, rebajas fiscales, aumento de la demanda turística u hotelera y la imagen favorable que genera el patrocinio de las artes, explotando el status social que poseen estas instituciones8.

La cultura fuera de las lógicas de mercado

La cultura y las artes dan consistencia e hilo conductor a las sociedades. Su contenido, la manera en el que esta es expuesta o lo que transmite son síntomas de la situación de un contexto histórico determinado. Por ello no debe estar en manos de unos pocos, bajo control del capital y del mercado. Se hace totalmente necesario recuperarlas, reivindicarlas desde quienes alimentan a través de ellas su intelecto, investigan entre las grietas de la realidad o sueñan mundos alternativos comunes. Es necesario alejarlas de los conceptos de entretenimiento y ocio, vinculados más con el consumo masivo y acrítico, vaciándolas del potencial transformador y creador que poseen. Esto las acaba abocando a la espiral y las lógicas del mercado, generando el empobrecimiento, no solo de quienes se dedican profesionalmente a ellas, sino de la sociedad en general, la cual aprende, se inspira y se relaciona a través de estas.

La cultura debe poseer un carácter público, generando las políticas necesarias para lograr el libre acceso, participación y desarrollo, considerando a las clases populares como sujeto activo y creador de la misma. Apostar por modelos de gestión pública, transparente y con la intervención directa de la comunidad.

Desde los movimientos sociales debemos reivindicar y apoyar una cultura rupturista, crítica y activa, controlando el papel utilitarista que a veces se le da como medio para recaudar fondos. Es necesario respetar y valorar el trabajo que existe en la creación, difusión y exposición de todos estos lenguajes artísticos, siendo conscientes del valor de los mismos y de quienes se dedican a ello.

Notas

1 Constenla, Tereixa, 2013: «Presupuesto de Cultura, todas las áreas al detalle», El País, 30-09-2013. Disponible en: http://bit.ly/1spek4V 2 Unión de Asociaciones Empresariales de la Industria Cultural Española, 2012: «Carta abierta al presidente del gobierno de España». Disponible en: http://bit.ly/1tSjkk8 3 H. Riaño, Peio, 2014: «La cultura española pide el rescate a Europa», El Confidencial, 22-05-2014. Disponible en: http://bit.ly/1qHMmgC 4 Harvey, David, 2005: Capital financiero, propiedad inmobiliaria y cultura. Barcelona: Museu de Arte Contemporani de Barcelona. 5 Lenore, Victor, 2014: «Así domina Londres los festivales españoles», El confidencial, 29-04-2014. Disponible en: http://bit.ly/1oYLg0n 6 Klein, Naomi, 2009: No Logo: el poder de las marcas. Barcelona: Paidós. 7 García, Ángeles, 2014: «Aluminio, hormigón y cristal en busca del ‘efecto Guggenheim'», El País, 30-06-2014. Disponible en: http://bit.ly/1rrz4q5 8 Wu, Chin-Tao (2007): Privatizar la cultura: la intervención empresarial en el mundo del arte desde la década de 1980. Madrid: Akal.

Fuente:http://lahiedra.info/la-cultura-en-la-encrucijada-entre-la-austeridad-y-el-mercado/»