Texto inédito sobre anarcocomunismo y copyleft para la revista El Solidario.
«Los mercados autorregulados jamás van a remunerar de manera justa a quienes crean productos culturales susceptibles de ser digitalizados como canciones, libros, películas… Sin embargo, socializar o eliminar la propiedad industrial en la que se basa la Sociedad del conocimiento -hablamos de todas las patentes de empresas como Google, Facebook, Apple, Microsoft…- sí sería un verdadero torpedo a la línea de flotación del capitalismo tardío. La cultura libre no debe ser cultura libre para el capitalismo».
Introducción: regreso al materialismo
«los materialistas […] somos unos pelmazos aguafiestas. No nos convence la idea de que los problemas se desvanecen reformulándolos en términos más interesantes, emocionantes o novedosos. Así que no somos una compañía muy grata para los de la economía del conocimiento, la psicología positiva, las clases creativas, el empoderamiento o la multitud en devenir» César Rendueles
Vivimos tiempos confusos, producto de una fe casi ciega en el hipotético poder emancipador de las nuevas tecnologías en general y de internet en particular. Del ciberactivismo hemos pasado a hacer categorizaciones como la de tecnopolítica, que supuestamente tiene la capacidad de cambiar hasta la distribución de poder. Hay euforia generalizada por internet y las redes sociales, llegándose a hacer lecturas de recientes movilizaciones sociales como de Twitterrevoluciones , o plantearse que «una lista de correo puede organizar la acción mejor que un sindicato» [1].
Vemos imprescindible, por tanto, recuperar una visión materialista del actual contexto político, social y tecnológico. Para ello revindicamos parte de las ideas y planteamientos de dos materialistas que han sido centrales para el anarquismo y el comunismo, como son Kropotkin y Marx. Hay que rescatar y reactualizar tanto la noción de apoyo mutuo como la de lucha de clases, para intentar clarificar al máximo qué supone la cooperación en el seno del capitalismo tardío. Utilizaremos, en definitiva, el materialismo como caja de herramientas para hacer una crítica a los numerosos errores y malentendidos que se dan actualmente en torno a conocimiento y cultura libres.
Kropotkin y el conocimiento libre (el apoyo mutuo).
«Ciencia e industria, saber y aplicación, descubrimiento y realización práctica que conduce a nuevas invenciones, trabajo o cerebral y trabajo manual, idea y labor de los brazos, todo se enlaza. Cada descubrimiento, cada progreso, cada aumento de la riqueza de la humanidad, tiene su origen en el conjunto del trabajo manual y cerebral, pasado y presente. Entonces, ¿qué derecho asiste a nadie para apropiarse la menor partícula de ese inmenso todo y decir: ¿esto es mío y no vuestro?» Piotr Kropotkin («La conquista del pan»).
Este fragmento de un libro publicado en 1892 sigue teniendo una vigencia total en lo que se refiere a propiedad industrial (patentes, diseños industriales y marcas). Kropotkin lanza esta crítica a la propiedad industrial en un contexto muy concreto: en 1883 se producía la Convención de París, que supuso el primer tratado internacional para la protección de la propiedad industrial. Y en 1886 se firmaba Tratado de Berna, en este caso el primer tratado internacional sobre propiedad intelectual (o derechos de autor) de obras literarias y artísticas. Kropotkin conocía de primera mano el mundo científico: a modo de ejemplo, resaltaremos que en 1876 comenzó su colaboración con Nature, decana de las publicaciones científicas y creada en 1869. Y también conocía el mundo editorial, al ser un autor prolífico y estar implicado en el lanzamiento de publicaciones como el periódico anarquista L’Avant Garde.
Una de las cosas que quedan perfectamente claras al leer «La conquista del pan» es que Kropotkin estaba radicalmente en contra de la mercantilización del conocimiento científico y técnico y, en concreto, del sistema de patentes (como explicitó también en su texto «Trabajo intelectual y trabajo manual»). Y en un panfleto publicado un año antes a «La conquista…» titulado «La moral anarquista», se reflejaba que fue además uno de los precursores de lo que ahora llamamos conocimiento libre:
«El hombre fuerte de pensamiento, el hombre exuberante de vida intelectual, procura naturalmente esparcirla. Pensar sin comunicar su pensamiento a los demás carecería de atractivo. Sólo el hombre pobre en ideas, después de haber concebido una con trabajo, la oculta cuidadosamente para ponerle más tarde la estampilla de su nombre. El hombre de poderosa inteligencia, fecundo en ideas, las siembra a manos llenas; sufre si no puede compartirlas, lanzarlas a los cuatro vientos».
Es relevante diferenciar entre patentes y derechos de autor, entre la propiedad industrial y la propiedad intelectual. En la actualidad, empresas que patentan de manera compulsiva como es el caso de Google apoyan una mayor flexibilidad (cuando no la desaparición de facto) en los derechos de autor. Y financian con vistas a estos objetivos a organizaciones como Creative Commons o institutos como el Berkman Center for Internet and Society o The Stanford Center for Internet and Society. Las y los académicos de estos institutos suelen ser muy beligerantes con los actuales modelos de propiedad intelectual, pero siendo la propiedad industrial, pilar fundamental en la propiedad de los medios de producción en el capitalismo tardío, un punto ciego ¿interesado? en sus trabajos más que sospechoso.
Mientras las patentes no suelen ser demasiado cuestionadas en general más que en aspectos muy concretos -la denuncia de los grupos ecologistas a las patentes sobre organismos transgénicos, las patentes de software desde el copyleft– parte de la izquierda ha ido adoptando posturas extremadamente peculiares en el campo de la propiedad intelectual, por influencia del mundo del software. El éxito del software libre ha propiciado por su influencia que se estén dando situaciones en el mercado de los productos culturales absolutamente paradójicas: el software libre es un tipo de programa informático cuya licencia permite que éste sea analizado, modificado e incluso revendido sin permiso del autor bajo determinadas condiciones, y a esta filosofía y licencias libres asociadas se le llamó copyleft.
Un problema grave que sufrimos en la actualidad es el intento de encajar esta filosofía del software libre y el copyleft a martillazos, en el seno de los llamados productos culturales (textos, libros, canciones, fotografías, cine…), llamando al discutible resultado conocimiento o cultura libre. Y automáticamente surge una duda: ¿tiene sentido tratar un texto o una canción como un programa informático? El modelo comercial del software libre («regala tus programas, vive del soporte») ha funcionado muy bien en determinados ámbitos con el del sistema operativo Linux. Pero… ¿es extrapolable el modelo al periodismo? un ejemplo concreto: ¿tiene sentido que El País pueda utilizar los materiales de una publicación como Diagonal sin remunerar a nadie, pudiendo modificar estos contenidos y sin pedir permiso? [2] eso no es cooperación ni apoyo mutuo, es explotación y expolio.
Dudamos que Kropotkin hubiese estado de acuerdo con esto que a día de hoy está sucediendo en medios de izquierda. Creadores como Nacho Vegas ya llevan tiempo denunciando una pésima concepción del conocimiento y la cultura libres, aclarando en el mismo Diagonal que «estoy radicalmente en contra del copyleft cuando se emplea con fines liberales: libre difusión es lo contrario a libre comercio». Y esto nos lleva a releer a Marx y lo que este planteaba sobre la cooperación bajo el mando capitalista.
Marx y la cooperación bajo el capitalismo (la lucha de clases).
«[…] la cooperación capitalista no se presenta como forma histórica particular de la cooperación, sino que la cooperación misma aparece como forma histórica peculiar al proceso capitalista de producción, como forma que lo distingue específicamente. […] por un lado, el modo capitalista de producción se presenta por una parte como necesidad histórica para la transformación del proceso de trabajo en un proceso social, por la otra esa forma social del proceso de trabajo aparece como método aplicado por el capital para explotar más lucrativamente ese proceso, aumentando su fuerza productiva». Karl Marx (extracto del Capítulo XI de el Libro I de «El capital»).
Resulta curioso lo que ha pasado en los últimos tiempos con el determinismo tecnológico: hasta hace bien poco, intentar explicar estructuras sociales en virtud de sus distintas relaciones con los modos de producción capitalista, plantear que la división técnica del trabajo es también división social, o para acabar, reflexionar que el nivel de desarrollo de la tecnociencia tiene alguna relación con el contexto social y político era considerado de un simplismo insultante, un sonrojante anatema en ciencias sociales [3].
Pero nos encontramos en un nuevo escenario cibereufórico: hay consenso en muchas partes de la Academia en otorgar a internet y a las redes sociales la capacidad de poder cambiar prácticamente todo. Pero lo que no hay que olvidar jamás es que la tecnología -antes y después de internet- siempre ha estado vinculada y/o aplicada al trabajo como proceso social, es decir, a la cooperación. La interacción hombre-máquina es fuente de alienación, pérdida de autonomía de quien tiene que vender su fuerza de trabajo y refuerzo de la capacidad de mando del capital. Esto no es un manifiesto de corte luddita, es simplemente constatación de la realidad: según se tecnifican más los procesos productivos, se trabajan más y más horas en todos los sectores, en general por mucho menos salario, mientras aumenta de manera constante el paro. La tecnología ¿parte de la solución o parte del problema en la lucha de clases?
Autores como Evgeny Morozov hablan de internet como un mito, una
«criatura mítica a la que hemos dotado de ciertas cualidades. Algunas de ellas reflejan ciertas ideas sobre la modernidad, el fin de la guerra fría, el fin de la historia, y también con nuestra fascinación por ciertos proyectos de éxito en Internet como Wikipedia o el Software de Código Abierto [o software libre]».
En su libro «La desilusión de internet» Morozov recupera una reflexiones de Angela Davis que mandan a los partidarios del clickactivismo a la lona:
«es difícil animar a la gente a pensar en luchas prolongadas, en movimientos prolongados que exigen intervenciones organizadas con mucho esmero y que no siempre dependen de nuestra capacidad de convocar manifestaciones. [… ] Internet es una herramienta increíble, pero también puede animarnos a pensar que somos capaces de provocar movimientos instantáneos, movimientos modelados a imagen de la entrega de la comida basura».
Ninguna tecnología es neutra al margen de su contexto social, institucional o político. Internet plantea un problema doble: por un lado, es la mejor ficción para ocultar y disimular la lucha de clases: en la utopía digital, todos podemos aparentar lo que que queramos, por ejemplo, el ser ricos y felices. Por otro, también es un sucedáneo de lo más adictivo de las luchas colectivas, generándose dinámicas propias en la red que poco tienen que ver con las luchas de antaño. Es sintomático de lo poco que se hablaba hasta hace poco de conflictos sindicales y la Reforma Laboral, y cómo sí se debatió hasta la extenuación sobre el papel de la SGAE y la llamada Ley Sinde. Y es que la cooperación en internet en el seno del capitalismo tardía es extremadamente peculiar.
Hay muchas caracterizaciones (mitos) que hablan de la inteligencia colectiva o la mente colmena, generada por la interacción de las y los usuarios de internet. Pero la resultante en la práctica de las complejas interacciones culturales y sociales que se dan en la red es la de una feudalización de las relaciones sociales y mercantiles. Sí, han leído bien, feudalización. La masa crítica de usuarios/as de redes sociales y sitios de publicación abierta se comportan como aparceros digitales: trabajan las redes, las cuales no les pertenecen. Y la solución a cómo remunerar el trabajo cultural en el capitalismo tardío también posee un aire muy medieval: regreso el mecenazgo, en una forma muy 2.0 llamada «crowfunding».
Antonio Baños lo reflejaba en su libro «Posteconomía»:
«[…] el territorio queda a merced de la autogestión, como pasaba con las villas y las abadías medievales. La comunicación entre personas queda en manos de señores feudales autónomos (Facebook, Google) con su propia red de lealtades y clientelismo».
Todo tiene que ser libre y fluir, menos las patentes y tecnologías cerradas que subyacen a las redes sociales y buscadores como Google. La inteligencia colectiva y la mente colmena son muy selectivas a la hora de decidir qué hay que liberar. Volviendo a César Rendueles, este plantea que «el materialismo es una perspectiva histórica que otorga prioridad explicativa a aquellos aspectos de la realidad social más resistentes al cambio». Por ejemplo, la propiedad de los medios de producción, analógicos o digitales.
Lejísimos quedan ya los intentos estratégicos de la izquierda en internet, como fue la APC (Association for Progressive Communications). Constituída en sus orígenes en el verano de 1990 por siete redes alternativas, planteaba un sistema mundial de acceso a Internet para colectivos y organizaciones de izquierda, con una estructura de un único nodo miembro por Estado (en el estado español su nodo fue, valga la redundancia, Nodo50). O la filosofía de la pionera red Indymedia, haciendo suya una frase de Jello Biafra (Dead Kennedys): «no odies a los medios, conviértete en los medios».
La Sociedad del Conocimiento, ese invento del Gobierno
«Desde mucho antes de la criris, y como justificación de las sucesivas reformas laborales, se presenta como modelo a empresas de éxito como Google, firma de tecnología puntera en la que trabajadores con una altísima cualificación (y remuneración) deciden hasta sus horarios laborales y los proyectos que ponen en marcha. El problema es que, en el caso español y europeo, la desregulación no tiene nada que ver con una flexibilidad de las condiciones […]. La reforma laboral tiene como objetivo fundamental la desarticulación de la organización de los trabajadores y de su capacidad de negociación colectiva. Se trata de despedir y reducir salarios sin estorbos». Antonio Márquez de Alcalá (en «¿Sociedad del conocimiento o gran estafa programada?»)
Hay que retomar el apoyo mutuo y la lucha de clases dentro y fuera de internet. Replantear la socialización de los medios de producción, analógicos y digitales. E intentar hacer comprender a la mente-colmena que, si las desregulaciones y privatizaciones son malas en las finanzas, lo laboral, en la sanidad, en los transportes públicos… ¿por qué deberían ser buenas en internet y en lo cultural? Parte de la izquierda sigue hipnotizada con el mantra del anarcocapitalismo: hágaselo usted mismo, pero en redes sociales corporativas/privadas, desregulando totalmente la producción del conocimiento y la cultura, y aplicando el darwinismo social a las «industrias obsoletas» (la del disco, la de los libros…). La izquierda cibereufórica se tragó la mentira de la Sociedad del Conocimiento (caracterizada por voces críticas como una «estafa programada») y sus discursos suelen caer en el fundamentalismo de mercado: internet es un espacio neutro y que se autoregula…
Y es el que el mito de la autorregulación y de los mercados como asigandores óptimos de recursos está cada vez más extendido, dentro y fuera de internet. En el paradigma de los postulados neoliberales da igual que un mercado sea de combustibles fósiles, tarifas de ADSL o fuerza de trabajo: el Estado debe no intervenir o intervenir lo mínimo imprescindible, para que los mercados se autorregulen y pueda por fin operar libremente la Mano Invisible de Adam Smith [4].
Pero pronto descubrimos que, por poner ejemplos bien cercanos y conocidos de España, se pactan los precios de la gasolina, tenemos el ADSL más caro y de peor calidad de toda Europa, y los niveles de precariedad, subempleo, paro y pobreza están llegando a límites absolutamente insoportables. Y a pesar de que la realidad es tozuda y muestra cotidianamente los devastadores efectos de las políticas neoliberales, los distintos gobiernos insisten en políticas de desregulación de los mercados y de privatización de los servicios públicos. Un tipo de fundamentalismo igual de fanático que el religioso: el fundamentalismo de mercado.
En este contexto, la cooperación tiene que darse desde la perspectiva de la lucha de clases. Desde esta óptica no veríamos las desregulaciones como algo positivo y liberador, si no como la herramienta más útil para el capital para imponer la cooperación bajo su mando y reglas, en el seno del darwinismo social. Y veríamos que antes que acabar con los derechos de autor o eliminar la propiedad intelectual, lo que es crítico es eso que suena tan arcaico como es el que tomar los medios de producción.
Los mercados autorregulados jamás van a remunerar de manera justa a quienes crean productos culturales susceptibles de ser digitalizados como canciones, libros, películas… Sin embargo, socializar o eliminar la propiedad industrial en la que se basa la Sociedad del conocimiento -hablamos de todas las patentes de empresas como Google, Facebook, Apple, Microsoft…- sí sería un verdadero torpedo a la línea de flotación del capitalismo tardío. La cultura libre no debe ser cultura libre para el capitalismo.
Para ello deben expandirse propuestas como la del copyfarleft:
«Para que el copyleft tenga algún potencial revolucionario debe ser Copyfarleft. Debe insistir en que los trabajadores sean dueños de los medios de producción. Una licencia copyfarleft debe hacer posible que los productores compartan libremente y que conserven el valor del producto de su trabajo. En otras palabras, los trabajadores deben poder hacer dinero al aplicar su propio trabajo a la propiedad mutual, pero debe ser imposible que los dueños de propiedad privada hagan dinero al utilizar trabajo asalariado. Así, bajo una licencia copyfarleft, una imprenta cooperativa propiedad de los trabajadores debe poder reproducir, distribuir y modificar el stock común como quiera, pero una compañía editorial privada no podría tener libre acceso». [5]
Con una propiedad industrial socializada y no al servicio de los intereses corporativos de las multinacionales es cuando podríamos empezar a revolucionar las bases de nuestra sociedad, es decir, la manera de producir y cooperar en ella, fuera del mando y los intereses capitalistas.
[1] «Resignificar la idea de crecimiento» Margarita Padilla https://www.diagonalperiodico.net/movimientos/resignificar-la-idea-crecimiento.html
[2] «Diez años de Creative Commons: ¿algo que celebrar?» David García Aristegui http://www.lamarea.com/2012/12/11/d…
[3] Explicado en «Ciberfetichismo y cooperación http://www.rebelion.org/noticia.php?id=83311
[4] Las ideas de esta parte del texto aparece también en «Fundamentalismo neoliberal y mercado de trabajo» http://www.eldiario.es/quehacemos/Trabajo_Mercado_neoliberalismo_que_hacemos_6_122547766.html
[5] Copyfarleft, más allá del copyleft http://blogs.20minutos.es/codigo-abierto/2013/02/07/copyfarleft-mas-alla-del-copyleft/
Fuente: http://info.nodo50.org/Entre-Kropotkin-y-Marx-el.html