Cada 14 de julio la humanidad celebra aquel momento de sabia locura colectiva en que el pueblo de París tomó por asalto La Bastilla, uno de los símbolos más ominosos de la tiranía y el desgobierno despótico de la monarquía. A esta altura de la historia casi nadie, exceptuando los neo-confederados norteamericanos y los paleo-conservadores […]
Cada 14 de julio la humanidad celebra aquel momento de sabia locura colectiva en que el pueblo de París tomó por asalto La Bastilla, uno de los símbolos más ominosos de la tiranía y el desgobierno despótico de la monarquía. A esta altura de la historia casi nadie, exceptuando los neo-confederados norteamericanos y los paleo-conservadores adictos al orden social, según ellos de origen divino, cuestiona la justeza y moralidad de esta rebelión, sin la cual, los pueblos no hubiesen adelantado en la senda de su propio desarrollo. Tampoco muchos cuestionan la lógica de la Guerra de Independencia de las Trece Colonias, en la que, lo que fue el embrión de lo que son hoy los Estados Unidos, se levantó y venció contra el poder colonial de Gran Bretaña.
No siempre los actos de rebeldía contra el orden establecido son reprochables. Con frecuencia son reverenciados como momentos ineludibles en que las contradicciones políticas, sociales, incluso, morales, se resuelven. Ni siquiera la historiografía burguesa ha osado decretar su exclusión de la ley, a pesar de su demostrada inclinación hacia la defensa a ultranza de los poderosos y su obsequiosa apología de los Estados y del ejercicio de la violencia organizada contra los trabajadores de todas las épocas.
Pero hete aquí que una sonriente editorialista neoconservadora de Townhall.com llamada Meredith Turkey acaba de «descubrir» el carácter sacrosanto del orden social burgués y la imperiosa necesidad de que las propias víctimas del sistema lo acaten sin chistar y de buena gana. Le ha bastado un artículo titulado «La delgada línea roja del orden social», publicado en las vísperas de un nuevo aniversario de la toma de La Bastilla, para retrotraernos a la época en que el conservador Edmund Burke despotricaba contra los revolucionarios franceses, regicidas y libertarios, llamándolos «La Plaga».
En el artículo de la Sra Turkey nada es nuevo, ni el contenido ni el propio título, que parafrasea el de un excelente film bélico de la Segunda Guerra Mundial, dirigido en 1998 por Terrrence Malick, basado en la novela de James Jones. Se trata de una hermosa e inquietante obra de arte que refleja los cambios espirituales que experimenta un grupo de soldados norteamericanos desembarcados en 1942 en la isla de Guadalcanal, mientras combatía contra el ejército japonés por el control de una colina. Lamentablemente, el artículo domesticador de la Sra Turkey está muy lejos de ser una obra de arte, no solo por lo formal de su escritura, sino por lo rancio y retrógrado de las ideas que promueve. Recuérdese que las obras de arte siempre son revolucionarias y raramente conservadoras.
Precisamente, el artículo de la Sra Turkey lo que intenta es conservar, como inmutable, un orden social injusto donde el ser humano es macerado y sometido a violencia clasista, pero al que no se permite protestar, no hablando ya de rebelarse o intentar abolir las injusticias. Dos sucesos recientes. ocurridos en la sociedad norteamericana, son tomados por la Sra Turkey para sermonearnos sobre la mansedumbre y la obediencia debida como expresiones de moral y buena conducta burguesas: los motines en San Francisco, tras el veredicto de un jurado que juzgó el caso de asesinato de un policía blanco cometido contra un prisionero negro , y la desobediencia de un funcionario estatal de Sacramento, contra las órdenes del gobernador Arnold Schwarzenneger, que afectaban los salarios de 200 mil empleados públicos.
Sobre el primer caso, nos dice en su apología la Sra Turkey:
«Otra decisión judicial controversial y otra noche de saqueos y motines…Un oficial blanco de la policía fue hallado culpable por la muerte en el 2009 de un reo negro bajo su custodia… Por el caso del asesinato involuntario de Oscar Grant, el oficial Johannes Mehserle fue condenado a 14 años de prisión… Mientras la mayoría de los ciudadanos expresaban su disgusto con el veredicto, aquellos que no respetan la ley, el sistema judicial, ni el orden social hallaron que se ofrecía una oportunidad para pasar a la violencia… Según el «San Francisco Chronicle» y las autoridades locales, los instigadores fueron «anarquistas» organizados y vestidos de negro»
La Sra Turkey, escandalizada por la violencia de los oprimidos y defendiendo la violencia de los opresores, significa en su artículo que mucho peor que la violencia de «los anarquistas», es la «rebelión» protagonizada en Sacramento por John Chiang, Controlador del Estado de California, quien desacató las órdenes del gobernador Schwarzenneger de pagar el salario mínimo a más de 200 mil empleados públicos, alegando que el atrasado sistema de computadoras de que disponía no le permitía ejecutar tal indicación.
La conclusiones de la Sra Turkey, ante actos tan «nefandos» de rebeldía contra un sistema injusto son más que elocuentes para retratarnos los abismos en que el pensamiento exegético neoconservador puede hundir a la razón en su servil defensa a ultranza de un sistema indefendible:
«Según Thomas Hobbes, fuera del Contrato Social, la vida humana es solitaria, pobre, repugnante, brutal y corta: las comunidades y las sociedades fueron establecidas para proteger a los más débiles (sic), mediante la administración de la justicia. Una sociedad ordenada solo puede existir cuando sus ciudadanos estén de acuerdo con las leyes vigentes y las acaten. Sin el acatamiento y la obediencia, el orden social se desmorona…»
Para la seráfica Sra Turkey lo importante no es analizar si el flagrante asesinato de un prisionero negro a manos de un policía asesino es un acto de racismo y de violencia institucional de la cual la sociedad norteamericana tiene sobradas evidencias. Tampoco si es justo o no reducir los salarios de los empleados públicos en tiempos de crisis, mientras crecen los salarios de los políticos y los bonos multimillonarios de los banqueros. Aquí lo importante, citando a Hobbes, es preservar a toda costa el orden social, o sea, la bovina subordinación de las mayorías ante los actos despóticos e injustos de las minorías, so pena de excomunión mayor.
La película «La delgada línea roja» fue acreedora en 1998 de 7 nominaciones al Oscar. Según transcendidos, inicialmente debía durar seis horas. Demasiado para un film. El capitalismo, madre nutricia que amamanta a policías racistas de gatillo alegre y a gobernadores proclives a servir a los amos del capital antes que a sus empleados, lleva ya más de 6 siglos de existencia. Demasiado para un orden social injusto, asentado en la injusticia y la represión.
Sra Turkey, recuerde que, como bien proclama «La Marsellesa», ese levantisco himno libertario que aún desvela a los tiranos,…» los tiempos de gloria han regresado».
Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/07/14/la-delgada-linea-roja-de-la-historia/