un análisis serio sobre el gobierno de Maduro debe evitar los absolutos, tanto en lo que respecta al elogio como a la condena. Ignorar la complejidad que enfrenta un gobierno progresista obligado a maniobrar en un contexto impuesto por la nación más poderosa del planeta — además situada en el mismo hemisferio— conduce a conclusiones simplistas.
La crítica al presidente venezolano Nicolás Maduro desde una perspectiva de izquierda es absolutamente necesaria. Emiliano Terán Mantovani y Gabriel Hetland —quienes recientemente cuestionaron los planteamientos expuestos en mis escritos sobre Maduro— coinciden conmigo en la importancia de este tipo de análisis crítico. No obstante, a pesar de ese punto en común, existen diferencias fundamentales entre nosotros en lo que respecta a mi insistencia en la necesidad de contextualizar los errores cometidos por Maduro y de superar una dicotomía simplista entre el apoyo acrítico a Maduro y su demonización.
Estos asuntos tienen implicaciones de gran alcance. La ausencia de una contextualización objetiva de los errores, la persistencia de enfoques binarios y la falta de reconocimiento de los matices conducen a una subestimación de la gravedad de las sanciones impuestas por Estados Unidos y a una negación de los aspectos positivos del gobierno de Maduro. A mi juicio, estas limitaciones debilitan de forma significativa el trabajo de solidaridad internacional y el antiimperialismo en general.
La Guerra contra Venezuela
En su artículo, Terán inicia un extenso párrafo afirmando: “Quiero dejar clara mi posición… estas sanciones son totalmente condenables”, una postura que, como él mismo reconoce, comparten importantes líderes de la oposición venezolana de derecha.
Sin embargo, su declaración pasa por alto uno de los puntos centrales que planteo en mi artículo. Resulta engañoso decir “me opongo a las sanciones” y luego proceder a atacar las políticas del gobierno, como si se tratara de dos temas completamente separados. De hecho, en mi artículo explico en detalle por qué la guerra contra Venezuela debe situarse en el centro de cualquier análisis serio sobre el gobierno de Maduro.
En el artículo, sostengo que la “guerra contra Venezuela” impulsada por Washington va mucho más allá de las sanciones, ya que abarca una amplia gama de acciones dirigidas al “cambio de régimen” y la desestabilización. Sin embargo, Terán, al igual que Hetland, limita sus referencias acerca de las maniobras de Washington exclusivamente al terreno de las sanciones.
Para empeorar las cosas, Terán, en efecto, minimiza la gravedad de las sanciones, al afirmar que estas “no explican las causas de fondo” de la crisis del país. Según su planteamiento, las sanciones solo habrían tenido un “impacto negativo posterior”, es decir, posterior a los supuestos errores graves cometidos por Maduro, y antes que él, por Chávez.
Un ejemplo de cómo Terán subestima el impacto de las sanciones es la siguiente afirmación: “Ellner se refiere a las sanciones impuestas por la administración de Obama en 2015, pero estas se limitaron al congelamiento de activos y cuentas bancarias en Estados Unidos…”. Al igual que la narrativa promovida por la oposición venezolana, Terán presenta la orden ejecutiva de Obama como una medida simbólica y carente de consecuencias reales. No fue así, en absoluto. En mi artículo señalo que la orden de Obama, que declaró a Venezuela como “una amenaza inusual y extraordinaria” para la seguridad nacional de Estados Unidos, “representó una escalada en la política hostil de Washington”.
En esta línea, cito un artículo de Hetland publicado algunos años después, en el que señala que “Estados Unidos ha presionado a bancos estadounidenses y europeos para que eviten hacer negocios con Venezuela, privando al país de los fondos necesarios.” No resulta difícil entender por qué las empresas estadounidenses que operaban fábricas en Venezuela optaron por desinvertir tras escuchar al presidente de su país calificar a Venezuela como una amenaza para la seguridad nacional de EE. UU.
Como escribí en otro artículo, “la orden ejecutiva de Obama envió una señal al sector privado. Tras su implementación, varias grandes compañías estadounidenses – entre ellas Ford y Kimberly Clark – cerraron sus fábricas y se retiraron de Venezuela.” Poco después hicieron lo mismo General Motors, Goodyear y Kellogg’s, así como la firma japonesa Bridgestone.
De hecho, antes de que Trump asumiera la presidencia en 2017, ya se había impuesto un embargo financiero de facto contra Venezuela. Así lo advirtió en su momento el economista y vocero opositor Francisco Rodríguez, al señalar que “los mercados financieros están cerrados para Venezuela.”
La minimización que hace Terán de los efectos de la guerra contra Venezuela refuerza y legitima la narrativa de la oposición, que ridiculiza la afirmación de Maduro según la cual las acciones de Washington son responsables de la grave situación económica del país. Moisés Naím, uno de los artífices de las políticas neoliberales de Venezuela en la década de 1990, escribió: “Echarle la culpa a la CIA… o a fuerzas internacionales oscuras, como acostumbran a hacer Maduro y sus aliados, se ha convertido en materia prima para las parodias que inundan YouTube”.
De manera similar, Terán escribe: “Los seguidores y simpatizantes del gobierno de Maduro parecen siempre preferir buscar chivos expiatorios externos”. En mi artículo, cito ejemplos concretos de la abundante y bien documentada literatura que sustenta plenamente las denuncias de Maduro sobre la existencia de “fuerzas internacionales oscuras” generosamente financiadas.
En su intento por descartar la relevancia de la guerra contra Venezuela, Terán llega al extremo de hacer una comparación particularmente engañosa: equipara la explicación de Maduro sobre la implementación de políticas neoliberales como respuesta a la agresión imperialista de EE. UU. con la justificación de Netanyahu del genocidio contra el pueblo palestino tras el ataque de Hamás del 7 de octubre. Comparar el imperialismo estadounidense con dicho ataque resulta, cuanto menos, forzado; pero equiparar las políticas económicas de Maduro con el genocidio perpetrado por Netanyahu es, sencillamente, inadmisible. Esta desafortunada analogía entre Maduro y Netanyahu revela la simplificación con la que Terán aborda los complejos desafíos que enfrenta el gobierno venezolano.
Apoyo crítico
Pasando a la segunda área de desacuerdo entre Terán y yo, un análisis serio sobre el gobierno de Maduro debe evitar los absolutos, tanto en lo que respecta al elogio como a la condena. Ignorar la complejidad que enfrenta un gobierno progresista obligado a maniobrar en un contexto impuesto por la nación más poderosa del planeta — además situada en el mismo hemisferio— conduce a conclusiones simplistas que a menudo coinciden con las posturas de la derecha política. Aun así, Terán me acusa de parcialidad. Sostiene que mis “argumentos carecen de matices” y que no logro “evitar los binarismos simplistas”. Con ello, pasa por alto las críticas que he formulado a Maduro y que he desarrollado con mayor profundidad en otras publicaciones, como señalo en el artículo.
Acusarme de parcialidad refleja lo que hacen otros que demonizan a Maduro cuando califican a los simpatizantes de gobiernos progresistas en América Latina de “campistas” o de sostener “una visión maniquea”, expresión que el propio Terán empleó en mi contra. Ambas etiquetas evocan el Macartismo y su ataque indiscriminado contra la izquierda, a la que se tacha de cripto-comunista o de “compañeros de viaje”.
Al no reconocer la validez de la postura de apoyo crítico a Maduro, Terán se alinea con la lógica polarizadora de la política venezolana, la cual deja fuera de consideración los matices intermedios. Por ejemplo, Terán (al igual que Hetland) me acusa injustamente de justificar la represión por omisión, y añade que la “izquierda internacional”, tras las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024, terminó por “legitimar… una represión brutal”. Omite señalar que en mi artículo planteo expresamente que la existencia de pruebas significativas sobre la participación de sectores de derecha y elementos extranjeros en las protestas violentas posteriores al 28 de julio no excluye la posibilidad de que el Estado venezolano haya hecho uso excesivo de la fuerza. Ambos hechos no son, como advierto, “mutuamente excluyentes”.
Terán concluye su artículo preguntando: “En lugar de brindarle a Maduro un apoyo crítico, ¿por qué la ‘izquierda internacional’ no dedica su energía, recursos, apoyo e incidencia a fortalecer una oposición de izquierda [en Venezuela] que algún día pueda disputar el poder político?”
La pregunta, sin embargo, resulta ambigua. Si Terán se refiere a lo que en ciencia política se conoce como una “oposición leal” —aquella que reconoce los desafíos que enfrenta el gobierno de Maduro, respalda su denuncia de la agresión imperialista, y evita equipararlo con la extrema derecha representada por María Corina Machado— entonces su propuesta suena razonable.
Pero la mayor parte de la izquierda venezolana que se ubica en el campo opositor difícilmente encaja en este perfil. Demoniza a Maduro, al igual que Terán y Hetland, y a menudo le hace el juego a la derecha política. Si Maduro fuera derrocado, la ultraderecha encabezada por Machado —quien ha afirmado que quiere ver tras las rejas a Maduro y a su familia— sin duda se impondría en el nuevo escenario, con la bendición de Washington. De concretarse ese desenlace, lo más probable sería una represión brutal, como la que históricamente ha seguido al derrocamiento de gobiernos progresistas, desde Indonesia en 1967 hasta Chile en 1973. La izquierda anti-Maduro es demasiado débil para incidir en el rumbo de tales acontecimientos.
Resulta preocupante, por ejemplo, que el Partido Comunista de Venezuela (PCV), a pesar de su gloriosa trayectoria desde su fundación en 1931, haya respaldado la candidatura presidencial de Enrique Márquez en las elecciones del año pasado. Márquez fue una figura destacada de uno de los principales partidos que impulsaron activamente la desestabilización con el fin de lograr el “cambio de régimen” durante las prolongadas protestas callejeras contra Maduro en 2014 y 2017. Luego brindó un respaldo decidido al gobierno paralelo de la ultraderecha encabezado por Juan Guaidó a partir de 2019.
La Solidaridad Internacional
Dos implicaciones clave del debate en torno a la demonización de Maduro revisten especial importancia para el movimiento de solidaridad. En primer lugar, satanizar a Maduro desalienta el trabajo solidario. He llegado a esta conclusión a partir de mi experiencia dando numerosas charlas auspiciadas por grupos de solidaridad en distintas ciudades de Estados Unidos y Canadá desde 2018. En esos encuentros, activistas me han manifestado con claridad que una visión relativamente favorable del gobierno de Maduro —aunque con críticas puntuales— constituye un factor que los motiva. Por el contrario, quienes desprecian a un gobierno difícilmente trabajen con el mismo grado de entusiasmo en oposición al intervencionismo estadounidense.
En este aspecto, el movimiento de solidaridad se distingue del movimiento contra la guerra y por la paz, el cual suele enfocarse menos en la política interna de los países del Sur y más en el gasto militar y la pérdida de vidas de soldados estadounidenses, además de la devastación generada por las intervenciones armadas de EE.UU.
En segundo lugar, un análisis que contextualiza tanto los errores del gobierno como la erosión de las normas democráticas lleva a una conclusión fundamental: el relajamiento de la guerra contra Venezuela guarda una correlación directa con la posibilidad de profundizar la democracia, revitalizar los movimientos sociales y ampliar el margen de maniobra del gobierno, aumentando así las probabilidades de corregir errores. La historia, al fin y al cabo, enseña que la guerra y la democracia son, por naturaleza, incompatibles. En su demonización del gobierno de Maduro, tanto Terán como Hetland pasan por alto esta verdad elemental.
Steve Ellner es profesor retirado de historia económica en la Universidad de Oriente (Venezuela), y actualmente Editor Asociado de Latin American Perspectives. Es autor de numerosos libros, entre ellos El fenómeno Chávez: sus orígenes y su impacto hasta 2013 (2014) y La izquierda latinoamericana en el poder: Cambios y enfrentamientos en el siglo XXI (editor, publicado por CELARG y el Centro Nacional de Historia, Caracas, 2014).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.