…y las manipula, las capitaliza, las financia y, llegado el momento, las inventa. Así, y más, podría extenderse el título del presente texto, pero se dificultaría el emplane, y nada especial se requiere para mencionar dos verdades de la derecha, entre otras: las maniobras con que ella pretende y a menudo logra coyundear el pensamiento […]
…y las manipula, las capitaliza, las financia y, llegado el momento, las inventa. Así, y más, podría extenderse el título del presente texto, pero se dificultaría el emplane, y nada especial se requiere para mencionar dos verdades de la derecha, entre otras: las maniobras con que ella pretende y a menudo logra coyundear el pensamiento de multitudes, y la rabia que pone intentando hacer creer que tiene la razón histórica y moral que le falta.
En un lugar de La Mancha cuyo nombre no es preciso recordar, durante una de esas reuniones en que se discute sobre Cuba a partir de falsedades difundidas por medios capitalistas, algunas personas arremetían contra «el régimen dictatorial» de este país. Una prestigiosa y elegante académica, que suscitaba atención, dijo: «Como dictador, Fidel es muy torpe».
Un contertulio, que buscaba arrimar fuego a su sardina, le preguntó: «¿Por qué dices eso de Castro?», y ella respondió: «Un dictador aprovecha la incultura del pueblo, no le propicia educación. De eso sabía Franco, que impuso oscurantismo, tinieblas. En Cuba, donde se erradicó el analfabetismo y la educación está priorizada, la mayoría apoya a Fidel, a la Revolución. Si no fuera así, se rebelaría. He estado allí y he respirado esa realidad».
No viene al caso extenderse en la continuación de aquel coloquio, en el cual ningún argumento parecía bastar para moverles el magín a quienes aseguraban, sin más, que Cuba sufría una dictadura. Para ellos era democrática la transacción fabricada por Franco, con monarquía y todo, como sucesión de la tiranía que él ejerció hasta su muerte.
Calzada por intereses mezquinos, la ignorancia puede cabalgar sobre doctorados, y se vio en aquel coloquio. Pero tiene también, orgánicamente, expresiones de miseria mental, con sellos propios del lumpen. Que el capitalismo, capitaneado por el poderío estadounidense, carece del menor fundamento moral lo certifican sus actos: explotación de trabajadores y trabajadoras, campañas electorales sucias, patrocinio de tiranías, derrocamiento de gobiernos democráticos, saqueos y masacres de pueblos, estratagemas como las aplicadas contra Venezuela, a la que roban como piratas que son y luego fingen que intentan salvarla con una falsa ayuda, incalificable de humanitaria.
Que ese sistema carece de razón histórica lo confirma hasta la rabia con que calumnia cuanto huela a afanes de justicia social. Lo que al respecto han dicho numerosas personas puede resumirse en lo sostenido por Fernando Buen Abad Domínguez en un artículo reciente: «Bastaría con escuchar el odio que inyecta la burguesía a sus denuestos contra el socialismo para deducir que algo muy bueno para los seres humanos implica terminar con la jerarquía de los opresores para ir a un sistema socialista capaz de erradicar el interés del capital sobre los seres humanos y erradicar todo el fardo individualista, racista, excluyente y opresor que nos ha amargado la existencia durante demasiado tiempo».
El «fardo» aludido en la cita recuerda «La carga del hombre blanco», poema escrito a finales del siglo XIX por Rudyard Kipling, escritor nacido en la India y que asumió la colonización británica. En ese texto sublimó la supuesta misión civilizadora confiada por la providencia a Occidente: al capitalismo. Hoy tal falacia la sostienen poderosos medios desinformativos ayudados por la ignorancia de masas cosificadas por la corriente hegemónica, la de las fuerzas opresoras que manejan armas, dinero, tecnología y mentiras.
De tan sucios, esos medios no pueden lavar cerebros: los empuercan. Si no, cómo explicar la actitud de quienes los obedecen. En Venezuela, un ejemplo, hay quienes piden que la invadan los Estados Unidos. ¿Creen que los matones imperiales distinguirán entre patriotas y traidores? ¿Será que, si son venezolanos, se hallan fuera de su país y están prestos a ver de lejos el «espectáculo» de la matanza de su pueblo?
Los ignorantes, ¿lo serán al punto de desconocer lo sucedido en Irak, Libia y Siria? Se menciona solamente una trinidad del terror todavía en marcha, pero podría citarse un expediente que ya cubre siglos, incluso dentro del hoy territorio estadounidense, donde la población originaria fue masacrada. Tales ignorantes, ¿ciertamente existen, o son una invención de las fuerzas imperiales y sus siervos para simular el apoyo que el imperio proclama tener?
Quizás haya de todo eso en el amasijo de opiniones furibundas contra la Venezuela bolivariana y cuanto, como ella, desafíe los designios imperiales. Sin descartar que existan «ilustrados» de baja catadura moral, universitarios endiablados que en su egoísmo han entregado el alma al diablo, la nota más grotesca la dan quienes exhiben la peor estofa. A veces se diría que son enfermos mentales y, más que mala ortografía, tienen una heterografía espantosa, además de disfrutar su amargura usando el lenguaje más soez.
Si no fuera por las actitudes criminales que respaldan, a cualquier persona de buena voluntad podría darle por salir corriendo para enseñarles siquiera las más elementales normas de gramática, ortografía y sintaxis, y algo de urbanidad. Pero ¿se les enderezaría con eso el alma? ¿Será que, en busca de «éxito», se someten laboralmente como esclavos a los poderosos hasta no tener tiempo ni para enterarse de lo más relevante de su entorno?
En eso hizo pensar la verborragia escatológica lanzada contra dos recientes videos que circulan en las redes. Uno de ellos contiene lúcidas advertencias de la novelista Isabel Allende contra una posible intervención estadounidense en Venezuela, y algunos de sus patéticos impugnadores la acusaron de obedecer a ideales socialistas, porque la creyeron hija del presidente chileno Salvador Allende, derrocado por un plan que la CIA orquestó. De tan ignorantes, hasta se perdieron la ocasión de citar a la Isabel Allende que, hija en efecto del digno político chileno, traicionó la memoria de su padre y calumnió a la Venezuela bolivariana.
Otro video plasma declaraciones contra el aberrado Donald Trump emitidas por relevantes figuras del cine de su país: entre otras, los actores Meryl Streep y Robert de Niro, a quienes sus atacantes acusaron de resentidos e incapaces de apreciar la grandeza del césar por ser artistas fracasados que solo han conseguido papeles secundarios. ¿Llegarán algún día los frenéticos defensores del imperio a percatarse del ridículo que han hecho?
La verdad es que sus maestros desbarran sin temor al papelazo. Lo ha hecho Michael Pompeo al decir que Cuba es el verdadero poder imperialista en Venezuela, ¡y va y logra que algunos finjan creerle, o hasta le crean! A cualquier sistema debería apenarlo necesitar voceros con tal catadura. Pero ¿tiene el imperio el decoro necesario para avergonzarse de sus ignominias? Si lo tuviera, ¿sería el imperio que es?
Semejante realidad tiene hasta el peligro de que la izquierda llegue a creer que, dada la razón moral que le certifica el hecho de tener enemigos tan bajos, no necesita erradicar sus propias deficiencias y librarse de errores que, aparte de ser dañinos en sí mismos, den pretextos a sus enemigos para atacarla. Aunque, para mentir, el imperio y sus medios no necesitan nada más que su desvergüenza: son expertos en fabricar calumnias.
La izquierda, y los sectores populares que la defienden y se sienten representados en ella, han de saber que los opresores manipulan la ignorancia de las personas que se les pliegan, y las dejan hundirse en la abyección. Pero no basta confiar en la eficacia de las consignas revolucionarias como expresión, estilo divino, del peso de la justicia. Lula, por ejemplo, no debe estar tras las rejas, pero suponer que su reclamada liberación hablaría de un Brasil democrático sería ingenuo. Para el fascismo brasileño, excarcelar al popular político injustamente preso pudiera ser una maniobra para neutralizarlo por completo -si no lo asesina antes-, y una operación de autolimpieza.
Las revoluciones verdaderas, emancipadoras, fomentan la cultura del pueblo, que debe y merece aprovechar a fondo ese empeño: no parecerse, ni en las faltas del lenguaje, a masas que la derecha arrastra o empuja, y prodigan inmunda grosería. Indigna ver cómo cómplices de la posible invasión de Venezuela por los Estados Unidos llevan en sus cuerpos y en su alma -si la tienen- la bandera de la potencia agresora, y queman la de Cuba. Dime qué haces, y te diré cómo eres.
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