Traducido del portugués para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez
Al parecer, la candidatura del diputado federal Jair Bolsonaro (PSL-RJ), acompañándole como vice el general de la reserva (cuatro estrellas) Antônio Hamilton Marques Mourão, marca una nueva etapa de la relación de las Fuerzas Armadas (FFAA) y la sociedad brasileña. Bolsonaro, en su afán de homenajear a los facinerosos de las cloacas, va a desmontar el «legado» de la obra conjunta de actores como Orlando Geisel (en el diseño de la estructura de la guerra interna) y del entonces capitán Carlos Alberto Brilhante Ustra, en el montaje de los DOIs, los Destacamentos de Operaciones de Informaciones – Centro de Operaciones de Defensa Interna, que tenían ramificaciones por todo el país y se concentraban en las principales ciudades de aquel momento: São Paulo, Río de Janeiro y Recife, entre otras; como su propio nombre indica, actuaban como destacamentos operando en unidades semiautónomas y conjuntas subordinadas al mando de la Fuerza Terrestre.
Así, las FFAA no se «quemaban» matando a la luz del día llevando los uniformes verde oliva puestos. Eso ocurrió en el Araguaia, en las tres campañas (1972-1975) y en la segunda guerra (simultáneamente a la fundación de la Comisión Pastoral de la Tierra, CPT), esta sólo contra campesinos y teniendo como blanco a los poseedores de la región. Pero, tamaña exposición de matanzas y masacres a manos de gente que vestía uniformes militares no ocurrió en áreas de gran concentración urbanas. En el combate contra los Grupos Tácticos Armados (los GTAs, que eran las unidades básicas de las pequeñas organizaciones guerrilleras de Brasil) en las ciudades, los agentes descaracterizados traían el terror sin poner en cuestión el papel de los cuarteles. Había miedo, mucho miedo, aunque no tanto como en Argentina, donde todo el aparato militar nacional y de las provincias (las policías provinciales, equivalentes a las PMs, además de la acción de la Policía Federal Argentina, ostensiva), estaba obligado a reprimir, desarrollando una guerra sucia de exterminio contra su propio pueblo.
Con la aventura de la extrema derecha del siglo XXI explicitando la guerra interna y teniendo un general que acaba de incorporarse a la reserva en el estrado, Bolsonaro y Mourão van a cumplir el papel de quemar -para siempre- al Ejército (EB) y consecuentemente a las otras dos fuerzas, ante la población brasileña. En el periodo anterior la dictadura, la Escuela Superior de Guerra (ESG), al menos, acuñó un concepto estratégico: la «Seguridad Nacional & Desarrollo». ¿Cuál será el concepto de los bolsonaristas? «Seguridad Patrimonial, Conservadurismo Social y Entreguismo»? Posiblemente. Como auténticos entreguistas colonizados, que aplauden con entusiasmo al Imperio, se callarán ante la entrega del presal y aumentarán la presencia de oficiales dentro del aparato de Estado. Si no lo hicieran y terminaran -en un hipotético y nada deseado gobierno electo (haremos todo lo necesario para que eso no ocurra)-, rompiendo con los Chicago Boys (al modo del gurú de los rentistas salvajes, Paulo Guedes), acabarán gobernando solos, con menos de 100 votos en el Congreso y sin el apoyo ni de la Globo y menos aún de las aves de rapiña. Entonces, ¿quién gobernaría de hecho? Generales del EB. Es decir, aún cuando Bolsonaro es menos ruin, sigue siendo horroroso, dado el riesgo que supone para el país.
Otra posibilidad que resulta de la implicación directa de dos generales de cuatro estrellas que acaban de pasar a la reserva, como Antônio Hamilton Mourão y Augusto Heleno Ribeiro Pereira, es hacer visible a la opinión pública al generalato al margen de estrategia militar, consiguiendo así «contaminar políticamente» la jerarquía en las tropas. Es decir, una vuelta al pasado, retornando al ciclo iniciado durante el tenentismo [n. tr.: movimiento político-militar cuyos miembros participaron en varias acciones insurreccionales, contribuyendo significativamente a la Revolución de 1930; con todo, a pesar de que defendían una renovación política del país con unos objetivos comunes, sus líderes manifestaron diferentes posturas políticas], fortalecido en 1935 y oficialmente concluido en 1988. Parece que no.
Simón Bolívar ya lo dijo hace mucho tiempo: «maldito sea el soldado que apunta el arma contra su pueblo». Entonces, si fuese electo Bolsonaro ya dijo que iba a emplear un gran número de oficiales de la reserva, o incluso en activo, algo que era habitual en la dictadura (como los famosos ‘coroneles de Petrobras’) o el sobredimensionado aparato de vigilancia y espionaje interno (SNI-SISNI), esos oficiales en cargos de responsabilidad entrarán en conflicto directo contra su pueblo.
Bolsonaro no comenzó el desastre, pero lo profundiza
La presencia de militares en la crisis brasileña es visible. Ya hubo una ruptura de carácter político en el desgobierno de Temer, cuando Raul Jungmann (el eterno arrepentido ex buen partido) dejó la cartera de Defensa y ésta fue asumida por Joaquim Silva e Luna, un general de reserva de cuatro estrellas (contrariando así la norma de que un civil estuviese al frente de la cartera, aunque sólo sea para no discriminar a la Marina y las Fuerzas Aéreas). Jungmann cedió el bastón de mando justo inmediatamente después de la crisis postcarnaval (el 28 de febrero de 2018), asumiendo un demediado ministerio extraordinario de la Seguridad Pública (una versión menguada de los infames ministerios del Interior de los países vecinos), tras haber sido desmoralizado justamente por Antônio Hamilton Mourão y la decisión unilateral del comandante en jefe del Ejército, general Eduardo Villas Bôas de que no castigaría a Mourão: «él es un patriota inculto [n. tr.: en portugués gauchão, que en Río Grande do Sul tiene la acepción de rústico, inculto…]», según Villas Bôas.
Así, si el capitán de artillería que tuvo una pésima hoja de servicios en la fuerza terrestre llegase a asumir cargos de autoridad en el Palacio de Planalto, cargos en comisión y funciones gratificadas serán disputados por oficiales generales y oficiales superiores de las tres fuerzas. El resultado será institucionalmente desastroso, pero puede servir para desenmascarar el periodo de la dictadura militar y el hecho -terrible- de que el nacionalismo está lejos de defender al pueblo brasileño. Parece que la oficialidad cuando dice lo que realmente piensa pone de manifiesto el mito de Guararapes [n. tr.: la batalla de Guararapes constituye el mito fundacional del ejército brasileño]. Cuando cambia es para peor, con tenebrosa idealización racial de Antônio Hamilton Mourão, muy semejante a las barbaridades proferidas por gente como el racista Nina Rodrigues o el integralista [n. tr.: partidario del movimiento fascista Acción Integralista Brasileña, que sirvió de sustento político al Estado Novo (1937-1945) y de nuevo en 1964 apoyó el golpe militar que instauró la dictadura (1964-1985)] y también general Olímpio Mourão (hijo).
Ernesto Geisel y Golbery de Couto e Silva [n. tr.: artífices del proceso de ‘apertura política’ de la dictadura militar en 1974], hoy estarían desesperados, viendo que todos sus esfuerzos para que los militares salieran limpios del régimen dictatorial que promovieron, después de haber cometido crímenes de lesa humanidad al frente del Estado, se desmoronan. Mientras los genios de la dictadura están de vuelta del desastre, sus compañeros de armas se exponen al ridículo y al inminente repudio en caso de que se produzca el desastre y el charlatán protofascista gane los votos de la derecha brasileña. ¿Se manifestará a tiempo el ala profesional y constitucionalista de las tres fuerzas?
Bruno Lima Rocha es postdoctorando en Economía, doctor en Ciencia Política y profesor de Relaciones Internacionales y Periodismo. Su blog personal es Estratégia e Análise.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar la autoría, al traductor y Rebelión como fuente de la traducción.