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Sobre obreros y ciudadanos

La desestructuración de la clase obrera y la despolitización de las relaciones sociales.

Fuentes: Rebelión

En estos días y los que quedan, «la crisis» del sistema financiero parece haber tomado el espacio público, o mejor dicho, el publicado. Se habla de la crisis del capital, de la cual se temen las consecuencias que los distintos gobiernos tratan de amortiguar. Igual de importante, al menos para el análisis político y social, […]

En estos días y los que quedan, «la crisis» del sistema financiero parece haber tomado el espacio público, o mejor dicho, el publicado. Se habla de la crisis del capital, de la cual se temen las consecuencias que los distintos gobiernos tratan de amortiguar. Igual de importante, al menos para el análisis político y social, es hablar de la crisis del trabajo. Con esto no me refiero a hacer una valoración melancólica del proletariado revolucionario, sino a llevar a cabo un análisis de lo que quizá sea sintomático de las transformaciones socio-políticas contemporáneas. Tenemos crisis del capital financiero por doquier, pero no estamos saturados, ni comprometidos en huelgas generales, ni consignas revolucionarias… ni siquiera parece que el sistema de producción capitalista sufra muchas críticas. Como demuestra el artículo de Chris Bambery ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=74138 ) , incluso los sindicatos en tal coyuntura apoyan medidas pro crecimiento económico: «algunos alegan abiertamente que una recesión significa que no se puede luchar o ni siquiera resistir en cuestiones salariales». «Estos compromisos que sus predecesores hicieron a mediados de los 70» ya habían destruido un «movimiento obrero vibrante». Pero ahora no hay si quiera movimiento de clase que destruir. Estas transformaciones presentan un campo de análisis necesario para entender la falta de una izquierda consistente que consiga en estos momentos posicionarse críticamente por una transformación revolucionaria.

A principios de los noventa Andrés Bilbao, uno de los más lúcidos sociólogos españoles, escribía a partir de una investigación sobre el proceso de desestructuración de la clase obrera militante y las transformaciones que había sufrido su discurso. Rescatar este análisis tiene interés en el momento actual, a pesar de sus limitaciones temporales, para indagar en los mecanismos políticos y económicos de este proceso, y sobre todo, para entender el escenario político actual en el que la crisis del capitalismo a gran escala carece de una respuesta social.

Andrés Bilbao analizaba el proceso de desestructuración de la clase obrera (entendido como la disolución del discurso militante), y lo hacía combinando una exposición teórica sobre las transformaciones sociales y económicas con la indagación sobre la percepción y subjetividad de los propios trabajadores asalariados en diferentes sectores. Para ello, contextualizaba las particularidades del caso español en la dinámica global del sistema económico: comprendiendo las reformas en el mercado laboral en función de la reestructuración económica general. De esta forma, conjugaba la dimensión teórica y la estadística, con la investigación de casos concretos analizando el discurso de varios entrevistados.

El proceso de desestructuración de la clase obrera se entiende en dos planos: por un lado, en los cambios relativos a la nueva configuración del mercado de trabajo, las regulaciones del derecho del trabajo y las condiciones del empleo; y por otro lado, en la transformación de la subjetividad política: el fin de la identificación de los trabajadores asalariados como clase obrera (con el contenido político que ello implica). De acuerdo con el autor, la desestructuración de la clase como categoría política es paralela a la reestructuración económica que responde a la lógica de acumulación de capital: esto conlleva la desarticulación del antagonismo de clase que negaba la naturalidad del orden existente.

Durante la década de los noventa estos cambios han ido evolucionando según las líneas que analizaba A. Bilbao en base a las necesidades del proceso de acumulación. El empleo asalariado industrial en los países desarrollados disminuye, a la vez que incrementa las condiciones precarias en el trabajo cualificado, aumentando el empleo temporal, e incorporando nuevos sujetos como jóvenes, mujeres y migrantes. Esto, en un proceso de segmentación del trabajo que se refleja en la desconexión de las luchas sociales. Ya en la huelga general de 1988 Andrés Bilbao comprueba cómo el discurso militante obrero se entrelaza con el discurso ciudadano. Casi veinte años más tarde, en la coyuntura de una crisis del sistema financiero actual parece que el discurso ciudadano ha relevado casi al discurso obrero, a penas latente.

La investigación de Andrés explicaba el descenso de la conflictividad social y la despolitización del discurso político. La investigación llevada a cabo se situaba en el momento en el que se dan los síntomas de la despolitización social a través del cese progresivo del conflicto colectivo. A. Bilbao indagaba en las subjetividades políticas de asalariados para analizar las reminiscencias del discurso militante y la emergencia del ciudadano en el proceso doble de desarticulación de la clase obrera y las transformaciones en el mercado laboral

El mundo con clases sociales y el mundo sin clases: dos clases de mundo.

El concepto de clase social y su estudio desde la sociología conlleva una problemática histórica en torno a su ontología. El debate se ha movido generalmente en torno a dos posiciones, la primera la que consideraba la clase social como una realidad sustantiva (que puede ser estudiada objetivamente), la segunda la que la entendía como una construcción teórica del sociólogo para la comprensión de la realidad tanto material como subjetiva. Cabría decir que en cuanto a realidad objetiva se han dado dos tendencias en debate, pero que según A. Bilbao, ambas parten de la premisa de la existencia de la clase como realidad, no como categoría sociológica, a pesar de sus discrepancias. Por un lado tenemos los que han considerado que las clases sociales son consecuencia de las relaciones materiales dentro de la estructura social. Por otro lado, están los que consideran que la subjetividad y percepción de los individuos es lo que configura la clase social.

La clase como tipo ideal en la ciencia social es el resultado de las características en las cuales el sociólogo basa su categorización. Según Andrés Bilbao la teoría clásica, tanto la economía política clásica como el marxismo tradicional han considerado a las clases sociales como realidades sustantivas en las que se distinguen tres momentos: la posición en el proceso de producción en cuanto a la propiedad (la fuente de ingresos: salario, renta, capital), las relaciones sociales, y los intereses objetivos que se corresponden con la clase social y la conciencia político-social. Este análisis de lo social en base a la pertenencia a una clase se corresponde con un mundo en el que las relaciones sociales y políticas se conciben en función de la clase social. En este sentido, la clase social articula la vivencia personal con las condiciones sociales de la interacción colectiva.

Andrés Bilbao introduce un elemento esencial para la comprensión de la importancia de la desestructuración de la clase obrera en la actualidad, y sus consecuencias en la esfera política. Según su criterio, la clase obrera es también una categoría política, en tanto que históricamente se corresponde con una construcción política. Entender esta dimensión de la clase obrera es primordial para comprender la funcionalidad de su desestructuración para la continuidad del orden existente. La clase obrera no es simplemente una categoría sociológica sino que se corresponde con una realidad subjetiva de una opción política basada en la posición en las relaciones de clase. Es una realidad histórica en la que las relaciones sociales se concebían en términos de intereses de clase. La opción política es una prolongación del conflicto social: lo político se caracteriza por el antagonismo de clases. La interpretación de las posiciones relacionales en el espacio social contemporáneo no se corresponde con este esquema. Son más complejas puesto que los factores culturales, sociales, económicos y simbólicos intervienen de forma más ininteligible en la percepción de la posición en relación con otras clases. Y esto tiene sus consecuencias en la coherencia de la construcción del discurso político, la falta una relación de las diferentes esferas sociales en la narrativa vital. Esto puede traduciría en la falta de movilización ante las medidas fiscales que se toman estos días; las apariencias como si nada pasara a pesar de que los contribuyentes (a los que se alude siempre como «los ciudadanos») afrontarán los costes del entramado financiero.

La sociología a partir de los años 60 y 70 va abandonando la categoría de clase social para sustituirla por el concepto de individuo (paralelamente a la desarticulación del discurso militante). Así se alimenta una fragmentación de la clase obrera que influye en el análisis sociológico: En lo social pasa a ser un agregado de individuos que se relacionan en el mercado, en la política es el ciudadano y en el proceso de trabajo es el trabajador perteneciente a la fuerza de trabajo. Como consecuencia, el objeto de estudio en la sociología será el individuo. La clase social pasa a un segundo plano, o a una mera revisión histórica, y es sustituida por el concepto de ciudadano y el de movimiento social.

El abandono paulatino desde las instancias intelectuales de la categoría clase social que suponía una comprensión extensa de lo social es paralelo al cese de la subjetividad obrera como categoría política. Según nos muestra el libro Obreros y Ciudadanos de A. Bilbao, en los discursos de los trabajadores conviven elementos del discurso militante con otros del individuo. La relevancia de este análisis para las ciencias sociales está en la comprensión del cese de la expresión colectiva que cuestione la naturalización de las relaciones sociales contemporáneas y la acción política que amenace su continuidad. [1]

El riesgo de las ciencias sociales está en permanecer en el análisis de las subjetividades políticas sin profundizar en la estructura social y el proceso de cambio subjetivo. La desaparición de la clase obrera como construcción histórico-política es paralela al auge de nuevas identidades políticas que no se corresponden con la situación en el sistema productivo. Sin embargo, la línea que relaciona la posición material en las relaciones laborales-económicas con las demandas políticas se ha quebrado. Lo que A. Bilbao evidenció con su análisis es que esta desarticulación está lejos de corresponderse con el final del malestar relacionado con el trabajo y con el final de la desigualdad y explotación en el empleo.

De acuerdo con sus palabras, las consecuencias de este proceso son alarmantes no sólo desde una visión de la estrategia política, sino desde las ciencias sociales. Estas, que deberían cuestionar el orden de las relaciones de poder simbólico (que dan sentido al mundo y mantienen las relaciones asimétricas de dominio) deberían alarmarse por la falta de un discurso que en esta coyuntura política y económica fuera capaz de independizarse políticamente del capital. Deberían alarmarse ante la falta de acción política contra la injusticia y desigualdad, que estos días queda, si cabe, más al descubierto

Discurso militante y discurso desestructurado.

El discurso militante proviene de la ideología obrera (de la conciencia de clase [2] ), es decir, de una cosmovisión que considera las relaciones del sistema capitalista como relaciones de explotación entre clases. Por ello, el interés individual se identifica con el interés colectivo de clase. La visión crítica del mundo social proviene de una racionalización de las condiciones de explotación que se proyecta como una alternativa política. Este discurso busca la integración material a través de la disolución del antagonismo. Mediante este discurso el obrero articula su experiencia social negativa con la praxis política.

Sin embargo, el discurso desestructurado que domina hoy, percibe las condiciones económicas y las relaciones laborales como ajenas a la actividad política. La experiencia en las relaciones económicas es considerada como una materialidad física ajena a la ideología y práctica política. La visión negativa de las relaciones laborales puede darse, pero no se traduce en acción política. El malestar social no conlleva una posición crítica y subversiva, la sociedad se concibe en términos positivos, sin oposiciones colectivas. El individuo se enfrenta sólo y desamparado a las relaciones sociales, en las que se ocupa de buscar su propio interés dentro de las condiciones de lo posible, que no tiene una correspondencia normativa con un interés colectivo en busca de la justicia social .

El discurso desestructurado supone la integración por consenso. El orden social es aceptado como inevitable, por lo que la experiencia material no implica una actitud política negativa,» la integración es por ello ideológica, no material». En el momento en el que A. Biblbao llevó a cabo el trabajo de campo y la investigación del proceso de reestructuración económica, se encontraron discursos superpuestos de estos dos tipos ideales de discursos. En esos momentos los discursos se correspondían además con las condiciones de trabajo y las formas de empleo. Según Bibao, los sectores dónde había cambios en la temporalidad del trabajo y las condiciones de precarización relacionadas con la reestructuración económica se correspondían con preeminencia cuantitativa y cualitativa de discursos ciudadanos y viceversa.

Según esta tendencia que encontraba el autor en los 90 podemos esperar que actualmente predomine el discurso ciudadano. El malestar y el desinterés por el trabajo que puede formar parte de la narración del ciudadano, no se articula políticamente. Los trabajos temporales, la baja remuneración, las condiciones infrahumanas incluso en trabajos cualificados, y otras circunstancias, pueden configurar la negatividad en torno al trabajo y la actividad laboral. Sin embargo, esta potencialidad, no se traduce en una negación del sistema de producción, ni se cuestiona el paradigma desarrollista y de bienestar social. Estos días de crisis del capital, incluso las demandas e intervenciones de la izquierda y los sindicatos están más cercanas al discurso del ciudadano que al discurso del obrero.

Desde el punto de vista normativo y ontológico no creo que para A. Bilbao la clase obrera fuera el único sujeto político capaz de negar el orden existente en acción colectiva. Sin embargo, atendiendo al enfoque histórico de su trabajo, la desarticulación de la clase obrera es síntoma de y consecuencia de la hegemonía de nuevos sujetos (individuos ciudadanos) con limitaciones como categoría política subversiva. Probablemente no deberíamos ver esto como una imposibilidad ontológica de emergencia de otros sujetos políticos que articulen otras formas de resistencia en aras de la emancipación social; pero sería necesario la emergencia de sujetos colectivos que superaran los límites de los discursos obreros y a su vez subvirtieran la condición política del ciudadano.

* Cristina Catalina es Estudiante de CC. Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid

Referencias bibliográficas de A. Bilbao

– Andrés BILBAO, Obreros y ciudadanos. Ed. Trotta. 1995. Madrid.

– Andrés BILBAO, La economía como norma social, en Cuadernos de Relaciones laborales, Nº16. Págs. 37-58. ISSN 1131-8635

– Andrés BILBAO. La crítica del discurso económico, en Cuadernos de Relaciones laborales, Nº16. Págs. 9-11. ISSN 1131-8635

– Andrés BILBAO Trabajo, empleo y puesto de trabajo. En revista Población y sociedad. Nº34. Págs. 69-82. 200.



[1] En sus palabras vemos la necesidad del estudio de las consecuencias sociales y teóricas del discurso ciudadano: «En cuanto que sólo existe un sujeto social, aquel para el cuál el capitalismo como forma de organización social resulta funcional sólo cabe hablar de una teoría económica que consolida al capitalismo. (…) La teoría crítica del capitalismo es la expresión de sujeto alternativo al capitalismo. Ahora bien, en la medida en que no existe este sujeto, la teoría crítica es mera utopía.» La clase revolucionaria «sólo puede diluir el capital en la medida en que se autonomice políticamente del capital».

[2] A través de esta conciencia de clase el obrero articula las condiciones de su existencia en una cosmovisión con coherencia interna. Traza una línea que relaciona la experiencia con las condiciones materiales y las expresa en una acción política, basada en el interés colectivo y la solidaridad. A pesar de lo trascendental de esta conciencia; el discurso ciudadano desestructurado, no logra superar una visión sesgada del mundo; y lo que es peor, no parece, como constatan los momentos actuales, que conlleve una visión crítica (¿cabría preguntarse qué esperanzas para la transformación social muestran estos tiempos de crisis los individuos libres e informados capaces de analizar su situación y actuar racionalmente en los que se basa la democracia liberal representativa ?). Según el análisis de Andrés Bilbao la respuesta está en las limitaciones de sujeto ciudadano (por su construcción socio-histórica) El ciudadano carece de conciencia; y ni tampoco concibe la movilización colectiva como revolucionaria. Esto nos habla de la condición contemporánea en la cuál la realidad no se corresponde con una forma oculta de conciencia, sino con la forma pragmática en la que se presentan las relaciones sociales. Así, la política institucional se corresponde con opciones en paralelo al mercado.