Los países que forman el llamado G8 son los más ricos del mundo. Representan aproximadamente el 12% de la población mundial pero disponen del 40% de la riqueza planetaria y protagonizan la mitad del comercio internacional. Tendrían la posibilidad, por tanto, de ser generosos. Si quisieran. Sus gobiernos anunciaron hace unos días que iban a […]
Los países que forman el llamado G8 son los más ricos del mundo. Representan aproximadamente el 12% de la población mundial pero disponen del 40% de la riqueza planetaria y protagonizan la mitad del comercio internacional. Tendrían la posibilidad, por tanto, de ser generosos. Si quisieran.
Sus gobiernos anunciaron hace unos días que iban a perdonar la deuda de los países más pobres del mundo y anunciaron la nueva como si se tratase de un acto de suma generosidad. Los periódicos de medio mundo dieron la noticia como si hubiesen eliminado la pesada losa que cae sobre los países más empobrecidos del planeta y han hecho creer a la gente que realmente se trata de una condonación efectiva, total y permanente de la deuda. Pero no es así.
Enseguida mostraré que se trata de un verdadero fiasco pero, con independencia de ello, es necesario destacar que, una vez más, la sociedad civil ha forzado la actuación de los gobiernos. Millones de personas, cientos de organizaciones y de intelectuales de todo el mundo vienen pidiendo desde hace años la condonación de la deuda externa que imposibilita el desarrollo de los países empobrecidos del planeta. Los responsables políticos, los economistas oficiales, los popes que defienden lo que es bueno y lo que no, aquello que se puede hacer y lo que no conviene a los poderosos, se han negado siempre a esta posibilidad. Siempre han dicho que los deudores tenían que hacer frente a sus deudas y siempre han despreciado a los movimientos sociales que reclamaban generosidad y justicia. Primero, los despreciaban, luego los atacaron diciendo que eran peligrosos antisistema. Pero, al final, empiezan a darles la razón. Los mismos gobiernos que ahora adoptan estas medidas son los que negaban cualquier posibilidad de ser generosos hace unos años, aunque fuese en la escasísima magnitud de las medidas que acaban de adoptar. Nadie debe creer que se han vuelto generosos de repente. Ni Blair ni Bush se han vuelto locos. Hemos de ser conscientes de que sin esos años de insistencia, de reivindicación constante, ni siquiera se hubieran planteado lo que ahora proponen. Los radicales a los que ningunearon y a los que tanto desprecian acaban por ser los que marcan la agenda del progreso en el planeta. Como ha ocurrido siempre.
Por eso conviene ser conscientes de que la propuesta que han realizado los gobiernos más ricos del mundo ni resuelve gran cosa ni va a permitir que los países pobres dejen de serlo.
Los países ricos se limitan a paliar los efectos de una situación injusta pero no la resuelven del todo. Hay que insistir en una idea principal: la deuda externa ha sido impuesta a esos pueblos de modo ilegítimo y criminal. Es odiosa y por tanto debe ser repudiada. Los pueblos empobrecidos no deben pagar ni un solo dólar más. La deuda externa es la consecuencia del saqueo (literalmente hablando) de las empresas internacionales (entre ellas algunas españolas); de la desvergüenza de los bancos (que utilizaron sus sucursales como sociedades desmembradas para obtener rendimientos y no asumir obligaciones); de la evasión de capitales de los oligarcas y financieros corruptos que tanto hablan de patriotismo (mientras que los trabajadores inmigrantes son ahora los que envían remesas para pagarles intereses leoninos); y, por supuesto, de la imposición de políticas por parte del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional que los llevaron a la ruina.
Es verdad que hubo gobiernos corruptos que endeudaron a esos países pero, no es casualidad que, en la mayoría de los casos, fueran gobiernos dictatoriales cuyos dirigentes habían sido formados, apoyados y orientados por los países poderosos.
Si se quiere hacer justicia no hay otra posibilidad que condonar para siempre la deuda externa, de forma incondicional y definitiva. Estados Unidos lo ha hecho en varias ocasiones en países en los que consideró odiosa la deuda (Cuba 1898 o Polonia 1990) y ahora es de justicia hacerlo con todos.
Los gobiernos de los países ricos han establecido que para beneficiarse de la ayuda los países empobrecidos deberán someterse a las condiciones que les dicten los organismos internacionales y estas son muy claras: deben abrir de par en par las puertas de sus economías (algo que no hacen los países ricos, que obstaculizan el comercio que viene de los pobres) para que las empresas extranjeras y los productos de fuera entren allí sin problemas. Y, además, deberán privatizar los recursos naturales (como el agua, que es el petróleo del siglo XXI) para que pasen a ser propiedad de las multinacionales que esperan como cuervos el botín que le han cocinado los gobiernos ricos. Y, junto a eso, las recetas de siempre: menos gasto social, menos estado y más mercado.
Esas son las mismas recetas que provocaron la deuda: enajenan a países que tienen recursos de sobra y los ponen en manos de intereses foráneos que sólo llegan allí a coger el dinero y salir corriendo. Los precios de los servicios privatizados subirán, habrá más pobreza y se convertirán tan solo en suministradores de recursos para los ricos.
Por otro lado, cuando la condonación de la deuda no es total y definitiva los problemas se reproducen. Desde 1996 existe ya un programa denominado Iniciativa para los Países Pobres Altamente Endeudados que se suponía iba a aliviar sus problemas. Su resultado es claro: en 2005 van a pagar más que en 2003 para hacer frente a su deuda externa.
Esta impide que los países que la sufren salgan adelante. Valgan algunos ejemplos. Uganda se benefició en 2002 y 2003 de cancelaciones parciales pero la deuda le sigue suponiendo el 209% de sus exportaciones. La deuda argentina es el 453% de sus exportaciones, la de Nicaragua el 688%, la de toda América Latina el 184%. ¿De dónde van a poder sacar entonces recursos para pagarla?, y, mientras la pagan, ¿de dónde van a sacar recursos para hacer que la economía funcione? América Latina ha pagado ya siete veces de la deuda que se generó hace veinte años, ¿cuántas veces más tendrá que pagarla para que se queden satisfechos los bancos multimillonarios?
Lo que han aprobado los países ricos sólo alivia menos del 20% de la deuda externa total, afecta a países cuya población es apenas el 10% de la de todos los países empobrecidos por la deuda, dicen que su «generosa» aportación perdona el 100% de la deuda de los 18 países más pobres pero lo cierto es que sólo representa la cuarta parte de lo que todos los países endeudados pagan en un año. Y, además, se deja a un lado a la deuda privada que es la más voluminosa y también la más injusta.
Los ricos se han vuelto a comportar una vez más como lo que son: causantes de la pobreza e insolidarios. Y esta vez, además, embusteros.