La prensa está abocada a la construcción de una nueva amenaza social: el mapuche, que no es la causa mapuche, sino la simple y arbitraria violencia atribuida a un pueblo originario. Un proceso levantado y amplificado por El Mercurio y recogido y estimulado por el resto de los grandes medios. El nuevo peligro social crece […]
La prensa está abocada a la construcción de una nueva amenaza social: el mapuche, que no es la causa mapuche, sino la simple y arbitraria violencia atribuida a un pueblo originario. Un proceso levantado y amplificado por El Mercurio y recogido y estimulado por el resto de los grandes medios.
El nuevo peligro social crece alimentado por un discurso alegórico, capaz de destapar y expandir los profundos prejuicios racistas incubados durante la historia chilena. El enemigo interno desarrollado durante la dictadura, que también era externo -recordemos el «comunismo internacional» recitado en el atropellado e incoherente fraseo de Pinochet- toma hoy la figura del indígena, que invoca también al miedo -del terror a la violencia- al desconocido, al otro. Una inquietud ancestral apostada desde los orígenes del estado chileno, que justifica la contención, la trinchera, la exclusión. La represión y persecución. Hasta el asesinato.
El estado neoliberal, aquel que pregona todo tipo de libertades, es un estado represor. Y no tiene alternativa ni salida. La desigualdad que produce la economía de libre mercado, desigualdad inherente a este capitalismo extremo, requiere de vigilancia permanente, de organismos de seguridad, de policías militarizadas. Porque mantener el mal denominado libre mercado, que sólo otorga libertad a los grandes propietarios, es mantener la herramienta que multiplica todas las desigualdades y exclusiones. La democracia neoliberal, expresada en la manipulación política, en la mentira ejercida a través de los medios, la ubicuidad e impunidad de las corporaciones… sólo se mantiene en pie bajo un aparato policial. El paso a una dictadura probablemente sea un asunto de matices.
La policía está al servicio de una clase, la dominante. Lo mismo que el estado y, en la precaria y desfigurada democracia chilena, todo el andamiaje político. Esta afirmación, que surge de la evidencia, ya no nos crea extrañeza alguna. El aparato policial está para cuidar a las elites, a los regalones y bendecidos por el neoliberalismo. La policía militarizada no sólo reprime al delincuente común y sus derivaciones, siempre pobres, de origen y situación, sino a los trabajadores, sindicatos, estudiantes y ciudadanos. A todo atisbo de organización social. La máquina represiva está al servicio del statu quo que favorece a las grandes corporaciones para controlar la lucha de clases. Lo que no puede hacer el modelo neoliberal, que no suaviza las contradicciones ni la lucha de clases, sino las acrecienta, lo hace el estado de clase a través de su brazo armado.
Lo que vemos en el pueblo mapuche son señales extremas de este estado neoliberal represor. Es su evidente orientación, su curso y acción. El «libre mercado» en la región mapuche está solidificado en las grandes forestales y terratenientes históricamente favorecidos por el estado chileno en medio de un universo de mapuches desplazados. Libertad para las elites propietarias, dependencia para el resto de la población. Esclavismo económico para el mapuche. Un statu quo que solo se mantiene con una creciente fuerza.
Pero nada de ello es visible para el ciudadano común, alienado con la realidad construida por los grandes medios de comunicación. El conflicto mapuche, mediatizado e impulsado por El Mercurio -cuyos vínculos con los terratenientes y las empresas forestales en la Araucanía son bien conocidos- circula por el resto de los grandes medios, en manos de las corporaciones y sus favorecidos. Se trata de un relato diseñado a la medida de los grandes propietarios que se acopla con prejuicios atávicos producto de la ignorancia, endurecida y fomentada con deleite por la gran mayoría de los diarios, la televisión y la radio. Los grandes medios son una herramienta fundamental para mantener el orden neoliberal a través de la confusión, de simuladas pero interesadas simbologías, de la siembra y posterior cosecha del temor y el aprecio de falsas identidades y satisfacciones. Es el espíritu burgués, complaciente e individualista, temeroso y egoísta, reduccionista, autista. Un espíritu, un sentido de vida, que solo aprecia y se identifica con sus «iguales», que rechaza, desprecia y teme, a todas las diferencias, a los otros. El mapuche, el indio irracional y violento que alegoriza esta prensa, es aquel otro. El burgués y el aspirante a burgués, en su desesperación por integrarse ya no solo le teme. Ha comenzado a odiarlo.
Es una construcción perversa y peligrosa. Como la que desarrolló aquella misma prensa afín a la dictadura durante los nefastos 16 años. Aquellos «otros», perseguidos, asesinados, maltratados y denigrados, fuimos nosotros. Hoy, nuevamente, el diferente, el mapuche, el no chileno, violento, el «terrorista», somos otra vez todos nosotros.
Fuente: http://www.worldimagepress.org/dchile.htm
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