El gobierno demócrata puede volver a las medidas keynesianas. Pero no deben fijarse las esperanzas en grandes cambios en la economía global.
Barack Obama es el presidente electo de Estados Unidos y este artículo va a tratar de indagar sobre cómo es la economía que se viene con su administración. No vamos a caer en los reiterados hasta el hartazgo lugares comunes del tipo «estamos ante un hecho histórico», o que se trata del «primer presidente de color en llegar a la Casa Blanca», que «los afroamericanos hace treinta años no podían subir a los ómnibus y ahora uno de ellos maneja la superpotencia», u otros que el lector tenga más frescos en su memoria. Acá vamos a hablar (o escribir) sobre Economía, que no distingue entre etnias, credos o géneros.
Estados Unidos, se sabe, es la mayor economía mundial. Producirá bienes y servicios (Producto Bruto Interno o PBI) en 2008 por un poco más de 14 billones de dólares, y representa alrededor del 20 por ciento de la producción mundial. Por lo tanto, cualquier medida de política económica fronteras adentro tiene inevitables consecuencias off shore.
Entonces, conocer cuáles son las propuestas que la nueva administración va a llevar adelante una vez que se posesione del mando el 20 de enero próximo es elemental para acercarnos a cualquier previsión posible. Obama presentó una serie de medidas económicas casi al cierre de su campaña electoral, a la vez que algunos de sus asesores sobre América Latina se han referido a la relación con ese colectivo de naciones que nace precisamente en su frontera sur.
En principio es necesario brindar un acercamiento a la economía que el presidente George W. Bush le deja a su sucesor en el cargo. La contabilidad del Departamento del Tesoro nos muestra que la Unión tiene un déficit federal de más de 500.000 millones de dólares, equivalentes a los PBI de Argentina y Chile sumados. Ergo, su deuda pública ya superó los 10,5 billones y en aumento. El déficit comercial es de unos 700.000 millones de la misma moneda, la inflación se triplicó al 4,5 por ciento y el desempleo pasó del 4 al 6 por ciento. Todos estos números, no debemos olvidarlo, se consagran en medio de una crisis financiera y económica donde más de tres millones de estadounidenses van camino a perder sus viviendas por no poder pagar los préstamos hipotecarios.
El mismo día de las elecciones -4 de noviembre- Obama presentó su plan para atenuar la inminente crisis con un paquete de 60.000 millones de dólares, menos del 10 por ciento del «megarescate» que el Congreso estadounidense aprobase el mes pasado. Según la prensa especializada, la nueva gestión prevé «una exención tributaria por los próximos dos años para los comercios que creen nuevos empleos dentro del territorio nacional». Se trata de un crédito impositivo temporal de 3.000 dólares por cada nuevo empleo generado.
El paquete está dirigido a las clases medias. Este sector es el más perjudicado por la explosión de la burbuja financiera, y Obama propone una moratoria de 90 días para las ejecuciones de viviendas de propietarios que vivan en sus casas y muestren que se esfuerzan en pagar sus hipotecas.
El paquete se completa con la posibilidad de realizar retiros sin penalidad de cuentas de ciertos pensionados y retirados por un máximo de 10.000 dólares este año y el próximo; una petición al Capitolio para que el Tesoro ayude a descongelar los mercados para hipotecas individuales, préstamos de estudios, autos, viviendas de varias familias y préstamos de tarjetas de crédito.
Por último, también busca eliminar temporalmente los impuestos a los beneficios de seguros de desempleo y que la Reserva Federal y el Tesoro se preparen para garantizar un mayor rango de pasivos del sistema bancario.
Según publicó el diario Clarín, «Obama buscará también invertir más en salud y educación, bajar impuestos a las clases media y baja compensando con un alza de 35 a 39 por ciento a ingresos altos y, quizá, de 15 a 25 por ciento a ganancias». También se menciona en los círculos más cercanos al presidente electo que va a impulsarse con fuerza la obra pública. Este tipo de medidas son de carácter keynesiano, casi en las antípodas de las enarboladas por la administración Bush.
Con respecto a las consecuencias sobre América Latina, Obama va a abandonar la idea de establecer Tratados de Libre Comercio (TLC) con estos países. Se van a mantener los existentes con Chile, Perú y las naciones centroamericanas, además del Northern American Free Trade Agreement (Nafta) que integra con Canadá y México, pero es seguro que Colombia va a quedarse con las ganas. El senador demócrata se pronunció a favor de los tratados de libre comercio sólo si incluyen cláusulas para proteger el medio ambiente y los derechos de los trabajadores.
Tampoco debe esperarse que Obama busque reabrir las negociaciones en el seno de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Bush contó durante su gestión con la fast track o «vía rápida», una herramienta que la otorgase el Congreso en Washington cuando todavía los republicanos tenían la mayoría. Con este instrumento, la Casa Blanca podía negociar acuerdos comerciales bilaterales o en el seno de la OMC y el Capitolio sólo podía aceptarlos o rechazarlos, pero no modificarlos. No existen manifestaciones de la futura gestión de solicitar una nueva oportunidad al respecto.
Estas medidas podrían traducirse en un entorpecimiento de las exportaciones regionales con cierto grado de elaboración hacia Estados Unidos, pero una apertura a la colocación de agrocombustibles. Esto puede beneficiar a Brasil, Centroamérica y Argentina, con las consecuencias que el cultivo de esta producción tiene y hemos advertido en distintas oportunidades. (Ver: «América Latina y su futuro energético». APM 12/10/2007)
La tradición presidencial estadounidense indica que en los primeros 100 días va a delinearse la gestión de cuatro u ocho años de la Casa Blanca. El presidente número 44 no busca ser la excepción. Según el periodista y escritor Thomas Friedman «Obama podrá tener la oportunidad de ser no sólo el primer presidente negro sino uno de nuestros pocos grandes presidentes, esos que asumieron en nuestras horas más oscuras y en el fondo de algunos de nuestras pozos más hondos».
Esa esperanza estadounidense puede comenzar a desvanecerse a partir del 20 de enero, cuando Obama ingrese ya como presidente a la Casa Blanca, o incluso antes, cuando nombre a su Gabinete. En un principio, Wall Street no lo recibió de la mejor manera debido a que el mandatario electo prometió investigar a las empresas operan en el mayor mercado bursátil mundial para hallar a los culpables del crac. Pero estas advertencias debemos ubicarlas dentro de la propia historia de Estados Unidos, donde estas críticas desde ningún punto de vista pueden advertirse como un ataque a la organización de la economía, sino como un intento de poner un poco de orden y administrar el sistema vigente.