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La edad de oro de los estados mafiosos

Fuentes: Agencia Prensa Rural

Hace unas semanas un periodista ruso que vive en el Reino Unido lanzó un libro sobre el auge de la mafia en el mundo. «La globalización es la edad de oro de las mafias», alcanzó a profetizar Misha Glenny, mientras presentaba «McMafia», su enciclopédica obra sobre los colegas de Al Capone y Pablo Escobar. El […]

Hace unas semanas un periodista ruso que vive en el Reino Unido lanzó un libro sobre el auge de la mafia en el mundo. «La globalización es la edad de oro de las mafias», alcanzó a profetizar Misha Glenny, mientras presentaba «McMafia», su enciclopédica obra sobre los colegas de Al Capone y Pablo Escobar. El libro presenta a las mafias como organizaciones aisladas que se aprovechan de los vacíos éticos, geográficos y de poder del capitalismo, y que operan en función de coyunturas muy específicas, desvinculándolas del ejercicio local del poder o de los intereses imperiales en las regiones. Cabría afirmar, con mayor rigurosidad, que la globalización fácilmente representa la edad de oro de los estados mafiosos en el mundo.

Estando en Sicilia, hace algunos años, en un foro internacional sobre drogas, me explicaban los italianos el origen de la «mafia siciliana». Se trataba de unos latifundistas que organizaron un grupo de sicarios, denominados los mafiosos, para asesinar a los isleños que se organizaban para reclamar tierra. Con el tiempo los mafiosos se hicieron tan fuertes que se volvieron latifundistas y comenzaron a imponer sus políticas mafiosas al resto de la sociedad tal y como sucede actualmente en Palermo y el resto de Sicilia.

En Nápoles, también Italia, se vive actualmente una crisis sanitaria sin precedentes para un país europeo: las basuras se pudren en las calles al impuro estilo medieval, sin que hasta el momento se pueda solucionar el problema. Resulta que la camorra (mafia) napolitana es quien gestiona la recogida de basura de la ciudad y de la región de Campania, a través de concesiones y alianzas estratégicas, lo que le ha permitido ganar en los últimos diez años 132 mil millones de euros con el «tratamiento» de basuras. La camorra ha hecho desaparecer los residuos de las industrias del desarrollado norte de Italia e incluso de otros países europeos, como Alemania o Suiza, ofreciendo unos precios sin competencia. Mientras que una empresa legal cobra entre 20 y 60 céntimos de euro por la eliminación de un kilogramo de residuos industriales, la mafia napolitana sólo pide 10 céntimos.

La camorra, «en su gran capacidad para infiltrarse en todos los poderes y sacar provecho de cualquier situación», ha sido además capaz de hacerse con buena parte de los dos mil millones de euros que la Comisión Europea ha desembolsado desde 1991 a Campania para mejorar la gestión de las basuras y proteger el medio ambiente. Cuando hay problemas graves siempre aparece alguien con «inteligencia superior». Esta vez se trata de un empresario, también napolitano, que ha presentado al gobierno un plan solidario para salir de la crisis. Propone enviar por barco la basura hasta Paraguay. Los residuos se enviarían en unos 300 contenedores a un coste de 275 euros por tonelada, y una vez allí se reciclarían, dando trabajo a miles de personas empobrecidas en el país suramericano. La propuesta busca donar la basura de Nápoles a las poblaciones paraguayas interesadas en transformar la mierda en residuos orgánicos destinados a fertilizar la tierra. Sólo se necesita convencer al gobierno italiano del recién reelegido Berlusconi, experto en este tipo de negocios, para que pague su transporte, quizás con los fondos europeos. Pero, teniendo en cuenta los resultados electorales en Paraguay es muy probable que este gran proyecto solidario se vea truncado.

La construcción de los estados mafiosos obedece a un patrón. Generalmente se dan en el seno de estados con soberanía limitada, precariedad institucional, en crisis o como resultado de estados inviables y son el producto de acuerdos internos entre oligarquías, empresas, militares, policías, funcionarios corruptos y bandas delincuenciales que se asocian para mantener un statu quo beneficioso para todas las partes. Para que el estado mafioso funcione se debe contar con el respaldo del centro de poder o imperio más cercano de acuerdo a sus intereses.

Algunas veces el estado mafioso se construye totalmente desde afuera, desde el centro de poder. El caso más fresco es el recientemente independizado Kósovo, cuyo líder independentista es al mismo tiempo el jefe mafioso del naciente país. Por eso era fácil ver a los que festejaban la independencia de Kósovo con la bandera de los Estados Unidos en las manos. Igual fenómeno ha ocurrido en Pakistán, que es más complejo aún, pues se trata de un ejército respaldado por Washington con estado mafioso y bomba atómica al mismo tiempo, donde también, entre otras cosas, se acostumbra a matar a los candidatos opositores al régimen con algún nivel de oportunidad.

En Afganistán es igual. Allí, bajo el pretexto de luchar contra la invasión soviética y el comunismo internacional, armaron y capacitaron a una banda de estudiantes del Corán, que cuando finalmente expulsaron a los rusos se comportaron mucho peor que ellos y fundaron un estado mafioso que a su vez se independizó de los Estados Unidos. Ahora están en un cruce de bombas que les conviene tanto a los maestros de la guerra como a los estudiantes del Corán (talibanes). Los bombardeos sobre objetivos civiles con centenares de muertos poco importan, lo importante para la comunidad internacional tal vez sea que este país es ya el principal productor de opio y heroína en el mundo.

Pero tal vez el caso más emblemático de mafia de estado en el mundo se esté consolidando en Colombia. Cuenta con todas las características de otros casos en el mundo, pero con unas especificidades que vale la pena mencionar. Nuestra mafia de estado es la resultante de un acuerdo entre la oligarquía colombiana y la administración estadounidense. Tan claro como que Colombia es el cuarto receptor en el mundo de «ayuda» militar de los Estados Unidos y tan obvio como que resultado de las políticas de sometimiento a la justicia de los narcos y las extradiciones, el Departamento de Estado gringo conoce de tiempo atrás todas la relaciones entre la institucionalidad del estado y las mafias del narco-paramilitarismo.

La mafia de estado en Colombia se configuró alrededor de doctrinas de seguridad nacional y de contrainsurgencia que se plasmaron en el accionar paramilitar contra la oposición política y los movimientos sociales. Estas doctrinas fueron asimiladas por nuestros militares en la Escuela de las Américas y estaban incluidas en los paquetes de ayuda militar gringa que curiosamente fueron introducidos al país para acabar, en su orden, con las guerrillas, el narcotráfico y el terrorismo.
En las regiones los espurios hijos del estado, es decir, las mafias paramilitares ocuparon el vacío de la institucionalidad y poco a poco se fueron ocupando de todo tipo de negocios legales e ilegales, desde el tráfico de cocaína, las apuestas, el robo de gasolina hasta los dineros de la salud pública, los contratos de la administración y la para-tributación (extorsión) al comercio.

El modelo funcionaba perfectamente: mientras se desaparecía y asesinaba a decenas de miles de colombianos, los políticos regionales representaban a los mafiosos en los cargos públicos y los espacios de participación política. Se construyó una aceitada maquinaria electoral que partía de lo local y terminaba en el congreso y la silla presidencial. En el Magdalena Medio Ernesto Báez designaba y financiaba a los alcaldeables y a senadores paramilitares como Carlos Arturo Clavijo, y estos a su vez promovían la campaña presidencial del «capo di tutti capi», Uribe Vélez. Así funciona.

Los medios de comunicación propiedad de los grupos empresariales y de algunas multinacionales como los grupos ibéricos Planeta y Prisa callan y tapan, al tiempo que se encargan de construir un único problema nacional que justifique el paradigma mafioso y la necesidad de un redentor de dudosa prosapia con más del 80% de popularidad mediática. Estos medios, que promueven el proyecto ideológico del estado mafioso, fueron tejiendo una superestructura entre las masas urbanas idiotizadas que adoptaron paulatinamente un virtual modo «traqueto» de vida, saturado de modelos, reinas, tetas, culos, telenovelas y dinero fácil. El establecimiento, los medios de comunicación y sus propietarios convirtieron al país en un gran circo romano donde se volvió totalmente normal matar y comer del muerto.

Pero el modelo comenzó a desgastarse: los desaparecidos y ejecutados en tanta cuantía empezaban a salirse de las fosas. Uribe ideó una formula para enfrentar el desprestigio internacional y para legalizar a sus desmadrados paramilitares. Se trataba de un monólogo con parafernalia de desmovilización y reinserción a la vida civil mediante una ley que garantizara impunidad. La insatisfacción de algunos mafiosos con lo pactado, la mutua delación propia de las bandas, la moral de las víctimas y el ético desempeño de algunos magistrados precipitaron la crisis. Por lo menos uno de cada tres congresistas colombianos es paramilitar: hay ya 33 de ellos en la cárcel. Es sólo el comienzo. En un futuro, ojalá no lejano, las comisiones regionales de la verdad deberán dar a conocer a la sociedad colombiana la cara de los políticos locales, los empresarios y los militares responsables de esta orgía de sangre.

La escena representada por el primo-hermano del capo tratando de huir del estado cloaca bajo la figura del asilo político refleja el grado de regresión antropológica que representa la mafia con funciones de estado en Colombia.