«Estamos hechos de historias» decía Eduardo Galeano y aquí rescato una historia que nos hace, nos construye como personas, nos enraiza a la tierra, nos da fuerzas para seguir adelante nutriéndonos de la experiencia de quienes estuvieron aquí antes que nosotras. La historia de mi vecina Paca. Su historia es la de cientos de miles […]
«Estamos hechos de historias» decía Eduardo Galeano y aquí rescato una historia que nos hace, nos construye como personas, nos enraiza a la tierra, nos da fuerzas para seguir adelante nutriéndonos de la experiencia de quienes estuvieron aquí antes que nosotras. La historia de mi vecina Paca.
Su historia es la de cientos de miles de hombres y mujeres que nacieron en el primer tercio del siglo XX y sufrieron la violencia y las consecuencias del golpe de estado militar franquista de 1936.
Estas personas, como ella, tienen una edad muy avanzada por lo que no podemos permitir que sus historias se pierdan porque es la historia de nuestros pueblos. Siguiendo esta filosofía me dispuse a organizar una entrevista, una charla con mi vecina Paca y mi amigo Jose (J.A. García Farrona) que es quien me avisó de que ella se mantenía lúcida a pesar de sus 90 años. Y que no lo debíamos dejar ir mucho más tiempo.
No era más que una recogida de testimonios de personas que vivieron uno de los momentos más duros de la historia de nuestro país. Una de las herramientas más potentes para dar luz a vivencias intencionadamente escondidas. Por supuesto que no éramos los primeros en hacerlo en el pueblo. Ya mi hermano Juan junto a otros amigos como Rubén y Alfredo hicieron un trabajo excelente hace años con Justo Gallardo nacido en 1917, Adriano Redondo (1928) y mi vecino Diego Carrasco (1925) que te ilumina el corazón cada vez que te lo encuentras por nuestra calle Bronca. Fruto de ese trabajo grabaron el documental TESTIMONIOS: Recuperación de la Memoria Histórica que debería ser de obligado visionado en los colegios e instituto del pueblo. Cada guareñejo o guareñeja debería tener una copia.
En el caso de Paca todo era sencillo, como ella, como su casa, como su vida, una mujer alegre y de confianza con la que sería muy fácil entablar esa conversación que recogiera su vida aunque no fuera en profundidad.
La entrevista fue íntima, amena, luminosa. Con un café en la mano me puse a escuchar atentamente.
Ella nació en el año 1926. Eran cinco hermanos, incluida ella. Siendo aún una niña se vió obligada a huir de la barbarie abandonando su casa y todas sus pertenencias. Por el Camino del Puerto avanzaron hasta llegar a Ciudad Real donde pasaron la guerra.
Una vez terminada ésta, cuando quisieron volver a Guareña, fueron testigos de cómo todas sus pertenencias habían desaparecido. Sus sillas, sus ropas de cama, ajuares, etc habían sido robadas. Las vecinas les decían: «Emilia, (Emilia era su madre) vuestras sábanas las tiene la fulanita y vuestras sillas la beltranita» y efectivamente, asomándose por una tapia podían ver sus sábanas tendidas al sol además de soportar las burlas de quienes tenían sus sillas buenas mientras ellos tenían que sentarse en el suelo.
Al poco de finalizar la guerra los franquistas vinieron a buscar a sus hermanos. Se los llevaron a la cárcel y se ensañaron con uno de ellos en especial, su hermano Inocente. Le quedaron baldao a base de palizas. Solía decir a sus amigos: «cabrones estos, cómo me han quedao«.
Emilia se vio obligada a buscarse la vida para sacar adelante a su familia y se dedicó a vender carbón. Una de las cosas que recordaba Paca eran las manos de su madre siempre negras por el carbón. Movida por el hambre, siendo aún muy pequeña, no tardaría en buscar un trabajo para poder comer, literalmente, porque empezó a cuidar a una niña a cambio de un plato de comida.
Trabajaba para la familia Barea que tenían una tienda en la calle Pajares, traseras de Falange. Allí no tardarían en encomendarle más tareas, algunas duras como ir con un cántaro y un cubo a la noria a por agua para comer y cocinar. Todo a cambio de algo que poder llevarse a la boca aunque en realidad ni se lo comía ya que el pan y algunas viandas que podía esconderse se las llevaba a sus hermanos para que pudieran comer, eso sí, con la precaución de no ser vista por sus señoritos/as ya que estaba terminantemente prohibido coger alimentos.
Así, a base de mucho sacrificio la familia pudo tirar para adelante y reponer en casa los bienes y pertenencias que les robaron.
Más adelante se casó y se vino a vivir a la calle Bronca. Tuvo dos hijos, uno de ellos Jose Mari el panadero, vive muy cerca de ella, siempre pendiente de su madre. Ya escribí en otra ocasión sobre la antigua tahona del barrio San Ginés en la que trabajaba él y que perfumaba todo el barrio y el colegio con un irresistible olor a pan recién hecho.
La vida de mi vecina Paca, en definitiva, es una vida dura, muy dura. Tuvo que irse para volver y empezar de cero. Sólo su fuerza y su dignidad le permitieron salir adelante.
La vida de mi vecina Paca se merece mucho más que este artículo, quizá grabarla en vídeo para proyectarla en público pero… eso ya no podrá ser. La esperada entrevista con mi vecina Paca nunca se produjo. Ya me avisó mi amigo Jose. Nuestros quehaceres cotidianos nos hicieron posponerla y Paca no aguantó. Murió el día antes de cumplir 91 años (el pasado mes de junio). Aún así todos los datos biográficos que he dado son reales. Los aportó mi vecina Teo que la escuchó hablar a veces sobre ello.
No cometáis mi error. Hablen, graben, canten, dibujen, cuenten su historia, no hay un segundo que perder, sino otros la contarán por ustedes.
Con este escrito quiero hacer un homenaje a mi vecina Paca, que bien podrían haber sido mis vecinas Manuela o María Antonia, mujeres admirables a la que no pondrán una calle con su nombre ni darán una Medalla de Extremadura pero que son motivo de orgullo y ejemplo a seguir porque hicieron lo más difícil en los tiempos más difíciles. Resistieron, se levantaron y siguieron adelante. Vencieron. Vencieron porque el franquismo era muerte y silencio y ellas vivieron y su historia vence hoy al silencio.
«Para que no se queden con toda la luz.
Para que la última palabra no sea la de ellos.»
Paca, Adriano, Manuela, Justo, Maria Antonia, Diego…
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