Cuando mi hermano Carlos Tablada me explicó que iba a plantearle a François Houtart la empresa de trabajo conjunto que ha tenido por resultado este libro, creí que no tendría éxito, a pesar de que desde hace casi medio siglo aprendí cuán empecinado puede ser Tablada. No me imaginé a Houtart dejándose entrevistar durante largo […]
Cuando mi hermano Carlos Tablada me explicó que iba a plantearle a François Houtart la empresa de trabajo conjunto que ha tenido por resultado este libro, creí que no tendría éxito, a pesar de que desde hace casi medio siglo aprendí cuán empecinado puede ser Tablada. No me imaginé a Houtart dejándose entrevistar durante largo tiempo para contar su vida, porque, como todo el que lo conoce advierte enseguida, François posee una sencillez y modestia verdaderas, rasgo admirable en quien ha descollado tanto por sus labores intelectuales.
Cuando asumamos de verdad el desarrollo y la socialización de las ciencias sociales y el pensamiento social, esa tarea tan urgente que no debe ser pospuesta, la obra de Houtart será uno de los aportes señeros que más podrá ayudarnos, en cuanto al acierto en la elección de los temas de investigación, la sabia utilización de los más diversos instrumentos de investigación, una verdadera transdisciplinariedad, una epistemología marxista eficaz y ajena a los dogmas, resultados concretos de enorme valor para el conocimiento, una férrea unión de ciencia y conciencia de servicio a las causas populares y el consecuente compromiso de militancia y de crítica al mismo tiempo.
Ante las memorias de su vida que François Houtart le ha contado a Carlos Tablada, no pude evitar recordar algo que hace unos 15 años me dijo Frei Betto, tan coloquialmente sabio. El imperialismo norteamericano vivía su victoria y parecía omnímodo, la ideología neoliberal pretendía con bastante éxito hacer creer que lo existente era tan inevitable como el clima y el socialismo se había sumido en el desprestigio, pero muchos seguían luchando, y Betto y yo estábamos entre los que bregaban por evitar las rendiciones, mantener el anticapitalismo y recrear la promesa de un futuro de liberaciones. Él me dijo entonces: «la gente no puede leer ahora ensayos y teorías, en esta situación tan mala tenemos que escribir testimonios para llegar a ellos, y acercarles las ideas de maneras atractivas». Hoy las cosas son en buena medida diferentes en América Latina; pero la batalla cultural se sigue dando en términos muy duros para el campo popular. Las memorias de Houtart son un formidable refuerzo a este campo nuestro, un libro que permite aunar el disfrute con la formación. Ese es un primer logro evidente de la obra.
Carlos Tablada nos brindará, sin duda, claves fundamentales de este libro, aunque nadie podría exponer ni siquiera someramente su contenido tan rico, pletórico de datos, situaciones, referencias, anécdotas, muy agudas valoraciones y profusas sugerencias. Por mi parte, me acercaré a la narración y al narrador de manera muy selectiva y subjetiva, y trataré de ilustrar con algunos datos, comentarios y opiniones este fruto feliz, apelando a la amistad entrañable que desde hace casi 30 años me une al ser humano François Houtart, y a la admiración que siento por el incansable luchador por la justicia que ha iluminado su fe religiosa y dedicado su vida a la causa de los pobres, y por el gran investigador social y pensador.
Lo conocí en 1982, en Nicaragua. Yo sostenía fuertes relaciones y amistad con los sacerdotes que participaban o apoyaban el proceso, con Ernesto Cardenal, con los jesuitas, con Xavier Gorostiaga, Uriel Molina, monjas y curas de diferentes lugares del país, y también con pastores y fieles evangélicos. René y Liana Núñez, de la dirección sandinista, me dieron opiniones muy favorables sobre el sacerdote belga recién llegado. Pronto entablamos amistad. Hablábamos mucho de lo que estaba pasando, como es natural, y del nuevo capítulo que se abría con la Revolución Sandinista para la vinculación entre la fe, las prácticas y las ideas religiosas con los procesos revolucionarios y los cambios sociales y humanos en el continente. También conversábamos sobre teología de la liberación, y sobre teoría. Por cierto, Houtart no me hacía las duras críticas al dogmatismo marxista que expresaba otro religioso europeo que también vino a Nicaragua a colaborar fraternalmente con la revolución, pero me di cuenta de que el belga manejaba un marxismo con el cual yo estaba totalmente de acuerdo. Era un momento en que las prácticas cubanas y la entrega ejemplar de los internacionalistas daban testimonio de la superioridad de la actitud socialista ante la vida; pero el pensamiento procedente de la Isla no estaba a esa altura.
François relata en este libro aspectos de sus actividades intelectuales en Nicaragua en aquellos años, junto con la inolvidable Genevieve Lemercinier. Quisiera resaltar las cualidades de sus métodos y sus temas de investigación, y lo revolucionario, en el plano intelectual, de esas tareas que realizaban. No venían con recetas de primera instrucción para pueblos exóticos o «jóvenes»; por el contrario, buscaban los rasgos ocultos y los nexos profundos de la gente y las comunidades, para que los resultados fueran realmente útiles, e incluso iluminadores de la práctica. Para ahorrar tiempo aquí, les ruego leer con atención las páginas 221-228. Recuerdo que, ante mi gran interés, Houtart me entregó una explicación escrita de un método de investigación cultural transdisciplinario con esos fines, que envié enseguida a Cuba con la esperanza de que fuera evaluado y discutido acá. De la sintonía de estos trabajos de ciencia social con el extraordinario crecimiento de la conciencia social que vienen experimentando los pueblos latinoamericanos, da cuenta algo que me sucedió pocos años después. Alguien me acercó un folleto boliviano de edición muy humilde, al que habían puesto un largo título que sustituía al de Autoanálisis de sociedades locales, publicado por Houtart en Oruro:Autoanálisis de una comunidad, por el sacerdote Francisco Houtart.
Quería que conociera a Cuba y a Houtart le pareció muy bien, pero me aclaró que el nuestro había sido su primer país latinoamericano, que lo visitó en 1953, en labores de constitución de la Juventud Obrera Católica. Años después, me contó que había vuelto durante los primeros años 60. Pero lo fundamental fue ir conociendo su extraordinaria vinculación con los pueblos del llamado Tercer Mundo, sus procesos e intentos de cambios favorables a las mayorías, sus luchas de liberación y sus personalidades. Un día conocí su relación con Amílcar Cabral, el gran líder de un pequeño país, el combatiente y pensador marxista, que para los cubanos es un símbolo de revolucionario africano y un referente de nuestro internacionalismo. En 1983, cuenta Houtart, después de presentar con Genevieve la ponencia «Amílcar Cabral y la cultura», fue hasta su tumba. Dice en el libro: «Recé con emoción por este compañero que había consagrado su vida, sin buscar nunca la gloria, a la causa de la liberación de los pueblos, la paz y la reconciliación, uno de estos ‘terroristas’ que solo Dios podía recompensar.»
François es un extraordinario conocedor de las luchas y las vicisitudes de numerosos pueblos africanos; pero no como un visitante europeo, ni solamente como un analista: ha sido, sobre todo, decididamente solidario. Esto le llevó a conocer a un gran número de personalidades políticas durante el período que siguió a la llamada descolonización, y a ubicarse ante realidades extremadamente complejas. Recomiendo una lectura muy atenta de las páginas 179-190. Ellas nos asoman a un conjunto de políticos prominentes, a la política de las grandes potencias, en un cuadro de datos y opiniones que van a motivar mucho a los lectores de un país que se involucró a fondo en aquellos procesos, en los que de una u otra forma participaron algunos cientos de miles de cubanos.
Houtart conoció en Bogotá, en 1954, a Camilo Torres Restrepo, el sacerdote colombiano que avanzó de la doctrina social a la política popular, se lanzó a organizar a los oprimidos, se convirtió en guerrillero y dio la vida por sus hermanos. François lo invitó a estudiar Sociología en Lovaina, donde anudaron una gran amistad durante cuatro años, que mantuvieron hasta que Camilo partió a la guerrilla y a la muerte. Houtart ha hecho honor a su recuerdo y su ejemplo en todo momento, y ha expuesto muchas veces el sentido y el valor de su actuación. Hace tres días se cumplieron 45 años de la caída de Camilo.
Si el pueblo de Vietnam pudo contar con su colaboración decidida y sistemática, las rebeldías latinoamericanas también han encontrado en Houtart una solidaridad que no cesa, ni se condiciona. Cuando la represión y el genocidio fueron sucedidos por regímenes entreguistas que multiplicaron el empobrecimiento en nombre de una supuesta democracia y un neoliberalismo despiadado, Houtart no tomó distancia ni buscó un refugio: acompañó a los que denunciaban, protestaban y pensaban a través de ese desierto. Por eso ha sido un miembro de la familia de los movimientos sociales combativos en esta última etapa y de los Foros Sociales Mundiales; en 1997, Houtart fue uno de los fundadores del Foro Mundial de Alternativas, contrapuesto a Davos, junto con Samir Amin y Pablo González Casanova, entre otros.
Houtart ha sido activo en la solidaridad con Cuba desde hace medio siglo. En el libro ofrece solo algunos datos acerca de esas actividades suyas. Tocaré solamente un ángulo entre los que me ha tocado conocer, relativo a su influencia positiva en nuestra formación. En los años 80, algunos grupos de cubanos marxistas no creyentes religiosos abordamos seriamente la Teología de la Liberación, los movimientos sociales cristianos y los instrumentos intelectuales que podían ayudarnos en esas tareas. Houtart colaboró sistemáticamente con nosotros. En lo personal me sirvieron mucho las conversaciones con él, las diferencias y los aspectos comunes de su posición respecto a los de los teólogos y sociólogos de la religión con los que yo compartía o estudiaba. Llegó un momento en que dos compañeros organizamos con él un curso básico de Sociología de la Religión, no público pero muy serio, que pasaron cerca de 30 alumnos cubanos seleccionados. François le dedicó a ese curso todo su saber y su metódico entusiasmo, y el resultado fue óptimo para el desarrollo de los participantes. Para multiplicar los efectos decidimos hacer un libro con aquellas lecciones, y François se aplicó férreamente a redactarlo, en un español escrito que a veces era infernal. Al fin estuvo, y logramos publicar el libro Sociología de la religión, primero en Nicaragua en 1992; pero con circulación en Cuba. Después, ha tenido varias ediciones.
Entre tantos aportes de Houtart, hay uno cuya calidad suele sorprenderme. Uno puede pedirle que profundice acerca de muy variados temas, situaciones, países, conflictos, estrategias del mundo de hoy, y él los desarrolla con una visión sintética combinada con detalles e ilustraciones, en su complejidad, esencias y tendencias probables, y todo con sencilla claridad. La vocación de sociólogo animó un día al joven sacerdote a preguntarse ¿cómo es posible que la clase obrera pueda ver como adversario al cristianismo, que es un mensaje de emancipación humana? Así inició un largo camino de investigaciones al servicio de sus ideales. A lo largo de dos tercios de siglo, unas y otros se han desplegado, desarrollado y madurado. Desde el inicio, los oprimidos y explotados, los pueblos colonizados llamaron al sacerdote que quería trabajar por la justicia para todos y sabía identificar a las clases sociales y sus conflictos. Pero hoy este hombre poseedor de una vitalidad que asombra, está cargado de experiencias y de conocimientos, y es para todos, el compañero prestigioso cuya palabra es esperada y oída, el analista y el internacionalista en una sola pieza. Y uno está convencido de que le falta mucha obra por hacer.
En poco más de una página, al inicio, François explica por qué ha dado este paso, y en un manojo apretado de oraciones sitúa y acota lo que puede esperarse de su narración, de su experiencia vital y de sus condicionamientos, y la suerte que ha sido para él, dice, encontrarse en la convergencia de varias redes de relaciones sociales. Le alcanza el breve espacio, eso sí, para reafirmar diáfanamente sus principios. Y se encomienda al lector, con la esperanza de contribuir, de dar.
Quede tranquilo François Houtart. Al que comience a leer este libro le será imposible dejarlo sin terminar
Fuente: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/letra-con-filo/17257/17257.html