¡Qué buen comienzo de año! Los numeritos dan pábulo para la esperanza, y casi incitan a entonar loas al sistema que sustituyó al feudalismo y se instauró por sus fueros -algunos olvidan que rezumando sangre- después de que sonadas revoluciones -la francesa, la inglesa- le franquearan las puertas de la historia. Alegrémonos. Resulta consenso entre […]
¡Qué buen comienzo de año! Los numeritos dan pábulo para la esperanza, y casi incitan a entonar loas al sistema que sustituyó al feudalismo y se instauró por sus fueros -algunos olvidan que rezumando sangre- después de que sonadas revoluciones -la francesa, la inglesa- le franquearan las puertas de la historia.
Alegrémonos. Resulta consenso entre los estudiosos que la economía mundial crecerá a un ritmo de 4,7 por ciento de 2007 a 2011, lo cual -consta en el editorial de un destacado diario mexicano- «es ligeramente superior al desempeño de los cinco años anteriores, uno de los mejores períodos quinquenales registrados».
Decididamente, habría que batir palmas, a juzgar por las previsiones. Para 2030 unos mil 200 millones de personas, el 15 por ciento de la población del planeta, formarán parte de la denominada clase media, ahora constituida por 400 millones; la economía mundial podría pasar de 35 billones de dólares en 2005 a 72 billones; la cantidad de terrícolas con ingresos diarios de menos de un dólar caerá de mil 100 millones a 550 millones, y mil 200 millones ganarán entre cuatro mil y 17 mil dólares al año, por lo que países como China, México y Turquía conseguirán un estándar de vida promedio comparable con el de la España de hoy… Que no es poco pedir, caramba.
Cualquiera pensaría que las cifras restan argumentos al mismísimo pensamiento de Marx. Cualquiera no; más bien los que se empeñan en andar de desavisados por estos andurriales de Dios. Porque la pupila en vigilia y el miocardio incólume compelen, cuando menos, al cotejo de fuentes, incluso al cotejo de datos de una misma fuente. En este caso, de un informe emitido por el inefable Banco Mundial.
Institución que, aunque lejos de cantar la palinodia – dejaría de ser ella misma si arremetiera contra el neoliberalismo, base generatriz de las contradicciones que señala-, advierte que el aumento de la riqueza podría profundizar las desigualdades de ingresos y las presiones ambientales.
Así que costos sociales y ambientales del despegue económico de los próximos años. «En dos tercios de los países en desarrollo, la brecha de ingresos entre los ricos y los pobres se incrementará», sin duda alguna. Y aquí aparece una señora constatación: la izquierda -heterogénea y en ciertos puntos confundida tras la caída de un paradigma nombrado socialismo real- no está tan descaminada como algunos pregonan, sin tascar freno, desde la derecha del espectro político internacional
Y la izquierda se encrespa, por supuesto. Y nosotros con ella, o como parte de ella. Porque los consejos del organismo mundial, los consejos del sistema -el rezumante de sangre, ¿recuerdan?- carecen de consistencia. Totalmente.
Alguien se lo ha preguntado en voz alta: ¿Cómo es posible promover una liberalización económica mientras se exigen reglas para solucionar los problemas ecológicos y sociales? Ante el hecho, enunciado por el susodicho banco, de que África resultará (resulta) el continente más rezagado, a tenor de su fragilidad política y de su vulnerabilidad frente a las fluctuaciones de los precios de las materias primas, ¿acaso los inversionistas estarán listos para detenerse en la lógica de competencia mundial?
Que lo afirme quien lo crea, que nosotros continuaremos en el papel de… aves agoreras, sí; de descreídos, o como gusten llamarnos, pues no comulgamos con la aseveración salomónica de que el libre comercio -o sea el neoliberalismo- deviene benéfico para todos, sin distinción, mientras persistan las apuntadas desigualdades. (Por cierto, un estudio del Instituto Mundial para la Investigación sobre el Desarrollo concluye que «sólo el dos por ciento de los adultos de cada hogar del mundo posee la mitad de la riqueza mundial»).Y al paso que lleva el rezumante, las desigualdades campearán por los siglos de los siglos…
Digo, si a la vuelta de un pestañazo histórico -¿décadas, años?- no las coarta la universalización de un sistema que eche a un lado al que puja por la concentración de la renta y que, por tanto, se convierta en carne de la verdadera esperanza, más allá de unos numeritos cuyo análisis cuidadoso nos haría apartarnos del grupo de los que baten palmas, por calculadores, malintencionados o simples.