Tras el discurso «progresista» del candidato de los factores «democráticos» hay, indudablemente, un programa económico de estirpe neoliberal que no solamente atentaría directamente contra las condiciones socioeconómicas de los sectores populares -en el hipotético caso que él resultara electo presidente- sino que afectaría igualmente a la clase media y a los empresarios venezolanos, ya que […]
Tras el discurso «progresista» del candidato de los factores «democráticos» hay, indudablemente, un programa económico de estirpe neoliberal que no solamente atentaría directamente contra las condiciones socioeconómicas de los sectores populares -en el hipotético caso que él resultara electo presidente- sino que afectaría igualmente a la clase media y a los empresarios venezolanos, ya que se privilegiaría enormemente la participación de corporaciones transnacionales en condiciones flexibilizadas en la economía nacional, quedando ésta sometida al engranaje de la globalización económica bajo la tutela estadounidense y europea.
No es casual esta identidad neoliberal (y neofascista) del principal candidato opositor, dada su extracción social y los vínculos ideológicos con los neo-con yanquis a través de organismos sobrevivientes de la Guerra Fría como la USAID y la NED. Para que esto tenga su efecto en los resultados electorales, la oposición activó una campaña propagandística que borra todo el pasado de corrupción administrativa, miseria y represión que representaron los gobiernos adecos y copeyanos, atribuyéndole a Hugo Chávez Frías todos los males habidos y por haber en Venezuela, además de todas las negligencias y omisiones cometidas o por cometer de la administración pública a nivel regional o municipal, haciendo irrelevante el hecho comprobado que un grueso porcentaje de funcionarios públicos provienen de aquellos gobiernos anteriores a 1998. De esta suerte, tales funcionarios adoctrinados en la socialdemocracia serían responsables directos de la negligencia y omisiones del Estado venezolano al no corresponder su práctica burocrática con la exigencia de cambio estructural impuesta por una democracia participativa y protagónica, dinamizada y empoderada por los sectores populares organizados.
Esta descontextualización histórica por parte de los grupos opositores le ha servido para presentarse ante el electorado como una opción de futuro cuando la realidad es totalmente inversa, al representar ese pasado atroz y antidemocrático que fuera confrontado y deslegitimado por el pueblo de Bolívar, produciendo una crisis generalizada que tendía a agudizarse a medida que transcurría el tiempo. Gracias a este recurso propagandístico, lo hecho por los colonizados liderados por el Libertador Simón Bolívar para obtener la independencia política de España resulta algo sin mucha relevancia para el presente y el futuro nacionales, un asunto obsoleto que atrasa al país respecto al mundo globalizado de hoy, razón más que suficiente para deslastrarse de Chávez y su propuesta de refundación de la república bolivariana. Según esta visión opositora, desde 1958 hasta 1998 Venezuela vivió una era democrática de idílica relación de clases sociales. Nunca hubo -por consiguiente- represalia, encarcelamiento, tortura, asesinato y desaparición de militantes de la izquierda revolucionaria ni de dirigentes populares bajo su régimen representativo.
Esto ha permeado, incluso, la opinión de algunos chavistas, interesados como están en contar con cierta seguridad respecto al rumbo a seguir por el proceso de cambios bolivariano, pero sin los riesgos de una revolución socialista radicalizada, como lo demanda una gran mayoría de los movimientos populares revolucionarios. Por ello, se impone una lectura más profunda y objetiva de lo que está en juego el 7 de octubre y actuar en consecuencia para que el proceso de cambios bolivariano se haga una realidad irreversible, consolidando el protagonismo popular y la transición hacia el socialismo revolucionario.
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