La idea de un mundo multipolar se ha utilizado durante mucho tiempo en dos contextos distintos. Uno es cuando la hegemonía global es sólida e indiscutible, como lo fue durante la década y media posterior a la Guerra Fría. En ese caso, la «multipolaridad» es poco más que un eslogan: una protesta simbólica contra el dominio estadounidense, sin una estrategia práctica que la respalde.
El otro es cuando esa hegemonía se ha derrumbado por completo y las relaciones internacionales vuelven a su norma histórica: una interacción fluida e impredecible entre Estados con diferentes niveles de poder. Entonces, la multipolaridad se convierte en una realidad y las acciones se guían por el contexto inmediato.
El mundo actual no se ajusta a ninguna de las dos condiciones. El antiguo orden unipolar se desvanece, pero sus estructuras y reflejos se mantienen. Por eso el momento actual es tan peculiar y por eso los BRICS se han convertido en un indicador tan importante de la transición en curso. Este grupo de naciones, a pesar de toda su diversidad y contradicciones, refleja las líneas emergentes de un mundo menos moldeado por el control occidental.
La última cumbre de los BRICS en Río de Janeiro provocó decepción en algunos sectores. Varios líderes clave estuvieron ausentes, y los titulares carecieron de dramatismo. En comparación con la audaz reunión del año pasado en Kazán, pareció más discreta. Pero este tono más tranquilo no es un revés, sino que refleja el entorno cambiante en el que operan los BRICS.
Tres tendencias ayudan a explicar el tono de la Cumbre. En primer lugar las tensiones globales están aumentando. Los recientes enfrentamientos entre India y Pakistán y entre Israel e Irán, involucran directamente a los miembros del BRICS. Si bien no constituyen conflictos a gran escala dentro del grupo, subrayan la falta de unidad. A medida que los BRICS se expanden, aumenta la diversidad interna, lo que dificulta mantener una sola voz. El resultado natural es un lenguaje cauteloso y formulaciones vagas. Esto puede frustrar a los observadores, pero refleja realismo.
En segundo lugar Estados Unidos, bajo la dirección de Donald Trump, ha adoptado una postura más explícitamente anti-BRICS. Washington ha lanzado amenazas directas e impuesto nuevos aranceles a países percibidos como alineados con el bloque. Estos esfuerzos tienen un objetivo claro: disuadir una cooperación más profunda entre los miembros del BRICS. Hasta el momento no han provocado una oposición abierta. La mayoría de los países BRICS se muestran recelosos de una confrontación directa con Occidente. Sin embargo, la presión estadounidense alimenta constantemente el resentimiento y podría haber una respuesta más firme si dicha presión se intensifica.
En tercer lugar, la rotación de la presidencia del BRICS de Rusia a Brasil alteró el ritmo de las actividades del grupo. Para Rusia, el BRICS es tanto una herramienta práctica para la coordinación económica como una plataforma política que elude las restricciones occidentales. Moscú invierte fuertemente en su papel en el BRICS. El enfoque de Brasil es diferente. Al estar más vinculado a Occidente, tiene otras prioridades estratégicas. Esto no significa que Brasilia no esté interesada en el BRICS, solo que no lo trata con la misma urgencia.
Aun así, algo importante ha sucedido. Las cumbres de 2023 y 2024 en Sudáfrica y Rusia cambiaron el BRICS. El grupo ha madurado, adquiriendo una nueva identidad. Ese desarrollo comienza a preocupar al hegemón.
Después de la Cumbre de Rio , con el ingreso al bloque de Colombia y México el Gobierno de Donald Trump comienza a preocuparse en serio. Por ello castiga con un arancel adicional del 10% a los productos de aquellos países que comercien con el BRICS; esto quiere decir en modo simple y abreviado que no comercien entre ellos usando el dólar estadounidense, que comercien en sus propias monedas.
Eso pone a Estados Unidos en la situación de quien cae en un pantano de tierras movedizas, mientras más se agita más se hunde. Al subir los aranceles castiga a sus propios consumidores y a quienes son socios comerciales tradicionales de Estados Unidos los que obviamente desviarán la exportación de sus productos hacia otros mercados que no sean los Estados Unidos y una vez agredidos tenderán a importar menos de Estados Unidos, lo cual agravará su déficit comercial. Por ejemplo Brasil tiene un saldo de su balanza comercial favorable a Estados Unidos, ya que importa de Estados Unidos por un valor mayor de lo que le exporta.
El equipo ministerial de Trump parece compuesto de personas mediocres poco versadas en historia y geopolítica. No entienden que esos países del Sur Global que ellos menosprecian en su extrema arrogante prepotencia suman muchos mas habitantes que Estados Unidos y que ahora eso significa que son un mayor mercado que los Estados Unidos. Tal vez por esa realidad irreversible el nuevo canciller de Alemania Friedrich Merz, hombre ligado al grupo financiero BlackRock y por lo tanto con intereses en Ucrania, trata de convertir la guerra por la liberación de los pueblos rusos oprimidos por el régimen ilegal de Zelenski en una guerra directa entre la OTAN y Rusia.
Herr Merz cree que la OTAN puede ganar esa guerra para luego desguazar a Rusia y entregar sus in finitos recursos a BlackRock y privar así a China e India, los dos países más poblados del BRICS, de los recursos de los que les provee Rusia y que son básicos para el crecimiento imparable de sus economías. La estrategia de Herr Merz tiene un fallo, que la economía europea está en recesión y por lo tanto no puede soportar el esfuerzo económico de una guerra directa con Rusia. Como bien decía Napoleón: C’est l’argeant que fait la guerre.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.