La siembra de la miseria moral, política, cultural, religiosa, económica, comenzó con el descubrimiento, conquista y colonización de nuestra América en el siglo XVI, por parte de los invasores europeos. El origen de los males actuales está en el pasado de ruin e inocua explotación de los recursos naturales y humanos que sirvió para el […]
La siembra de la miseria moral, política, cultural, religiosa, económica, comenzó con el descubrimiento, conquista y colonización de nuestra América en el siglo XVI, por parte de los invasores europeos. El origen de los males actuales está en el pasado de ruin e inocua explotación de los recursos naturales y humanos que sirvió para el enriquecimiento inconmensurable de las metrópolis imperiales y de los adelantados administradores de las colonias, sus pares blancos y sus herederos.
El historiador ecuatoriano Juan Paz y Miño Cepeda, en su ensayo El desafío de la deuda histórica en América Latina sostiene: «Juntando los elementos del pasado con el presente, existe un cuadro social crítico y potencialmente explosivo en América Latina, por la persistencia de la pobreza y de la inequidad en el reparto de la riqueza. Estos problemas que están en la base de las estructuras latinoamericanas, siguen sin atenderse. Hay, pues una deuda pendiente con los pueblos de América Latina. Es decir, una Deuda Histórica que cabe reclamar y que se vuelve exigible como contraparte a la acción depredadora de los recursos y de las potencialidades económicas provenientes de la deuda externa, a cuyo servicio deben dedicar esfuerzos los países de América Latina, para beneficio de los países acreedores, las transnacionales y los capitales financieros» Otra vez hay que parafrasear al periodista y escritor uruguayo, Eduardo Galeano, al recordar que la pobreza de nuestros países es la riqueza del imperio depredador.
La deuda histórica se ha configurado a lo largo de los siglos de explotación y expoliación a nuestros pueblos e incontenible saqueo de los recursos naturales: metales precisos como el oro y la plata, minerales valiosos como el cobre y el estaño, piedras preciosas como las esmeraldas, rubíes, topacios, diamantes y desde el siglo XX los hidrocarburos y la explotación inmisericorde de maderas finas, de los productos del mar y de los productos de la tierra, pues, América Latina ha soportado diversos modos de explotación humana a partir de la colonización española que impuso el trabajo forzoso y gratuito en las encomiendas, las mitas y los obrajes. En esos trabajos de servidumbre obligada, los indígenas morían por millares. No contentos con matarlos o dejarlos morir de cansancio, inanición y enfermedades europeas desconocidas en la América India, los colonizadores imponían tributos imposibles, sólo por nacer indios. Algunos historiadores y analistas afirman que nuestra América tenía a fines del siglo XV, cuando comienza el «descubrimiento» una población cercana a los 80 millones, 150 años después la población se había reducido a unos 3 millones de indígenas. ¿Alguien se atrevería a decir que estos no es genocidio? ¿Cuánto valía la vida de un indio? El investigador norteamericano H.F. Dobyns, calculó que un 95% de la población aborigen murió en los primeros 150 años de colonización.
En los primeros años del siglo XVI, España y Portugal que colonizaron a nuestra América tenían una población calculada en diez millones y Europa entre 57 y 70 millones de seres humanos. El genocidio en nuestra América Latina es una realidad, ¿A alguien se le ha ocurrido pagar indemnizaciones?
Nadie debería olvidar el trabajo esclavo de indios y negros, y cuando parecía que se superaba esa etapa, los blanco-mestizos que se apoderaron de la tierra y sus recursos, ofrecían salarios miserables, y la servidumbre era obligatoria en el régimen de hacienda. Los «dueños» de la tierra robada a los indígenas que eran sus legítimos propietarios, necesitaban de mano de obra barata o gratuita y, para no pagar miserias salariales, se inventaron el «trabajo endeudado» ya que el hacendado entregaba a los indígenas sal, panela, aguardiente de caña, granos y en un gran cuaderno «misterioso» ponía el nombre del peón, del huasicama, de la huasicama y frente al nombre llenaba de rayas que eran las deudas que el indio contraía con el patrón. Era la deuda eterna del indígena explotado y engañado en forma ruin y con innombrable abuso a su analfabetismo. Los dueños de haciendas que querían venderlas, colocaban anuncios que decían vendo hermosa hacienda con indios y todo. Así ocurría en el Ecuador hasta después de la mitad del siglo XX. ¿En cuánto se calculaba el valor del indio que se vendía con la hacienda, los árboles, las vacas, los burros, las ovejas y las cabras?
Cierto que esas formas de explotación al trabajo humano se han superado, pero sólo para perfeccionar el sistema capitalista de expoliación: mano de obra barata que ofrece América Latina, neoservidumbre a la que se le somete al migrante para acabar de sumir a las grandes mayorías en la pobreza-indigencia y obligarlas al subempleo, desempleo, narcotráfico, diversas formas delincuenciales, trata de blancas y personas, mendicidad y prostitución de la que no escapan niños y niñas. Todo para aumentar el poder imperial y de sus cipayos latinoamericanos que conforman las oligarquías antipatria en cada una de nuestras naciones, de nuestros pueblos y Estados.
María Lidia Driotes socióloga y profesora de la Universidad de El Salvador en su trabajo: Aspectos y Factores del Subdesarrollo en América Latina sostiene que se debe a procesos de sometimiento de los Estados poderosos sobre los Estados que tienen una política dependiente. «El recurso para explicar estos procesos es «la larga duración» , que para Fernando Braudel es una dinámica social en la que la Historia es el eje que integra y explica tales procesos» Desde esta óptica, los pueblos latinoamericanos han pasado por diversa etapas de explotación: Conquista y colonización española que a sangre y fuego aplastó la culturas prehispánicas y con genocidio de por medio, sometió a los indígenas a sumisión religiosa, explotación como bestias de carga en minas y plantaciones, violencia social y discriminación y un despreciado mestizaje convertido en extraño en su propio mundo. Recuérdese que los conquistadores y colonizadores blancos decían que el indio no tiene alma, por tanto era un subhumano. ¿En cuánto se puede calcular el sistema de explotación colonial y neocolonial? España era la gran beneficiada del proceso y nunca se sabrá cuantas toneladas de oro, plata, estaño, cobre, piedras preciosas y otros minerales se llevaron de nuestras patrias. ¿Cuántos miles de millones de dólares se llevaron por el sólo hecho de ser conquistadores y colonizadores? Esta es la incalculada deuda histórica que se mantiene impaga.
Si se sigue el pensamiento de Drotis se podría identificar otras etapas vividas por nuestros pueblos: Independencia y descolonización de España, formación de repúblicas «independientes», unión de repúblicas y la consiguiente división porque el nuevo imperio en etapa de formación fomentaba el divisionismo. Otra etapa importante es la economía agro exportadora, pero ya con grandes extensiones de tierras explotadas por compañías estadounidenses.
Las guerras de la independencia de América Latina dejaron inconclusa la tarea. Si bien es cierto que España fue expulsada de estas tierras, pronto Estados Unidos que comenzaba a perfilarse como imperio, ocupó el sitio dejado por España y comenzó un largo proceso de neocolonización que subsiste hasta estas fechas, proceso neocolonizador más sutil, con permisos para mantener la «independencia y soberanía» en apariencia, sin ejércitos de ocupación, pero con bases militares en varias zonas de nuestra América Latina, sin gobernadores civiles nombrados directamente por la Casa Blanca, pero con gobiernos títeres, y; sin embargo, en ocasiones Estados Unidos recurre a la fuerza militar e invade y sin declaración de guerra bombardea, mata, hiere, toma prisioneros, impone dictaduras fascistas, se regodea con el gorilismo, pues no hay un solo país de nuestra América Latina que no haya sufrido, en alguna ocasión, la agresión militar e injerencia civil del imperio que, como todo imperio, jamás renuncia a su gula depredadora.
En un documento distribuido por Ciudad Política/Ciencia política, se expresa que la «explotación imperialista ha tenido raíces profundas en la historia de América Latina, especialmente en el siglo XX. Se sostiene que estas explotaciones alcanzan niveles increíbles es la explotación de nuestras riquezas básicas por parte de las empresas extranjeras» A modo de ejemplo subraya que con una inversión de tan solo 3.5 millones de dólares, las cuatro empresas que explotan el cobre en Chile se han llevado la bicoca de 10.800 millones de dólares en 60 años. Agrega: «Sin nos ponemos a analizar el patrimonio nacional logrado en Chile en los últimos 400 años, asciende a 10.500 millones de dólares, lo que significa que en poco más de medio siglo, las empresas norteamericanas obtuvieron de Chile el valor equivalente a todo lo creado por los ciudadanos chilenos en industrias, caminos, puertos, viviendas, escuelas, hospitales, comercios, etc., a lo largo de toda su historia». Las empresas estadounidenses hicieron lo mismo en Venezuela, de donde se llevaron miles de millones de barriles de petróleo. Igual sistema organizaron en el Ecuador y no sólo que se llevaron el petróleo sino que atentaron contra los ecosistemas y las vidas humanas en el Oriente ecuatoriano. Texaco-Chevorn deben responder judicialmente por los crímenes cometidos contra la naturaleza y los seres humanos aborígenes de las selvas amazónicas del Ecuador.
La deuda histórica es, también, una deuda ecológica. Gian Carlo Delgado Ramos manifiesta que «En América Latina, la ecología política de los minerales no energéticos es particularmente delicada, pues esa industria extractiva, altamente devastadora, ambiental y socialmente, está vinculada a la transferencia de excedentes hacia los Estados capitalistas centrales, sobre todo, hacia Estados Unidos. Una revisión del panorama actual devela la creciente y sostenida deuda ecológica que el Norte debe al Sur a causa de una actividad, entre otras, a la que públicamente no suele ponerse mucha atención».
Añade que en América Latina como en el resto de los Estados capitalistas periféricos, la problemática ambiental vinculada a la minería es particularmente delicada, pues los ritmos de explotación y de generación de residuos contaminantes sobrepasan la capacidad de los ecosistemas. Se trata de uno de los principales resultados de la constante y creciente transferencia de riqueza que tiene como sustento el pago de deudas externas y que sólo ha sido posible a través de la anuencia de una oligarquía local para consolidar el saqueo, mediante el aumento genuino de la productividad, el empobrecimiento de las personas de los países deudores y el mencionado abuso de la naturaleza.
Nelson Calderón, en un análisis publicado por Argenpress sostiene: «Las historias documentan cómo Estados Unidos ha continuado en la tradición del colonialismo, intentando dominar, explotar y controlar la riqueza económica de las Américas. Las historias cubren esclavitud, agricultura corporativa, crímenes de guerra, maltratos a pueblos indígenas, contaminación química, presos políticos, múltiples golpes militares fallidos y exitosos, explotación de los acuerdos comerciales, deforestación, hostigamiento de inmigrantes y manipulación de elecciones».
Eso y mucho más le debe el imperio estadounidense a nuestra América Latina porque «durante el último siglo, Estados Unidos reescribió, de una manera neocolonial acelerada, el capítulo de la historia colonial portuguesa, española y británica en América Central y Suramérica».
La deuda del imperio hacia nuestra Latinoamérica creció desmesuradamente porque después de apropiarse de minerales, hidrocarburos, bosques, tierras, productos marinos y de los ríos, materias primas y productos agrícolas impuso qué sembrar y qué cosechar para satisfacer las demandas de los neocolonizadores. Al Ecuador le arrebató la producción de trigo para convertirlo en importador de ese producto vital, al Brasil le obligó a importar frijoles porque le impuso la siembra de soja. En todas partes ha jugado con el derecho alimentario de los pueblos y ha sembrado hambre al destruir las agriculturas nacionales hasta obligarlos a firmar tratados de libre comercio para que Estados Unidos venda sus excedentes agrícolas subsidiados o las sobras de lo que no quieren comer los anglosajones. Con todo el sistema de explotación neocolonial, nuestras patrias se convirtieron en importadoras de alimentos y con la imposición del neoliberalismo se ha cometido el «crimen corporativo del siglo».
Las deudas históricas y ecológicas deben ser cobradas, hasta el último centavo, por nuestros pueblos empobrecidos por el ansia depredadora del imperio. Nadie podrá dormir tranquilo, hasta cuando nuestras patrias alcancen la Segunda y definitiva Independencia.
Quito, diciembre de 2008
Nota: el 10 de agosto de 2009 se conmemorará ll Bicentenario del Primer Grito de la Independencia. En Quito, se ha constituido un COMITË BICENTENARIO POR LA SEGUNDA INDEPENDENCIA.