Texto elaborado para la ponencia desarrollada en el marco del Foro Vivienda, organizado por la PAH Madrid y por el colectivo barcelonés 500×20, que, bajo el título «El derecho a la vivienda frente al capitalismo financiero», se desarrolló en Madrid los días 12 y 13 de julio de 2019. Vídeo de la charla: https://www.youtube.com/watch?v=h_6Cjtad-dI «Los […]
Texto elaborado para la ponencia desarrollada en el marco del Foro Vivienda, organizado por la PAH Madrid y por el colectivo barcelonés 500×20, que, bajo el título «El derecho a la vivienda frente al capitalismo financiero», se desarrolló en Madrid los días 12 y 13 de julio de 2019.
Vídeo de la charla: https://www.youtube.com/watch?v=h_6Cjtad-dI
«Los obreros ponen en manos de sus enemigos armas para conservar la organización existente de la sociedad que les oprime» (Carlos Marx).
Introducción: No entendemos las fuerzas que mueven el mundo en el que vivimos
Según relata el filósofo libertario Agustín García Calvo, en una de las interminables asambleas del 15M, en las que con 85 años participó activamente, se planteó la siguiente cuestión: «A ver, imaginemos: ¿es posible, se puede vivir sin dinero?». A lo cual, uno que andaba por allí, se adelantó a preguntar con un tris de sorna: ¿No sería mejor que nos preguntáramos antes si se puede vivir con dinero? García Calvo matiza que el interviniente se refería a otro significado de la palabra vida.
Sorprendentemente, aunque estamos sin duda ante el elemento material más importante de la vida social, este tipo de debates sobre las implicaciones de nuestra absoluta dependencia del ‘vínculo de todos los vínculos’ como lo llamaba Marx, brillan por su ausencia. Como dice, muy poéticamente, el propio Marx: «El dinero, en cuanto posee la propiedad de comprarlo todo, en cuanto posee la propiedad de apropiarse de todos los objetos es, pues, el objeto por excelencia. El dinero es el alcahuete entre la necesidad y el objeto, entre la vida y los medios de vida del hombre». Tratándose de un elemento tan esencial, ¿no sería de desear un mayor conocimiento por parte de sus forzados usuarios? La economista Ann Pettifor, autora del texto «La producción de dinero», constata la ignorancia generalizada acerca del particular: «Una de las constataciones más impactantes de la última fase de la evolución del capitalismo es la total incomprensión de la naturaleza del dinero en nuestras sociedades». Según una encuesta promovida por una organización británica en pos del dinero «honesto», curioso oxímoron, el 77% de los ciudadanos cree que el dinero que tienen en el banco es legalmente suyo y no del banco, alrededor del 61% sostiene la idea de que los bancos son simples intermediarios que canalizan el ahorro hacia la inversión y una proporción similar cree que el dinero lo crea el Estado o un banco central público -la poderosa metáfora de la impresora de billetes-. Los resultados anteriores indican que no tenemos ni la más remota idea de cómo funcionan realmente el dinero y las instituciones financieras que centralizan todo el circuito de pagos y préstamos del que depende nuestra vida cotidiana. Tengamos en cuenta que nada menos que el 96% de la población tiene algún producto bancario. La propia Pettifor avanza una explicación, quizás demasiado pueril, de esta asombrosa ignorancia de las fuerzas que determinan nuestra realidad cotidiana: «esta incomprensión del papel del dinero en la vida social se deriva de los esfuerzos deliberados del sector financiero para oscurecer sus actividades con el objetivo de mantener su omnipotencia».
Un aspecto relacionado con lo anterior es la sorprendente ausencia, en contraste con los variados ámbitos en los que se desarrolla el activismo en los nuevos movimientos sociales feministas, ecologistas, antirracistas y por el derecho a la vivienda, de colectivos -quizás con la excepción de los muy minoritarios bancos de tiempo- que promuevan la modificación de nuestro modo de relacionarnos con el dinero, la deuda o las instituciones financieras como vías de transformación de la vida cotidiana. El viejo Marx decía una cosa maravillosa al respecto de las consecuencias de la perniciosa sujeción del obrero a la banca: «La caja de ahorros es la cadena de oro con la que el gobierno sujeta a una gran parte de los obreros. Éstos no sólo están así interesados en el mantenimiento de las condiciones existentes. No sólo se produce una escisión entre la parte de la clase obrera que participa en las cajas de ahorro y la parte que no participa. Los obreros ponen así en manos de sus propios enemigos armas para conservar la organización existente de la sociedad que los oprime». Es importante pues resaltar la importancia de revelar los ‘grilletes’ invisibles que inconscientemente contribuimos a ponernos al participar con nuestros actos de consumo y endeudamiento del entramado del sistema financiero. No se me ocurre producto más tóxico y fraudulento y mejor ejemplo de esa ‘cadena de oro’ a la que se refiere Marx que una hipoteca a 30 años, sin duda la base de la matriz de rentabilidad del sistema económico actual -recordemos sin ir más lejos el colapso de la última década- y el principal capítulo de gasto de millones de compatriotas, atraídos por el brillo deslumbrante de la promesa propietaria de la clase media aspiracional.
Si se me permite una broma un poco provocadora propondría que, en lugar de una asociación de afectados por la hipoteca lo que necesitamos con urgencia es una asociación de liberados o desintoxicados de la hipoteca que defienda el boicot al producto tóxico por excelencia y que trate de evitar que los trabajadores contribuyan a su propia opresión a través de la servidumbre financiera de por vida. Sin desmerecer las numerosas campañas, emprendidas por organizaciones como ATTAC o los sindicatos de inquilinos y la PAH, contra los paraísos fiscales, los fondos buitre, la especulación inmobiliaria o las cláusulas abusivas de la legislación hipotecaria, llama vivamente la atención la ausencia casi absoluta de iniciativas que pongan de manifiesto el sustrato común de tales procesos: el modo de producción del dinero moderno en manos privadas y la necesidad de modificar radicalmente esa máquina de succión de riqueza social. Trataré de poner un granito de arena para convencerles de ello a continuación.
Pero sin duda hay otros culpables de esta formidable confusión generalizada acerca de todo lo relacionado con el objeto por excelencia. Algo de culpa tendrá también en esta fenomenal inconsciencia acerca de los efectos de nuestros actos monetarios cotidianos la doctrina oficial sobre el dinero de la ortodoxia económica, yo la llamo la música celestial porque su función principal es ocultar la función real del dinero y las instituciones financieras en el capitalismo senil. Quizás no sea pues mala idea comenzar haciendo un somero repaso de las mentiras de la música celestial que vomitan diariamente todos los sedicentes expertos de la ortodoxia económica, omnipresente en todas las tribunas mediáticas y facultades de economía desde las que se lava el cerebro de los sufridos estudiantes.
Primera parte
Falacias de la música celestial
Primera falacia: El dinero-lubricante
¿Qué es el dinero? El dinero es un elemento externo -exógeno, dicen los de la música celestial- al circuito económico, que sólo sirve para facilitarnos las cosas y evitar que andemos todavía cambiando abalorios como los hombres primitivos hacían con el trueque. Como dice John Stuart Mill, uno de los pontífices de la música celestial: «En resumen, no puede haber una cosa intrínsecamente más insignificante en la economía de la sociedad que el dinero: un artilugio para ahorrar tiempo y trabajo. Es una máquina para hacer rápida y cómodamente lo que se haría, aunque de manera menos rápida y cómoda, sin ella». Otro mandamás de la música celestial, Alfred Marshall, cuyo manual sigue siendo la base del catecismo de la teología económica con el que se lava el cerebro a los pobres estudiantes, introduce la metáfora del dinero-lubricante: «Puede, pues, compararse el dinero al aceite necesario para que una máquina funcione fácilmente. Una máquina no puede funcionar a menos que se engrase, de lo que alguien ingenuamente quizás pudiera inferir que cuanto más aceite se ponga mejor funcionará, pero, en realidad, si se pone más aceite del necesario la máquina quedará obstruida». Fantástica descripción, ¿verdad? Para ilustrar la imagen que transmiten los economistas oficiales del vil metal y resaltar las creencias erróneas arraigadas en la mayor parte de la población, nada mejor que recordar el experimento que proponía el señor Friedman, el amigo de Pinochet y padre del monetarismo neoliberal, alias ‘helicóptero Milton‘, como ilustración de las nefastas consecuencias de echar demasiado lubricante y obstruir la maquinaria: «imagínate que una mañana te despierta el sonido de un helicóptero que sobrevuela tu barrio. Te asomas a la ventana y ves que de él están arrojando paquetes que caen frente a cada una de las casas de tu calle. En cada paquete hay 10.000 dólares en billetes nuevos, un regalo de tu gobierno. ¿Qué harías?» ¿Qué harían ustedes?
Segunda Falacia: El Estado es como una familia y no puede vivir por encima de sus posibilidades
Las implicaciones sobre la política económica de esta concepción del dinero como algo neutro, un simple lubricante de los intercambios son enormes. El antropólogo David Graeber resume el fundamento real de las políticas neoliberales: «Es esta concepción la que nos permite continuar hablando sobre el dinero como si fuera un recurso limitado, como la bauxita o el petróleo, para decir simplemente ‘no hay suficiente dinero’ para financiar programas sociales y para hablar de la inmoralidad de la deuda gubernamental o del gasto público». No hay dinero. No hay suficiente dinero. ¿Cuántas veces habremos escuchado esta frase en boca de supuestos expertos, políticos y tertulianos? No hay dinero para pagar pensiones dignas, para gastar en sanidad, educación o prestaciones sociales. Pero sí lo hay evidentemente para generar montañas de hipotecas y de productos de la ingeniería financiera, sobre esta extraordinaria paradoja volveré más adelante. ¿Y por qué no hay dinero para incrementar el gasto público y prestar servicios sociales? Pues porque el Estado no puede vivir por encima de sus posibilidades, nos dice la música celestial. Porque si el Estado gasta más de lo que ingresa tiene que endeudarse, subirán los tipos de interés y, además de perjudicar la financiación del resto de agentes económicos, esos intereses tendrá que sacarlos de algún sitio. ¿Y de dónde saca el Estado despilfarrador el dinero para pagar los intereses de la deuda? Pues sí, lo han adivinado, de los impuestos, es decir de los bolsillos de los sufridos ciudadanos y los heroicos emprendedores. El gobierno derrochador que fríe a impuestos a sus ciudadanos es la ‘bestia negra’ de las legiones de discípulos de Friedman que pululan por los platós y los hemiciclos. Así que el Estado tiene que apretarse el cinturón. Exactamente igual que una familia. Al prestigioso economista don Mariano Rajoy le gustaba mucho hacer este símil. Ellos, los de la música celestial, lo llaman políticas de austeridad y consolidación fiscal, que suena muy bien y los burócratas europeos lo llaman ‘regla de oro’ del gasto y es el primer mandamiento de la política comunitaria actual.
Tercera Falacia: La inflación, el peor de los males
Así que hay que tener mucho cuidado con la mágica herramienta. Si se imprime demasiado -para dárselo por ejemplo al gobierno derrochador o a un ayuntamiento populista- ocurrirá uno de los grandes males que nos empobrecen a todos. Es como las siete plagas bíblicas o el cuarto jinete del apocalipsis para los apóstoles de la música celestial. Friedman lo dice muy clarito: «La inflación es una enfermedad, una peligrosa y a veces fatal enfermedad que, si no es controlada a tiempo, puede destrozar una sociedad» ¡Cuánto dramatismo!, ¿verdad? ¿Y, se preguntarán ustedes, por qué la inflación es el mal más terrible? ¿No parecen mucho peores el paro, la miseria o la brutal desigualdad que padecemos? La inflación es la coartada perfecta del neoliberalismo monetarista para imponer sus políticas antisociales. Pero ojo, ¿qué clase de inflación? Sólo les obsesiona, de hecho es el único mandato del BCE, la inflación de bienes y servicios, el famoso IPC. Sin embargo, no les preocupa en absoluto la brutal inflación de rentas causada por los precios desorbitados de la vivienda o los astronómicos pagos de intereses producto de una deuda colosal que ahoga la actividad económica. El gasto en vivienda -hipoteca y alquiler- supone más de la mitad del gasto total de una familia media pero eso a los sesudos expertos de la banca central se la trae al pairo, quizás porque sus políticas se basan precisamente en provocar la brutal subida de los precios inmobiliarios para que se forren sus colegas del casino financiero. Esto es lo que entiende por política económica la música celestial: desmantelar el Estado del bienestar y facilitar la acumulación de poder en el sector privado capitaneado por la banca. Quizás les suene: se llama neoliberalismo y lleva en el poder cuarenta años.
Cuarta falacia: Los bancos son únicamente intermediarios financieros que canalizan el ahorro hacia la inversión y la deuda privada es irrelevante
En este punto aparece un ligero problemilla, una china en el zapato para la música celestial de la ortodoxia económica. Si el dinero es algo insignificante, un simple lubricante de los intercambios, ¿qué pasa entonces con los niveles colosales de deuda privada que existen actualmente? ¿Sólo es mala la pública, generada por el Estado derrochador? ¿No sabemos todos que la colosal deuda hipotecaria y el castillo de naipes de activos financieros derivados levantado sobre ella han causado la reciente crisis con todas las terribles consecuencias que aún padecemos? ¿Tiene eso algo que ver con el dinero y su modo de producción en eso que algunos radicales -que no son economistas de la música celestial- llamamos aún capitalismo? Quizás ya hayan adivinado la respuesta. No, en absoluto, la deuda privada no representa ningún problema para la música celestial, para ellos es como el dinero, algo insignificante, un lubricante del circuito virtuoso de la economía libre de mercado. Piensen, si no me creen, en lo siguiente: ¿algún economista serio alertó del enorme peligro de las montañas de deuda hipotecaria que había en la economía mundial antes del crack de 2007? ¿Y saben por qué? Verán que explicación más sencilla nos dan: la deuda sólo refleja el flujo de ahorro canalizado hacia la inversión de los benditos emprendedores. No es dinero nuevo ni se añade nada a los circuitos económicos que no estuviera antes en ellos, por tanto no provoca la pesadilla de la inflación ni desequilibrio alguno sobre la economía. ¿Y adivinan ustedes quién canaliza el sacrosanto ahorro hacia la inversión? Sí, lo han adivinado: los serviciales bancos. Esa es la función que les asignan los sesudos manuales de la música celestial: los bancos son sólo intermediarios financieros, así los llaman a los angelitos. Este es el círculo virtuoso de una economía sana de mercado que proporciona, insisto, si no se entromete el Estado derrochador, prosperidad y bienestar para todos.
Bien, volvamos a la cruda realidad. Dejemos los mandamientos del catecismo de la pseudociencia económica, que por desgracia son la base del conocimiento común sobre tan neurálgicos asuntos de la mayor parte de la población. Como dice el economista Steve Keen, uno de los que no se creen toda esta sarta de monsergas -y por eso precisamente, sí que anticipó el tremendo batacazo de 2008-: «si estás creando un modelo económico sin dinero ni deuda privada, será formal y matemáticamente grandioso, pero no estás modelizando el capitalismo». Jordi Llanos abunda en el delirio de la ideología dominante: «Una de las cosas más destacables es que la crisis explotó en un sector -el financiero- que desde el punto de vista del corpus neoclásico es meramente auxiliar, un simple intermediario que canaliza el ahorro hacia la inversión. «El dinero y el sistema financiero carecen de relevancia para el paradigma dominante, lo que para un profano debe de resultar asombroso y, ciertamente, lo es». Asombroso sin duda, pero también muy eficaz para legitimar las políticas neoliberales de austeridad y recortes de servicios sociales. Claudio Katz resume la agenda oculta que esconden las falacias dominantes: «El mito de la moneda exógena, pasiva y neutral ha servido especialmente para justificar el otorgamiento de plenos poderes a los banqueros, que manejan la política monetaria». Tratemos pues de desentrañar estas mentiras que ocultan la realidad de la máquina de succión de riqueza social que representa el modo de producción del dinero en el capitalismo actual.
Segunda parte
¿Cómo nos explotan las finanzas? Les presento a la máquina de succión
Primer nivel: La bancarización global. La máquina de succión del dinero privado y la guerra contra el efectivo
Uno de los ámbitos donde, como dice el viejo Marx, resulta más patente la inconsciencia con la que participamos activamente de los mecanismos a través de los que se agudizan nuestro empobrecimiento y el sometimiento al poder de las grandes corporaciones es el uso masivo que hacemos de los últimos avances tecnológicos en medios de pago. Deslumbrados por la imagen que se transmite de la economía digital como algo «empoderante», moderno y aspiracional, ignoramos que la omnipresente tarjeta de crédito o la última aplicación de pagos de Facebook activan un cúmulo de dispositivos ocultos cuyos efectos inciden directamente en nuestras condiciones de vida. Más allá de las formidables consecuencias derivadas de la trazabilidad y el control social que supone el registro de cantidades ingentes de datos, el uso del dinero privado de la banca alimenta la maquinaria de extracción de riqueza real que encarece los bienes y servicios básicos a través del flujo continuo de comisiones e intereses ocultos generados por el nivel creciente de endeudamiento de los agentes económicos. En un artículo titulado gráficamente «Ganancias usureras sobre dinero fantasma» Ellen Brown describe la suculenta tarta de comisiones que supone el dinero electrónico-digital para las grandes corporaciones proveedoras del servicio y los intermediarios bancarios depositarios de nuestros ahorrillos: «Hay multas por retraso en el pago, por exceder el límite de crédito, cargos por gastos de transferencia entre cuentas, por retiro de efectivo y otras tasas, además de las muy lucrativas comisiones sobre los comerciantes. Los clientes cubren el coste con precios más altos». Como explica Brett Scott, que se refiere a este proceso como ‘La gentrificación del pago’, por la progresiva exclusión del efectivo de las transacciones ordinarias: «El pago digital es el dominio de las empresas financieras transnacionales. Utilizar -o ser obligado a utilizar- el pago digital supone entrar en su esfera de poder e influencia y exponer cualquier acto de consumo a su monitorización y trazabilidad». La diferencia entre el dinero público y el privado es pues sustancial. El primero genera ingresos públicos de señoreaje derivados del privilegio de emisión del banco central, carece de trazabilidad y no se emite como deuda generadora de intereses. El segundo sin embargo es una máquina de comisiones e intereses derivados de su origen como deuda creada por los bancos. Scott resalta el punto clave: «Esta moneda digital es legalmente distinta del efectivo. Son pagarés privados que emite un banco, con la promesa de que accedas a la divisa nacional. Las profundas implicaciones para reforzar los mecanismos de control social de este gran hermano financiero son evidentes. «Los intermediarios pueden ver tus transacciones y recoger información sobre tus actividades económicas cotidianas, las instituciones públicas pueden expropiar o congelar el dinero, puede haber fallos en las infraestructuras y ciberataques. Dicho sin rodeos, el pago digital favorece un nuevo y vasto horizonte de vigilancia y control financieros, favorecido por la masiva bancarización de la población, al tiempo que expone a los usuarios a nuevos riesgos que no existen en la infraestructura del pago físico. Hay mucho en juego y el lobby bancario-tecnológico emplea ingentes recursos en imponer como sentido común la idea de que la economía digital es empoderante y práctica y presentar el efectivo como anticuado y peligroso, un apoyo del submundo del crimen y la economía sumergida o una excentricidad de ludditas monetarios. La masiva extensión del dinero bancario o de las nuevas aplicaciones electrónicas de pagos representa pues la expansión camuflada de la expropiación financiera y el control social con el que la banca extrae suculentos réditos de un bien público del que nadie puede prescindir. Sin embargo este primer nivel de la máquina de succión palidece ante la monumental maquinaria de extracción de riqueza social que representa la generación de deuda a través de los préstamos hechos ‘del puro aire’ por parte de la banca privada.
Segundo nivel: Expropiación financiera. La fábrica de dinero-deuda del ‘puro aire’ de la banca privada
¿Cómo se fabrica el dinero? ¿Cómo crea el BBVA los 5.000 o 6.000 euros que te da tan alegremente para financiarte un máster o la compra de una motocicleta? A pesar del mito, tan profundamente arraigado, de la impresora de billetes en manos del banco central, la creación de dinero es el gran negocio de la banca privada que genera el 97% del que circula. Por tanto, el dinero nace como deuda generada por la banca y muere cuando se paga la deuda con intereses. Vivimos sobre montañas de deuda. Deuda de las empresas, de las familias y del Estado. Actualmente en España la deuda total -con su colosal carga de intereses a cuestas- triplica la riqueza generada en la economía y, aunque parezca increíble, no se ha reducido en absoluto tras el colapso del castillo de naipes financiero de hace una década. Veamos pues un poco más de cerca cómo funciona esta enorme máquina de succión de riqueza real que representa la fábrica de dinero-deuda en manos privadas. La cosa realmente parece mágica. Un economista bastante honesto llamado Galbraith dijo algo muy ilustrativo al respecto: «El proceso de creación de dinero por los bancos es tan simple que repugna a la mente«. Un banco fabrica deuda. Pero no es como una empresa que produce bienes con materias primas y demás factores productivos. Un banco crea deuda de la nada, del puro aire se suele decir. Frente al mito del intermediario financiero, lo cierto es que no necesita depósitos previos para poder prestar. En ese momento se crea el dinero, mediante una anotación electrónica, unos dígitos mágicos que aparecen en la cuenta bancaria del prestatario. Y ya está. Lo anotan en una pantallita y a correr. Lo reconocen hasta los sesudos papers de los bancos centrales. Un magnate yanqui -un tal Henry Ford, no sé si les suena- decía que si la gente conociera cómo funcionan realmente los bancos habría una revolución antes del día siguiente. Lo que es seguro es que no existe otro sector en el que los consumidores sean tan absolutamente ignorantes de las características del producto que adquieren. La inferencia lógica es de una relevancia económica tan extraordinaria como ignorada: los bancos crean dinero para el principal del crédito pero no para los intereses. Éstos se tienen que pagar con más créditos y más extracción de riqueza real, lo que convierte la vida económica en una desesperada lucha por encontrar fuentes de ingresos que permitan sufragar los costes financieros de la montaña de deuda creada por la banca privada. Una gigantesca extracción de riqueza social hacia la cúspide de la pirámide y un enorme propulsor de la desigualdad social. Se calcula que el 10% más rico de la población es receptor neto de los flujos de intereses a través de los rendimientos de sus activos financieros mientras que el resto somos sufridos pagadores, incluso aunque no tengamos crédito alguno, a través por ejemplo de los intereses ocultos que mencionábamos antes. Ese es el gran secreto del poder de la banca. Planificar la economía dirigiendo la financiación hacia determinados sectores y actividades, los que ellos deciden. Y cada vez más la expropiación financiera se dirige al crédito personal, principalmente hipotecario. Fíjense en la composición del crédito del BBVA: sólo un 15% es crédito productivo y más del 60% es crédito personal, principalmente hipotecario. Les voy a poner sólo un simpático ejemplo de las asombrosas situaciones que ocurren cuando se descorre el velo de misterio que oculta las actividades de la banca privada. Se trata de un famoso juicio hipotecario ocurrido en USA en el 69 que relata Alejandro Nadal. El demandante, un abogado llamado Daly, que había impagado un préstamo hipotecario y estaba a punto de perder la casa, denunció al banco alegando que no le podía quitar la casa porque en realidad había creado el dinero del puro aire y no había puesto nada de su parte al hacer el préstamo. Sigo con el relato de Nadal: En su testimonio ante el juez, el director de la sucursal declaró que, en efecto, su banco había creado íntegramente los 14.000 dólares al inscribir una entrada en su contabilidad acreditando dicha suma al señor Daly, tal como si éste hubiera realizado un depósito por esa cantidad. En las curiosas palabras del funcionario del banco, ‘tanto el dinero como el crédito comenzaron su existencia cuando fueron creados de esta forma’. Me suena muy fraudulento, expresó el pasmado juez. La sentencia fue favorable al demandante al quedar acreditado que el contrato era nulo y el señor Daly conservó su casa. Imagínense ustedes el «pifostio» que se montaría si de repente un juez dijera que todo el préstamo hipotecario es fraudulento e ilegal. Ojo, no sólo las cláusulas suelo, el vencimiento anticipado o demás cláusulas abusivas sino el hecho mismo de ceder la garantía sobre la vivienda al banco y comprometerse a devolver el principal más jugosos intereses a cambio de un dinero creado del puro aire. Imagínense que un juez de estos del supremo, tan imparciales a la hora de servir los intereses de la ciudadanía, dictaminara que los bancos no tienen derecho a quedarse con la casa y que, en caso de impago del préstamo, tienen que aceptar la pérdida como todo hijo de vecino. ¿Qué les parece? ¿Se dan cuenta de que se derrumbaría el colosal negocio del crédito hipotecario y del castillo de naipes de la titulización de hipotecas que sostiene la matriz de rentabilidad del casino financiero global? A la luz de esta constatación, dicho sea de paso, se entiende mejor el trasfondo de la crítica por parte de algunos abogados y organizaciones de vivienda a la política estrella de la PAH-barcelona ante la oleada de desahucios y ejecuciones hipotecarias tras la crisis financiera: la dación en pago. A pesar de la apariencia de victoria sobre el poder omnímodo de la banca privada, se trata en realidad del reconocimiento de una derrota que desarma a los afectados al renunciar a la vivienda a cambio de la condonación de la deuda restante en lugar de plantear la batalla legal en torno a la completa falta de legitimidad del crédito hipotecario. La PAH-Madrid, una de estas organizaciones críticas con la casa matriz, describe la dación en pago como «una alternativa tóxica y letal en su aplicación generalista y populista». Y lo cierto es que, como han demostrado quienes han tenido el coraje de ir más allá en la investigación y denuncia de los atropellos perpetrados por la banca patria, motivos para cuestionar la legalidad de todo el sistema no faltaban en absoluto.
El fraudulento crédito hipotecario es pues el núcleo de la matriz de rentabilidad del capitalismo financiarizado. Costas Lapavitsas, autor de un libro magnífico de título ilustrativo: Beneficios sin producción: cómo nos explotan las finanzas, explica muy bien la diferencia esencial entre el crédito empresarial y el personal: «las finanzas dirigidas a los ingresos personales apuntan a satisfacer necesidades básicas de los trabajadores -vivienda, consumo, seguros-. Difieren cualitativamente de las finanzas dirigidas a la producción capitalista. Estrictamente, la ganancia de la banca puede dividirse entre, primero, el interés obtenido de los préstamos hechos a los capitalistas, y segundo, el interés obtenido de los préstamos hechos a los trabajadores. El primero representa habitualmente una proporción de la plusvalía. El segundo incluye una proporción de la renta personal y es un resultado característico de la expropiación financiera». Al trabajador se le explota en el trabajo -de ahí el capitalista paga a la banca los intereses del crédito que le concedió para emprender su actividad-, y fuera del trabajo, cuando se le extraen los intereses de la hipoteca, de las tarjetas de crédito y demás productos bancarios. No es difícil imaginar la bomba de relojería que supone basar la actividad económica y la rentabilidad del sistema capitalista en el endeudamiento masivo. Freeman lo explica muy clarito: «en última instancia el ingreso financiero sigue dependiendo de la producción; una hipoteca entra en impago cuando el valor real que paga por ella deja de producirse». Michel Aglietta explica de nuevo el punto clave sobre la función real del dinero y la deuda en nuestra sociedad. Fíjense qué lenguaje más diferente al que estábamos habituados en los manipuladores voceros de la música celestial: «Si los salarios crean división social, determinando el poder de una clase social sobre otra, ese poder es el poder del dinero. Para ser más precisos, es el poder de aquellos que detentan la prerrogativa de crear dinero, con el fin de transformarlo en un medio de financiación de la producción y el consumo de los obreros, sobre aquellos cuyo único acceso al dinero es la venta de su capacidad de trabajo». Así pues el dinero es la encarnación del poder social al servicio del interés privado. Si fuera sólo un lubricante de los intercambios, como reza la música celestial, el capitalismo simplemente no existiría, así de sencillo.
¿Es sostenible este modelo de acumulación basado en la deuda a muerte? ¿Cuál es la relación entre esta exacerbación de la expropiación financiera y la evolución del capitalismo neoliberal?
Toda la evolución económica del último medio siglo se puede resumir en una escalada degenerativa reflejada en la dependencia creciente de la máquina de producir dinero-deuda para sostener el maltrecho entramado de la economía capitalista que ya no se sostiene por sus propios medios. Anselm Jappe en un texto de título muy expresivo, «Crédito a muerte», resalta el punto clave: «El crédito puede posponer el momento en el que el capitalismo alcance sus límites sistémicos, pero no puede abolirlos. Incluso el mejor de los encarnizamientos terapéuticos debe concluir algún día». En los precisos términos de Michel Husson: «El consumo derivado de ingresos no salariales (rentistas) y el recurso al crédito personal deben compensar el estancamiento del consumo salarial. He aquí, por cierto, la raíz del brutal aumento de la desigualdad. De este modo, la falta de oportunidades para sostener una acumulación rentable, a pesar de la recuperación de los niveles de ganancia gracias a la ofensiva neoliberal sobre los trabajadores de todo el mundo, movilizó una masa creciente de rentas financieras en busca de valorización: esta es la fuente del proceso de financiarización». Jorge Beinstein hace una magnífica descripción de la toxicidad de un modelo semejante: «El aparente ‘circulo virtuoso’ había mostrado su verdadero rostro: en realidad se trataba de un círculo vicioso donde el parasitismo financiero se había expandido gracias a las dificultades de la economía real, a la que drogaba cargándola de deudas cuya acumulación terminó por bloquear el fabuloso crecimiento del globo financiero». La catástrofe, a pesar de los cantos de sirena de los guardianes de la ortodoxia, era inevitable. Lapavitsas describe el castillo de naipes levantado sobre la colosal montaña de hipotecas como el detonador de la crisis de hace una década: «Para los bancos comerciales, involucrarse en expropiación financiera se traduce primariamente en créditos hipotecarios y de consumo. Pero dado que las hipotecas típicamente tienen larga duración, una fuerte preponderancia de las mismas habría vuelto las hojas de balance bancario insoportablemente ilíquidas. La respuesta fue la titulización, es decir, la adopción de técnicas de banca de inversión. Las hipotecas se originaban pero no se mantenían en la hoja de balance». He ahí el gatillo que provocó el colapso de 2008. Cuando el hilillo de riqueza real proveniente de los menguantes ingresos de millones de trabajadores estadounidenses se secó, el castillo de naipes creado por la ingeniería creativa de los magos de las finanzas se derrumbó. El juego se había acabado.
Diez años después, no parece en absoluto que se haya alterado la matriz de rentabilidad del capitalismo senil. Más bien podríamos decir que vuelve por sus fueros: «La deuda global alcanzó en el primer trimestre de 2018 la friolera de 247 billones de dólares, situando el ratio de apalancamiento con respecto al PIB mundial en el 318%, según los últimos datos dados a conocer por el Instituto Internacional de Finanzas»
En un artículo muy detallado, The Economist, una de las biblias de los gurúes del casino, constata preocupado que «los mercados son alcistas en todos los activos». Hay numerosas burbujas. En los mercados bursátiles pero también, una vez más, en el sector inmobiliario. El tono es alarmista. Pronto o tarde una o varias de estas burbujas van a estallar, tal vez simultáneamente. El economista marxista Michael Roberts califica la economía actual de ‘mundo fantástico’: «La Larga Depresión se ha convertido en un mundo fantástico en el que suben los precios financieros y se inflan enormes burbujas de activos, baja la inversión y se reduce el crecimiento de la productividad, en el que casi todo el mundo puede conseguir un trabajo a tiempo parcial, temporal o por cuenta propia pero no ganar para vivir dignamente». Según Andrés Piqueras : «Hoy vivimos en un capitalismo irreal, ficticio, moribundo, cuya economía aparenta que sigue funcionando porque vive asistida a través de la invención incesante de dinero de la nada, y de una deuda creciente que está devorando toda la riqueza social y natural». El mayor responsable de la evolución hacia este capitalismo ‘fantasmagórico’ es el otro protagonista estelar de la máquina de succión: la banca central moderna.
Tercer Nivel. La máquina de succión de la deuda pública: la banca central independiente. El bombero pirómano
Hay un protagonista estelar de las políticas desarrolladas por la gobernanza del capital para paliar la debacle de 2008: la banca central independiente, la clave de bóveda en el andamiaje de la máquina de succión del dinero moderno. El principio fundamental de la banca central global es la prohibición de financiar directamente a los gobiernos con la excusa del peligro despilfarrador del gasto público que, como decíamos, es una de las falacias favoritas de la música celestial. De este modo, el más importante de todos los poderes, la autoridad para crear el dinero de curso legal, pertenece a una institución totalmente opaca que está al servicio del lobby financiero global -véanse las puertas giratorias entre sus ejecutivos Lagarde, Dragui, etc- para exprimir los recursos públicos a través del servicio de la deuda. El esquema se repite: la «máquina de succión» de la deuda pública volcando ‘masas colosales de riqueza’ real al sector financiero. «En 2011, el gobierno federal de los Estados Unidos pagó 454.000 millones de dólares en intereses sobre la deuda federal (casi ¡un tercio! del total de 1.1 billones de dólares pagados en impuestos sobre la renta ese año) en una colosal transferencia de rentas hacia la cúspide de las finanzas globales».
Carlo Vercellone explica el punto clave en referencia al BCE: «En la eurozona los Estados se encuentran privados de la existencia de un prestatario de última instancia y dependen de los mercados financieros para su financiación. De este modo ha podido instalarse el gobierno de la renta a través de la deuda soberana, un gobierno ya explícito que dicta las políticas económicas de austeridad y de expropiación de las instituciones del bienestar social». El pago de intereses -el principal no se devuelve nunca- de la deuda pública supone en España el tercer capítulo del gasto público después de las pensiones y las transferencias autonómicas: más de 30000 millones de euros anuales, mucho más de lo que se gasta el gobierno en subsidios de desempleo o en servicios sociales. Theotonio Dos Santos resume el punto esencial: «La misión de estas instituciones es transferir, bajo las más diversas formas, masas colosales de riqueza al sector financiero. Se trata de una expropiación de los recursos obtenidos por los distintos tipos de ingresos fiscales para transferirlos al sistema financiero bajo los pretextos más increíbles y las maneras más inventivas».
No sólo eso. La banca central independiente se ha convertido asimismo en el salvador del sistema financiero y por extensión del capitalismo global tras la debacle de 2008. Les presento al esotérico ‘relajamiento cuantitativo’, la famosa QE , la mayor manguera de liquidez enchufada al sistema financiero de la historia de las finanzas globales. Bajo toda la jerga tecnocrática y el oscuro lenguaje de los Mario Dragui y compañía se esconde el rescate más colosal de la banca privada y de todo el sistema financiero mundial que han visto los tiempos. No les voy a abrumar con tecnicismos. En resumidas cuentas, el BCE absorbió toda la morralla de deuda basura y de activos titulizados procedente del colapso de la crisis financiera en manos de los grandes bancos privados a cambio de dinero fresquito de su cosecha para sanear los balances de la banca quebrada. Como dice Lapavitsas, al final es el dinero público de la banca central y el rescate fiscal de los estados los que pagan los platos rotos del festín financiero: «Ya fuera en forma de flexibilización cuantitativa o de crédito normal a los bancos, la provisión de liquidez por parte de los bancos centrales representa también un subsidio público, ya que sustituye el crédito privado con riesgo por crédito publico seguro.
Y dirán ustedes también, pensando un poquito más sobre el aparentemente milagroso remedio, ¿realmente puede el todopoderoso banco central restablecer la salud de la economía él solito atiborrando de dinero fresco los canales financieros? La colosal inyección de liquidez a la banca, que representa el ‘relajamiento cuantitativo’, no ha ido a parar a la inversión productiva -no ha hecho acto de presencia el llamado ‘efecto goteo ‘ hacia las PYMES y empresas no financieras-. Y si no díganme si alguien se cree el cuento ese de que hemos salido de la crisis. Veamos, después de una década de encarnizamiento neoliberal de recortes sociales y de austeridad, la desigualdad social está en niveles record en todo el mundo, el desempleo sigue en valores elevados y la precariedad campa por sus respetos, los precios de la vivienda vuelven a ser prohibitivos y los niveles de deuda estratosféricos que provocaron la crisis se han duplicado. Entonces, ¿para qué ha servido la Qe? No se lo van a creer. Únicamente para restablecer y sanear los balances de la banca y del casino financiero e inflar nuevas y colosales burbujas financieras e inmobiliarias que provocan brutales incrementos en la desigualdad social. La Qe es un motor de desigualdad al potenciar únicamente la ganancia del capital ficticio: dividendos, intereses y rentas. Como dice Michael Roberts: «La principal forma en que la desigualdad de la riqueza ha aumentado es mediante el aumento de los precios de los activos financieros». Resalta el hecho de que más de 10 años después de la crisis financiera mundial, cualquier retorno a lo que antes se consideraba una política monetaria «normal» está más lejos que nunca, y la economía y el sistema financiero dependen completamente de la provisión de dinero ultra barato proveniente de los bancos centrales. ¿Y cuál de ellos encabezó el rescate del sistema financiero estadounidense traspasando al resto del mundo -de ahí la crisis de la zona euro- el grueso de los costes colosales del derrumbe del castillo de naipes del casino global? El dueño del billete verde, la moneda mundial y el pilar fundamental de la hegemonía imperialista estadounidense. Les presento al privilegio exorbitante.
Cuarto nivel. La aspiradora de la riqueza global: el privilegio exorbitante
Sin duda la aspiradora de riqueza que corona la máquina de succión del sistema financiero global es el privilegio exorbitante que sustenta la hegemonía geopolítica y financiera de EEUU a través del dominio del dólar en la esfera monetaria mundial. La función del billete verde como moneda de reserva en los intercambios globales y en los mercados financieros permite mantenerse a la superpotencia a costa de la riqueza generada en el resto del mundo. Estamos ante la clave oculta de la actual geopolítica, belicosa y agresiva, del imperio en decadencia. Michael Hudson explica el punto clave: «Ante el hecho de que cerca de la mitad de los gastos discrecionales del gobierno de EE.UU. son para operaciones militares -incluyendo el mantenimiento de más de 750 bases militares en el extranjero y operaciones bélicas cada vez más costosas en países de producción y transporte de petróleo- el sistema financiero internacional está organizado de tal manera que financia al Pentágono». El funcionamiento del dólar como moneda cuasi mundial durante las últimas cuatro décadas, justo al comienzo de la hegemonía de las políticas neoliberales, ha supuesto un factor propulsor de la financiarizacion. Tal privilegio implica una máquina de succión de riqueza real del resto del mundo hacia la superpotencia. Como explica Varoufakis, en su tratado sobre el tema titulado muy gráficamente El Minotauro global: «Siempre que una conductora nigeriana echa gasolina en su coche o que una fábrica china adquiere carbón australiano, la demanda de dólares estadounidenses aumenta. Todas las naciones exportan e importan. Si se importa demasiado, se reducen las reservas de divisas y es necesario obtener financiación. Esto vale para todas las naciones, pero no para los EE.UU, el único país que paga sus importaciones en su propia moneda. Estos dólares son utilizados asimismo como reservas internacionales para la adquisición por ejemplo de deuda pública estadounidense o activos bursátiles o financieros de Wall Street». Y la economía estadounidense es una máquina de generar deuda. Como dice Varoufakis: ¿Y quién iba a pagar los números rojos? Fácil: ¡elresto del mundo! ¿Cómo? Mediante un permanente tsunami de capital que fluía incesantemente a través de los dos grandes océanos para financiar los déficits gemelos de América. Todas las medidas adoptadas en las diferentes fases de la evolución de las geofinanzas imperiales de los últimos cuarenta años tienen el único propósito de mantener el dólar como divisa hegemónica, aun a costa de hacer saltar en pedazos el sistema monetario internacional vigente desde 1944 en Bretton Woods. De este modo, la globalización financiera aparece como un intento por preservar la hegemonía del imperialismo norteamericano. Y si no es suficiente con el imperialismo financiero de Goldman Sachs o de la Reserva Federal el Pentágono entra inmediatamente en acción. El carácter crecientemente agresivo de la política exterior de EEUU se explica -como refiere Hudson- principalmente por su creciente necesidad de mantener el privilegio exorbitante ante su declive productivo. Todos los ataques imperialistas al eje del mal -Libia, Irak, Siria o Venezuela- así como las surrealistas sanciones en la actual estrategia de la tensión contra Iránm tienen en común que son países que no tienen un banco central independiente y que tratan de salirse del circuito del dólar al igual que las potencias emergentes Rusia y China.
Tercera Parte
Resultante de la máquina de succión del dinero moderno: La acelerada degradación social
El dinero, o mejor, su modo de producción y circulación como instrumento de poder al servicio del interés privado es, como hemos tratado de mostrar, la clave de bóveda de la creciente asimetría entre las capacidades que podría tener el sistema económico, adecuadamente organizado para subvenir las necesidades de las personas y mantener los maltrechos equilibrios ecológicos con la tecnología y recursos existentes, y la concreción real de esas capacidades en un capitalismo cada vez más degenerativo. Keynes decía que en el año 2030 trabajaríamos quince horas a la semana debido al aumento de la productividad del trabajo causado por el extraordinario desarrollo científico y tecnológico y que viviríamos en un paraíso de abundancia en el que los rentistas y la especulación financiera habrían pasado a mejor vida. ¡Qué dotes proféticas!, ¿verdad? Lo contrario sería mucho más cierto. Los rasgos descritos de los distintos niveles de la ‘máquina de succión’ de las finanzas modernas -y otros que nos hemos dejado en el tintero como los paraísos fiscales, auténticos agujeros negros del fraude y los flujos financieros globales sustraídos del control público- generan pues un agudo deterioro de la cohesión social. El economista francés Thomas Piketty, autor del best seller, El capital en el siglo XXI, pone el acento en uno de los aspectos más visibles: el enorme incremento de la desigualdad de rentas y riqueza en el capitalismo neoliberal. La tesis básica de Piketty es que si el rendimiento de la riqueza patrimonial -rentas, dividendos e intereses y patrimonio heredado, lo que nosotros llamamos la máquina de succión- es superior al crecimiento económico de la economía real, los propietarios de riqueza heredada o los receptores de rentas o dividendos de sus activos financieros se harán progresivamente más ricos que los que viven de su trabajo. La fase neoliberal de la globalización ha evolucionado hacia un ‘capitalismo de rentistas’ en el que hay cada vez más ingresos que acaban en manos de quienes poseen propiedad física, financiera o intelectual y menos en quienes se ganan la vida con el sudor de su frente. Lo que el periodista y escritor Guy Standing denomina «plutocracia global». Piketty achaca esa peligrosa deriva al desmantelamiento del welfare state de los treinta gloriosos años posteriores a la segunda guerra mundial y a la hegemonía de las políticas neoliberales. El hecho sociológico más relevante de ese capitalismo con rostro humano fue el desarrollo de una clase media patrimonial -en España el 80% de las viviendas son en propiedad- que constituye, según Piketty, la «principal transformación estructural de la distribución de la riqueza en el siglo XX». El peligro de erosión de ese colchón amortiguador debido a la creciente polarización social agudizada tras la crisis de la última década, junto con la creciente fragmentación y precariedad de la clase trabajadora son las causas profundas del movimiento de placas tectónicas que amenaza con romper la cohesión social de las llamadas naciones civilizadas. El rentismo financiero e inmobiliario, que sustituye a la economía productiva y al obrero fabril como eje de la vida económica, es pues un vector fundamental de la degradación social. Y el desconocimiento abrumador por parte de la población, directamente afectada por sus efectos, de las causas profundas de esa degradación social provoca el creciente protagonismo de irracionalismos ideológico-políticos de variado pelaje. Los pequeños rentistas, sobresaltados por la sacudida de la crisis y preocupados por su deterioro patrimonial, por sus pensiones futuras y por el precariado al que se ven abocados sus hijos son pues el caldo de cultivo que alimenta el cacareado avance del fascismo.
Como presenciamos actualmente, la tendencia en la política mundial, ante el fracaso del proyecto reformista de la izquierda light para paliar el embate neoliberal y la incapacidad de los sistemas formalmente democráticos de desarrollar políticas que mejoren las condiciones de vida de la gente, es hacia el populismo pseudofascista de la guerra entre pobres y a la degradación acelerada de la política espectáculo: ‘lo llaman democracia y no lo es’ clamaban los quincemayistas. El peligro ideológico que se deriva de esta configuración es que los Trump, Bolsonaro, Salvini y los fantoches mucho más cutres que sufrimos en la piel de toro ofrecen soluciones demagógicas pero seductoras -contra la inmigración, la inseguridad, la corrupción e incluso la especulación- que no mejoran en absoluto las condiciones de vida de las clases populares pero dan una protección aparente contra el abismo de precariedad y desigualdad provocado por la degeneración del sistema: el fascismo rampante ya ha permeado la capilaridad de la vida cotidiana. Si estos cantos de sirena de la extrema derecha consiguen captar la atención del precariado y de los que no quieren despertar del sueño propietario de la clase media patrimonial, como parece que ya está ocurriendo en todo el mundo, nos esperan tiempos muy oscuros. El hecho capital es pues una vez más el desconocimiento abrumador por parte de la población de las causas profundas de esa degradación social. Se trata de lo que el sociólogo Boaventura Dos Santos califica de ‘fascismo financiero’: «Hasta ahora, políticamente, las sociedades son formalmente democráticas. Hay libertad de expresión, relativa pero existe. Hay elecciones libres, por así decirlo, aun con toda la manipulación. Pero los asuntos de los que depende la vida de la gente están cada vez más sustraídos al juego democrático. El mejor ejemplo es el fascismo financiero. El fascismo financiero tiene una característica especial: permite salir del juego democrático para tener más poder sobre el mismo. Esa es la perversidad del fascismo financiero». Todo el entramado que hemos descrito de extracción masiva de riqueza social se basa en la dictadura de las finanzas globales para condicionar decisivamente los aspectos de los que depende la vida de la gente por encima de cualquier control mínimamente democrático. Contra esta amputación de la soberanía de los pueblos llevada a cabo con éxito por el capitalismo financiarizado el reformismo es totalmente impotente al haber sido cercenadas las herramientas fiscales y monetarias que permitían hacer políticas redistributivas que limitaran el poder del capital. El capital no necesita ya, al contrario de los años 30, al fascismo clásico. Le basta con la deuda a muerte y la amputación de soberanía provocados por el potro de tortura neoliberal. Y tras el fracaso del reformismo socialdemócrata surgen los monstruos. Eric Toussaint destaca el punto clave que explica ese fracaso: «La crítica fundamental que se le puede hacer a Piketty es que piensa que su solución puede funcionar aunque se mantenga el sistema actual. Propone un impuesto progresivo sobre el capital para redistribuir las riquezas y salvaguardar la democracia, pero no se cuestiona las condiciones en las que estas riquezas se originan ni las consecuencias que resultan de ese proceso. Su respuesta sólo remedia uno de los efectos del funcionamiento del sistema económico actual, sin atacar la verdadera causa del problema. Pero sobre todo no nos puede satisfacer un reparto más equitativo de las riquezas si éstas son producidas por un sistema depredador que no respeta las personas ni los bienes comunes y acelera la destrucción de los ecosistemas«.
¿Es posible obligar al capitalismo a funcionar a medio gas?: les presento a los curanderos monetarios
He aquí pues la gran pregunta: ¿es posible poner la fábrica de dinero al servicio de un sistema económico que privilegie las inversiones productivas en una economía saludable y sostenible, que potencie los mecanismos redistributivos y reduzca la desigualdad? ¿Son viables medidas paliativas como la renta básica o el trabajo garantizado que tratan de paliar los deletéreos efectos de la máquina de succión y avanzar hacia un capitalismo atemperado?
Como Piketty, hay otros herejes de la música celestial además de nostálgicos del Estado del Bienestar que proponen reformas de la maquinaria de fabricar dinero para corregir el rumbo degenerativo del capitalismo. Empecemos por los curanderos del dinero seguro. Verán qué receta mágica más maravillosa proponen: «Hay que sacar el dinero de la gente de los bancos, así se acabarán las crisis financieras y los costosísimos rescates con dinero público». ¿Y dónde estaría el dinero entonces? Pues lo tendríamos a buen recaudo en una cuenta digital en el banco central, ese gran amigo del pueblo llano. ¿Quién se puede resistir a esta mágica receta? ¿Y qué harían los bancos entonces? Pues muy sencillo. Se dedicarían únicamente a prestar el dinero de los ahorradores a los benditos emprendedores, precisamente lo que dice la música celestial. Se les acabó el chollo a los angelitos de crear el dinero de la nada levantando el castillo de naipes del sistema financiero global. Nuestro querido Mafo, gobernador nada menos que del Banco de España de 2006 a 2012, los años más duros de la crisis inmobiliaria, se ha subido ahora al carro de los curanderos: «Si tuviéramos un sistema de ‘dinero seguro’ no habría crisis financieras» decía el arrepentido sobre la irresistible panacea. Su medida estrella se llama QE para la gente -recuerdan el helicóptero de mister Friedman soltando paquetes llenos de billetes, pues algo parecido- y consistiría en que el banco central apunte su manguera de liquidez a las cuentas de los ciudadanos que así tendrían un ingreso extra para desendeudarse y aumentar los niveles de consumo. ¡Qué maravilla!, ¿verdad? Sólo hay un pequeño inconveniente. Pues que la máquina de succión de las finanzas globales se sostiene con la creación del puro aire de dinero deuda por la banca privada con la inestimable ayuda de la banca central independiente. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que ambos renunciarían graciosamente a este privilegio? Como ven la propuesta de nuestros curanderos rezuma realismo por los cuatro costados. En un referéndum reciente en Suiza sobre la propuesta de dinero seguro fuera de los bancos, los precavidos helvéticos prefirieron mantener las cosas como están y dejarse de experimentos, no fuera a ser peor el remedio que la enfermedad.
Curanderos del dinero soberano y del trabajo garantizado: la Teoría Monetaria Moderna.
¿Qué les parecería a ustedes una economía con pleno empleo y salarios dignos para todos? ¿Quién podría resistirse al atractivo de una metamorfosis tan maravillosa del despiadado capitalismo realmente existente? ¿Y cómo hacemos esto? Pues ya verán qué sencillo y mágico resulta para estos curanderos. Una nación con dinero soberano, es decir, con un banco central propio, puede garantizar el pleno empleo. Se trataría, simple y llanamente, de poner al banco central al servicio del Estado para financiar actividades productivas y crear empleo garantizado y universal. Randall Wray, uno de los apóstoles de la Teoría Monetaria Moderna, lo dice muy clarito: «El gobierno soberano es el monopolio proveedor de su moneda. Como tal, tiene una capacidad ilimitada de pagar por las cosas que desea comprar y cumplir los pagos futuros prometidos».
Sí, lo han oído bien. Adiós a los recortes de servicios públicos y gasto social, adiós a las brutales dimensiones de la desigualdad y a la crueldad de las políticas de austeridad. ¿Y el pleno empleo? ¿No resulta irresistible una propuesta que garantizaría el trabajo para cualquier ciudadano dispuesto y laborioso en una sociedad arrasada por el desempleo y la precariedad? ¿Y qué hacemos con los bancos privados, esos angelitos? Aquí se diferencian de sus colegas, los curanderos del dinero seguro, porque les dejarían seguir creando dinero deuda y funcionando más o menos como hasta ahora. Salvo un pequeño detalle: habría que obligarles a portarse bien, a financiar actividades productivas y no especulativas. Todo muy realista como ven.
Ni que decir tiene que todos los grupos progresistas, que seguro que están aquí nutridamente representados -IU, Podemos, Attac y lo más granado de la izquierda internacional, Varoufakis, Corbyn y Sanders- apoyan entusiasmados la propuesta de la TMM. Bien, y entonces, ¿dónde está de nuevo el problema? El argumento más común de los curanderos subraya que la autonomía de las finanzas es consecuencia de la declinación de la industria, y en ese sentido contraponen «dos modelos de capitalismo», el productivo y el especulativo. De esta distinción ilusoria surge la idealización de un «capitalismo sin especulación» que jamás existió. Como dice Michel Husson, el problema de los curanderos y de todo el reformismo en general -incluida la mayor parte del movimiento por el derecho a la vivienda encabezado por la PAH y los sindicatos de inquilinos- es que ignoran cuestiones tan elementales como que al capitalismo no le gusta funcionar a medio gas y que el Estado ha sido nunca una institución neutral que se pueda poner al servicio de los intereses generales de la población: «La fórmula de los reformistas monetarios es que la salida de la crisis implicaría que el capitalismo acepta funcionar con una tasa de beneficio menos elevada y que la finanza privilegia las inversiones útiles y no especulativas. Lo que es al mismo tiempo cierto pero incompatible con el fundamento mismo del capitalismo». Es decir, que si reducimos el papel de las finanzas depredadoras, encaminándolas a inversiones productivas y alejándolas de la especulación estamos ignorando el leit motiv de la evolución del capitalismo en los últimos cuarenta años. Como dice, un poco cruelmente eso sí, Rolando Astarita: «La realidad es que los males del capitalismo -las crisis, la desocupación y la miseria- no se arreglan imprimiendo papelitos o imaginando absurdas ingenierías bancarias».
Conclusión: Cortar por lo sano
Lo que he tratado de contarles lleva pues a dos desagradables constataciones. En primer lugar el capitalismo actual es irreformable (salvo implosión interna provocada por un nuevo colapso financiero) y la fábrica de dinero también, de hecho son una y la misma cosa. Y, en segundo lugar, la lúgubre conclusión que se desprende de lo anterior es que la democracia formal ha quedado completamente vaciada de contenido y que la degradación social generada por el carácter crecientemente parasitario del sistema de la mercancía sólo puede corregirse modificando de raíz la máquina de succión de la creación de dinero moderno. Por tanto, no queda más remedio que cortar por lo sano. Ninguna solución será realmente eficaz si no corta de raíz la base del poder del fascismo financiero: la fábrica de dinero en manos privadas como motor de la decadente acumulación de capital. Hay que ponerse pues de nuevo radicales y recuperar las viejas proclamas de la izquierda revolucionaria: nacionalizar o socializar la banca privada y acabar con la independencia de la banca central y recuperar así el control público y democrático de la fábrica de dinero como pasos imprescindibles para una transformación de auténtico calado. Tiene precedentes: uno de los primeros decretos de la revolución rusa fue la nacionalización de la banca. Obviamente, no se trata de una propuesta realista pero, a diferencia de las recetas de los curanderos, muestra que solamente las transformaciones radicales pueden combatir realmente la degeneración acelerada del capitalismo y el peligro fascista que conlleva. Aunque esta degradación progresiva, como expresa brillantemente el filósofo Alba Rico, quizás sea por desgracia la opción más probable: «Un sistema que, cuando no tiene problemas, excluye de una vida digna a la mitad del planeta y que soluciona los que tiene amenazando a la otra mitad, funciona sin duda perfectamente, grandiosamente, con recursos y fuerzas sin precedentes, pero se parece más a un virus que a una sociedad. Puede preocuparnos que el virus tenga problemas para reproducirse o podemos pensar, más bien, que el virus es precisamente nuestro problema. El problema no es la crisis del capitalismo, no, sino el capitalismo mismo. Y el problema es que esta crisis reveladora, potencialmente aprovechable para la emancipación, alcanza a una población sin conciencia y a una izquierda sin una alternativa elaborada». No crean que sólo les voy a rememorar sonoras y utópicas proclamas revolucionarias. Existen también opciones más al alcance de nuestra mano. Como les decía al principio, una forma de limar aunque sea simbólicamente, el poder omnímodo de la banca es romper relaciones con ella y prescindir de sus omnipresentes productos. Rescatar la acción directa y la propaganda por el hecho de los viejos anarquistas. Si me permiten la confesión, en este ámbito predico con el ejemplo ya que no tengo cuenta corriente ni ningún otro producto bancario. Se lo recomiendo, a pesar de las inevitables molestias se vive mucho más tranquilo y se ahorra uno ir por la vida con la nariz tapada por tener tratos con tan honorables instituciones. Se trata de un consejo práctico y cotidiano, al alcance de todos. Y probablemente no exista otro ámbito de la realidad socioeconómica en el que una modificación sustancial de nuestra relación con el dinero y sus fabricantes pueda desencadenar efectos más desestabilizadores. No sé si recuerdan la acción «guerrillera» propuesta por el exfutbolista Eric Cantona de retirar masivamente «el dinero de los bancos» como forma de derribar el sistema. Más allá de su efectismo al menos acertaba en señalar el poner el dedo en la llaga. En fin, tampoco hay que hacerse ilusiones pero me permito romper una lanza por la máxima cristiana de ‘predicar con el ejemplo’. No creo que sea menos realista en absoluto que defender la renta básica o el trabajo garantizado y, al contrario de estas utópicas propuestas, esta puede llevarse a cabo. Sin embargo, lo anterior no deja de ser un remedo sumamente imperfecto de lo que en realidad debería ser el objetivo final: una sociedad humana sin dinero en la que se cumpla la máxima del muy honesto y pobre Carlos Marx: «a cada uno según sus necesidades y de cada cual según sus capacidades». Existen algunos ejemplos, no se crean que hablamos de utopías marcianas. Según cuenta el historiador Jérôme Baschet, autor de un libro de título tan inspirador como Adiós al capitalismo: «En los comunicados zapatistas, resulta omnipresente la crítica del mundo del dinero y el culto que se le rinde al Dios Dinero en el reino del capital. Durante una de las sesiones de la Escuelita zapatista, una maestra se paró en medio de su explicación y presentó dos bolsas, una con monedas, otra con maíz. La conclusión de la lección fue que el maíz es vida y el dinero muerte». Magnífica conclusión también para mí. Que contesta de paso negativamente a la pregunta que nos planteábamos inicialmente: ¿se puede vivir con dinero? He ahí la cuestión pertinente si no queremos seguir engañándonos con falsas esperanzas de microrreformas o esperar sentados el próximo colapso financiero global que nos haga seguir adentrándonos aceleradamente en la barbarie. Les dejo ya con una última reflexión de otro economista honesto que sirve como réplica final a todos aquellos que piensan que todos estos rollos son superfluos y teóricos y que no tienen nada que ver con las cosas de las que depende nuestra dura subsistencia cotidiana: «Lo importante es que estos procesos afectan diariamente a la gente; aumenta la tasa de explotación laboral, las jornadas de trabajo, los recortes en la seguridad social, en la asistencia médica y en la educación; y todo ello se debe a que la parte más importante de la remuneración de los capitales, en el casino global, es fruto del trabajo humano»
Blog del autor: https://trampantojosyembelecos.wordpress.com/
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