Hace ya algunos años, un filósofo llamado Mijail Bakunin resaltaba la tremenda paradoja de la religión: en la noche de los tiempos, cuando los hombres eran hombres y vivían en las cavernas, el temor a la oscuridad, a los lobos, la agorafobia de la llanura o la angustia vital de la soledad, hizo que inventasen […]
Hace ya algunos años, un filósofo llamado Mijail Bakunin resaltaba la tremenda paradoja de la religión: en la noche de los tiempos, cuando los hombres eran hombres y vivían en las cavernas, el temor a la oscuridad, a los lobos, la agorafobia de la llanura o la angustia vital de la soledad, hizo que inventasen a Dios en forma de tótemes, de piedras, de águilas, jaguares, o del mismo sol, o de la luna. Es decir, que como defensa ante el mundo cruel, el hombre crea a Dios. Pero después, según su pensamiento evoluciona, resulta que da la vuelta a la tortilla y concluye que es Dios el que crea al hombre. O sea, que somos criaturas de nuestra propia criatura, hijos de nuestro propio embarazo psicológico, somos Frankestéins evolucionados y sometidos a cirugía estética (no todos: véase Ratzinger), somos Gólems (no Gollums) vestidos de científicos y embebidos en veleidades demiúrgicas, que es la forma más evolucionada del antropocentrismo: declarar a bombo y platillo que el hombre no es nada y que Dios lo es todo, a sabiendas de que Dios es la creación del hombre, y no a la inversa.
Claro que cada uno es libre de engañarse a sí mismo como prefiera. La fe no es un asunto que se pueda discutir desde el punto de vista de la razón, porque para tener fe hay que prescindir de la razón, claro. La fe niega la razón. La fe, llevada a sus últimas consecuencias, niega la teoría de la evolución, el darwinismo, la fe provoca que a estas alturas de la película se vuelva a hablar en los colegios americanos del creacionismo, la fe niega los agujeros negros, el Big Bang, las transfusiones de sangre, los trasplantes de órganos, la fe se opone a la terapia génica, a la anestesia epidural, al aborto, a la eutanasia, pero, qué curioso, no a la pena de muerte: a lo más que llega es a proporcionar un confesor al condenado, para que se vaya al otro barrio con plena conciencia de culpa. Porque la culpa, ya lo dijo Nietzsche, es la principal aportación del catolicismo a la historia del pensamiento humano.
La fe es la cerrazón intelectual, la fe es ni más ni menos que coger un avión y estrellarlo contra las Torres Gemelas, la fe es atarse un cinturón de bombas y hacerlo estallar en un restaurante lleno de familias, creyendo que tras la muerte irás a un paraíso de huríes y fuentes de leche y miel. La fe sitúa el eje del mal mal a la altura del clítoris, y hay que cortar, oiga, hay que ablacionar sobre todo si eres negra, pobre y africana. La fe es el alzheimer de la razón, y me da igual que hablemos de fe cristiana, mahometana, budista o animista, la fe es sustituir el silogismo por el catecismo, cambiar la medicina por el exorcismo, quitar al médico y poner al curandero, al brujo, al sacerdote.
La fe es algo lógico y natural en sus orígenes, es decir, que en la intimidad es perfectamente normal que el hombre proyecte los miedos hacia algo superior y se aferre a ello. Me parece muy respetable que donde no llega la ciencia, como decía Einstein, no quede más remedio que reconocer la necesidad de la existencia de un algo, llamémoslo energía, fuerza generadora, luz, en fin, como nos de la gana. Incluso más allá del big bang, donde no alcanza nuestra comprensión, hay, o debe haber, un espacio en blanco que no se puede explicar. Vale. Pero a partir de esa falla del conocimiento, lo que no se puede hacer es elaborar todo un código civil de la conducta, lo que no se puede hacer es reemplazar, como hace la iglesia católica, el ser, por el debe ser, lo que no se puede hacer, señores de la iglesia, es tratar por todos los medios de influir en la sociedad valiéndose del manido argumento de la potentia absoluta Dei, el poder absoluto de Dios del que hablaba Guillermo de Ockham, filósofo que parece ser el pensador de cabecera de Ratzinger (y por extensión, de Rouco Varela, más conocido como el hermano de Paco Clavel).
La sociedad es civil, no religiosa. España es un país laico en el que se reconoce la libertad religiosa de todas las confesiones. ¿Tanto les cuesta asumir eso? A mí es que me encantaría que alguien me explicase en qué demonios amenaza el que la religión no sea una asignatura obligatoria a la dichosa fe del país. ¿Es que alguien obliga a sus hijos a no ir a clase de religión? No. ¿Es que van a dejar de subvencionarse con fondos públicos los colegios privados concertados de orientación católica? Va a ser que no, lamentablemente. ¿Es que se han cerrado las iglesias? ¿Se clausuran los conventos de clausura? ¿Se ha obligado a las monjas a vestir de Calvin Klein, o a los curas a celebrar la Eucaristía con pan Bimbo y coca cola, en vez de vino y hostias? Pues no, claro que no. La sociedad civil, representada por el Gobierno, no le dice a nadie que vaya o no vaya a misa (al contrario que la iglesia, que sí lo hace), no le dice a ningún niño que se matricule en clase de religión (al contrario que la iglesia), no obliga a pensar de una determinada manera, a actuar de una determinada manera, a reprimir sus instintos sexuales, como hace la iglesia, no obliga a nada aunque podría hacerlo con la ley en la mano, al contrario que la iglesia, que obliga al margen de la ley. La diferencia es que la sociedad civil utiliza la razón para argumentar, mientras que la Iglesia emplea el argumento irrebatible de la fe.
Contra la fe no discutas, contra la fe no intentes convencerles de nada, porque será como hablar con una pared. ¿Qué quieren montar una manifestación porque dicen que la ley de educación atenta contra la libertad religiosa? En fin, pues que lo hagan. Va a ser inútil tratar de explicarles que lo que atenta contra la libertad es precisamente el que la religión sea obligatoria y sirva para nota media en el currículo académico. Va a ser inútil que les expliques que lo que tú pides es una alternativa para que, mientras los niños que quieren ir a religión lo hacen, los que no quieren puedan aprender algo, en lugar de quedarse en el patio, al aire libre, a la sombra de los vacíos legales en flor. Es como con lo del matrimonio homosexual: será baladí aclararles que nadie obliga a casarse, o a no casarse, que no se pide que la iglesia una a los homosexuales, pero que se trata de equiparar en derechos civiles a todo el mundo. Va a ser inútil que se les explique cualquier cosa, porque mientras tú te les das razones, ellos te recitan como respuesta los Mandamientos de la Ley de Dios, te enseñan una cruz, como si fueras un vampiro, o la niña del exorcista, y te gritan: ¡hereje! Con la iglesia hemos topado, amigo Sancho.
Y es que la derecha en este país ha encontrado en el rollito de la fe todo el armazón ideológico del que de otro modo carecería. La derecha no puede pedir sin más que te aguantes con lo tuyo, que si has nacido pobre, morirás pobre, que si yo soy rico es porque me lo merezco, la derecha no puede decir por las buenas que te conformes, que agaches la cabeza, que esto es marica el último, la derecha no puede hacerlo; pero la iglesia sí. Porque la iglesia es, simplemente, un instrumento de manipulación de las clases favorecidas, un rodillo ideológico para el pueblo llano. El cura se sube al púlpito, y después de vomitar toda clase de barbaridades, pronuncia la consabida fórmula «palabra de Dios», y todos responden a una: «te alabamos, señor». A ver quién se lo discute. Con razón a los curas les llaman pastores, y a los feligreses, rebaño. Sólo que dentro del rebaño hay ovejas, sí, pero también cabestros. Y algunos incluso hablan por la radio.