Un concierto de canciones que fueron escritas como precisas radiografías
Reconozco que cuando comencé a escribir esta reseña del concierto de Javier Krahe se me hizo un nudo de respeto en el estómago. Admiro su coherencia, su honestidad y su forma de pasar por la vida, discreta pero decisiva. Me divierto escuchando sus letras. Me rindo a la ironía de cada una de sus sátiras. Pero lo que más me gusta es esa capacidad que tiene para radiografiar al ser humano en sus canciones. Nos cuenta cosas que nunca nos han pasado como si nos hubieran ocurrido a todos. A veces me sonrojo, porque desde su ingenuidad y sus imágenes llama a las cosas por su nombre.
Sale al escenario del Galileo con una camisa blanca y en vaqueros. Su figura se distingue tan delgada como afilada. Huesudo, algo desgarbado, de gesto inquieto espera que sus músicos vayan tomando posiciones a su lado. En poco más de un mes, el maestro estará cumpliendo los 67, esa nueva edad de jubiliación por la que nuestro gobierno tanto se interesa. A Krahe, como a todos, los años le afectan en lo físico. Nunca fue un hombre de fuerza, más bien ha venido haciendo gala de debilidad. Su estampa se va haciendo más frágil según envejece, acrecienta un sentimiento entrañable de protección. Algo que rompe con sus letras de picardía, osadas, llenas de metáforas floridas, de ingenio y naturalidad.
Se arranca con Paréntesis, ironía pura sobre las musas y los procesos de creación de un autor. Suenan tantos aplausos como carcajadas. Le bastaron unos leves segundos para conseguir la complicidad del público, un vínculo que no dejará caer, pues en cada concierto se repite la misma ceremonia de confraternización. Otro vínculo especial es el que ha establecido con su banda. Andreas Prittwitz (toda una sección de vientos: clarinete, saxo, flauta…), Javier López De Guereña (guitarra) y Fernando Anguita (contrabajo) se comportan como si fuesen su prolongación. Entre todos bromean y participan en la fiesta en que se convierte el concierto. Se conocen de tiempo y si no estuvieran se les extrañaría.
Con El Dos de mayo pidió un poco de aire dentro de una pareja, un espacio de rebeldía simbólica que necesita toda relación y de rendición sin condiciones, más bien por necesidades. Vienen temas alternados como a él le gusta decir; Las musarañas, Piero della Francesca, Vals del perdón y Como Ulises, que hacen un recorrido mixto entre canciones protesta y amor imaginado, unas veces correspondido y otras no. Son viajes espirituales y personales, enzarzados con la propia carne y la existencia.
No es la suya ya aquella aguerrida voz de La Mandrágora, se ha templado. Krahe no fuerza. Canta ¡Ay democracia! porque ésta se va alejando de la ciudadanía. La llama al orden con nostalgia por esa ausencia un tanto a lo Neruda. Vemos en su ojos la inquietud de Krahe por el entorno que nos rodea y el desconocido lugar al que nos conduce. No sé, pero no preveo un destino satisfactorio para el ser humano en su conjunto si éste no toma las riendas. Soy tan escéptico como sus canciones.
Se lanza con la contagiosa salsa Diente de ajo, pues su repertorio tiene de todo. Canta En la costa Suiza y después viene Eros y civilización. Hay un descanso, tal vez sea para fumar en la calle, ahora que ya no hay humos en los garitos o para quedarse charlando con otra copa, feliz y divertido. Al encenderse las luces se percibe el buen humor del público contagiado desde el escenario, el ambiente de celebración, la reunión entre amigos que se espera con deseo. Recuerdo entonces ese documental con el que, a modo de road movie, Ana Murugarren y Joaquín Trincado van contándonos de Krahe y de sus canciones, mientras le siguen y charlan con él. Se llama Esta no es la vida privada de Javier Krahe y es un retrato excepcional de una persona imprescindible.
Carcajadas despierta Vecindario y su furor uterino. Y sigue alternando: Conócete a ti mismo, Tal como eres, Abajo el alzheimer, La cientouna, Salomé, La osa mayor y la divertida e inconformista La yeti (1ª parte) que nos lleva camino del alpinismo ahora que ya todo nos da lo mismo.
Se muestra parco en los bises. Solo hace ¿Dónde se habrá metido esa mujer? y Alta velocidad, que es tan corta que apenas si a uno le da tiempo a empezar a escucharla cuando ya siente que se acaba. Hora y media sobre el escenario, tiempo que Krahe se lo ha pasado hablando de lo pequeño, desnudando una humanidad encantadora.
Aunque es tarde y mañana habrá que madrugar, uno sale exultante del concierto, con ganas de comerse el mundo. De vuelta a casa me quedó pensando que en su anterior disco, Querencias y extravíos, se hizo apodar el vago burlón. Le gusta esa imagen de artista vividor y perezoso, pero, aunque sus canciones resulten tan espontáneas, son la conclusión de un largo y esforzado proceso de trabajo, donde la rima y la métrica juegan un papel tan importante como la ironía. Añádase luego a la mezcla un poco de excentricidad, situaciones un tanto hilarantes y un cierto y castizo surrealismo y la receta del maestro estará lista para tomarse. Cuidado, se sube a la cabeza.
A modo de pequeño anecdotario: El disco Joaquín Sabina y Viceversa en Directo se grabó en el teatro Salamanca de Madrid los días 14 y 15 de febrero de 1986. A Sabina le acompañaban Luis Eduardo Aute, Javier Gurruchaga y Javier Krahe. En el disco, Krahe cantaba la canción Cuervo ingenuo, canción política en la que criticaba los primeros años de gobierno de Felipe Gonzalez. Ese concierto se retransmitía en directo por TVE y al llegar a Cuervo ingenuo las cámaras dejaron de grabar. Esta censura supuso un freno en la carrera de Krahe: se acabaron las contrataciones por parte de los ayuntamientos y ya no pudo grabar la canción en disco propio hasta dos años después, cuando regrabó sus canciones con su primera discográfica independiente.