Más famoso que nunca, la relevancia pública de Gabriel Albiac, catedrático de filosofía, es tributaria, antes que de su producción teórica, del ejercicio del periodismo profesional y de los lugares de ese ejercicio en los últimos lustros. Más de quince años de escritura ininterrumpida en los principales diarios y de intervenciones en las emisoras de […]
Más famoso que nunca, la relevancia pública de Gabriel Albiac, catedrático de filosofía, es tributaria, antes que de su producción teórica, del ejercicio del periodismo profesional y de los lugares de ese ejercicio en los últimos lustros. Más de quince años de escritura ininterrumpida en los principales diarios y de intervenciones en las emisoras de radio y televisión conservadoras, así como en las publicaciones digitales del neoconservadurismo hispánico, han aumentado exponencialmente el valor de cambio de quien, en la década de 1980, jugara, volens nolens, el papel del «exiliado interior» del periodo socialista de González. Exiliado interior: completamente desconocido, por lo tanto, salvo para quienes en aquel tiempo hiciera las veces de testimonio (sui generis, pero esto no es tan importante por ahora) de resistencia, de continuidad paradójica -como veremos a continuación- de lo que Albiac expresaba como la «apuesta comunista». No es ésta, a grandes rasgos, una diferencia que justifique una consideración específica de Albiac con respecto al resto de reconvertidos de la extrema izquierda intelectual que se gestara en la segunda mitad de la década de 1970. Tampoco viene impuesta por la percepción mayoritaria del fenómeno. Suscite rechazo o aprobación, el valor de cambio medio de Albiac tiene que ver, como señala uno de sus recientes apologistas, con su condición de «erudito, sabio, complicado, una escritura tiene este autor español muy a lo francés, alambicada y difícil de seguir. Su vocación es literaria más que filosófica o tal vez ambas a la vez. Literatura, ensayo, filosofía, política». Pero no queda aquí la cosa, pues esa escritura «a lo francés» traduce el sufrimiento de alguien que «tuvo que romper con muchos amigos por defender la legitimidad del Estado de Israel frente al terrorismo de la OLP. Tuvo que separarse de muchos por trabajar en la COPE». Este duro aprendizaje de la verdad del izquierdismo le habría llevado a convertirse -y aquí el apologista se arrebata- en un «liberal, conservador y de orden. Nada de malo tiene eso. Es más bien el destino de los izquierdistas lúcidos, darse cuenta de que todo eso era vanidad y vacío. Quien de joven no es comunista es que no tiene corazón y quien de viejo aún lo es, es que no tiene ya cabeza. Lo que se denomina, para demonizarla, «la derecha» es un conjunto de individuos procedentes de las generaciones o degeneraciones de las izquierdas»1.
La tosquedad de nuestro apologista tiene al menos la virtud de presentar el producto como Dios manda. Sin embargo, es bastante poco probable que el interesado acceda a reconocerse en esa credencial de orden. Demasiado mediocre para quien ha postulado desde siempre la identidad de escritor y narcisista:
«La tentación narcísica más colosal del escritor contemporáneo es ese frontal oxímoron: ser nadie. Para que la obra sea. Todo. Porque no hay escritor hoy que no sepa -escritor, al menos, que merezca tal nombre- que la firma oculta el texto; que el nombre del autor hace el libro ilegible, porque exime de su lectura; porque interpreta el texto, antes de que la cubierta se abra»2.
Comprendemos entonces el desagrado que ha de surgir en Albiac al leer en las contraportadas de sus libros frases como ésta: «El texto posee las virtudes propias del estilo de Gabriel Albiac: a un tiempo conciso y de elocuencia fulgurante, desengañado y entusiasta, lleno a la vez de coraje y desolación. No menos que un repertorio filosófico o una recapitulación ideológica, el presente libro es en la mejor tradición de los grandes pensadores, una brillantísima obra literaria»3. Arrepentido de la revolución y pensador culto, «francés» y, sobre todo, vendible. No, no es plato de buen gusto para Albiac. Al fin y al cabo, si hay una constante en sus escritos, un ritornelo incesante, es la superioridad ética y estética de la derrota frente al arrepentimiento. A quienes le acusaban de dogmático, en su periodo marxista-leninista, replicaba en efecto Albiac:
«‘dogmático’, que diría alguno de esos cretinos que confunden el rigor con el dogmatismo y nunca serán capaces de comprender que en la vida de un hombre sólo hay lugar para un solo pensamiento»4.
Y a quienes, como Felipe Giménez, ven ahora en él a un apaciguado defensor del orden establecido, replica sin matices:
«Soy una persona que está, desde el año 1976 en que salí del Partido Comunista de España, completamente al margen de la vida política. La política no me interesa lo más mínimo y juzgo que el primer deber moral del ciudadano es la autodefensa ciudadana frente a la potestad monstruosa y faraónica de lo político en las sociedades contemporáneas. En ese sentido, ni me parece que se pueda entender gran cosa de lo que escribo pensando que está escrito desde posiciones ácratas o izquierdistas, ni por el contrario pensando que está escrito desde posiciones derechistas. Lo que he tratado de hacer siempre, otra cosa es que lo haya hecho bien o mal, es tratar de fijar las determinaciones que rigen el discurso político»5.
Sin embargo, no es éste el aspecto más interesante del «caso» Albiac. No resulta en exceso interesante limitarse a contrastar las palabras de Albiac con hechos o acciones, ni a detectar las diferencias abismales entre sus enunciados de «antes» y de «ahora». Dicho de otra manera: la aseveración de que Gabriel Albiac es un especimen neoconservador resulta banal, y no aporta ningún conocimiento sobre el fenómeno neoconservador.
Desplazamientos
Lo interesante en Albiac es lo que permite al escritor -por encima de todo «desenmascaramiento» que de su traición pudiera hacerse- denegarse constitutivamente el arrepentimiento y la muerte que a éste acompaña. Contra la evidencia misma de su presencia/ausencia. Lo interesante es que encontramos en Albiac la condiciones mismas de invisibilización de la condición ética del escritor y del filósofo.
El arrepentimiento, dice Spinoza, «es una tristeza acompañada por la idea de algo que creemos haber hecho por libre decisión del alma»6. En esa medida, «el que se arrepiente de lo que ha hecho es dos veces miserable o impotente»7. Gabriel Albiac habrá rechazado siempre esa condición, y cabe esperar que lo siga haciendo. Y ello pese a que, en sus escritos, y en su cada vez más importante presencia mediática, encontremos gestos, referencias, oportunas intervenciones que corresponden, al menos desde la conmoción de 1968, a esa figura o incluso a ese empleo que, en toda la gama de matices, corresponde a aquel que cree haberse equivocado por libre albedrío y hace de ello poenitentia y, si se puede, buen negocio.
Ha señalado Paolo Virno que «los «grandes arrepentidos» expresan un punto de vista universal, la única síntesis admisible entre historia, política, derecho, moral. Se trata de un círculo virtuoso admirable: por un lado, haber hecho determinadas acusaciones específicas les autoriza a proporcionar interpretaciones globales y definitivas del contexto social y de los grandes nexos político-culturales; por el otro, la reconstrucción general, en cuyo interior cada uno de los hechos se inserta como si se tratara de una pieza, certifica de modo inapelable precisamente la veridicidad de estos últimos. Se da una incesante legitimación recíproca entre filosofía de la historia y relatos empíricos»8. A los conocedores de la obra de Albiac no pueden dejar de resonarle los rasgos señalados por Virno. En efecto, el nexo biografía-obra constituye un continuo y un leitmotiv cada vez más obsesivo en su obra. Sin embargo, no debemos olvidar que Virno hace referencia a aquellos que, en el léxico inaugurado por la irrupción del terrorismo espectacularizado de la década de 1970, fueron denominados pentiti: aquellos que «mienten incluso cuando dicen la «verdad», unificando lo que está dividido, eliminando las motivaciones y el contexto, evocando los efectos sin las causas, estableciendo presuntos nexos»9. Sin embargo, no es el mismo aquel que hoy escribe acerca de la idea revolucionaria de este modo:
«Lo que hemos hecho. Paraíso: infinitas colinas de cadáveres.
Y la Revolución, al fin, la única teología moderna»10
Mientras que, más de veinte años antes, podía escribir sobre el «principio mismo de ese arrebatamiento del monopolio estatal de la violencia al que Marx, y nosotros, llamamos dictadura del proletariado, ese inexcusable método de la revolución. ¿Dogmático? -Pues no hemos hecho más que empezar. ¿Quéreis saber qué es la dictadura del proletariado? -Os lo diré en tres palabras: rechazo del trabajo. Comunismo»11. No es el mismo aquel que, en el terreno de los gestos, dedicara uno de sus libros «A la memoria de Santiago Brouard / A la de todas las víctimas del Terror de Estado», que aquel que, a raíz de la comparecencia de José María Aznar en la Comisión Parlamentaria sobre los atentados del 11-M en Madrid, escribía:
«El Aznar de anteayer era otro. Que hizo en el Parlamento algo que allí no se usa: política. Esto es, Estado. No teatro o escena, no la medida demagogia que busca afectar sentimientos para capitalizar votos. […] ¿Cuándo puede, en el destino de un político, cruzarse el estupor de la inteligencia? Cuando no está ya en esa ficción azucarada, ese circo seboso y lastimero, al cual damos en llamar política»12.
Grandes desplazamientos. No encontraremos en Albiac, al menos en su obra escrita, rasgos de coherencia de lo que podríamos llamar «un pensamiento», o acaso un sistema. Recordamos, sin embargo, que «en la vida de un hombre sólo hay lugar para un solo pensamiento». ¿Qué puede ser entonces para Albiac el pensamiento?
Némesis
La cuestión se complica más si cabe desde el momento en que advertimos lo que podría ser algo así como una terrible némesis en ese cortocircuito permanente entre la biografía y la escritura de Albiac. Sea un buen ejemplo. Puede ser que alguien recuerde haber leído aquella dura crítica de los entonces llamados «nuevos filósofos» que Albiac publicara en la primera época de la revista El Viejo Topo, y que luego recogió en su volumen Todos los héroes han muerto. En aquella ocasión, Albiac ponía por delante los puntales de su crítica afirmando que
«si hoy hablo aquí contra estos nuevos inquisidores, lo hago explícitamente desde dos presupuestos: en tanto que filósofo y en tanto que marxista-leninista. O, si se prefiere, en defensa de la filosofía y en defensa del marxismo leninista -contra la mediocridad y la impostura»13
Se indignaba entonces Albiac contra las intervenciones literarias y mediáticas de personajes como Bernard Henry Lévy, cabeza de serie del «pack» literario mediático que hizo ante todo de la denuncia de los horrores del pensamiento de izquierda en Francia, y particularmente del «marxismo» y sus instituciones políticas en su configuración posterior a mayo de 1968, el blanco prácticamente exclusivo, y en todo caso estratégico, de su cruzada. Aquella labor estaba inspirada, según las palabras que Albiac se encarga de citar -como espuela de la indignación- por un motivo que, sin ser explícito en este último, no será extraño para ningún lector de su obra:
«bien es cierto que he tratado de asentar las piedras angulares de lo que denomino el «pesimismo en Historia». Me he encarnizado en perseguir hasta en sus últimas guaridas los eternos ensueños que gobiernan al rebaño humano»14.
En efecto, en el Albiac en el que hoy José María Aznar es capaz de provocar un afecto de admiración leemos (muchas, reiteradas, obsesivas) expresiones lapidarias que hacen balance de los siglos del peligro revolucionario:
«El sueño de la revolución -que es la instancia suprema del sueño de la razón ilustrada- ha dado a luz a sus monstruos ya, a lo largo de dos siglos. Y se cierra, no dejando tras de sí sino tierra quemada. […] No hay mundo nuevo, no habrá -salvo en las más mortíferas fantasías- hombre nuevo para curar al viejo o enterrarlo. Ni futuro siquiera que merezca tal nombre»15.
En su embestida contra la «nueva filosofía» Albiac hace suyas las palabras de un Gilles Deleuze que, «desde un punto de vista puramente naturalista o entomológico», intentaba delimitar los contornos de aquella campaña agresiva contra todo cuanto oliera a disposición subversiva en las almas, llevada a cabo por una legión de «polemistas». Resulta sorprendente comprobar los isomorfismos, pero también las numerosas coincidencias temáticas y estilísticas que podemos encontrar entre lo que Deleuze analiza como características del fenómeno literario y político de los nouveaux philosophes y buena parte de la obra del Albiac «al margen de la vida política». Es sabido que Deleuze adjudicaba un valor nulo al pensamiento de los nuevos inquisidores:
«Veo dos razones posibles de esa nulidad. En primer lugar, se sirven de grandes conceptos, tan grandes como una boca sin dientes, LA ley, EL poder, EL amo, EL mundo, LA rebelión, LA fe, etc. Pueden hacer así mezclas grotescas, dualismos sumarios, ley y el rebelde, el poder y el ángel. Al mismo tiempo, cuanto más débil es el contenido de pensamiento, mayor importancia cobra el pensador, mayor importancia cobra el sujeto de enunciación respecto a los enunciados vacíos («yo, en tanto que lúcido y valiente, os digo… , yo, en tanto que soldado de Cristo…, yo, de la generación perdida…, nosotros, en tanto que hemos hecho mayo del 68…, en tanto que no nos dejamos engañar por las apariencias…»)»16.
Y es el último Albiac el que nos espeta, con sus estilemas trágicos:
«Y no hay política humanista en la cual no lata la tentación del genocidio. Puesto que el enemigo, en una utopía fundacional del hombre nuevo, no puede sino ser aquello, por definición, ajeno a lo humano: lo inhumano, de cuya depuración perfecta depende la salvación de la especie. […] No hay vida sin el consuelo del lugar común. Y el lugar común es genocida. La soledad de la inteligencia es mortífera. […] Para el animal que sabe su condena a muerte -sólo el hombre, bestia parlante, posee esa maldición, a la cual dice privilegio-, el horizonte en el cual todo mata o muere, mata y muere, muere matando, es el mundo, el único al cual pueda llamar suyo. […] Auschwitz es el emblema del saber europeo del siglo XX, del saber europeo sin más.»17.
Con respecto a la fijación de Bernard-Henry Lévy, Glucksmann y otros en la denuncia de la responsabilidad del Gulag soviético que descansaba intrínsecamente en el pensamiento de Karl Marx, podemos comprobar que Albiac hace aparecer a aquellos como moderados. Ambas especies parecen estar de acuerdo en que la derrota hace sabios. Unos fueron derrotados (gracias a Dios, añaden ellos) en mayo de 1968; otros, como Albiac, dicen haberse dado cuenta de ello a finales de la década de 1970, años probablemente mucho más discretos. Al respecto señala Deleuze:
«Como principio general, uno tiene tanta más razón cuantas más veces se ha equivocado a lo largo de su vida, puesto que siempre puede decir «he pasado por eso». De ahí que los estalinistas sean los únicos que pueden dar lecciones de antiestalinismo […] Lo que me da asco es sencillo: los nuevos filósofos hacen una martirología, el Gulag y las víctimas de la historia. Viven de cadáveres. […] Pero nunca habría habido víctimas si éstas hubieran pensado como ellos, o hablado como ellos. […] Quienes ponen en peligro su vida suelen pensar en términos de vida, y no de muerte, amargura y vanidad mórbida. Antes bien, los resistentes son gentes llenas de vida. Nunca se ha metido a nadie en la cárcel por su impotencia y su pesimismo, más bien ha sucedido lo contrario»18.
Otro de los rasgos característicos que para Deleuze permiten comprender la agresividad del fenómeno, una de sus condiciones de éxito, no es otra que el nuevo marketing del libro, y en particular del ensayo moral y filosófico. En efecto, los «filósofos» y moralistas se convierten en personajes mediáticos, conocidos, motivo de polémica y discusión.
«Como nadie lee los libros de uno…». Se lamenta así Albiac en la actualidad de los «equívocos» que a su nombre y obra van asociados, también en la actualidad19. Difícilmente habrían tenido lugar si, a finales de la década de 1980, no se hubiera dedicado cada vez con mayor entusiasmo al oficio de columnista y opinador multimedia. Hasta ser hoy conocido como uno de los primeros espadas de la división Losantos, de la constelación del neoconservadurismo hispánico que en los superventas encabeza el historiador revisionista Pío Moa. Albiac es hoy una figura mediática. Y hace 30 años el mismo nombre se hacía eco de la disección deleuziana del proceso mediante el cual los nouveaux philosophes
«han introducido en Francia el marketing literario o filosófico, en lugar de hacer una escuela. El marketing tiene sus principios particulares: 1. es preciso que se hable de un libro o que se obligue a hablar del mismo, y no que el libro hable por sí mismo o tenga algo que decir. En última instancia, es preciso que la multitud de artículos de revistas, de entrevistas, de coloquios, de emisiones de radio o de televisión reemplacen al libro, que perfectamente podría no existir en absoluto […] 2. Y luego, desde el punto de vista de un marketing, es preciso que el mismo libro o el mismo producto tenga varias versiones, para convenir a todo el mundo: una versión piadosa, una atea, una heideggeriana, una izquierdista, una centrista, e incluso una chiraquiana o neofascista, una «unión de la izquierda» matizada, etc.».
Inseparable de esta dimensión empresarial e inmediatamente comercial de la escena del pensamiento y de la performance del pensador es la eliminación del escritor por el periodista. Un crimen perfecto: nadie distingue ya a uno de otro:
«el periodismo descubría en sí mismo un pensamiento autónomo y suficiente. De ahí que, en última instancia, un libro valga menos que el artículo de revista que se escribe sobre el mismo o que la entrevista a la que da lugar. De esta suerte, los intelectuales y los escritores, incluso los artistas, son invitados a convertirse en periodistas si quieren adaptarse a las normas. Se trata de un nuevo tipo de pensamiento, el pensamiento-entrevista, el pensamiento-conversación, el pensamiento-minuto»20.
Dicho esto, en algo podemos estar de acuerdo con Gabriel Albiac: las vicisitudes del sujeto de enunciación son, en cuanto clave explicativa, miserables. Sin embargo ese mismo sujeto es soporte de agentes de enunciación, sujeto de enunciación de grupos de narraciones. Al fin y al cabo, la biografía sólo es importante en el medida en que permite poner de manifiesto los nudos de intersección entre enunciados y transformaciones de estados de cosas; narraciones y efectos históricos.
Máscara
Invisibilización, decíamos más arriba. Y justamente de la producción de invisibilidad hablará Albiac un año después de los atentados del 11-M ante el escogido auditorio de la FAES, la tentativa aznariana de construir un think tank a la altura de las exigencias de la hegemonía neoconservadora. El motivo: la presentación de aquel video propagandístico que achaca la salida del gobierno del Partido Popular a una conspiración. La intervención de Albiac no será, entonces, un mero oropel. Es solicitada para que dé contenido y simule razón para la paranoia conspiratoria. En su intervención se afana Albiac en explicar cómo es posible que lo sucedido, a fin de cuentas un golpe de Estado, haya pasado desapercibido a casi todos, hasta el punto de que la mayoría de la población haya llegado a arrojarse a los brazos de los perpetradores -el PSOE, se entiende- del golpe:
«En condiciones normales, explicó, prima la invisibilidad. En condiciones de guerra, por el contrario, prima la exhibición de los actos ejemplares que ciegan la comprensión de lo que se está jugando en el conflicto mismo. […]»EE. UU. decidió librar la guerra, la Europa continental decidió rendirse. […] Vichy dio nombre, en su momento (Segunda Guerra Mundial) a la invisibilidad: colaboración. Palabra que hoy consideramos infame pero que no lo fue en el momento en que se creó… […] Madrid lo está llamando Alianza de Civilizaciones. […] Una toma de poder sólo puede funcionar y consumarse en la noche y en las sombras, entre bruma y tinieblas. Y de eso, de que toda toma de poder y toda consolidación del poder requiera esencialmente de la bruma y de las tinieblas, nadie, al menos nadie que haya pasado a través del Estado, es inocente»21.
¿Nos proporcionará este elogio de la invisibilidad, o de la máscara, una clave de la gestación y el proceso de nulificación de la escritura y el pensamiento de Albiac? Al fin y al cabo, el nexo entre política, guerra y muerte (que equivalen a nada) estará mediado, en este «último» periodo, justamente por la figura de la máscara:
«La nada, ese vacío esencial que sólo importa, nos viene únicamente en fogonazos, y siempre bajo forma literaria desplazada. Muerte, guerra y política, son las más intemporales de sus máscaras. En el límite, nada hay en el universo lingüístico de los hombres -en el universo lingüístico, que es el universo- que no lo sea»22.
Junto a la nada, no hay para a Albiac otra cosa que la escritura. Testigo del horror, acotación de la nada que él mismo es. Antes que refugio, podemos decir que el «escritor» funciona en Albiac como equivalente general subjetivo, instrumento fiduiciario, marchamo. Que hace aceptable. Y que da validez a lo que, sin su rodeo, como puros desplazamientos semánticos y encabalgamiento de secuencias narrativas heterogéneas e incomposibles, no sería más que la evidencia póstuma de la muerte que media vidas distintas. Se vería al zombi. Es la máscara del escritor…. que se adapta y domina todas las demás (comunista, antiislamista, derrotado, etc.). Y es la que sostiene su disposición a la sumisión, su funcionalidad en la máquina de propaganda neoconservadora.
Voluntad de muerte
Ahora bien, ¿qué ha de tornar «aceptable» Albiac? Pensamos acercarnos a partir de esta cuestión a una primera disección de lo que hemos denominado su «fórmula». Fórmula de aceptabilidad del arrastre que en él ejercen los nuevos enunciados de guerra y exclusión de la galaxia neoconservadora. Fórmula, al mismo tiempo, de invisibilización de las profundas discontinuidades -de la muertes, al fin y al cabo- que escanden y hacen definitivamente ilegible su narración ontológica e histórica.
La crisis del estalinismo -específica, pero concomitante de la crisis, que en la mayoría de los casos sería crisis terminal, de toda la extrema izquierda surgida a finales de la década de 1960- llevará a un jovencísimo Albiac a poner en escena un gesto determinante, que le acompañará hasta hoy: la declaración de la propia muerte, como militante y como filósofo. Detrás quedan unos pocos años de actividad política y de escritura, y un puesto de profesor titular de filosofía en Madrid. En la narración de Albiac, la declaración de la propia muerte no es un rapto, ni un desafío, sino una consecuencia lógica de aquello que la derrota política le acaba -o nos acaba, porque en Albiac la propia experiencia tiene a priori un valor ético universal- de enseñar o casi valdría decir revelar: que todo estaba perdido de antemano:
«Terrible historia, en verdad, ésta que nos tocó vivir, sin poder creer siquiera en la palabra en que nuestra incredulidad es dicha. Un tiempo en el que el solo privilegio que nos fuera otorgado ha sido el de decir la incapacidad radical de lo dicho para nada que no fuere la reproducción de las reglas del poder despótico que en la palabra es consumado. Decir que nada puede ser dicho -tal es el drama aporético de los filósofos […] Es algo que, a fin de cuentas, bien se asemeja a aquella tortura de piratas egeos, a cuya imagen Platón echara mano para dar razón del drama del alma atada férreamente al cuerpo: encadenar un hombre vivo a un cadáver y abandonar ambos a su propia e indiferenciada podredumbre. Tal resultó ser el drama (y el «juego de niños») del filósofo que deseábamos ser y del comunista desesperanzado y un poco reaccionario que somos»23.
Una parte de Añoranza del poder pone en escena la crisis y disolución del marxismo-leninismo a raíz del abandono, por parte del PCF y, con posterioridad, del PCE de Carrillo, de la «noción» de «dictadura del proletariado». La incapacidad de la crítica para restituir el concepto marxiano y leninista se presenta como cifra e índice de la imposibilidad de hacer política con conceptos, esto es, de la imposibilidad de transformar el mundo en los términos en que el pensamiento crítico afirmaba poder hacerlo: «Renunciamos, así, por principio a la palabra, para buscar el silencio en la lectura»24. Vedados para el materialista arrepentimiento y suicidio, esta voluntad de muerte será una máscara literaria, de cuyas posibilidades probablemente Albiac ignoraba entonces casi todo.
Para el Albiac filósofo se determina aquí el alfa y el omega de su aportación al pensamiento: la exclusividad del principio de muerte. Su imperio rigurosamente incontestable. Ningún materialista encontrará Albiac para semejante cometido. Pero nuestro hombre trágico encuentra citas platónicas:
«¿Qué significado dar, en rigor, a esta práctica extraña que quiere que toda la historia de la filosofía no sea otra cosa que el comentario de una frase platónica? Aquella que dice la filosofía como aprendizaje de muerte […] Agotadas, así -digo-, las ilusiones de poder de los maestros de toda sabiduría otorgadora de control sobre las cosas, Platón (la disciplina teórica que llamamos filosofía) ha de volverse, inexorablemente, a la caverna del fracaso, como lugar ineludible de la palabra humana; […] Fracasar, finalmente, en la tarea de decir el fracaso al que todo decir se haya abocado»25.
La maraña
«Comunista reaccionario» (demasiado inteligente, demasiado lúcido, debemos traducir nosotros sin eufemismos) y filósofo (platónico) que quiere y dice la muerte constituyen desde entonces la matriz de su personalidad literaria. Y es preciso insistir en que el uso sistemático de paradojas, contradicciones, oxímoron, no dejará de tener consecuencias decisivas en este juego de desplazamientos e invisibilizaciones. Comienza con ello el juego peligroso de las oscilaciones semánticas, los encadenamientos y enmarañamientos de narraciones opuestas, sobre cuya importancia en el caso de la formación de los enunciados nazis escribía Jean-Pierre Faye:
«Lo más asombroso de la lengua nazi es que se sirve incluso de sus inconsecuencias: pues éstas intervienen a su vez en el campo que las ha producido, tienden, por así decirlo, a recargarlo»26.
Se opera así «lo que algunos semánticos llamarían la separación [écartement] de las funciones -el alejamiento, en el encadenamiento narrativo, de los semes que pertenecen a la misma estructura de significado. Ahora bien, esa separación no supone una pérdida de intensidad, sino, por el contrario, es generadora de espera, reproduce, estira y agrava lo que sin duda es su modelo permanente: la oposición carencia/no-carencia, que es por excelencia creadora de necesidad, y, como subraya A. J. Greimas, promotora de acción. Nada muestra mejor de qué manera la acción de una ideología se reduce a la de un relato: ninguna «teoría» puede hacer lógicamente compatibles los enunciados antagonistas del pequeño doctor [Goebbels], pero el relato ideológico hace que sean, por así decirlo, lingüísticamente eficaces. […] La madeja de los juegos, desenmarañados uno a uno, deja ver poco a poco su secreto: cada enmarañamiento funciona -mediante la operación de un determinado álgebra lógico y en los hechos- como multiplicación. A cada intersección de las ideologías, el doctor efectúa el producto de las fuerzas»27.
Sin la menor intención de comparar a Joseph Goebbels con nuestro personaje, las palabras de Jean-Pierre Faye suponen una enorme inspiración para desenmarañar la «fórmula» de Albiac.
En el plano de la crítica política e histórica, esta fórmula -que, no debemos olvidarlo, funciona también y sobre todo como máscara- será el soporte de sucesivas transformaciones semánticas que, en concatenación, operarán desplazamientos políticos decisivos. Dicho de otra manera: llevará al «comunista reaccionario», al «marxista muerto», al filósofo «traidor heroico» que afirma que «filosofía será decir aquello que, precisamente por no poder ser dicho, debe ser dicho»28 no sólo a la descripción del impulso revolucionario como una voluntad de matar y morir (y una búsqueda inocultable del máximo placer que en ello se obtiene), sino a la ecuación entre nazismo y comunismo, considerados como polaridades fundamentales de ese mismo impulso de muerte y asesinato. A pesar de la tinta de calamar que borra sus huellas, podemos identificar varios desajustes en la monodia de Albiac:
de la afirmación de la lucha de clases (y fundamentalmente del aserto según el cual «las clases son el producto de la lucha de clases») y de su corolario, la dictadura del proletariado, a una lógica de la guerra que, con La sinagoga vacía como estandarte, se declarará spinoziana29. La polaridad dominante en este enmarañamiento es «revolucionaria y comunista»: su motto es «Revolución o muerte. Revolución es muerte», palabras escritas en memoria de Eduardo Haro Ibars30.
de la lógica de la guerra (de referencia spinoziana) al principio de muerte y de identidad: Nada = muerte, guerra, política31. Y de ahí a la normalidad y casi necesidad del exterminio y el genocidio: «los hombres matan; es lo originario». El impulso revolucionario, que Kant considerara «ha puesto de manifiesto una disposición y una capacidad de mejoramiento en la naturaleza humana como ningún político hubiera podido sonsacar del curso que llevaron hasta hoy las cosas»32, no es ahora para Albiac más que una manifestación epifenoménica de la fundamental pulsión de muerte. ¿Qué diferencia cabe, entonces, entre revolucionarios y contrarrevolucionarios? Ninguna:
«Hay una corriente trágica -tan oscura cuanto silenciosa- de la revolución. O de la contrarrevolución, nadie se engañe: en lo más hondo, los terrores humanos no conocen, porque no lo conoce el inconsciente en el cual anidan, el principio de no contradicción ni las partículas negativas. Y esa corriente trágica sussurra, a muy pocos milímetros bajo las ominosas convenciones, su canon matemático de desolación y muerte. Resuena en ella, la prefiguración del hallazgo freudiano: «El principio de placer parece hallarse al servicio de la pulsión de muerte»»33.
Esta cita condensa el núcleo duro de la operación de revisionismo histórico que emprende, desde finales de la década de 1990, nuestro filósofo muerto. La clave del asunto es la siguiente: cuando un desplazamiento revisionista no «cuela», porque la lógica misma de la crítica histórica puede y de hecho demuestra que ha habido alternativas de constitución, minorías derrotadas, singularidades de enunciación y de creación política, entonces llega el momento del desplazamiento ontológico, o más bien teológico. Intervienen los términos vacíos con función homogeneizadora: nihilismo, lacanismo o freudismo resuelven las dificultades de la historicidad concreta, y la inaprensibilidad de los devenires revolucionarios. La mirada del escritor «póstumo» le proporciona la postiza autenticidad y la paradójica autoridad que, por definición y fuera de las salas de tribunales, le están vedadas a un arrepentido. Pero Albiac nos replica, por enésima vez:
«Yo soy un residuo del pasado. Un hombre muerto en vida […] llega un momento en nuestra vida en que ya sabes que no te corresponde modificar nada, sino tomar la distancia y ver lo que está sucediendo, negarte al inevitable autoengaño y tratar sencillamente de contar lo que pasa y analizarlo con la frialdad más absoluta y al coste que sea necesario»34.
Tal vez sea un duro coste, pero no resulta excesivamente difícil, por ser un tópico de la literatura anticomunista, narrar la identidad fascismo=comunismo. Al objeto Albiac se limita a repetir, como si se tratara de un descubrimiento, los tópicos disponibles en la literatura clásica al respecto. Todos los trabajos citados por Albiac han sido escritos desde las filas de la extrema derecha nazi o fascista. En este sentido, Albiac recoge un testigo revisionista que cuenta por predecesores conocidos hasta la saciedad: Moeller van der Bruck, Niekisch, un cierto Jünger, Rauschning y, last but not least, el antaño denostado fascista y hoy elogiado Alain de Benoist (dando crédito, por supuesto, a las afirmaciones, constitutivas de la locura de las narraciones fascistas y nazis, de un Mussolini, un Goebbels, o un Adolf Hitler)35. Este frenesí revisionista cuenta además con numerosos adeptos en la «ciencia hispánica», también amigos y colaboradores de Albiac36. El método historiográfico de Albiac es fácil. Consiste en repetir machaconamente el mantra: cualquier historiador serio sabe, por ejemplo, que «nacional-socialista y socialista son, en esas alturas del siglo, matices internos a una sola corriente general, la del obrerismo revolucionario»37.
Luego llegará el turno de la Revolución, que conlleva Terror, y la condena definitiva del Revolucionario, o el Contrarrevolucionario. O el Antisemita. Qué más da. Lo más lamentable de la empresa revisionista de Albiac es su absoluta falta de rigor: lógico, histórico, filosófico. Presupuesto por una fundamental dimisión ética: la del «filósofo muerto» convertido en bufón y numerario del «think tank» neoconservador, concatenado en joint venture con el nacional-populismo aznariano.
Cadáver
Albiac renunció a construir conceptos porque, en Añoranza…, descubrió lo que es la filosofía. Y ésta no pasaría en modo alguno por crear, inventar conceptos, pero tampoco por deconstruirlos. «La filosofía no da respuestas», antes bien, «es aprendizaje de muerte». Pues la filosofía es un fracaso: en la tarea de decir el fracaso de todo decir. Todo lo dijo Platón (aleccionado por su fracaso político). «Renunciamos a la palabra para buscar el silencio en la lectura». Ya está todo pensado. «Desde hace unos años me sé cadavérico […] porque sabe que ese fin ha sido ya […] me hallaba, al fin, en el lugar al que siempre aspiré: el lugar del filósofo […] el lugar del cadáver». «La metáfora privilegiada del filósofo es la del traidor heroico», porque oscila entre complicidad y muerte, diciéndolo. Pero queda la escritura: la escritura, ya sin filosofía, o después de la filosofía. O la escritura como recuerdo constante del origen y fin: la muerte. Sin embargo, el principio de muerte debe revelarse, traslucir en los orígenes mismos de la filosofía. El principio de muerte es activo: puesto que sólo opera en la finitud de los modos, el principio se efectúa como morir-matar, indistinguibles salvo por el accidente de las modalidades de su ejecución.
Sacerdocio venal, que permitirá y pretenderá hacer aceptable, «contra derecha e izquierda» llamar «chimpancé» al mestizo Chávez, antisemitas a los opositores a la globalización capitalista, vil masa amedrentada a las y los desobedientes del 13 de marzo de 2004, y amigos, que compensan con creces a cuantos ha perdido, a Federico Jiménez Losantos y Pedro J. Ramírez.
«Ninguna razón me impele, en efecto, a afirmar que el cuerpo no muere más que cuando es ya un cadáver. La experiencia misma parece persuadir más bien de todo lo contrario. Pues ocurre, a veces, que un hombre experimenta tales cambios que difícilmente se diría que es el mismo»38.
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De Raúl Sánchez podemos leer en Archipiélago «Testaruda potencia. El materialismo creativo contra sus límites» (nº 53), «Un conjunto de duras banalidades» y «La última orilla del sabotaje» (nº 68).
© Raúl Sánchez, 2006. Este artículo ha sido publicado en el número 72 de la revista Archipiélago bajo una licencia Creative Commons. Reconocimiento-NoComercial SinObraDerivada 2.5. Se permite copiar, distribuir y comunicar públicamente el texto por cualquier medio, siempre que sea de forma literal, citando la fuente y sin fines comerciales.
1. Felipe Giménez Pérez, «A propósito de Gabriel Albiac», El Catoblepas, núm. 47, enero de 2006, p. 23 (http://www.nodulo.org/ec/2006/n047p23.htm).
2. Gabriel Albiac, Diccionario de adioses, Barcelona, Seix Barral, 2005, p. 46.
3. Cfr. la contraportada del mismo volumen, Diccionario de Adioses, ibid.
4. Gabriel Albiac, Todos los héroes han muerto, Madrid, Ediciones Libertarias, 1986, p. 188.
5. Entrevista en El periodista digital, 2 de febrero de 2005, http://periodistadigital.com/opinion/object.php?o=48996
6. Baruch Spinoza, Ética, III, «Definiciones de los afectos», XXVII, Madrid, Alianza Editorial, 1987, pp. 241.
7. Ibid., Parte IV, Prop. LIV, p. 306.
8. Paolo Virno, «Excursus sulla cultura del pentimento» Convenzione e materialismo, Roma, Theoria, 1986, p. 144.
9. Paolo Virno et alia., «Do you remember revolution?», recogido en Toni Negri, El tren de Finlandia, Madrid, Libertarias, 1990, p. 88.
10. Gabriel Albiac, Diccionario de Adioses, cit., p. 263.
11. Gabriel Albiac, Todos los héroes han muerto, cit., p. 61.
12. Gabriel Albiac, «Después de la política», La Razón, 1 de diciembre de 2004.
13. Todos los héroes han muerto, cit., p. 114.
14. Bernard-Henry Lévy, La barbarie à visage humain, París, Grasset, 1977, p. 220, citado por Albiac en Todos los héroes han muerto, cit., p. 117.
15. Diccionario de adioses, cit., p. 120.
16. Gilles Deleuze, «A propos des nouveaux philosophes et d’un problème plus général« (1977), Deux régimes de fous, París, Minuit, 2003.
17. Diccionario de adioses, cit., pp. 228, 229, 231.
18. «A propos des nouveaux philosophes…«, cit, p. 128.
19. «Pregunta: Sin embargo estará de acuerdo con que hace años sí se le encasillaba como un pensador de izquierdas.
Albiac: Sí. Como nadie lee los libros de uno… En mi libro La añoranza del poder de 1979 me autodefinía en algún momento como un «comunista reaccionario», pero como usted puede analizar eso es un descarado y provocante oxímoron». Entrevista en El periodista digital, cit.
20. «A propos des nouveaux philosophes..» , cit., p. 130.
21. Véase el «Resumen de la intervención de Gabriel Albiac» en la mesa redonda: «Las elecciones libres y sus enemigos: terrorismo y agitación radical», 30 de marzo de 2005. Véase http://www.fundacionfaes.org/documentos/INTERVENCiÓN_DE_GABRIEL_ALBIAC_1.doc
22. Diccionario de adioses, cit., p. 173.
23. Gabriel Albiac, Añoranza del poder o consolación de la filosofía, Pamplona, Hiperión, 1979, p. 13.
24. Ibid., p. 153.
25. Ibid., p. 173.
26. Jean Pierre Faye, Le langage meurtrier, París, Hermann, 1996, p. 81.
27. Ibid., pp. 84-85.
28. Añoranza del poder…, cit., p. 188.
29. «Estamos ahora en la clave final de la Ética y del espinosismo todo, de esa irreversible revolución filosófica que, tras vaciar a los entes de toda esencialidad subyacente, viene a colocarnos en el horizonte materialista de una modernidad que es la nuestra: frente a la lógica de las esencias -que fuera, hasta aquí, la de la metafísica-, una lógica de las potencias en conflicto, que es una lógica de la guerra», La sinagoga vacía. Un estudio de las fuentes marranas del espinosismo, Madrid, Hiperión, 1987.
30. Gabriel Albiac, Adversus socialistas, Madrid, Libertarias, 1989.
31. Cfr. «Nada: muerte, guerra, política», Diccionario de adioses, pp. 171-235.
32. Immanuel Kant, Immanuel Kant, «Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor» (1798), Filosofía de la historia, Madrid, FCE, 1989, pp. 108-109.
33. Diccionario de adioses, cit., pp. 282-283.
34. «Gabriel Albiac, testigo vivo de un mundo muerto», entrevista con José Luis Gutiérrez, Leer, núm. 136, octubre de 2002.
35. Véase Diccionario de adioses, cit., pp. 95-98. 36. César Vidal y Pío Moa, el «conspiranoico» Luis del Pino entre otros. Albiac se dedicará a reseñar -dicho sea sin eufemismos: a ensalzar- buena parte de esta literatura del revisionismo histórico desde las páginas de la revista Leer. Cfr. las reseñas de Nazismo y comunismo, de Alain de Benoist (núm. 161, abril 2005); La Yihad en España, de Gustavo de Arístegui (núm. 170, marzo de 2006); Los enigmas del 11-M, de Luis del Pino (núm. 171, abril de 2006); Paracuellos – Katyn, de César Vidal (núm. 162, mayo de 2005); Checas de Madrid, de César Vidal (núm. 146, octubre de 2003); La izquierda reaccionaria, de Horacio Vázquez-Rial (núm. 144, julio-agosto de 2003).
37. Diccionario de adioses, cit., p. 97.
38. Baruch Spinoza, Etica, Madrid, Alianza, 1988, Parte IV, Proposición 39, Escolio. Citado por Albiac en La sinagoga vacía, cit., p. 362.