La naturaleza es implacable con todos. Finalmente, y después de 101 largos o cortos años de vida –un segundo en términos históricos– llegó el turno para otro Rockefeller, el último de los nietos vivos del difunto infame magnate estadounidense John D. Rockefeller, el más admirado por la burguesía, ya que pudo acumular una enorme fortuna […]
La naturaleza es implacable con todos. Finalmente, y después de 101 largos o cortos años de vida –un segundo en términos históricos– llegó el turno para otro Rockefeller, el último de los nietos vivos del difunto infame magnate estadounidense John D. Rockefeller, el más admirado por la burguesía, ya que pudo acumular una enorme fortuna que algunos estudiosos estimaron alcanzó en activos los US $320.000 millones, gracias a su todopoderosa petrolera Standard Oil. Muerto David Rockefeller, los grandes medios del poder se apresuraron a decirnos cuánto valía aquel hombre. Entre ellos, la última edición de la revista Forbes publicaba «por coincidencia» el mismo día de su muerte la lista de multimillonarios donde estimaba su fortuna personal en US$3.300 millones. David valía menos que su abuelo John. La misma lista de Forbes ubicó a todo el clan Rockefeller en el lejano puesto 23. Una calamidad para el mundo de los magnates.
Al igual que su abuelo, John, toda la fortuna de David le sirvió en vida para continuar con su legado influyendo entre los mortales para sobornar a políticos burgueses, promover guerras en el mundo, apoyar cruentas dictaduras, financiar programas secretos, sectas secretas, etc. También le sirvió para comprarse un instante más de vida tras practicarse 6 trasplantes de corazón que su maldad iba enfermando y destrozando uno por uno. Sin embargo, su fortuna no le sirvió para sobornar a la muerte, que a nadie perdona. Día de luto y celebración para los codiciosos magnates del mundo, pues moría un miembro prominente de la clase dominante, pero también un fuerte competidor.
El desdichado David tampoco pudo llevárse su fortuna consigo al infierno, o al cielo, o a la nada. El magnate Rockefeller ya nunca se enterará, como tampoco pudo hacerlo su abuelo John, que perdió lo único realmente valioso que posee el ser humano: la vida y no el dinero. Sin vida, David lo perdió todo; se volvió nada. La muerte nos iguala a todos.
Algunos buenos creyentes salieron a decir que había llegado la hora para que David pague por sus crímenes. Según ellos, ya estaría tocando las puertas del infierno. Sin fortuna en el infierno, David sufriría como el resto de las desdichadas almas porque no podría pagarse una paila de lujo, y el infierno le será tan caluroso como a todos los desgraciados. Pero otros creen que David habría podido pagarse el perdón de Dios gracias a sus actividades «filantrópicas». Dicen que seguramente habría llegado al cielo, pero sin dinero para poder sobornar a San Pedro, comprar ángeles y santos para su favor, y todas las mieles del soñado paraíso que nos pintan algunos mitómanos con sotanas.
Pero el cielo para un burgués que no pudo llevarse consigo todo su dinero, no sería distinto al infierno. Sufriría la pérdida por toda la eternidad. Para David y sus codiciosos compinches burgueses les será mejor desaparecer en la nada, borrarse para nunca, enterarse allá (arriba o abajo) que lo han perdido todo; que de nada sirvió amasar tanta fortuna que ahora disfrutan otros como los gusanos que se alimentan de los muertos.
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