La necesidad imperiosa de una huelga general indefinida
Sobre una veintena de huelgas generales se produjeron en el Estado español en poco más de un siglo
Pero la tónica general fue un seguimiento de las mismas no del todo satisfactorio, excepto la “Huelga general en España del 14 de diciembre de 1988” (“huelga del 14D”), convocadas por los sindicatos de CC OO y de UGT. Se ha considerado la primera huelga exitosa de la historia de la democracia en España y se erige como la más masiva hasta la fecha: con más de un 90% de seguimiento; pararon casi 8 millones de trabajadores durante 24 h. Fue motivada por un proyecto de reforma de la legislación laboral, muy precarizadora, por parte del Gobierno. Sobre todo en lo referente a la presentación por “Plan de Empleo Juvenil” ante el Consejo de Ministros (28-oct-1988), que preveía: un contrato “destinado a jóvenes de entre 16 y 25 años, por el salario mínimo interprofesional, de una duración de entre 6 y 18 meses, exenciones en las cuotas de la seguridad social para los empresarios, abaratamiento el despido e introducción de los contratos temporales para los jóvenes trabajadores. Pese al gran éxito de la huelga, el gobierno de Felipe González, no sólo no dimitió, como era lo suyo después de esta protesta tan potente, si no que incluso hizo sólo unas correcciones momentáneas de retirada del plan, pero que con el tiempo esta retirada se olvidó e incluso aumentando la profundidad de la precariedad.
El nuevo orden mundial: el neoliberalismo global
Pero hay dos causas externas que explican la firmeza del ejecutivo, pese al el éxito de esta huelga.
La primera cuestión era que ya estaba a punto de estallar el “nuevo orden mundial-global”, tras la caída del muro de Berlín. Un nuevo orden, que en un principio daría lugar a muy lesivas leyes y tratados contra los derechos de los trabajadores. Algunas de estas medidas empezaron a reflejarse justo al año siguiente de la huelga general española del 14D. Se trataba del Consenso de Washington (1989) que determinaba drásticas medidas legislativas laborales, muy lesivas para los trabajadores. Y aunque en un principio sólo se aplicaban a todos los países de América Latina, pronto se trasladaron por todo el planeta con consensos, tratados, pactos, acuerdos, como lo fueron el Consenso de Santiago de Chile (1998), el Consenso de Buenos Aires (2005), el Tratado de Maastricht (1992), el Tratado de Londres (2009), etc.
La segunda cuestión es que todas las huelgas generales de la historia generalmente se han programado sólo para un periodo de 24 horas. Esta limitación de tiempo hacía poca mella en el sistema para que se consiguiera el efecto total deseado. Por esta razón y porque según considera el pensamiento decrecentista, lo que se necesita más que reformar o doblegar al sistema, es que deje de existir. Y para ello no bastan las huelgas de 24 horas. Y es que será indispensable una “nueva normalidad” para sustituir a la “vieja normalidad destructiva”. Por ello habrá que conseguir huelgas generales indefinidas para terminar con la manía del consumismo-productivismo que sólo crea crecimiento oligárquico, despilfarrador y destructivo, generador de catástrofes ecológicas y humanas.
Las huelgas del decrecimiento
A finales del siglo XX comenzaron a aparecer, movimientos sociales que empezaban a ser más conscientes de los enormes desastres eco.-eco.-soc. (económico, ecológico y social) y que ya reclamaban que el crecimiento no nos condujera inexorablemente, como ya está sucediendo, a los colapsos económicos ecológicos y sociales.
Empezaba a verse que era importante comenzar a realizar “huelgas anti-consumismo”
En este sentido se manifestaron dos destacados decrecentistas, Paul Ariès y Carlos Taibo.
En el año 2006 el decrecentista francés Paul Ariès propuso el “manifiesto por una huelga general de consumo” [1] en Lyon, en octubre de 2006. Y además escribió un libro sobre el tema [2]. Ariès nos dice: “La sociedad de consumo es triste, injusta e intolerable. El objetivo de vivir con menos bienes pero más relaciones, solo la perspectiva de una huelga general de consumo puede devolver el poder a los débiles frente a esa ínfima minoría de poderosos que se ceban de nuestro malvivir y de la destrucción de todas las cosas”. En resumen, que la propuesta de Ariès es conseguir una huelga general en contra del consumismo, porque es la mejor forma de terminar con los estragos del capitalismo productivista.
Se da el caso de que el capitalismo necesita imperiosamente vender, esto es, necesita vender más que respirar el aire que respira. Y puede que ahora, con la pandemia en marcha pueda ser el momento adecuado para que empecemos a dejar de atacar a la biosfera, abandonando el productivismo-consumismo. Un cambio tan radical sólo sucedería con una huelga indefinida que nos permita llegar a una “nueva normalidad”, a un nuevo estilo de vida, un poscapitalismo caracterizado por la autoproducción local, el apoyo mutuo, los bienes relacionales, y la desconsideración total de la idea de PIB como referencia de riqueza y progreso, entre otros muchos planteamientos. Pero la “huelga de consumo” no cuajó porque movilizar en sólo de 24 horas no es suficiente para lograr el cambio de paradigma que es indispensable para salirnos de este sistema suicida y con ello conseguir salvar el planeta Tierra y la vida en él, incluida la de los humanos.
Por su parte, el decrecentista español Carlos Taibo en sus manifestaciones ante el Movimiento del 15M del año 2011 proponía una “huelga laboral indefinida”, que en un principio, se podría considerar utópica, pero que sin embargo es necesaria si queremos que tenga unos resultados suficientemente contundentes. Pero este intento de huelga general indefinida tampoco cuajó. Y es que no basta con que una huelga general de 24 horas, como lo fue la del 14D, tenga un éxito de casi el 100%. No es suficiente, es necesario que sea una huelga general e indefinida, como muy bien postula Taibo. Y no sólo que sea indefinida también tiene que ser de doble sentido: anti- consumismo y de anti-destrucción de derechos laborales.
La gran y sorpresiva huelga
Con la llegada del inicio de los años 20 del siglo XXI, se ha dado la circunstancia sorpresiva de que sin saber como, de repente y universalmente, nos hemos encontrado todos haciendo una huelga general de consumo y laboral, además con tendencia indefinida que al menos está durando más de dos meses: fue el enclaustramiento domiciliario a causa del pánico al corona virus. Huelga que aunque derivada de una pandemia con efectos muy perversos como 6millones de infectados y cerca de medio millón de muertos; también tuvo resultados positivos, al haber consumido y producido menos por el enclaustramiento, y por ello haber logrado: una fuerte mejora del medio ambiente, de la biosfera, la biodiversidad, etc. Y también se generó una atmósfera mucho más pura y saludable. Y todo se produjo gracias a haber desaparecido o disminuido grandemente las lacras derivadas del productivismo-consumismo.
Gracias a este pánico, la gente sin saberlo, e involuntariamente, y sin tan siquiera sospecharlo se puso frenéticamente a hacer huelga general y universal. Aunque más que una eran dos huelgas generales y con aspecto indefinido: huelga general contra el consumismo y huelga laboral.
Lo triste es llegar a la conclusión de que a no ser que nos mueva un pánico enorme o una pandemia o algo mayor, la población en general no esta dispuesta a abandonar su cotidiana adicción consumista-productivista. Y ello aunque vean, por ejemplo, a las claras, como se va viendo, el inexorable, muy amenazante y vertiginoso ascenso de la temperatura global. Actitud que asemeja al la de el avestruz (que esconde la cabeza bajo el ala rápidamente después de ver al cazador dispuesto a dispar). En nuestro caso consiste en no querer ver la realidad, y ponerse a mirar para otro lado con tal de no soltar el mono consumista-productivista, aunque vean palpablemente los múltiples colapsos que ya les están golpeando en la cabeza.
¿El capitalismo herido?
En cualquier caso aunque con esta exitosa y superextendida huelga general y de más de dos meses es posible que el capitalismo no haya caído, pero si que puede ser posible que de esta haya salido herido de muerte.
Y esto además, dentro de su endémica debilidad que viene padeciendo desde hace unos cuantos decenios. Debilidad que aumentara profundamente en los próximos años como consecuencia de que el propio crecimiento oligárquico se está convirtiendo en un bumerán al comportarse de forma imparable como un autodebilitador del crecimiento, al generar agotamiento de recursos planetarios y ocasionar un mortal y apocalíptico cambio climático. Históricamente el capitalismo ha sufrido numerosísimas crisis alguna de ellas muy graves pero siempre consigue las malas artes suficientes para salir adelante en cada una de ellas. En este caso, ¿conseguirá reunir suficientes malas artes como para conseguir sobrevivir? y solo lo conseguirá aumentando la precariedad y el exterminio de mucha gente. E incluso provocando, al fin, los múltiples colapsos y el cambio climático.
¿Pospandemia sinónimo de poscapitalismo?
Parece ser que al menos a nivel de los poderes económicos y gubernamentales, en este sentido hay que ser más bien muy pesimistas. Para ver como se va a comportar el futuro el capitalismo podemos poner como ejemplo al país más capitalista que existe China; aunque muy hipócritamente le de por llamarse comunista… así desprestigia mejor al comunismo y mantiene a las masas quietitas, algo similar a lo que hizo el catolicismo imperialista con el cristianismo. Además, China un país que ya ha llegado a ser el campeón en crecimiento y también en emisiones de GEI [3].
A primera vista da la sensación de que China ha comenzado una “nueva normalidad”, con intenciones decrecentistas sanas, al renunciar a fijar objetivo de cada año del crecimiento del PIB, después de levabar 30 años de campeona en crecimiento económico. Pero no renunció a seguir aumentando el PIB por un amento de su concienciación de lo nefasto que es el capitalismo, con su crecimiento oligárquico, que aumenta la brecha social y el nefasto avance hacia el cambio climático y los múltiples colapsos que genera. No, a renunciado a crecer no por su propia voluntad, sino porque el covid-19 y dos meses de enclaustramiento, ha dejado medio desmantelada la productividad china, por consiguiente si que va a ir a una “nueva normalidad”, pero consistente en reactivar a tope el crecimiento capitalista para recuperará el productivismo perdido durante la pandemia, (algo que ya se empieza llamar la “revancha de la contaminación”), y ya algo que empezará a practicarse en todo los países neoliberales globales. China lo hará más frenéticamente que nunca y aumentando el uso de la negra, nefasta y supercontaminante energía del carbón.
Y el frenetismo de esta negra “nueva normalidad” se está notando rápidamente, ya han vuelto a dispararse los índices de contaminación atmosférica en China. En efecto, según un informe que ha publicado recientemente la organización independiente Centre for Research on Energy and Clean Air, China ha registrado 30 días después del final de la desescalada en su pandemia, niveles de contaminación superiores a los que mostraba antes de la pandemia.
Por último, otra cosa que el covid-19 nos ha desvelado y a sacado a la luz, es que el crecimiento oligárquico del PIB es enemigo acérrimo de la salud de las personas y de la biosfera, pues el capitalismo no duda en dar prioridad al mal llamado crecimiento del PIB (que sólo es un crecimiento ultra-oligárquico) por encima de la salud y de vida de las personas.
Y aún podemos seguir mencionado algún ejemplo más de “nueva normalidad” de “revancha de la contaminación” o frenesí acelerado crecentista:
En «gringolandia» este frenesí se realizara aumentando la producción armamentística y las privatizaciones generalizadas.
En Rusia mediante la explotación de dos nuevas grandes oportunidades de crecimiento oligárquico que nos está ofreciendo el deshielo: las nuevas rutas árticas, la explotación de los subsuelos del permafrost.
En Alemnia inventando nuevos minijobs hasta que lleguen a la categoría de microjobs.
En Brasil intensificando aún más los incendios amazónicos y terminando con la exterminación de indígenas hasta conseguir el nivel al que llegaron los EEUU, para aumentar el PIB brasileño a base nuevos pastos.
En Indonesia terminar de incendiar las pocas selvas que ya le quedan con el fin de logar una aceleración del crecimiento oligárquico del PIB a base de aceite de palma y una “revancha de la contaminación” que configure la “nueva normalidad indonesia”.
En España multiplicado esfuerzos en temporalidad laboral y en la creación de microjobs de hostelería, para que se consiga pasar de 8 millones de turistas/temporada a más de 100 millones, y aumentar con ello el PIB, aunque sean profundamente devastadores ambientales.
Por desgracia esta es la “nueva normalidad” que nos espera.
¿Son sólo las multinacionales las que padecen el frenesí de aceleración crecentista?
Pero no sólo son las multinacionales las que suspiran por una vuelta a la “normalidad anterior” antiecológica y antihumana. Los trabajadores productivistas-consumistas no quieren dejar de ser piezas del engranaje capitalista, y reclaman, como el que más, continuar con el productivismo suicida con tal de seguir en la rutina de la droga insalubre del trabajo asalariado-enajenado. Por ejemplo, estos días los trabajadores de las corporaciones automovilísticas (como por ejemplo Nissan) piden a gritos seguir produciendo y seguir en sus empleos, a la vez que en sus intensas manifestaciones producen un denso humo negro al quemar neumáticos, todo un símbolo. Y sin considerar el absurdo que es el producir solo para conservar puestos de trabajo, y para mantener el crecimiento oligárquico. Cuando el mercado ya está más que saturado y sólo se mantiene a fuerza de obsolescencia programada. Y sin querer, por nada del mundo, salir de la rutina. Y hacen esto, en lugar de pedir a gritos la reducción drástica de la jornada laboral y otras alternativas de trabajo menos contaminantes, degradantes, enajenantes y más gratificantes.
Además, sus angustiosas proclamas reivindicativas se pierden en los oídos sordos de los patronos de las grandes corporaciones, que solo tienen oídos y voluntades (al estilo de un robot imparable) para insistir, sin la menor tregua, en el crecimiento oligárquico.
Recordemos, una vez más, que en la última crisis global de 2008 la “nueva normalidad” poscrisis consistió en un aumento generalizado de la precariedad mundial: aparición de los minijobs de 450€ (se acabaron los tiempos de la “abundancia mileurista”), generalización de los trabajos temporales, abaratamiento del despido hasta gratuito, etc. Y últimamente se han puesto de moda la “uberizacion” que está descargada de todo derecho y responsabilidad contractual y generalmente utilizada para trabajos de cortísima duración.
[1] Pienso que, aunque esta idea de Ariès es muy importante y vanguardista, este autor aún no logró madurar el concepto de “consumo”: Aún confundía, como por desgracia aún confunden muchos decrecentistas, la palabra “consumo” y “consumismo”, pues mientras el primer concepto (usado demasiado ligeramente) no tiene nada de criticable, por el contrario es indispensable para salvas vidas; el concepto “consumismo” es en si completamente suicida. Por ejemplo repetimos demasiado mecánicamente la expresión “sociedad de consumo” cuando no solo no debe ser criticable, sino que se debe considerar que es indispensable para conseguir seguir viviendo (tanto como que es vital consumir el oxigeno del aire); por el contrario si que es muy criticable y rechazable la “sociedad consumista” por ser suicida. Si queremos rechazar no se debería hablar nunca de “sociedad de consumo” y sí de “sociedad consumista”.
[2] Paul Ariès, No conso: vers la grève générale de la consommation, Goliaseditions, Lyon, France, octubre 2006.
[3] GEI: siglas de Gases de Efecto Invernadero.