Un nuevo fantasma recorre el mundo, el fantasma de la renuncia de millones de trabajadores a seguir trabajando en las condiciones en las que estaban antes del confinamiento.
Los datos son indiscutibles.
En Estados Unidos, el informe de la Secretaría de Trabajo de hace un par de semanas señala que 4,3 millones de personas habían renunciado a sus empleos en agosto. Eso ha hecho que ya pase de 10 millones el número de empleos vacantes en todo el país, a pesar de que hay casi 8,5 millones de personas desempleadas.
En los 38 países que forman parte de la OCDE hay 20 millones de personas menos empleadas que antes del confinamiento y 14 millones ya han dejado de considerarse activas porque ni tienen empleo ni lo buscan. Y, en comparación con 2019, hay 3 millones más de jóvenes sin empleo, ni educación ni formación.
En China, Vietnam y otros países asiáticos también ocurre lo mismo, pues millones de personas que habían vuelto a sus aldeas cuando se produjo el confinamiento no han vuelto a sus empresas. Y en Europa, leemos diariamente noticias sobre la «escasez» de personas para ocupar puestos de trabajo en muchos sectores económicos.
En Alemania se calcula que hay unos 400.000 empleos vacantes, en Francia 300.000 y en España casi 120.000, un 88% de ellos en el sector servicios.
Las causas de este fenómeno global son variadas y no todas ellas se quieren poner sobre la mesa porque el fenómeno supone una especie de enmienda a la totalidad de lo que ha venido pasando en los mercados laborales y en la economía en general durante los últimos 40 años.
Quien quiera engañarse puede creer que el problema se debe a que hay desajustes temporales entre la oferta y la demanda de trabajo. Puede haberlos, sin duda, pero no los suficientes como para explicar toda la magnitud del problema.
Lo curioso, además, es que los mismos economistas liberales que defienden esta tesis (para no tener que enfrentarse a lo que voy a señalar inmediatamente) actúan con bastante incoherencia. Cuando hay paro dicen que se trata tan solo de un exceso de oferta que se resuelve automáticamente en el mercado laboral a poco que bajen los salarios. Pero, ahora que hay escasez de oferta, no dicen que suban los salarios para evitar el desequilibrio. Una muestra más del fraude intelectual y del engaño que hay detrás de las teorías liberales sobre la naturaleza del desempleo y su solución.
La realidad es que el modelo laboral del neoliberalismo ha generalizado no solo los salarios más bajos con la excusa permanente de que eso era imprescindible para crear empleo.
Al bajar la masa salarial han disminuido las ventas de las empresas y eso ha hecho que se genere menos actividad y empleo. Así se ha creado un ejército de parados que ha permitido que los salarios no suban y que las condiciones de trabajo empeoren sin cesar, en beneficio de las grandes empresas (no de todas, porque una gran parte se ve perjudicada por la caída de ventas y actividad que he señalado).
Eso explica que en los últimos años de dominio neoliberal se hayan generalizado condiciones de trabajo extenuantes en donde han florecido la ansiedad, el estrés, el agotamiento, el miedo, la frustración y la renuncia creciente a la vida familiar, la crianza y el bienestar en el más amplio sentido. Muy particularmente, en algunos sectores, grupos sociales o en el caso de las mujeres.
Durante los años 60 y 70 del siglo pasado la rotación en los empleos era alta. Quien se pudiera encontrar insatisfecho con su puesto de trabajo podía cambiar con la seguridad de encontrar otro, más o menos en las mismas condiciones. En los últimos 40 años, por el contrario, los trabajadores no han tenido apenas posibilidad de rotar, sencillamente, porque las posibilidades de encontrar algo mejor eran mínimas. Con sindicatos debilitados, con la negociación colectiva en entredicho y, sobre todo, con ese ejército de millones de personas necesitadas de emplearse allí donde fuese, se ha podido establecer un modelo laboral en el que o se aceptaba lo que ofrecía la empresa, o se perdía el empleo: en la cola había cientos de personas dispuestas a aceptar cualquier condición de trabajo. De ahí los falsos autónomos, los contratos sin horas determinadas, las horas extraordinarias no pagadas y el incumplimiento generalizado de las leyes laborales.
El confinamiento ha transformado la situación, tal y como lo ha descrito muy claramente la profesora de Harvard Tsedal Neeley, en un interesante libro publicado el pasado mes de abril (Remote Work Revolution: Succeeding From Anywhere): «Hemos cambiado. El trabajo ha cambiado. La forma en que pensamos sobre el tiempo y el espacio ha cambiado (…).
Las encuestas que se están realizando en muchos países muestran claramente que la pandemia ha abierto los ojos a millones de trabajadores en todo el mundo que ahora rechazan la situación laboral anterior y se replantean su vida y, en especial, las condiciones de trabajo. Un informe reciente de McKinsey & Co. afirma que una de cada cuatro mujeres en Estados Unidos está pensando en cambiar de empleo o en dejar la actividad laboral debido al Covid-19.
En España, la mayoría de las grandes empresas, con mayor poder de negociación y sobre los mercados, han aprovechado la pandemia para intensificar las jornadas de trabajo y bajar salarios (a veces, hasta un 30% para los mismos puestos de trabajo que se contrataban antes del confinamiento) y el salario medio ha sufrido, no solo en España, una caída sin precedentes.
Por todo esto, es una ingenuidad y un error descomunal creer que lo que se está produciendo es una escasez de trabajo. Como escribía hace unos días Robert Reich, Secretario de Trabajo con Clinton (aquí), no es escasez de trabajo sino de salarios dignos, es escasez de cuidado de niños, de licencias por enfermedad pagadas y escasez de atención médica.
Es cierto que Reich se refiere a Estados Unidos y que en otros países, como el nuestro, aún no se está produciendo este fenómeno con la misma magnitud o por las mismas razones. Pero, donde allí se dice escasez de licencias por enfermedad pagadas o de atención médica, pongamos aquí jornadas interminables, salario de misera y falta de estímulos y autonomía personal.
Lo cierto es que, por primera vez en esas últimas décadas, los trabajadores de todo el mundo se están dando cuenta del poder que tienen frente a una gran clase empresarial que ha querido quedarse con todo, a costa de destruir la economía en su conjunto. Como dice Reich en el artículo que he citado, «se podría decir que los trabajadores han declarado una huelga general nacional no oficial hasta que obtengan mejores salarios y mejores condiciones laborales».
No va a haber más remedio que negociar, aceptar que las relaciones laborales deben mantener un imprescindible equilibrio y devolver derechos, salarios y condiciones de empleo dignos a las clases trabajadoras si no se quiere que la economía internacional entre en una nueva crisis de una magnitud y gravedad sin precedentes. Aunque no soy optimista. Se han acostumbrado a ganar tanto con toda facilidad que no será fácil que renuncien ni a uno solo de sus privilegios.
Fuente: https://juantorreslopez.com/la-gran-renuncia-al-empleo-malo/