La crisis financiera que comenzó a fines del pasado verano, para luego tomarse unas breves vacaciones en septiembre, ha vuelto redoblada.¿Hasta qué punto es maligna? Bueno, yo nunca he visto a gentes del mundo financiero manifestarse así, ni siquiera durante la crisis asiática de 1997-98, cuando el efecto económico de dominó parecía abarcar la mundo […]
La crisis financiera que comenzó a fines del pasado verano, para luego tomarse unas breves vacaciones en septiembre, ha vuelto redoblada.
¿Hasta qué punto es maligna? Bueno, yo nunca he visto a gentes del mundo financiero manifestarse así, ni siquiera durante la crisis asiática de 1997-98, cuando el efecto económico de dominó parecía abarcar la mundo entero.
Esta vez, quienes juegan en el mercado parecen verdaderamente horrorizados, porque se han dado repentinamente cuenta de que no son capaces de entender el complejo sistema financiero que ellos mismos han creado.
Pero antes de entrar en eso, digamos algo sobre lo que está pasando ahora mismo.
El crédito -el préstamo entre jugadores en el mercado- es a los mercados financieros lo que el aceite del motor es a la mecánica del automóvil. La capacidad para disponer de dinero en efectivo a corto lazo, que es lo que quiere decir la gente cuando habla de «liquidez», es un lubricante esencial para los mercados y para el conjunto de la economía.
Pero la liquidez se ha evaporado. Algunos mercados de crédito han cerrado efectivamente la ventanilla. Las tasas de interés en otros mercados -como el mercado de Londres, en el que los bancos se prestan unos a otros- han aumentado, aun cuando la tasa de interés de la deuda del gobierno de EEUU, que todavía se considera segura, ha caído en picado.
«Estamos asistiendo», dice Hill Gross de la gestora de bonos Pimco, «en sustancia, al desplome del sistema bancario moderno actual, un complejo de préstamo apalancado tan difícil de comprender, que el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernake, precisó de un curso de puesta al día cara a cara con los gestores de los fondos de productos financieros derivados (hedge funds) a mediados de agosto».
Si la congelación de los mercados financieros se prolonga mucho, ha de traer consigo una grave reducción del préstamo en general, lo que hará que la inversión empresarial siga el camino del sector de la construcción. Y eso significa una recesión, posiblemente grave.
Lo que se esconde tras la desaparición de la liquidez es un colapso de la confianza: los jugadores en el mercado no se quieren hacer préstamos, porque no están seguros de recuperarlos.
En un sentido directo, ese colapso de la confianza lo ha causado el estallido de la burbuja inmobiliaria. El alza de los precios de la vivienda tenía todavía menos sentido que la burbuja del punto-com -no había siquiera una glamorosa tecnología nueva que viniera a justificar la caducidad de las viejas reglas-, pero, de una u otra forma, los mercados financieros aceptaron los precios enloquecidos de la vivienda como la nueva normalidad. Y la burbuja estalló, una muchedumbre de inversiones calificadas como AAA se revelaron basura.
Así, los títulos de los «superseniors» frente a las hipotecas subprime o de alto riesgo -inversiones que tienen primacía sobre cualquier pago de hipoteca que realicen los prestatarios, y que supuestamente tenían que ser negocio aun cuando una parte considerable de esos prestatarios entrara en morosidad-han perdido una tercera parte de su valor de mercado desde el pasado julio.
Pero lo que realmente ha socavado la confianza es el hecho de que nadie sepa dónde está enterrado el tóxico financiero. Se suponía que Citigrup no tenía decenas de miles de millones de dólares expuestos al subprime; pues sí que los tenía. El Florida’s Local Government Investment Pool, que actúa como banco de las escuelas públicas de distrito, se suponía libre de todo riesgo; no lo estaba (y ahora, las escuelas no tienen dinero para pagar a los profesores).
¿Cómo fue que las cosas se tornaron tan opacas? La respuesta es: «innovación financiera». Dos palabras que, desde ya, deberían despertar la alarma de los inversores.
Está bien, para ser justos, algunos tipos de innovación financiera están bien. Yo no quiero regresar a los tiempos en que las cuentas corrientes no pagaban intereses y no podíais sacar dinero en efectivo los fines de semana.
Pero las innovaciones de los últimos años -la sopa de letras de CDOs y SIVs, RMBS y ABCP- se vendieron con pretensiones falsarias. Se promocionaron como formas de dispersar el riesgo, de hacer más segura la inversión. Lo que, en cambio, hicieron -aparte de proporcionar a sus creadores montones de dinero, que no tuvieron que devolver cuando estalló la burbuja- fue dispersar la confusión, atraer a los inversores para que asumieran riesgos mayores de lo que podían percibir.
¿Por qué se permitió que pasara? En el fondo, creo que el problema fue ideológico: los decisores políticos, comprometidos con la opinión de que el mercado siempre lo hace bien, pasando simplemente por alto las señales de alarma. Sabemos, en particular, que Alan Greenspan se pasó por el forro las alertas de Edward Gramlich, un miembro de la Reserva Federal, sobre una potencial crisis de las subprime.
Y a la ortodoxia del libre mercado le cuesta morir. Hace sólo unas pocas semanas, Henry Paulson, el Secretario del Tesoro, admitía a la revista Fortune que la innovación financiera pasó por encima de la regulación, para añadir a continuación: «no creo que tuviéramos que haber seguido otra vía». ¿Es ésta su última palabra, señor Secretario?
Ahora, la propuesta de Paulson para ayudar a los prestatarios a renegociar los pagos de sus hipotecas y evitar el desahucio suena bien, en principio, (aunque habrá que esperar a oír los detalles).
Pero, siendo realistas, no será sino un pequeño parche en el problema de las subprime.
El fondo del asunto es que quienes toman las decisiones políticas dejaron a la industria financiera innovar libremente, y lo que ésta hizo fue innovarse a sí misma, dejándonos al resto metidos en un lío tan grave como enorme.
Paul Krugman es uno de los economistas más reconocidos académicamente del mundo, y uno de los más célebres gracias a su intensa actividad publicística y divulgativa desde las páginas del New York Times. Colaboró en su día con el grupo de asesores de economía del Presidente Clinton, pero la dinámica de la vida económica, social y política de los EEUU en el último lustro le ha llevado a diagnósticos tan drásticos como lúcidos del mundo contemporáneo.
Traducción para www.sinpermiso.info: Roc F. Nyerro