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Dedicado a Javier Solana Madariaga

La guerra de los mundos

Fuentes: Rebelión

No, no va a ser ésta una reflexión sobre la obra de H.G. Wells, ni pretende ser un nuevo alegato contra el asesinato legal que suponen las guerras, aunque nunca serán demasiadas las voces contra la aniquilación de los más humildes e indefensos. Ni siquiera la Convención de Ginebra, que estoy seguro fue organizada para […]

No, no va a ser ésta una reflexión sobre la obra de H.G. Wells, ni pretende ser un nuevo alegato contra el asesinato legal que suponen las guerras, aunque nunca serán demasiadas las voces contra la aniquilación de los más humildes e indefensos.

Ni siquiera la Convención de Ginebra, que estoy seguro fue organizada para delimitar en lo posible los horrores de la sangre inocente, ha podido detener la matanza indiscriminada de civiles en Londres, Hiroshima., Nagasaki, Berlin, Sarajevo, Kosovo, Kabul, Bagdad y Hanoi en los últimos cien años. ¿Para qué entonces un tratado de ese tipo, si las potencias (superlativamente hablando) descargan los artefactos homicidas donde más daño físico y moral causan, despreciando olímpicamente las reglas de ese juego sucio y sangriento?. Y es que la guerra es eso, un juego repugnante que puede y debe abandonarse utilizando la mejor arma de construcción masiva que ha sabido crear la evolución humana: la palabra. Pero incluso el maravilloso don del habla se prostituye cuando, desde una mente dotada de cierta inteligencia, el raciocinio queda derrotado por el ejercicio miserable de la cobardía.

Recuerdo como si fuera hoy mismo las declaraciones de un terrorista-ejecutivo que se encontraba al frente de la Secretaría de la OTAN, cuando se iniciaron los bombardeos indiscriminados de la antigua Yugoslavia. Su nombre era Javier Solana Madariaga (hoy encargado de los Asuntos Exteriores de la Comunidad Europea), elegantemente ataviado con corbata de seda y terno Versace, cuyo estilo y ademanes, al frente de esa siniestra organización armada al servicio de EEUU, eran los adecuados para el cargo. Supo además inventar un nuevo matiz en el tratamiento informativo que hasta entonces se daba a las guerras, cuando de matar inocentes de trataba: esos que caían a balazos, destrozados por la metralla o las bombas, quemados por las armas químicas eran, simplemente «daños colaterales«·. Una salvajada de este calibre, en boca de un sobrino nieto del ilustre Salvador de Madariaga, fue más que una ofensa a la razón pura. Era una declaración formal de desprecio hacia la humanidad. Y eso es fascismo.

Javier Solana, definido en su día por mi admirado Julio Anguita como un terrorista de salón, había olvidado su educada formación anglo-norteamericana. O más bien, la había aplicado en toda su intensidad, porque ya se sabe que muchos de los diputados de los gobiernos británicos y yanquis (profesionales surgidos de centros tan distinguidos como Harvard, Oxford o Yale), jamás de distinguieron por una postura favorable a la integración racial, a la concordia o la pacificación, sino más bien al contrario. Esa exquisita y cara educación en universidades de habla inglesa le sirvió al tal Solana, alias el «verdugo colateral«, para darle una forma pulcra y eufemística a las atrocidades de la Alianza. Su rostro de profesor alegre y dicharachero acrecentaba aún más la frase de marras. Como cuando un terrorista de otra calaña similar, Luis Posada Carriles, afirmaba al conocer la muerte del turista italiano Fabio Di Celmo, destrozado por una bomba en un hotel de La Habana: «Estaba en el lugar y el momento equivocados».

Ambos personajes ya tienen algo en común. Justificar el asesinato selectivo alegando (¿cabe mayor felonía?) que la culpa de la muerte la tienen las propias víctimas. Tamaña monstruosidad merece cuando menos la cárcel, que se aplicaría de inmediato en España, si un miembro de la izquierda abertzale afirmara que cualquiera de los muertos en una acción de ETA eran «daños colaterales», o se encontraban en el coche equivocado y en la calle errónea.

Pero no, Solana Madariaga y Posada Carriles mantienen un estado de calma aparente, ni siquiera roto por las miles de protestas que se han hecho a lo largo de los años, sabiendo que ningún tribunal va a juzgarles. Están protegidos por quienes blasonan su «antiterrorismo patriótico«, amparados por gobiernos del primer mundo, mientras que los del segundo y el tercero quedan mudos de pasmo ante la canallada.

El poso de conciencia que aún posean esos dos campeones del cinismo no se derrite, ni se altera. Pasan por encima de los cadáveres de mujeres, niños y ancianos, con la indiferencia con la que un juez norteamericano espera ordenar la próxima ejecución de un menor, de un deficiente mental, como enseñara George W.Bush cuando era gobernador de Texas.

Impasible el ademán, Solana, cara al sol, cara dura, pasea su lacia y escasa cabellera, su barba de tres días y su sempiterna sonrisa de acíbar, para rendirle homenaje al Hitler de la Casa Blanca o al Mussolini de Downing Street, mientras medita cómo aplicar la física, que es lo único que conoce bien, a sus fechorías como Secretario General de la Organización del Terror de la Armada Nazi (OTAN).

¿Hay una guerra?. No, lo que hay es una batalla en sesión continua en la que hay que decidir en qué lugar se debe combatir… con la palabra. Una batalla entre la dignidad y la hipocresía, entre la cultura y la manipulación artera de la información. Y yo quiero seguir estando de pie, en el lado y el lugar equivocado. Elijo convertirme en «daño colateral», para que otra bestia esté segura de que puede pronunciar de nuevo la frase de Don Javier Solana, al que su tío abuelo no legó un gramo de principios éticos.

Ni Wells, ni Verne pudieron pronosticar algo semejante. No podían imaginar la miseria moral de la que es capaz el capitalismo salvaje.

Nota: Javier Solana Madariaga (Madrid, 1942) Doctor en Ciencias Fisicas. Parlamentario del PSOE desde 1977, ministro de todos los gobiernos españoles desde 1982 a 1995, en las carteras de Cultura, Educación y Asuntos Exteriores. En 1995 es nombrado Secretario General de la OTAN hasta 1999 en que pasa a ocuparse de la Secretaria General de la UEO y posteriormente Ministro de AAEE de la Unión Europea, cargo que ostenta en la actualidad.