Una de las ideas más ciertas sobre la guerra es esa de que su primera víctima es la verdad. La verdad se puede matar a base de mentiras, o simplemente se la puede ignorar como si no existiera. Otra idea igual de cierta es que en un mundo bien comunicado como en el que vivimos la verdad siempre termina por salir a la luz más tarde o más temprano.
Cuando la saliente Administración estadounidense de Joe Biden tomó la decisión de provocar a los rusos llevando la OTAN hasta sus fronteras, con la propuesta de inclusión de Ucrania en la organización, nadie podía suponer hasta qué punto nuestro mundo está bien conectado. Entonces solo era cuestión de inventarse la información sobre el curso de la guerra para forzar el aparente desenlace de la contienda. Y eso mismo fue lo que hicieron desde un principio nuestros medios informativos en el mundo occidental.
Han pasado tres años y ha ocurrido lo inevitable, la verdad salió a la luz; la guerra que supuestamente tenían perdida los rusos frente a los ucranianos desde un principio la han ganado los rusos de una manera incontestable. Por eso ninguno de los objetivos de los que la provocaron, los países alineados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), se alcanzaron. No han conseguido debilitar militarmente a Rusia, al contrario la han fortalecido, tampoco las sanciones económicas han conseguido afectar a su economía como para derrocar a Putin y desmembrar a Rusia. En cambio, la pérdida del gas y el petróleo barato que los rusos nos vendían a Europa, y que ahora le venden a China e India, está provocando el colapso industrial de Europa y una crisis económica sin precedentes. La inflación se come nuestros menguados ingresos, el dinero vale cada vez menos porque no da para pagar lo básico, como la comida y la vivienda, ya sea en alquiler o para su compra.
Pero lo peor es la astronómica cifra de víctimas mortales y bajas humanas absolutamente evitables que se ha cobrado el conflicto, el desplazamiento de la población y los refugiados que ha provocado, además del sombrío panorama que se abre ante nuestro futuro para cerrar la brecha en nuestras relaciones comerciales con el gigante euroasiático ruso. Solo dios sabe el tiempo que nos tomará restablecer nuestros mutuamente beneficiosos intercambios económicos, o si lo podremos hacer tras perder nuestros sectores económicos más boyantes. Entre tanto, nuestras autoridades europeas se vanaglorian de haber conseguido la independencia energética de Rusia, como si eso supusiera alguna ventaja en lugar de ser una verdadera desgracia para una economía europea incapaz de hacer frente a los costos crecientes de su factura energética.
Lo único que ha demostrado esta experiencia una vez más es la absoluta inutilidad y la crueldad de cualquier tipo de guerra, se gane o se pierda.
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