Afirma el autor que la «unificación» del mundo llevada a cabo por el capital financiero y la terrible crisis mundial crean las condiciones para recurrir al pensamiento del Marx auténtico y original, un pensamiento «crítico, revolucionario, sobre todo, incluso sobre sí mismo, una obra en permanente construcción y renovación». Otro tanto recomienda respecto a Trosky, por su aportación fundamental a la lucha por la liberación nacional y social y, aunque algunas de sus posiciones, como ocurre con Marx, están superadas o resultaron erróneas, otras muchas «siguen siendo válidas».
El primero, cuando murió en 1883 sin haber llegado ni a 70 años, era conocido casi únicamente por su actividad política en la Asociación Internacional de los Trabajadores, y por su larga e importante actividad periodística. Sus libros y trabajos fundamentales habían sido leídos por pocas decenas de personas o sólo fueron publicados muchos años después de su muerte, y los partidos que comenzaron a seguir su pensamiento en realidad estaban profundamente marcados o por el socialismo estatalista, como los alemanes, o influenciados por el liberalismo positivista de la época. Además, Marx fue prematuramente deformado. En efecto, cuando un pensamiento revolucionario se hace Estado, como sucedió con el cristianismo, se convierte en dogma y surgen los sacerdotes-burócratas que manipulan los nuevos «textos sagrados», enterrando por segunda vez, por subversivo, al profeta.
Todos los escalones sucesivos del conocimiento tienen, además, grabado en un ángulo la fecha en que superaron el nivel anterior para abrir el camino a su propia superación. Ni siquiera un genio con los enormes conocimientos de Marx podía superar por consiguiente el hecho de que las investigaciones matemáticas, astronómicas, geológicas, arqueológicas, paleontológicas, históricas, sociales, estaban apenas sentando las bases para su inmenso salto posterior. El mundo tenía aún vastísimas regiones inexploradas y el proletariado sólo existía en Inglaterra y en pequeñas regiones de Francia, Italia y Alemania. Es absurdo, por lo tanto, un marxismo dogmático, basado en unas pocas citas válidas para siempre porque el pensamiento marxiano estudia las posibilidades existentes en una realidad concreta y cambiante.
Por suerte, el derrumbe de los epígonos de Stalin abrió el camino a la recuperación y publicación de todo lo que Marx realmente escribió, pero esa magna obra restauradora es, por ahora, sólo conocida por unos pocos estudiosos. La unificación del mundo por el capital financiero y la actual arrasadora crisis mundial, en cambio, crean las condiciones para recurrir al pensamiento marxiano como lo que siempre fue: un pensamiento crítico, revolucionario, sobre todo, incluso sobre sí mismo, una obra en permanente construcción y renovación.
Trotsky, por su parte, fue asesinado el 20 de agosto de 1940 cuando apenas había superado los sesenta años. Estaba aislado, su pensamiento había sido borrado de todos los archivos por el estalinismo mundial y estaba siendo calumniado como traidor y agente de diversos imperialismos. El partido del cual fue, junto con Lenin, el principal dirigente, había sido decapitado. Miles de sus seguidores -formados en la Revolución Rusa y la construcción de la Unión Soviética- fueron asesinados en los gulags. Sus pocos partidarios internacionales estaban muy aislados y divididos. En esas condiciones terribles y esperando en cualquier momento su asesinato, produjo sus lúcidas obras que aún tienen aportes fundamentales a la lucha por la liberación nacional y social. Como el de Marx, por lo tanto, su pensamiento no puede ser tratado como una serie de recetas de un supuesto corpus «trotskista», ya que en Trotsky, como en Marx, hay muchas posiciones que siguen siendo válidas, pero también otras que están superadas o que resultaron erróneas.
Una de ellas era la confianza excesiva en las relaciones de propiedad (la estatización de la economía, el monopolio del comercio exterior, por ejemplo) subestimando los efectos de la usurpación por una burocracia gobernante que difundía valores capitalistas. Otra, la sobrestimación de la memoria histórica de los trabajadores soviéticos, pues esperó una renovación socialista después de la guerra, sin tener en cuenta los terribles efectos de decenios de estalinismo, culpable de grandes derrotas revolucionarias mundiales y, sembrador de chauvinismo gran ruso, racismo, ignorancia, desmoralización y destructor de la Internacional Comunista (todo lo cual Trotsky combatió puntualmente).
La más peligrosa de todas, impuesta por la necesidad de reafirmar su fidelidad al bolchevismo frente a las acusaciones de Stalin, fue la adopción como norma para la construcción de un partido revolucionario de la falange, verticalmente dirigida, construida por Lenin para un país muy atrasado, con un enorme analfabetismo, en condiciones de terrible represión zarista y en una guerra mundial que militarizó las mentes de millones de trabajadores rusos y europeos.
En una época donde millones llegarán al socialismo (o como se llame el anticapitalismo revolucionario) desde las filas de los movimientos democráticos o nacionalistas antiimperialistas de masa que aún están bajo la hegemonía cultural capitalista, es necesario, sí, reunir y organizar a todos los que comparten en lo esencial la necesidad de luchar contra la explotación, por la liberación nacional y por la democracia. Pero ese «partido» debe ser pluralista, democrático y flexible en su funcionamiento para poder tener contacto con el medio en el cual debe enraizarse y para partir del nivel de comprensión de éste y llevarlo a la comprensión del programa marxiano y de León Trotsky.
La lucha por la democracia amplia y social como sinónimo de socialismo, contra la burocratización de los aparatos del movimiento obrero (sindicatos, partidos, estados en transición), por un partido encarnado en un programa y basado en la comprensión del curso concreto de construcción de una conciencia y una organización independientes por parte de los trabajadores mismos, siguen siendo uno de los legados fundamentales de Marx y Trotsky para nuestro tiempo, que sigue siendo de guerras y revoluciones. La visión del capitalismo como sistema mundial y la necesidad imperiosa de unir las luchas democráticas y de liberación nacional con el combate internacional e internacionalista contra la dominación del capital financiero, es la otra herencia fundamental.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2012/08/19/opinion/018a1pol