Hay que enseñar a la juventud que lo que se llama Guerra Civil en España fue predominantemente una lucha de clases en la que la banca, la patronal, las oligarquías terratenientes, la Iglesia y la gran mayoría de la oficialidad del Ejército se levantaron contra de un Gobierno democráticamente elegido cuyas reformas estaban afectando a sus […]
Hay que enseñar a la juventud que lo que se llama Guerra Civil en España fue predominantemente una lucha de clases en la que la banca, la patronal, las oligarquías terratenientes, la Iglesia y la gran mayoría de la oficialidad del Ejército se levantaron contra de un Gobierno democráticamente elegido cuyas reformas estaban afectando a sus privilegios. Tal golpe estableció una dictadura enormemente represiva contra de las clases populares de las distintas nacionalidades y regiones de España. Pero también hay que informarles de que la mal llamada Guerra Civil (en realidad un golpe militar contra de la mayoría de la población) fue también una lucha entre dos visiones de España, que se entrelazó con el otro conflicto. Los golpistas y sus partidarios tenían una visión uniforme de España, altamente centralizada en una visión jacobina que negaba su pluralidad. Esta visión era empobrecedora, pues imponía una uniformidad enormemente opresiva a las clases populares de las distintas nacionalidades y regiones de España.
Recuerdo bien cuando a la temprana edad de 7 años un policía nacional me paró en una calle de Barcelona por hablar mi lengua materna, el catalán, y dándome un bofetón, me gritó «no hables como un perro, habla como un cristiano». Le escupí en la cara y me llevó al cuartelillo desde donde llamaron a mis padres. Mi padre (que había luchado en muchos frentes de España defendiendo la República española y la Generalitat de Catalunya) no me dijo nada. Sólo acarició mi cabeza y le oí susurrar «tan joven ya». Y mi madre me dio el beso más grande de su vida. En Catalunya, la burguesía y otros grupos dominantes hablaban castellano, considerando el catalán como un lenguaje vulgar y de las clases populares, supuestamente poco educadas. Ésta fue la experiencia de millones de catalanes.
El golpe fascista se definió a sí mismo como un movimiento nacionalista (Alzamiento Nacional), que prohibió cualquier expresión de cualquier otra nacionalidad, incluyendo la catalana. No deja de ser paradójico, por cierto, que el golpe que se autodefinió como nacional no hubiera podido vencer la resistencia al golpe por parte de las clases populares de todas las nacionalidades y regiones de España sin la ayuda de las tropas extranjeras (más de 177.000) y el material militar enviado por Hitler y Mussolini. Tal golpe inició el régimen que ha asesinado al mayor número de españoles que hayan perdido su vida en tiempos de paz en el siglo XX, con más de 120.000 personas todavía hoy desaparecidas. Su caudillo (uno de los mayores asesinos que ha tenido Europa) era la expresión de su brutalidad.
Los fascistas justificaron la represión con el argumento de defender la unidad de España (tal como ahora los nacionalistas españolistas están justificando su oposición a reconocer la identidad catalana). El fascismo justificó su golpe como la defensa de España contra «comunistas, masones y separatistas», definiendo como comunistas a todos aquéllos que se oponían al régimen, masones a todos los que no eran cristianos, y separatistas a todos los que defendían la identidad catalana, vasca o gallega. Naturalmente que hubo comunistas entre los luchadores por la República (lo cual se les debe agradecer por su labor heroica en aquella lucha) y separatistas entre los que defendieron la identidad catalana (tienen todo el derecho a serlo). Pero la enorme mayoría de los que se les opusieron no fueron ni comunistas, ni masones, ni separatistas. En realidad, defender la identidad catalana no era (ni lo es ahora) el deseo de separarse de España. Lo que en realidad defendían los fascistas no era España sino sus intereses de clase, utilizando a España para alcanzar sus fines. Y los números hablan por sí mismos. Cuando la dictadura terminó en 1978, la concentración de renta y propiedad era la más elevada de Europa, y el retraso social, económico y cultural era el mayor en este continente.
Cuarenta años de dictadura y 32 de olvido de nuestra historia explican la enorme fuerza que aquella visión nacionalista españolista todavía tiene en sectores de la población que ven cualquier defensa de la identidad catalana como un separatismo (actual o potencial) o una defensa de privilegios. Y hoy las derechas (en complicidad con ciertos sectores confusos jacobinos de las izquierdas) están utilizando este anticatalanismo para movilizar un apoyo electoral, dividiendo y rompiendo España. Aunque tanto el PP como UPyD se definen como no nacionalistas (limitando el término para definir los nacionalismos periféricos) ambos lo son profundamente, pues promueven un nacionalismo excluyente y enormemente opresor, heredero del fascismo.
Catalunya es una parte de España que corre el riesgo de perder su identidad, tal como ha ocurrido en Francia, bajo un Estado jacobino. Catalunya, para mantener su identidad, debe defender su propia lengua, cultura y símbolos. De ahí que la gran mayoría de la población allí sea bilingüe, puesto que el Gobierno catalán no amenaza al castellano (que continúa siendo mayoritario), sino que defiende el catalán.
Dos últimas observaciones. Creerse que recuperar la identidad es un deseo de las élites catalanas es no conocer la historia de Catalunya. Allí, las fuerzas que históricamente defendieron la identidad catalana fueron las de izquierdas, las cuales lideraron la lucha antifascista. La otra observación es que la movilización en defensa del Estatut no es, en contra de lo que presentan los nacionalistas de ambos lados del Ebro, una muestra del conflicto Catalunya contra España. En realidad, la mayoría del Parlamento español la ha aprobado. Y la mayoría de la población española (68%) aprueba el Estatut. Lo que tenemos es un conflicto, no de Catalunya en contra de España, sino entre las fuerzas democráticas anticentralistas que tienen una visión plural de España, y las derechas herederas del fascismo que no renuncian a su visión uniforme de nuestro país.
Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de ‘Public Policy’ en The Johns Hopkins University
Fuente:http://blogs.publico.es/dominiopublico/1697/la-herencia-nacionalista-del-fascismo/