Hace setenta años, un tres de septiembre de 1939, Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Francia declararon la guerra a Alemania tras la intolerable invasión de Polonia por parte de las tropas nazis. Indudablemente esa es la fecha que la historiografía anglosajona ha impuesto a lo largo de las últimas décadas como la del arranque […]
Hace setenta años, un tres de septiembre de 1939, Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Francia declararon la guerra a Alemania tras la intolerable invasión de Polonia por parte de las tropas nazis. Indudablemente esa es la fecha que la historiografía anglosajona ha impuesto a lo largo de las últimas décadas como la del arranque del mayor conflicto bélico que ha conocido la humanidad, sin embargo, nosotros pensamos que es una fecha convencional y engañosa que no describe más que aquello que conviene a quienes están interesados en mantener el conflicto español como un caso aislado que nada tiene que ver con el sangriento conflicto provocado por el nazi-fascismo internacional en septiembre del 39.
Desde el primer momento del golpe de Estado perpetrado por los fascistas africanistas españoles, las autoridades republicanas recurrieron a las potencias democráticas en solicitud de ayuda para defenderse de algo que todos conocían muy bien, un fantasma que recorría Europa y amenazaba con dejarla reducida a un enorme campo de concentración rodeado de escombros y sangre. No era cosa de un día, ni de meses, sino de años, años en los que diversos periodistas, viajeros e historiadores describieron para los diarios occidentales con todo tipo de detalles -ahí están las crónicas de Carlos Esplá y Eugenio Xammar sobre la Alemania pre-nazi- lo que estaba ocurriendo en las principales ciudades de la República de Weimar, dónde los «camisas pardas», practicando una política de terror, se iban haciendo con el control de calles y personas, logrando implantar un régimen de caos y miedo en el que resultaba imposible la libre confrontación de ideas. Nadie podía alegar desconocimiento de lo que tramaban los nazis antes de llegar al poder, simplemente porque no se ocultaban, porque no hacían falta espías sigilosos para informar de ello, sus hazañas se hacían a la luz del día y los periódicos de todo el mundo las relataban al minuto. El gobierno republicano español tampoco, de ahí que todas sus intervenciones en los foros internacionales desde la traición de los funcionarios armados criados en África con cargo al Erario, insistiese hasta la saciedad de que lo que estaba ocurriendo en España no era sino el primer capítulo de una guerra que terminaría por arrasar toda Europa y buena parte del mundo. En igual sentido se manifestaron los diplomáticos mexicanos Isidro Fabela, Luis I. Rodríguez, Francisco Castillo Nájera, Eduardo Hay, Gilberto Bosques y hasta el propio Presidente de los Estados Unidos Mexicanos Lázaro Cárdenas.
Desde septiembre de 1936, los representantes de las grandes potencias en la Sociedad de Naciones oyeron una y otra vez esa advertencia y ese llamamiento desesperado en solicitud de ayuda que los diplomáticos españoles y mexicanos hicieron con todas la fuerza que da la razón y toda la razón que da el conocimiento. Como respuesta tuvieron la constitución por parte de Inglaterra y Francia del Comité de No-Intervención, que en palabras de Fabela no era tal sino un comité destinado a privar de las armas que la República española necesitaba para su legítima defensa tal como recogía el tratado constitutivo de la Sociedad de Naciones. Gran Bretaña, urdidora del Comité en el que implicó a una Francia desolada, débil y dividida, no podía alegar desconocimiento de lo que estaba sucediendo en Alemania, además de las crónicas enviadas por los corresponsales en Berlín, sus espías daban cumplida información al Gobierno de Su Majestad del grado de descomposición en que estaba la República de Weimar y de las intenciones de los seguidores del pintor de brocha gorda de ridículo bigote y talle. No hubo, por tanto, desconocimiento, sino un conocimiento exhaustivo de todo lo que podía venirse encima, sin embargo todas las propuestas españolas, todas las solicitudes de los gobiernos republicanos españoles fueron boicoteadas tajantemente en las asambleas de la Sociedad de Naciones a instancias del Reino Unido, convertido de facto en aliado de Alemania e Italia.
La historiografía fascista española y parte de la anglosajona quisieron tratar el caso español como algo aislado -siempre los Pirineos, la leyenda roja o el Susum Cordam- de cara a la opinión pública internacional, hasta tal punto que ambas coinciden en muchos puntos, del mismo modo que en aquellos años coincidían las explicaciones diplomáticas y la propaganda de facciosos y británicos. En una conferencia pronunciada el 14 de septiembre de 1937 ante los periodistas de todo el mundo congregados en la Sociedad de Naciones, el Doctor Negrín insistió en la responsabilidad que la prensa «democrática» occidental tenía en la nueva leyenda negra, ahora convertida en roja, que muchos periódicos estaban inventándose sobre la situación española, un país que como él mismo aseveró estaba gobernado en julio del 36 por partidos republicanos moderados sin socialistas ni comunistas, un país, uno de los pocos, que no tenía relaciones diplomáticas con la URSS, un país abandonado por todos, entregado a las potencias del Eje y del que muchos diarios de todo el mundo decían estaba en manos del comunismo internacional. En un momento de su disertación Negrín dijo: «Hemos sido las primeras víctimas. Tened cuidado. No seremos las últimas». Las palabras claras y explícitas de Negrín no tuvieron respuesta alguna de los mandatarios británicos que siguieron jugando a una política de apaciguamiento que partiendo de la mentira y la infamia, pretendía entregar España a los nazis mientras decidían si aceptaban una alianza con Hitler o se armaban para responder a una futura agresión, cosa que tenían descontada de no llegar a un pronto acuerdo con el carnicero austriaco.
España se desangró luchando en solitario contra el nazi-fascismo, España se desgañitó en los foros internacionales insistiendo en que la guerra de España era la primera parte del futuro e inmediato conflicto mundial, España, gracias a la generosidad del Reino Unido, luego de Estados Unidos, vivió bajo el terror fascista durante cuarenta años, sufriendo la más brutal e indiscriminada represión que ha sufrido Estado europeo alguno durante el siglo XX: 143.000 fusilados, 190.000 desaparecidos, cientos de miles de exiliados, millones de encarcelados, depurados, vigilados, amedrentados, castrados durante cuarenta años. El 3 de septiembre de 1939, dando la razón a los gobernantes y diplomáticos españoles y mexicanos, se abrían los siguientes capítulos de la guerra de España, los que correspondían al resto de Europa.
Hoy, cuando escribo estas letras, 3 de septiembre de 2009, los héroes que se enfrentaron en solitario y por primera vez al nazi-fascismo que destruyó Europa, siguen en el más absoluto de los olvidos, gozando todavía de la leyenda roja que británicos y fascistas urdieron sobre ellos; hoy, 3 de septiembre de 2009, Europa tiene una enorme deuda con los antifascistas españoles que pusieron sus pechos a las balas, las bombas nazis y la hipocresía británica para liberar a su país y liberar a Europa de una muerte anunciada. Por las ciudades y campos de España siguen habitando admiradores de los genocidas nativos, sádicos ignorantes; por las ciudades y campos de Europa siguen habitando desmemoriados y ruines que se precian de no saber que fue la República española la primera que se enfrentó, contra todos, al fascismo internacional, que presumen de sus héroes y olvidan que si sus gobiernos hubiesen apoyado a la República española, probablemente se habrían ahorrado 80 millones de muertos. Es, simplemente, la infamia hecha historia.