Eso que, para algunos, resulta muy complicado suele resolverse, inmediatamente, orientándose con lo que los pueblos piensan y hacen. Sin dar muchas vueltas. Por ejemplo, responder: ¿Cuál es el rumbo de la Ciencia? Y especialmente, ¿cuál debe ser el rumbo de la Historia como Ciencia? Y no parece haber mejor respuesta que orientarse con la […]
Eso que, para algunos, resulta muy complicado suele resolverse, inmediatamente, orientándose con lo que los pueblos piensan y hacen. Sin dar muchas vueltas. Por ejemplo, responder: ¿Cuál es el rumbo de la Ciencia? Y especialmente, ¿cuál debe ser el rumbo de la Historia como Ciencia? Y no parece haber mejor respuesta que orientarse con la brújula de las luchas que los pueblos libran contra los yugos que los expolian. Limpiarse las orejas y hacer lo que se dice, por ejemplo, en las nuevas universidades argentinas: «Los pueblos hacen la Historia».
Frenar esto es atentar contra el interés, contra el derecho y contra la acción real de los pueblos en, por ejemplo, el escenario que existe en la Carrera de Historia de la Universidad Nacional de Avellaneda. Lo he visto de cerca, he visto a los vecinos de DockSud, los vecinos de Isla Maciel y los vecinos de Villa Inflamable… entre otros, entrar a la universidad como en su casa y he visto a la Universidad entrar a los barrios como es debido. Con afecto, con respeto, con proyectos y con compromisos firmes. Es ese un magnífico camino que resuelve muchas cosas.
Cuando se trata de que una carrera asuma, (como la carrera de Historia) en su filosofía como en su método, el trabajo social comunitario, todo cambia. Entra el viento fresco de la realidad a las aulas y a los libros, para aportar su crudeza y sus certezas formando conciencia histórica en la enseñanza y la investigación histórica. Para que aporte sus desafíos y su claridad. Nadie puede perderse en diletancias.
Ese es el «Alma Mater» filosófico que norma también lo académico cuando se asume la decisión firme de abrir las universidades para que sirvan a sus pueblos, no sólo de manera «pública y gratuita» sino, especialmente, de forma cercana en serio y en todos los sentidos. Que la universidad intervenga a los barrios y los barrios intervengan en la universidad. Poesía pura.
Está claro que todas las «mejores intenciones» y los métodos más correctos, corren el peligro de ser descarrilados por quienes no quieren -o no pueden- entender la trascendencia de un vivir universitario a tiempo con los tiempos de la Historia. Está claro que, unos más y otros menos, necesitamos re-aprender permanentemente nuestro lugar y nuestras obligaciones en el terreno de la acción directa de la ciencia sobre el campo de batalla de la lucha de clases. Está claro que a muchos les cuesta enormidades bajarse de los cliché y los pedestales escolásticos y asumir que un organismo universitario comprometido con la generación y distribución social del conocimiento, exige diariamente actualización, pasión, sentido del humor y mayor exigencia científica. Bajo el capitalismo todo es descarrilable, es verdad, pero el reto «hoy por hoy» es defender lo mejor y avanzar con lo pendiente. Sin atenuantes.
Diga o que diga el «grupo Clarín», lo que se necesita es aprender a no perder las oportunidades que viene ofreciendo el escenario político y científico donde se desenvuelven los estudios sobre Historia de la Universidad Nacional de Avellaneda. Por ejemplo. Todo es cosa de entender la dimensión nueva que el método propone para no dejar que pequeñeces y mezquindades (de las que ya se han saturado los claustros académicos) derroten una etapa que, además de promisoria, es de suyo histórica. Perder la oportunidad generaría fama imborrable pésima en la memoria de muchos, especialmente de los pueblos, que confían y actúan hombro a hombro, con las mejores voluntades universitarias. No nos lo perdonaríamos.
El método científico basado en orientarse con las luchas de los pueblos es esclarecedor no sólo por su aporte de realidad concreta sino porque nos educa a todos, permanentemente. Están en las aulas los estudiantes que levantan la mirada y cotejan lo que se enseña con lo que se vive, cada minuto, frase por frase, eso convierte a cada estudiante en sujeto histórico que hace historia construyendo conocimiento y compartiendo aprendizajes. Están en las aulas. Hay que verlos, oírlos y seguirlos. El método de orientarse con las luchas y con las con las esperanzas de los pueblos hace una agenda que en las aulas reformula todo el saber y reformula la dirección de la praxis sólo que ahora con base en la dignidad de las personas y de los grupos. Página por página y clase por clase para trasformar al mundo.
Esto es un beneficio enorme para los profesores y para las instituciones. Todo cobra sentido porque todo se convierte en dinámica de aprendizaje, palmo a palmo. Se derrumban los hábitos envejecidos -de los dogmas pedagógicos y didácticos más tediosos y sectarios- para abrir las oportunidades de construir, con la producción social del conocimiento, tejidos nuevos en las relaciones sociales. Es un comienzo magnífico, no una panacea.
Y, además, con el método de orientarse con las luchas de los pueblos, va a la escuela una dignificación profunda de la vida y de la inteligencia (en los estudiantes y en los profesores) que salpica a toda la estructura aunque algunos no lo vean o no quieran verlo. La dignidad anda por los pasillos y por los pupitres, saludándose con sonrisas y con su abrazo pleno de futuro, en un país que, hasta hace poco, tenía por horizonte 25% de desempleo abierto, cobrar salarios con papeles llamados «patacones», «lecop», neoliberalismo desaforado… y sin oportunidades de estudio, ni de respeto. No hemos dicho que sea perfecto. «La historia es Nuestra y la hacen los Pueblos» decía Salvador Allende.
Una carrera de Historia, en una Universidad pública, que de verdad honre lo público y se apasione por eso, armada con programas de estudio y método tributarios del trabajo social comunitario y con metas pedagógicas inspiradas, e inspiradoras, del pensamiento crítico, no puede menos que ser objeto de compromiso y apoyo. Es ineludible. Desde lo más pequeño hasta lo macro-estructural. Está el futuro en juego.
Ya en la cabeza de las «oposiciones» ronda el fantasma de los «recortes» presupuestales, ronda el puñal de la privatización educativa y ronda el oscurantismo del academicismo más retrógrado. Algunos sueñan con ahogar en calumnias los logros de un método dignificante y abierto. Algunos sueñan con vaciar los pupitres y sentenciar a la pena de la ignorancia perpetua a barrios y los pueblos enteros. Algunos no quieren a los pueblos en las universidades. Algunos sueñan con cerrar los cuadernos donde se escribe, con tinta de lucha y conciencia nueva, la Historia de la Historia. ¿Nos quedaremos de brazos cruzados?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.