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La historia del futuro no se hará sin la memoria de amigos y compañeros mártires

Fuentes: Adital

Luiz Eduardo Merlino (1948-1971), joven periodista brasilero, militante de la Cuarta Internacional, murió bajo la tortura, a los 23 años, en julio de 1971. Su ex-compañera, Ângela Mendes de Almeida, y su hermana, Regina Merlino Dias de Almeida, decidieron, a pesar de la amnistía oficial que los militares se auto-otorgaron hace ya más de veinte […]

Luiz Eduardo Merlino (1948-1971), joven periodista brasilero, militante de la Cuarta Internacional, murió bajo la tortura, a los 23 años, en julio de 1971. Su ex-compañera, Ângela Mendes de Almeida, y su hermana, Regina Merlino Dias de Almeida, decidieron, a pesar de la amnistía oficial que los militares se auto-otorgaron hace ya más de veinte años, llevar a la justicia al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, acusado por varios testigos de ser el principal responsable por este crimen. Felizmente, el juez Carlos Abrâo, aceptó el pedido de apertura de la acción : la tortura, según la ley brasilera y los tratados internacionales firmados por el Brasil, es imprescriptible. El proceso deberá comenzar dentro de algunas semanas. Las dos autoras de esta acción no piden la condenación penal del oficial, ni indemnizaciones, sino simplemente la verdad : que la justicia declare al coronel Ustra responsable por la tortura y la muerte de Merlino. (1)

Este siniestro personaje era el jefe del Departamento de Operaciones y de Información (DOI-CODI) de la dictadura militar en São Paulo. Bajo este eufemismo se escondía una oficina de torturas, de las que fueron víctimas de tortura – entre 1970 y 1973, el período de comando de Ustra – cerca de quinientos prisioneros, de los cuales murieron mas de cuarenta, entre ellos nuestro joven camarada. Según la versión oficial, acreditada por dos «médicos legistas» al servicio de los militares, Merlino se habría «suicidado», tirándose bajo las ruedas de un automóvil: explicación ridícula, frecuentemente utilizada por la dictadura para cubrir sus crímenes. En realidad, varios ex-presos – entre los cuales el escultor Guido Rocha – que compartió la misma celda – atestiguaron haber visto a Merlino agonizando después de haber sido sometido a 24 horas de tortura ininterrumpida, sin entregar ninguna información a sus verdugos. Sometido a electrochoques y al suplicio del «pau de arara», es decir, colgado por los pies y manos atadas, Merlino estaba ya en un grave estado, semi-paralizado, cuando los torturadores lo tiraron al cemento de una celda. Falleció dos días después.

Como destaca Ângela, su ex-compañera, «el fin de la impunidad comienza con la memoria y el restablecimiento de la verdad. La tortura durante la dictadura era una política del Estado brasilero, pero sus ejecutores tienen nombre. El coronel Ustra, como comandante del DOI-CODI, es responsable por eso. Las torturas fueron realizadas por él y sus subalternos, bajo su comando y con su conocimiento».

Este proceso es importante. Si el coronel fuera declarado culpable, sería la primera vez que un responsable del aparato represivo de la dictadura tendrá que rendir cuentas de una muerte bajo tortura. Además, el mismo coronel es objeto de otra acción judicial, promovida por la familia Teles – un matrimonio, la hermana de la esposa y dos hijos – torturados en los mismos locales del DOI-CODI en 1972. El proceso está en curso. En este caso, como el de nuestro compañero Merlino, la condena del coronel sería una victoria, ciertamente simbólica pero de claro contenido político, de verdad y de justicia.

Luiz Eduardo Merlino, conocido también con el pseudónimo de «Nicolau», era uno de los dirigentes del Partido Operário Comunista (POC), una organización simpatizante de la Cuarta Internacional en Brasil, que había decidido, a partir de 1969, participar de la resistencia armada contra la dictadura militar establecida en el país en 1964. En 1970-1971, él vino a París, con su compañera Ângela, para estrechar lazos con la Cuarta Internacional, estudiar la experiencia organizativa de la Liga Comunista y establecer contactos con organizaciones hermanas en América Latina, en particular en Argentina. Fue en esta época que tuve la suerte de conocerlo.

Luiz Eduardo era un muchacho delgado, de facciones delicadas y agradables, con gafas y un pequeño bigote. Era generoso, calmo y decidido. No se resignaba a quedarse en el exilio y había tomado la decisión de volver lo más pronto posible al Brasil, para intentar reorganizar el POC e integrarlo al proceso de resistencia armada a la dictadura. Intenté disuadirlo, pero sin suceso. Lúcido, él reconocía las dificultades y el riesgo de la empresa. Una vez le pregunté como estimaba su suerte de «salir bien» en el regreso al Brasil. «Cincuenta por ciento…», me respondió.

¿El análisis de la coyuntura era correcto o no? ¿Será que esta táctica era la más apropiada? ¿La estrategia era correcta o equivocada? Treinta y cinco años después, estas cuestiones perdieron mucho de su interés. Lo que se destaca es la integridad de un individuo, su decisión de arriesgar la vida por la causa de la libertad, de la democracia, de la emancipación de los trabajadores, por el socialismo. Para Luiz Eduarlo Merlino, volver al Brasil era una clara exigencia moral y política, una especie de «imperativo categórico» que no aceptaba reculadas o concesiones.

Algunas personas que en aquella época compartieron la lucha de «Nicolau», convertidos hoy al social-liberalismo – prefiero no citar nombres – pretenden que el comportamiento de aquellos que en Brasil y en América Latina arriesgaron y perdieron sus vidas en la lucha desigual contra las dictaduras del continente, estaban movidos por un «espíritu suicida». Nada más absurdo. Luiz Eduardo amaba la vida, amaba a su compañera y no tenía la más mínima vocación suicidaria. Lo que lo llevó a tomar la decisión que le costó la vida, fue simplemente un sentimiento del deber, una ética, un compromiso con los compañeros de lucha.

La historia del futuro no se hará sin la memoria de nuestros amigos y compañeros mártires.- 30 de abril de 2008.

NOTA T.:

(1) La audiencia estaba prevista el 13 de mayo próximo. Figuraban entre los testigos varios ex-militantes del Partido Operário Comunista (POC), así como Paulo Vannuchi, actual Secretario Especial de Derechos Humanos de la Presidencia de la República. Mientras, los abogados del coronel (retirado) Brilhante Ustra interpusieron un recurso, aceptado por el Tribunal de Justicia de Sâo Paulo, lo que paralizó por el momento el proceso. En este recurso se argumenta, entre otras cosas, que los actos del coronel están cubiertos por la Ley de Amnistía de 1979, que presupone el «olvido recíproco». Sin embargo, uno de los abogados de la causa, Fabio Comparato, argumenta que se trata de una acción declaratoria, en el área civil, por daños morales y sin pedido de indemnización: la Ley de Amnistía tiene vigencia solo en el área criminal. El coronel Ustra presentó, como testigos de la defensa, a tres militares (retirados), a Jarbas Passarinho, ministro de Educación durante la dictadura, y al ex-presidente José Sarney. La derecha militar y civil brasilera ha comprendido bien el sentido profundo de este primer proceso contra uno de los esbirros de la dictadura.

[Autor de numerosos trabajos, destacamos Walter Benjamin: Aviso de incendio, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006; 1ra edición : 2003). Traducción para www.sinpermiso.info: Hugo Moreno Brasil de Fato, 5 mayo 2008]

* Miembro de la Cuarta Internacional, es Director de Investigaciones en el CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) y enseña en la la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (París)