Es uno de los teólogos más influyentes del mundo. Tanto en el seno de la sociedad civil como en el de la Iglesia, la palabra de Hans Küng nunca deja indiferente a nadie. Quizás porque, como él mismo dice, su lema es «ser libre para buscar la verdad». En la segunda entrega de sus memorias, […]
Es uno de los teólogos más influyentes del mundo. Tanto en el seno de la sociedad civil como en el de la Iglesia, la palabra de Hans Küng nunca deja indiferente a nadie. Quizás porque, como él mismo dice, su lema es «ser libre para buscar la verdad». En la segunda entrega de sus memorias, «Verdad controvertida» (Trotta), repasa su vida que se entrecruza, se acerca y se aleja de otro de los grandes protagonistas de la historia de la Iglesia, el Papa Ratzinger.
Antaño amigo, hoy adversario, del que discrepa en casi todo y del que dice que «ha fracasado». Más aún, asegura que «la Historia juzgará a Juan Pablo II y a Benedicto XVI como dos de los mayores responsables de la propagación del SIDA».
Pregunta.- Profesor, ¿qué opina de la polémica suscitada por el Papa Ratzinger, al condenar el preservativo como medio para combatir el Sida en África?
Respuesta.- La postura del Papa Ratzinger es la consecuencia de la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI. Una encíclica que excluyó todo tipo de contracepción. Esta fue también la posición del Papa Wojtyla y del Papa Ratzinger durante los últimos 30 años. Pero ahora se ven las consecuencias de este dogmatismo y de este moralismo rigorista del Vaticano.
P.- ¿Le duele especialmente por las consecuencias que este moralismo intolerante puede tener en el continente negro?
R.- Sí. Me da muchísima pena constatar que la Historia juzgará a ambos Papas como dos de los mayores responsables de la propagación del Sida, especialmente en países con grandes mayorías o minorías católicas, como es el caso de África. Es sumamente hipócrita condenar los preservativos en regiones como las africanas con alto riesgo de Sida y, al mismo tiempo, querer proteger a los pobres de las enfermedades más nocivas.
P.- En ese mismo ámbito de la moral, la Conferencia episcopal española acaba de lanzar una campaña contra el aborto que está suscitando mucha polémica. ¿La ha visto? ¿Qué le parece?
R.- No conozco la situación a fondo, pero me parece verdaderamente inútil que el Episcopado español empiece, de nuevo, batallas viejas. Porque la del aborto es una vieja batalla perdida de antemano. He visto esa nueva campaña del lince, que me parece muy demagógica y, por lo tanto, muy falsa. Además, a mi juicio, es muy perjudicial para la propia Iglesia regresar a la vieja batalla del aborto.
P.– Los obispos españoles dicen que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, quiere imponer un laicismo radical y anticatólico.
R.- La jerarquía no tiene por qué bendecir todas las políticas del Gobierno. Los obispos pueden criticar, pero no agitar a las masas. Si me permitiesen darles un consejo, les diría que no vuelvan a las batallas de ayer. Lo que deben hacer es ver, junto al Gobierno, qué es lo mejor para España. Sobre todo en la difícil situación social, política y económica que está atravesando el país.
P.– Una Iglesia como simple autoridad moral.
R.- Evidentemente, el problema para el episcopado español es que lleva años defendiendo las posturas intransigentes y rigoristas de la derecha. Lo que necesita la Iglesia española es situarse en una vía media razonable.
P.- Partidario de una Iglesia dialogante y samaritana…
R.- Sí. Una Iglesia de diálogo, que apuesta por el diálogo y con entrañas de misericordia. Sin convertirse en un partido político. La Iglesia no puede ser socialista ni de derechas, sino buscadora de la verdad.
P.- En la segunda entrega de sus Memorias, su camino se entrecruza con el del actual Papa Ratzinger, del que llega a decir que como teólogo «no ha aportado nada significativo a la Teología».
R.- Decir eso no es decir que sea un mal teólogo. Eso sí, creo que aporta poco a la evolución de la Teología, porque es de los teólogos que sólo quieren conservar la tradición. Él ha estudiado muy bien a San Agustín, San Buenaventura y otras teologías tradicionales y neoescolásticas, pero sin proponer ideas nuevas. Permanece en el paradigma helenístico-romano-católico-medieval, con una perspectiva muy restringida y estricta. No tiene ninguna simpatía a los reformadores, es muy escéptico hacia la Ilustración y la modernidad.
En este sentido, él tiene una visión muy estricta del mundo actual. Mientras el mundo se mueve del paradigma moderno a un paradigma postmoderno o transmoderno, él permanece en el anterior paradigma dogmático-helenístico. En dogmática es helenista, y en Gobierno es romanista católico, en el sentido de promover una Iglesia medieval.
P.- ¿Un Papa absolutista?
R.- Este absolutismo papal no es del primer milenio. Es una consecuencia de al reforma gregoriana del siglo XI. La ley del celibato es del siglo XI, y el clericalismo extremo también es del siglo XI. La reforma gregoriana hizo una revolución desde arriba. El Papa Ratzinger vuelve, de nuevo, a la misa tridentina, que no es la misa del origen, pero sí la medieval. Esa es su situación: él ve todo el mundo a través de estas lentes.
P.- ¿Y cómo es el Papa Ratzinger como persona?
R.- Es un hombre extremadamente inteligente, muy humano en el trato personal, con muchas cualidades.
P.- La suya y la del Papa fueron y son vidas paralelas.
R.- Nuestros caminos fueron paralelos y, sin embargo, muy distintos. De hecho, nuestras respectivas reacciones -tan diferentes entre sí- a los signos de los tiempos son, hasta cierto punto, ejemplares en lo que atañe al curso seguido por la Iglesia y la teología. Está claro que nuestras vidas no están entrelazadas por el destino ni yo contemplo mi vida en el espejo de Ratzinger. Cada cual vive su propia vida. Pero, durante aproximadamente cuatro décadas nuestras trayectorias vitales transcurrieron en gran medida en paralelo, para separarse y volver a cruzarse más tarde.
P.- ¿La diferencia fundamental entre ambos?
R.- En la década de los sesenta, yo, a diferencia de Joseph Ratzinger, tomé la decisión de no comprometerme con el sistema jerárquico romano ni ponerme al servicio de una Iglesia clerical-centralista.
P.- ¿Cuáles son los valores esenciales de Hans Küng?
R.- Libertad y verdad han sido y siguen siendo dos valores centrales en mi existencia intelectual. Nunca me he considerado del número de los «beati possidentes», de aquellos que, llenos de felicidad y orgullo, creen estar en posesión de la verdad. Antes bien, me he sentido solidario con los buscadores de la verdad.
P.– Dos valores que lo convirtieron en el «enfant terrible» del poder Vaticano. ¿Cómo ve el papado actual?
R:- En crisis total y surcado por una serie de errores sumamente graves y que han cambiado la posición del Papa en la Iglesia y en el mundo. De tal forma que, por vez primera en la Historia, el Papa tuvo que defenderse escribiendo una carta a los obispos, en la que reconoce que es un Papa falible.
P.- ¿Errores de comunicación, como dicen algunos, o de gobierno?
R.- Evidentemente se trata de errores de gobierno. Y errores graves, que van desde ofender a los musulmanes en Ratisbona, a los protestantes, a los indios, y ahora a los judíos con el caso de los obispos lefebvrianos.
P.- ¿El caso de los lefebvrianos es especial?
R.- Sí, porque ilustra a la perfección el temor y la constatación de muchos fieles de que Benedicto XVI quiere relativizar el Concilio Vaticano II. Y la verdad es que ha iniciado una clara política de restauración.
P.- ¿Usted cree que está volviendo atrás?
R.- Es evidente en muchas cosas. Por ejemplo, en la restauración de la liturgia medieval, que no es la liturgia auténtica. Al comienzo, la liturgia romana era la griega. Pero la que él ha reintroducido es la misa tridentina. Un signo claro de involución.
P.- ¿No le da pena la situación del Papa?
R.- Me da mucha pena, porque lo conozco íntimamente. No hace mucho, estuve con él en Castelgandolfo, departiendo amistosamente. Siempre pensé que sería un Papa conservador, pero también que haría algunas reformas. Pero no ha hecho ninguna reforma, y, en cambio, ha cometido muchos errores. Estoy convencido de que un Papa podría ser el inspirador de toda la Cristiandad. Pero eso es algo que ha olvidado. Todo es verdaderamente muy triste. Y, para él, muy duro personalmente.
P.- ¿Y para los fieles no es duro también?
R.- Sí, pero él, en su carta muestra solamente un dolor personal, no ve el dolor de la gente. Los dolores de más de 100.000 sacerdotes casados, que son excluidos de ministerio. No ve los dolores de los divorciados. No ve los dolores de las mujeres que tienen que usar medios anticonceptivos. No ve los dolores de los teólogos de la Liberación, que él como cardenal marginó y trató de manera no muy cristiana. Él ve solamente su propio dolor, su propio universo. Él ve todo desde el Palacio Pontificio, y prácticamente no ve el mundo como es en realidad.
P.-¿Cómo puede la Iglesia recuperar el espíritu de Juan XXIII y la primavera conciliar? ¿Con un nuevo concilio, quizás?
R.- Eso es muy difícil. Porque el sistema de los nombramientos episcopales es un problema esencial. No queda en él ningún elemento democrático de los orígenes de la Iglesia, cuando regía el principio de ‘ningún obispo impuesto’. Ahora, todo el episcopado es impuesto y conformista. Porque los criterios de elección episcopal son: aceptar la Humanae Vitae y la ley del celibato y estar en contra de la ordenación de las mujeres. Todo eso conforma un Episcopado muy conformista. Y el Colegio cardenalicio también está integrado solamente por personas que forman parte de la política romana.
P.- Aún siendo difícil, ¿hay alguna posibilidad de renovación eclesial?
R.- Hay dos posibilidades. Una, que las comunidades y parroquias toquen fondo y se queden sin clero y sin eucaristía. En esa situación catastrófica, es posible que surja un «Juan XXIV». La otra posibilidad es que la actual situación provoque más y más reacciones y protestas. Que la gente se manifieste por un Concilio Vaticano III, por el aggiornamento y por el diálogo. En cualquier caso, no será nada fácil.
P.- ¿Los teólogos como usted tienen poder?
R.- Claro que sí. El teólogo tiene poder y puede abusar de él.
P.- Le acusan de criticar por criticar.
R.- Nunca he entendido la crítica de manera negativa, sino siempre como presupuesto de algo nuevo. Pero tampoco he entendido la eclesialidad como conformismo y dogmatismo teológico, sino como servicio a la Iglesia y a la comunidad de los creyentes.
P.- ¿Qué obispos necesitamos hoy?
R.- Un episcopado que no disimule los notorios problemas de la Iglesia, sino que los llame abiertamente por su nombre y los aborde enérgicamente.
P.- ¿Y qué Iglesia?
R.- La Iglesia del presente y del futuro necesita aggiornamento y no tradicionalismo de la fe y de la doctrina moral; colegialidad del Papa con los obispos y no un centralismo romano autoritario; apertura al mundo moderno y no de nuevo una campaña antimodernista; diálogo también en el seno de la Iglesia católica y no de nuevo la Inquisición y la negación de la libertad de conciencia y de enseñanza; ecumenismo y no de nuevo la proclamación arrogante de una única Iglesia verdadera.
Porque no sólo existe la dictadura del relativismo, como dice el Papa Ratzinger, sino también la dictadura del absolutismo, que muchos ven corporeizada en el culto personal al papado. Ninguna de estas dictaduras se corresponde con la verdad cristiana.