Hay general acuerdo en que ahora ya sí puede hacerse política a propósito de lo sucedido en Galicia con los incendios. Muchos venían argumentando -lo habréis oído y leído- que, mientras el desastre persistiera, era inaceptable hacer política, porque lo que procedía era volcarse todos a una en las tareas de extinción. Pero convienen ahora […]
Hay general acuerdo en que ahora ya sí puede hacerse política a propósito de lo sucedido en Galicia con los incendios. Muchos venían argumentando -lo habréis oído y leído- que, mientras el desastre persistiera, era inaceptable hacer política, porque lo que procedía era volcarse todos a una en las tareas de extinción. Pero convienen ahora en que, logrado ese objetivo, «ha llegado la hora de la política».
Me llama la atención que nadie proteste señalando que esa manera de plantear las cosas parte de una concepción infamante de la actividad política. Aceptarla equivale a admitir que «hacer política» es tratar de sacar tajada y guiarse con criterios sectarios, interesados, sin atender al interés de la gran mayoría. Lo cual puede retratar a la perfección el modo en el que algunos hacen política, pero no cómo la afrontan otros.
Eso por un lado. Pero hay más.
Se ha impuesto en nuestras sociedades occidentales, si es que no en todas, la idea de que la consecución del bien mayoritario es un asunto técnico, poco menos que una ciencia exacta, ajena a las ideologías. La gestión de la economía, la organización del transporte, la política forestal, los flujos y reflujos migratorios, los programas espaciales… Todas ésas son cosas que, tal como se abordan de acuerdo con el actual criterio dominante (y sobreentendido, comúnmente aceptado como algo que va de suyo), los gestores públicos pueden hacer «bien» o hacer «mal», como si fueran ecuaciones matemáticas, pero independientes en todo caso de concepciones del mundo, por ello mismo interesadas y discutibles.
Es un gran error. Interesado, por supuesto.
Son muy pocos los asuntos sociales -poquísimos- que puedan abordarse de modo aséptico, no contaminado por intereses de clase o de grupo. Una crisis como la que acaba de sufrir Galicia tiene causas y maneras de encararla que dependen directamente de lo que cada cual se propone y de los intereses que respalda. No ya en la concepción de la organización territorial, del desarrollo urbanístico, de la explotación turística, de la industria maderera y demás hierbas convertidas en yesca: incluso en el modo de afrontar la lucha concreta contra los fuegos concretos ya declarados se dejan ver los intereses, las afinidades y las complicidades de cada cual.
«La hora de la política» son las 24 horas del día.