Quisiera decir algo que se me ocurrió hace un par de días, pero no por primera vez. Es una de esas ideas que se te presentan de forma amable, te acompañan durante un rato, y luego se marchan con la misma discreción. Es la idea de grupo. Si hiciera arqueología en mi memoria, podría dar […]
Quisiera decir algo que se me ocurrió hace un par de días, pero no por primera vez. Es una de esas ideas que se te presentan de forma amable, te acompañan durante un rato, y luego se marchan con la misma discreción.
Es la idea de grupo.
Si hiciera arqueología en mi memoria, podría dar con el momento exacto en que esa idea, que seguramente ya se encontraba latente, saltó a un primer plano. Por entonces pretendía escribir una reseña de una novela muy recomendable titulada Calle Katalin, cuando me di cuenta de que no sabía por dónde empezar (nunca antes había hecho ninguna), y pedí ayuda a un amigo muy aristotélico. Su respuesta, impagable para variar, fue:
«Comienza preguntándote en qué grupo se inscribe el libro que quieres reseñar, y luego averigua en qué se diferencia.»
O sea, a los libros les sucedía lo mismo que a las personas, que forman grupos. En el colegio, recordé, los diagramas de Euler ya nos enseñaban a unir elementos en conjuntos que a su vez formaban subconjuntos e intersecciones. De algún modo la palabra grupo me hizo ver que yo no era solo un nombre sino que a todas horas también era todos aquellos con quienes interactuaba, en la realidad del asfalto y en su representación en los libros y películas o donde fuera, allá donde me encontrara. Yo procedía de un grupo, y seguramente me dirigía hacia otro. No estaba sola ante el peligro de la literatura y de la vida, y si deseaba añadir algo escrito a todo lo ya escrito, quizá me convenía definir desde un principio el color de mi camiseta, en qué equipo jugaba, y no solo eso, sino qué intereses, y a qué fin, me movían en el terreno de juego.
No llegué a escribir esa reseña, que al fin y al cabo no iba a ser publicada y aún menos remunerada. Y comenzamos a escribir Una habitación impropia. Comenzamos. Porque seguramente por primera vez en mi vida dejé de ser Natalia Carrero o, mejor dicho, dejé de ser tan solo ésta que ahora está aquí y fui algo más, un conjunto de voces, de historias, en su mayoría procedentes de la opresión, empeñadas en mostrar lo enfadadas que estaban, la rabia que sentían, así como las pocas ganas que tenían de ser consideradas víctimas.
En ese grupo inconformista que hoy tiene tanto que decir y hacer en el ámbito de lo político y de lo real es donde me gustaría que se inscribiera Una habitación impropia, a pesar de que su lenguaje, su tentativa de acceder a esa realidad, emplee la ficción.
Texto leído en el acto de presentación de Una habitación impropia (Editorial Caballo de Troya) en la librería Tipos Infames de Madrid el 23 de septiembre de 2011
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