Es sabido que el concepto de participación significa «formar parte» y así es entendido por la mayoría de nosotros y no está mal. Pero acá vamos a intentar mostrar que además significa algo más profundo. Finalmente buscaremos la forma de vincular la noción de participación a la de Estado para llegar a la idea de […]
Es sabido que el concepto de participación significa «formar parte» y así es entendido por la mayoría de nosotros y no está mal. Pero acá vamos a intentar mostrar que además significa algo más profundo. Finalmente buscaremos la forma de vincular la noción de participación a la de Estado para llegar a la idea de Estado participativo.
La idea de participación es una idea griega. Entre otros Platón (siglo V antes de C.) buscó con este concepto explicar la relación entre el mundo de las ideas (el Bien, la Verdad, la Belleza, etc.) con lo bueno, lo verdadero y lo bello que se dan encarnados en las cosas, en los entes para hablar filosóficamente.
Esta idea de participación es luego retomada por los teólogos cristianos para explicar la relación de Dios con las criaturas, las que existen porque participan del ser de Dios, pues el hombre es pensado a imagen y semejanza del Creador.
De modo tal que la idea de participación tiene una raigambre greco-cristiana y no judeo-cristiana como muchas veces se ha expuesto pues el Dios de los judíos es infinita y totalmente distante. Es absolutamente trascendente al mundo y a los hombres. Es el Dios al que se acerca Abraham con «temor y temblor». Es el Dios de la ley del Talión, el del ojo por ojo y diente por diente. En definitiva, es el Dios vivido como amenaza y castigo. A diferencia del Dios cristiano que hace participar a los hombres como corredentores de la salvación. En definitiva, la distancia infinita entre Dios y los hombres el cristianismo la salva a través de la idea de participación.
Si bien la sociedad democrática postmoderna ha multiplicado la complejidad y entonces debe como primer acto político reconocer lo diferente, ello no implica que deba renunciar a la unidad. La unidad debería ser pensada como «unidad en la diversidad». Debemos tirar el agua de la bañera pero no al niño que estamos bañando.
Hablando profesionalmente desde la filosofía sabemos que es imposible la multiplicidad sin la unidad, pues son términos relativos como lo es padre de hijo o alto de bajo. Por todo ello, nosotros creemos junto con filósofos como MacIntayre, Fabro y otros, que la idea de participación puede ayudar a resolver el problema, tal como la plantea Tomás de Aquino, casi seguro, el único filósofo que la pensó en su fundamento.
Consideración metafísica
La unidad participativa es concebida como unidad en la diversidad de modo tal que la unidad no excluye la diversidad sino que logra que ambas se sirvan una de otra y no una contra otra como la piensan muchos pseudo filósofos hoy.
La idea de participación gira en torno a la unidad y la diferencia entre el ser y el ente. Así el ente es en tanto participa del ser, pues el ser es la plenitud de todo lo real. Además el ser como meollo de la realidad real no se puede definir porque no se puede delimitar y por lo tanto no se puede cuestionar lo que sea ser. Del ser participa todo ente, pero, y esto es importante, el ente no tiene partes del ser. Así el ente participa del ser no al tenerlo sino al serlo parcialmente cada uno en la medida de su jerarquía ontológica. De modo tal que el ente es el que representa parcialmente al ser porque éste es lo más profundo del ente. El ser es lo que todo ente tiene en común para ser lo que es, para existir. El ser es el que pone en acto al ente. De este modo la unidad participativa preserva el derecho de lo múltiple y le permite su libre manifestación.
Ahora bien el ser del que participa todo ente, si bien tiene una realidad subsistente en tanto ipsum esse subsistens, en los entes subsiste en la pluralidad de los mismos que participan de él. Es por ello que se debe hablar no de la subsistencia sino, más bien, de la inherencia del ser al ente. Así pues como el ser inhiere al ente, y con ello a lo múltiple, este último no es una copia sino que todo ente agota su plenitud de ser. Lo plural no es carencia de ser sino plenitud. El ser se transforma así en una unidad que libera la multiplicidad, a manera como la luz se relaciona con los cuerpos iluminados por ella.
Consideración metapolítica
Así pues la diferencia que existe entre el pluralismo radical de la postmodernidad y la pluralidad participativa es la siguiente:
Si bien ambas posturas coinciden en el juicio positivo acerca de la diversidad, afirmando que la diversidad es buena, la política postmoderna no se compromete como garante de la unidad sino sólo de la pluralidad en una especie de coexistencia de lo diverso sin ningún hilo conductor, llámese proyecto nacional, así pude sólo administrar los conflictos- a través de una concertación plural- pero no resolverlos, pues le falta el concepto de unidad, de proyecto en donde enmarcarlos y darle sentido y por lo tanto, respuesta.
Por su parte la pluralidad participativa ofrece como solución la unidad en la diversidad, ofrece un sentido a la acción política múltiple y variada. Esta pluralidad no excluye la comunidad sino al contrario la subsume como fuente de sentido.
Esto nos muestra que existe una pluralidad destructiva y una pluralidad liberadora. Así por ejemplo, la diversidad de los terrorismos, de los separatismos suele ser destructiva, mientras que la diversidad moral, cultural o política suele ser liberadora.
Es que la pluralidad radical se anula a sí misma cuando se entrega a la arbitrariedad en que la diferencia entre lo justo y lo injusto es sustituida por el derecho del más fuerte o el derecho de la minoría por el hecho de ser minoría, como sucede con el multiculturalismo, y no por los valores culturales que pudiera encerrar en sí, Es por ello que proponemos hablar más bien de interculturalismo.
Así pues, si el pluralismo es tan radical que no se asienta en ninguna convicción común desaparece el derecho a disentir, con lo cual no se puede ya pensar ni hablar, ni siquiera sobre un consenso mínimo para el buen vivir comunitario.
Es que la democracia postmoderna si queremos que funcione y supere el formalismo procedimental a que nos tiene acostumbrados tiene que dejar de lado la pluralidad radical de poner el consenso como principio y fijar, por el contrario, el consenso como objetivo y darle lugar al disenso como principio.
Si la corriente del pensamiento postmoderno fuerte, donde nos inscribimos y se inscriben algunos de los mejores filósofos y pensadores actuales, ejerce una primacía intelectual en el pensamiento crítico, es en el ejercicio del disenso como ruptura con la opinión. Sobre todo con la opinión publicada.
Así pues proponer el consenso como petitio principis de la sociedad democrática postmoderna es, hablando en criollo, poner el carro delante del caballo.
De modo tal que la idea metafísica de participación nos enseña a través de su interpretación metapolítica que la auténtica apertura política nace del concepto de pluralismo participativo que se encuentra allí donde la base de la pluralidad incluye la unidad.
Naturaleza del Estado
En cuanto a la naturaleza del Estado moderno se concibió limitada a la normatividad jurídica y así se lo definió como la nación jurídicamente organizada siendo sus fines los propios del Estado liberal-burgués en tanto Estado-gendarme ocupado, fundamentalmente, de la seguridad de las personas y la propiedad. Quienes intentaron modificar su naturaleza, en Argentina, fueron el radicalismo yrigoyenista que, de facto, introdujo el principio de solidaridad ausente en dicho Estado y el justicialismo, de juri, modificando su constitución (en 1949 la nacional y en 1951 la del Chaco) introduciendo el principio de subsidiariedad.
Nuestra actual propuesta alternativa se funda en una distinta concepción del Estado-nación.
En primer lugar porque preferimos hablar de Nación desde el punto de vista de «Patria Grande» y de «Nacionalismo Continental» y no de patria chica y nacionalismo chauvinista de fronteras adentro. Tenemos que volver a pensarnos como «americanos» tal como lo hicieron San Martín y Bolívar.
En segundo término porque pensamos el Estado no como una «sustancia ética» a la manera del fascismo, ni como «un gendarme» a la manera de liberalismo, ni como «la máquina de opresión de una clase sobre otra» según el marxismo, sino que el Estado es un «plexo de relaciones», es sólo sus aparatos.
El Estado, en nuestra propuesta, no tiene un ser en sí mismo sino en otro, en sus aparatos que son, antes que nada, instituciones ejecutivas. Así el Estado es un órgano de ejecución con sus distintos ministerios, secretarías y direcciones.
Esta, para nosotros sana teoría del Estado, nos dice que tiene dos principios fundamentales el de solidaridad (viene de soldum=consistente) que hace que todos los miembros se encuentren «soldados» entre sí. Es el principio de unidad de pertenencia- la gran tarea de Yrigoyen fue que las grandes masas de inmigrantes incorporaran por sí, a la Argentina como propia-. Y el principio de subsidiariedad, por el cual el Estado «ayuda a hacer» al que no puede solo con sus fuerzas- la gran tarea del peronismo fue ayudar a la gran masa de trabajadores a organizarse social y políticamente en la defensa de sus intereses-. Siendo el fin del Estado el logro del bien común, entendido como la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.
Así pues, el Estado es un medio y no un fin en sí mismo. Y por el hecho de ser medio, debe ser tomado como tal. De modo que está de más toda polémica acerca de estatista o privatista. Ello está determinado por las diferentes y cambiantes circunstancias históricas y queda librado a la prudencia política de los gobernantes.
Ello nos obliga a distinguir claramente, con el fin de fijar una mínima ingeniería política, entre gobierno, Estado y cuerpos intermedios. Así la naturaleza del gobierno es concebir; fijar los fines. La del Estado, como se ha dicho, ejecutar y la de las organizaciones libres del pueblo, ser factores concurrentes en los aparatos del Estado que les sean específicos para condicionar, sugerir, presionar o interferir, de manera tal que el gobierno haga las cosas lo mejor posible.
Surge acá la teoría del Estado participativo que nos viene a decir que el pueblo a través de sus organizaciones participa del Estado no sólo como formando parte sino siendo parte de ese Estado y a su vez éste no existe si no participa siendo ese pueblo, estando a su servicio.
Resumiendo entonces el Estado en sí es una entelequia, no existe. Lo que existen son sus aparatos, que como tales son medios o instrumentos que sirven como gestores al gobierno para el logro del bien común y al pueblo para participar en y con ellos. Por el hecho de ser medios tienen su fin en otro, y este otro es la Nación como proyecto de vida histórico de una comunidad política, de un pueblo organizado. De ahí que un Estado solo pueda ser un Estado nacional de lo contrario devendrá una nada de Estado.
Fuente: http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?boletim=1&lang=ES&cod=46164