La ignorancia de muchos le da poder a unos pocos. (Anónimo) Herón de Alejandría fue un ingeniero y matemático griego que vivió en el siglo primero de nuestra era. Herón siempre ha sido considerado como uno de los científicos e inventores más grandes de la antigüedad. Sus contemporáneos valoraron especialmente su rara habilidad para diseñar […]
La ignorancia de muchos le da poder a unos pocos. (Anónimo)
Herón de Alejandría fue un ingeniero y matemático griego que vivió en el siglo primero de nuestra era. Herón siempre ha sido considerado como uno de los científicos e inventores más grandes de la antigüedad. Sus contemporáneos valoraron especialmente su rara habilidad para diseñar y fabricar extraordinarias máquinas automáticas. Entre los contemporáneos que se disputaban sus ingenios los más interesados eran los sacerdotes.
Herón inventó un dispensador de agua bendita que funcionaba depositando una moneda a través de una ranura. El dispositivo interior, por el simple peso de la moneda que hacía descender un émbolo, hacía circular una cantidad determinada de agua hacia el exterior a través de un caño. El feligrés quedaba atónito por la maravilla automática. Quedaba atónito y sin moneda. El sacerdote del templo quedaba complacido por la ingenuidad del feligrés. Quedaba complacido y con moneda. Una por feligrés, una por «ración» de agua bendita.
Rápidamente, el sacerdote, con lo que había conseguido reunir de las aportaciones «atónitas» de sus feligreses, acudía nuevamente a Herón y éste ponía a su disposición nuevos ingenios que maravillarían a sus fieles creyentes. Y compraron una estatua que «lloraba sangre», emocionada ante las ofrendas que los fieles depositaban a sus pies, y que solían consistir en objetos de gran valor, de tanto valor como se pretendía que tuviera de efecto en la benevolencia del dios. Cuando daba comienzo la ceremonia en la que los fieles-creyentes procedían a depositar sus ofrendas a los pies de la estatua representativa del dios, el sacerdote encendía un fuego cercano. El aire que este fuego calentaba era conducido por una sencilla red de tubos que lo llevaban a un pequeño recipiente que contenía agua con colorante rojo. Por efecto de la presión, el aire caliente desplazaba el agua coloreada por el otro extremo del recipiente, donde se había dispuesto un tubo que llevaba «la sangre» directamente a los lagrimales de la estatua, donde se habían practicado previamente los necesarios agujeros que permitían dar rienda suelta a la emoción del dios que recibía las ofrendas. El feligrés quedaba maravillado, estupefacto. Maravillado, estupefacto y sin su ofrenda. Los sacerdotes quedaban complacidos por la ingenuidad del feligrés. Quedaban complacidos y con sus ofrendas. Ya que, naturalmente eran los sacerdotes quienes administraban las ofrendas en nombre de los dioses. Y disponían de ellas, si el dios así se lo hacía ver, para la adquisición de nuevos ingenios con los que maravillar al feligrés-creyente-ingenuo del que obtenían tan cuantiosos beneficios.
Debido al indiscutible éxito de esta fórmula empresarial, el sistema se fue expandiendo a otras áreas desde las que igualmente se podían obtener ingresos procedentes de las clases más ingenuas. Allí donde hubiere un ingenuo, había siempre un desalmado embaucador que encontraba su feligrés-creyente-ingenuo-cliente-votante-consumidor-prestatario.
Durante los veinte siglos siguientes la exitosa fórmula empresarial ha evolucionado, siempre al ritmo que lo hacía su clientela. En la actualidad, se aplica con éxito la fórmula con pequeños matices en todos los órdenes de la vida. Algunos ejemplos ilustrarán mi exposición:
El votante
El votante se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las promesas que los políticos hacen en cada campaña electoral. El político le promete todas las bendiciones del mundo a usted y le amenaza con todas las maldiciones si vota a su contrincante. El político le induce al votante al miedo y al comportamiento miedoso, y por tanto, a un comportamiento irregular de su persona ante hechos muy importantes en su vida y en los que tiene el derecho y deber de participar. El político solo ambiciona de su votante el voto, no cumplir y hacer cumplir sus derechos, sino solamente su voto. Ante las promesas del político el votante se queda atónito, maravillado y estupefacto pero sin su voto y sin sus ilusiones. No!, votante, no debe usted sentirse atónito, maravillado y estupefacto, lo normal sería que ante las promesas de los políticos usted se sienta amenazado. El político se queda complacido y con su voto. Ante su ambición, conocimiento y desconfianza.
El prestatario
El prestatario se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las ofertas que los bancos suelen hacer a clientes de otros bancos sobre el producto «hipoteca» (también conocido como hipoteca-condena; resulta curioso contrastar que las hipotecas en España pueden durar más que las máximas condenas a prisión contempladas en el Código Penal). Los bancos que pretenden captar clientes de otras entidades prometen condiciones que no dan ni siquiera a los clientes que ya lo son de su entidad; y que habitualmente solo tienen un camino para obtener el mismo trato preferencial y que no es otro que anunciar al banco la intención de abandonar la entidad. Las condiciones ofertadas por el banco en raras ocasiones se cumplen al pie de la letra, pudiendo escuchar el prestatario excusas tan peregrinas e ingenuas como «es que esto me viene de la central y aquí no podemos hacer nada, se lo aseguro». El prestatario ingenuo se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las prometedoras ofertas. Atónito, maravillado y estupefacto, y sin sus condiciones ventajosas. El banquero se queda complacido y con un cliente más cuyo bolsillo estrujar. Ante su ambición, conocimiento y desconfianza.
El inversor-accionista
El inversor se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las ofertas que los bancos suelen hacer sobre la rentabilidad de invertir en sus productos. «Fíjate, dan más en ese banco naranja que en bonos del Estado». Ese banco naranja, inversor-ingenuo, hubo de ser rescatado con 10.000 millones de euros con los que tapó el inmenso agujero negro que amenazaba con absorber a la propia entidad y a los ahorros de miles de pequeños inversores. Las entidades bancarias desconocen muchas veces los riesgos reales de los fondos donde colocan el dinero del inversor. Peores aún son los casos en los que las entidades bancarias los conocen pero los ocultan. En otras ocasiones, el inversor-accionista es embelesado por la alta rentabilidad que ofrecen grandes, grandísimas compañías transnacionales (energéticas o de telecomunicaciones por ejemplo). El inversor-accionista, cegado, compra acciones cuyos beneficios muchas veces le son retribuidos en nuevas acciones, para cuya creación se ha de pasar por la disminución del valor unitario de las mismas. El inversor se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las ofertas de irrechazables rentabilidades. Atónito, maravillado y estupefacto y, si no anda listo, sin su dinero. El banquero se queda complacido, con el depósito del inversor, y sin responsabilidad alguna ante la ley si la inversión resulta ser una estafa. Ante su ambición, conocimiento y desconfianza.
El consumidor
El consumidor se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las ofertas que los supermercados colocan en las cabeceras de los pasillos. Los carteles son llamativos, atrayentes y atractivos. Indican dentro de una gran estrella el precio. «¡Oh, mira qué precio!». Si uno desconfía de la oferta, aunque solo sea por principio de supervivencia, y acude al pasillo donde habitualmente se encuentra a la venta dicho producto, puede encontrarse que el precio allí, en el pasillo, resulta inferior al tan aparatosamente anunciado en la cabecera. Aunque nunca le haya ocurrido esto, nunca deje de comprobar el precio, pues si no lo hace nunca, alguna vez será la primera en la que le saquen del bolsillo más de lo que le metan en la bolsa. También se dan otras formas de esta prestidigitación. Por ejemplo cuando el producto no baja de precio durante años, pero sí baja de peso neto constantemente. El consumidor, atónito y no creyéndose nada merecedor de las atenciones que la compañía que fabrica el producto le dispensa manteniendo el precio durante años, exclama: «Fíjate, si ese es el precio que tenía hace años». En fin, que el consumidor se queda atónito, maravillado y estupefacto ante la deslumbrante maquinaria de marketing del supermercado. Atónito, maravillado y estupefacto pero con menos dinero en el bolsillo. Mientras, el supermercado se queda complacido y libre de un producto de difícil salida si no es a un precio, en ocasiones, superior al habitual y en la bolsa de un cliente-ingenuo. Ante su ambición, conocimiento y desconfianza.
El cliente
El cliente se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las ofertas de algunas grandes compañías que aseguran dedicar esfuerzos a cuidar el medio ambiente. Yo pongo en duda que lo hagan antes de cuidar el beneficio en sus balances, porque si una de estas ideas entra en oposición con la otra, todos sabemos qué aspecto cuidará la empresa en primer lugar. O ante las ofertas de algunas grandes compañías que «venden» el trato humano como valor añadido en contraposición al trato maquinal, robótico e informatizado a que nos tienen acostumbrados. O ante las ofertas de productos o servicios con la etiqueta de «receta tradicional» o «como los de siempre», cuando en realidad esa característica, en sí misma, no aporta nada ni nuevo, ni generalmente bueno. Y es que si eso es lo que tienen que destacar de sus productos o servicios, vamos listos. Otras compañías son tan grandes que se vuelven invisibles a ojos del cliente, inasequibles. Se esconden tras los más variados retruécanos legales, como por ejemplo una amplia red de franquicias que son los que dan la cara, la mucha cara que tiene aquel a quien representan. Muchas veces, por pereza, por falta de medios, por desconocimiento, por dejadez, por falta de tiempo, nos dejamos timar por estas compañías ante las que nos parece casi imposible que una reclamación prospere. Créanme, la grandeza de estas compañías solo es comparable a nuestra ignorancia, disminuyendo nuestra ignorancia, disminuiremos su grandeza. Ante su ambición, conocimiento y desconfianza.
El parado-candidato
El parado-candidato se queda atónito, maravillado y estupefacto ante la publicación de una oferta de empleo en la que sus características e historial profesionales más o menos encajan. No digamos cómo se queda cuando le llaman para mantener una entrevista. No digamos cómo se queda cuando, un par de días después, le llaman y le dicen que el puesto de, pongamos por caso, Director de Marketing, es suyo. No digamos cómo se queda cuando recibe su primera nómina y comprueba que no es ni mileurista y que una parte se la pagan en «B»; que podrá ser despedido en el caso «objetivo» de que al empresario le de la impresión de que durante los próximos dos años puede llegar a tener sospechas, de visos, de presagios, de presentimientos, de conjeturas, de suposiciones, de previsiones de resultados negativos sostenidos en el tiempo. Para quien no lo sepa, les diré algo que yo sí sé, la ingeniería contable y fiscal obraba milagros en las épocas de vacas gordas en las que un empresario se podía ahorrar un céntimo en sus impuestos; quédese usted atónito, maravillado y estupefacto con solo imaginar lo que no podrá obrar la ingeniería contable y fiscal en la aguda y crónica crisis en que nos encontramos. El parado-candidato se queda atónito, maravillado y estupefacto solo con ver publicada una oferta de empleo digna. Por desgracia, en la mayoría de los casos, de todo esto tan solo se queda finalmente con un gran palmo de narices. El empleador se queda complacido ante la gran afluencia de parados-candidatos que acude a su reclamo, respaldado la mayor parte de las veces por un contrato basura, por un contrato sujeto a la nueva reforma laboral, en fin, complacido por una legislación que cada vez defiende más y mejor sus intereses y menos y peor los de los ciudadanos. Ante su ambición, conocimiento y desconfianza.
Como documentación de este punto en particular, les propongo que lean (si tienen tripas para ello) este boletín informativo de una publicación que se llama «Carta de Personal» y donde aleccionan a los empresarios para, por ejemplo, formalizar tantos despidos como los que les obligarían a un ERE, pero sin la «molestia» de tener que obtener la aprobación de ninguna Autoridad Laboral, a esto lo llaman «Despido por goteo». Me los imagino comentando luego en el bar: «Este Zapatero nos va a llevar a la ruina, cada día hay más parados y no hace nada por evitarlo».
La realidad nos demuestra a cada paso que no nos importa que nos timen, que nos engañen, eso siempre y cuando hayamos oído hablar de alguien a quien hayan timado, a quien hayan engañado un poco más que a nosotros. No nos importa ser tontos si hay alguien un poco más tonto que nosotros. Lo que nos molesta es ser el tonto del pueblo y lo que ocurre al final es que somos el Tonto del Pueblo.
Puede que solo sea una impresión mía, pero creo que la riqueza de una persona o de una empresa se mide proporcionalmente a la ignorancia de quien les suministra esa riqueza.
Fuente: http://impresionesmias.com/2010/09/11/la-ignorancia-del-pueblo-como-fuente-de-poder
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