Como práctica generalizada desde sus orígenes, en la mayoría de las sociedades el acceso al conocimiento ha venido estando limitado, cuando no reservado, a las minorías, con la pretensión de encontrar un argumento que permita diferenciarse de las mayorías para asegurar aquellas estatus de poder. En el occidente europeo, como punto de referencia del capitalismo […]
Como práctica generalizada desde sus orígenes, en la mayoría de las sociedades el acceso al conocimiento ha venido estando limitado, cuando no reservado, a las minorías, con la pretensión de encontrar un argumento que permita diferenciarse de las mayorías para asegurar aquellas estatus de poder. En el occidente europeo, como punto de referencia del capitalismo moderno, durante el reinado de las tinieblas, dominado por creencias y leyendas, la ilustración como vía de acceso al conocimiento se declara exclusiva de los grupos dominantes encabezados por el clero, algún noble avanzado y unos pocos espíritus que caminaban por libre. A las masas, sometidas al dogma, no sólo se las niega lo que luego sería el derecho a instruirse, sino que se proyecta sobre ellas la desilustración o negación de la ilustración, establecido como principio dominante, al considerar que abrirse al conocimiento rompería con el monopolio de las creencias oficiales y, de otro lado, permitiría cuestionar el contubernio oficial. Pese a todo, no hay que infravalorar la presencia latente del espíritu de la filosofía helénica, aunque fuera maquillado y reutilizado para auxiliar a crear una lógica informal con la que se aspira a dar un principio de racionalidad a lo que carecía de otro sentido que no fuera fomentar el terror escatológico dominante. Auxiliado por el espíritu mercantil, el Renacimiento ya había puesto en su momento de manifiesto que cabían otras opciones frente al dogma oficialmente establecido que, aunque no afectaban directamente a las masas, sí lo hacía al espíritu colectivo.
Con el movimiento filosófico de la Ilustración se vino a instalar un poco de razón en una sociedad conducida por el mito, como diría Habermas, y dominada por las creencias, tratando de abrir la mentalidad de las minorías contestatarias al pensamiento racional. Su principal difusor, el enciclopedismo, aspiraba a proyectar nuevas ideas pensando en las masas como destinatarias, pero tal vez cayó en la utopía, porque sólo las elites estaban en disposición de ser receptoras de sus efectos intelectuales. La misma expresión de ilustrado, en el sentido de culto, viene a reflejar su sentido real minoritario, porque el saber no estaba al alcance de todos. Aunque los resultados efectivos de la Ilustración fueron prácticamente nulos en el caso de las masas, no corrió la misma suerte con la burguesía, puesto que la incorporó a su ideología, dándola una perspectiva utilitaria, con vistas fundamentalmente a su proyecto político. En este punto, la burguesía bebe ideológicamente de la Ilustración, la acoge como ilustración pura para sí misma y la promueve como alternativa para definirse como nuevo poder elitista frente al absolutismo. Asimismo, sobre la base de esa ilustración pura, se diseña una ilustración manipulada o medio de instrucción para educar a las masas e imponer sus argumentaciones, es decir, frente al acceso libre al conocimiento propone otro limitado y dirigido. El movimiento intelectual de la Ilustración sirve para iluminar el proceso instrumental definido como ilustración capitalista, en el que, lejos de entenderse como mejora del bagaje intelectual personal y colectivo sin injerencias, iluminando el entendimiento de la mayoría, se trata de formar la mentalidad colectiva en términos que hagan asumible tanto el sistema capitalista como sus prácticas. Sin embargo, aunque el producto ilustrador se adulterara en gran medida, siempre quedaría algo aprovechable, lo que se ha venido a demostrar con el tiempo, puesto que eufemísticamente cabría decir que el grado de civilización ha progresado en las sociedades avanzadas.
El capitalismo burgués encuentra en su particular ilustración, referenciada al movimiento intelectual que la da nombre, un instrumento para el desarrollo de su ideología, sentando los cimientos de una nueva sociedad que se soporta en la instrucción de las masas, imponiendo sus particulares creencias laicas en torno al papel que juega el dinero en la existencia. Por el momento, la ilustración capitalista, entendida como instrucción, elabora un nuevo ideario político-jurídico desde la propensión docente para redimir a las masas de la ignorancia, estableciendo derechos positivables a partir de los valores que están presentes en la mente humana y que han sido silenciados por los estamentos dominantes. A tal fin usa con mesura el pensamiento de Rousseau, quedándose con lo menos comprometedor, en cuanto a que todo hombre es portador de derechos y libertades fundamentales y a una interpretación adaptada de la democracia. Utilizándolo para presentar ante las masas el agotamiento del viejo régimen y la necesidad de cambio. En este punto la ilustración responde al propósito de enseñar, de educar a los individuos en los nuevos valores, para que tomen conciencia de la realidad oculta tras la metafísica de las creencias, con finalidad política. Se trata de una ilustración dirigida, para encarrilar a los individuos por la nueva visión de la política y ganarse su fidelidad suscribiendo un compromiso al efecto. La burguesía política documenta el contrato a través de la constitución, otorgando derechos y libertades de los que unos se convierten en beneficiarios sometidos y la otra en garante privilegiado. Pese a todo, si teóricamente la vigencia de la constitución es plena, en el orden práctico que afecta al ciudadano no es más que texto. El proceso continuará con la democracia representativa, que supone dar un paso más en la apariencia, estableciendo la consideración de que quienes gobiernan son los gobernados. En definitiva, la ilustración dirigida supone conducir políticamente a los individuos utilizando la propaganda del gobernante estableciendo creencias de nuevo perfil, facturadas como racionalidad. Se trata de otra forma de entender las relaciones con el poder, pero conservándose las respectivas posiciones irreconciliables entre la elite gobernante y las masas gobernadas. A través de ella, resaltando los derechos y libertades emergentes, el proceso de apertura a la luz del entendimiento que implica la función de ilustrar no viene de la construcción de un pensamiento libre y racional, sino que en la ilustración dirigida es el poder quien controla el pensamiento y la opinión, al punto de que ambos se presentan como libres, pero dentro del cercado establecido por quien está destinado a gobernar. En este caso la ilustración se reconduce a establecer las condiciones para que la colectividad se limite a alabar las virtudes del que gobierna, reduciendo en lo posible toda contestación social. La propia facultad de represión estatal y el monopolio de la violencia se hacen justificar en virtud de la prevalencia del orden, aunque el argumento adolezca de una incongruencia de base, porque se trata de un orden construido desde la élite sin contar con la ciudadanía. Hoy, esta forma de ilustración se mantiene plenamente vigente.
Si en el proceso de ilustración dirigida por la propaganda política estaba comprometido el capitalismo burgués desde la positivación del Derecho -para asegurar la seguridad de sus negocios y educar a la ciudadanía en el dogma, utilizando el argumento de los derechos fundamentales y civiles en un Estado que controla-, una vez consolidado el Estado de Derecho frente al Estado absolutista y movido por las revoluciones industriales, da un nuevo sentido a la ilustración extendiéndola al plano mercantil, en el que la autonomía de la voluntad se sobrepone levemente al dogma dejando un margen de elección. Pero teniendo en cuenta que una ilustración en el sentido amplio del término supondría no limitar las vías de acceso al conocimiento, y eso no resultaría beneficioso para el negocio porque saldrían a la luz las falacias del sistema, se hace precisa una supervisión que limite su práctica a lo que repercuta favorablemente en su desarrollo. Tras lograr la estabilidad política a nivel Estado-nación, desde la ilustración dirigida como poder político, tiene que construirse un mercado seguro capaz de dar salida a la producción industrial en una primera fase -después llegaría el proceso de mundialización-, por lo que viene a ser perentorio diseñar una ilustración controlada, para que los individuos, ahora ciudadanos, compren compulsivamente. La ignorancia supone permanecer al margen de conocimientos sustanciales para abordar satisfactoriamente la realidad de la existencia, y esa no es otra que la acción transformadora de la realidad que aborda la ideología capitalista. Por tanto, la finalidad del nuevo proceso es formar la mentalidad de las masas desde sus individuos impartiendo conocimiento limitado a los intereses del mercado, conociendo solamente aquello indispensable para que este se desarrolle con normalidad. La difusión de conocimientos básicos permite poner en relación a los individuos y conectarles con una realidad sencilla del mundo sin despertar mayores pretensiones, pero no se trata de la realidad natural de la existencia, sino la que ofrece una visión de la misma desde la ideología dominante. Es una ilustración sesgada y convencional, dirigida desde la publicidad de las empresas mercantiles para promover un alto nivel de consumo que permita absorber la producción, y donde solamente trasciende el conocimiento de aquello destinado a fines comerciales; lo sustancial se queda en el archivo. El producto acabará dando sus frutos en la sociedad del espectáculo, que analiza Debord, como ese otro momento de la sociedad consumista.
La praxis de la función ilustradora del capitalismo, teniendo en cuenta su condición de detentador del monopolio de la información como soporte del conocimiento, discurre en términos de apariencia. Las masas, en virtud del desarrollo de la comunicación, parecen estar ilustradas, y efectivamente lo están, pero solamente en lo inconsistente. Característica de ambos modelos de ilustración no es el conocimiento puro, sino el orientado a una finalidad marcada por el interés de quien los controla; de manera que en ellos se impone lo accidental para ocultar lo sustancial. Si se quiere acceder a lo primero resulta que la ilustración real tiene etiqueta con un precio, el conocimiento se reserva a los grupos de influencia y los poderes sectoriales lo distribuyen a tenor de la calidad de los receptores, quedando él capitalismo como árbitro del proceso. A las masas se las dispensa lo que carece de utilidad potencial, es decir, se las escatima el puro saber y la posibilidad de ir por delante, porque lo puntero está reservado a las minorías, difundiéndose solamente los tópicos, lo que permita recrear la línea del pensamiento oficial y las modas. Propaganda y publicidad son los viales de una ilustración interesada, pura apariencia, cuyo auténtico significado es ilustrar desde la desilustración, porque así el resultado es un pensamiento plano, en gran medida unidireccional -en la línea de Marcuse-, que arrolla la pluralidad y la posibilidad de caminar sin tutelas.
Tales formas de ilustración sesgada, pese a sus limitaciones, ¿han supuesto mejora efectiva en las condiciones de acceso al conocimiento?. Razonar sin interferencias siempre ha sido una tarea compleja, ya sea por el peso de las creencias o ahora por efecto del consumismo. Pese a ambos obstáculos, más allá de la manipulación queda la experiencia personal. La propaganda no soporta el paso del tiempo y la publicidad se desmorona bajo el acoso de la evidencia, superando a ambas queda lo real. Se trata de una tecnología comercializable que, en definitiva, ha hecho la vida más cómoda y ha elevado el nivel de conocimiento colectivo, unida a una cultura industrial que ayuda a despertar la razón. Pero no interesa al poder real que se desarrolle libremente, por eso tiene que permanecer alerta desplegando tácticas de contrailustración, que si no suponen volver a la desilustración, tratan de frenar los efectos de la ilustración por libre, manteniendo el estado de civilización dentro de los dos modelos de ilustración con cuentagotas. Pese a todo, que las masas estén informadas y comunicadas mediante redes y que dispongan de tecnología que mejore la calidad de vida otorga un soporte para la ilustración, la cuestión ahora es llevar el instrumental al terreno de lo aprovechable para aquellas. Si se supera lo anecdótico, la competitividad desde la estupidez y la tendencia a la emotividad con fines comerciales, el conocimiento tiene posibilidades de arraigar pese a los modelos de ilustración dirigida y controlada, en caso contrario siempre quedará la ironía, referida por Rorty, como respuesta al sistema de ilustración capitalista, a la espera de que lleguen tiempos mejores que permitan acceder a la pura ilustración.
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