Carlos Fernández Liria: En respuesta a nuestra Mesa redonda «El aborto, el socialismo del Siglo XXI y qué significa ser de izquierdas», Chris Gilbert ha publicado el artículo ¿Ilustración o ilustraciones? ¿Quién es el dueño de la modernidad? El caso es que estoy completamente de acuerdo con lo que él dice. No sé, entonces, si […]
Carlos Fernández Liria: En respuesta a nuestra Mesa redonda «El aborto, el socialismo del Siglo XXI y qué significa ser de izquierdas», Chris Gilbert ha publicado el artículo ¿Ilustración o ilustraciones? ¿Quién es el dueño de la modernidad? El caso es que estoy completamente de acuerdo con lo que él dice. No sé, entonces, si tengo que añadir algo más. Supongo que sí, porque Chris Gilbert lo presenta como una crítica a mis posiciones, así es que, cuanto menos, parece que debería haberme expresado mejor o haber salido al paso de posibles malentendidos.
El artículo de Gilbert, para empezar, tiene un título muy interesante. ¿Quién es el dueño de la modernidad? Hay que contestar taxativamente: Europa, desde luego, no.
La Ilustración no es un patrimonio europeo. En cierto sentido es verdad que lo que hemos llamado el paquete de la Ilustración no es fácil de entender sin la revolución francesa. Pero, en otro sentido, Europa ha sido más bien la gran profanadora de la Ilustración. Ha sido Europa la que ha pisoteado todos y cada uno de los principios de la Ilustración, utilizándolos, además, como coartada para crímenes imperialistas genocidas. En Europa, la Ilustración no es más que una monumental mentira, una farsa, una estafa retórica. Por eso, precisamente, Luis Alegre y yo escribimos Comprender Venezuela, pensar la Democracia, con la convicción de que la revolución bolivariana podía ser la verdadera oportunidad para el proyecto político de la Ilustración.
Europa derrotó la Ilustración. La revolución francesa no se puede juzgar por su éxito final (es decir, por el éxito de la burguesía), hay que juzgarla también por sus derrotas políticas. Lo único que la revolución francesa tuvo de burguesa fue, precisamente su derrota, cuando los propietarios retomaron por completo el poder con el golpe de Estado de Termidor. Para esto me remito siempre a la obra de Toni Domenech o de Florence Gauthier.
En cuanto al indigenismo latinoamericano, pasé en Chiapas dos años concentrado en una investigación antropológica. No es mucho tiempo, desde luego, pero sí me sirvió para convencerme de que, efectivamente, en cualquier pueblo, en cualquier consistencia cultural, hay una brecha abierta para la Ilustración. De hecho, así lo conté en mi libro Geometría y Tragedia, donde precisamente combatía la idea de que la Ilustración fuera patrimonio exclusivo de los herederos de la Grecia antigua de Sócrates o Pericles. Decía, por ejemplo, que existe una objetividad mucho más difícil y mucho más originaria que la objetividad científica o jurídica: «más allá d el arte de medir que supone la ciencia no sólo existe la digestión subjetividad, existe también una objetividad más difícil aún que la teórica, una objetividad sin concepto , en la que la subjetividad alcanza a ser anulada desde las entrañas mismas de la sensibilidad, abriendo en ella un pozo en el que los hombres debieron caer mucho antes que Tales, desde el mismo momento que se hizo posible entre ellos el lenguaje. No es seguro que se pueda afirmar sin más que esta especie de protoilustración neolítica por la que el lenguaje debió de venir un día a reacomodarse en su esencia dependa de la producción artística o del concepto supremo de belleza. Es más bien, que ante la belleza, reencontramos ese lugar desde el cual la cultura se vio, sin duda desde el primer momento, atravesada por lo que podría llamarse la civilización». Es un tema muy difícil, que por ejemplo remite a la Crítica del Juicio de Kant y ahora no es el caso de meterse a ello. Sólo quería señalar que el tema de la una Ilustración anterior a la Ilustración, tanto en el sentido cronológico como el sentido de que es más originaria, no me ha resultado nunca indiferente.
Sin embargo, el indigenismo corre siempre el peligro de regalar al enemigo europeo el patrimonio de la Ilsutración, es decir, de la conjunción entre Libertad, Igualdad y Fraternidad. En lugar de defender la Ilustración contra el imperialismo europeo, se aboca así a defender lo relativo, lo meramente tribal, la sumisión incondicional a la tradición, etc.
Luis Alegre Zahonero: La verdad es que, al igual que Carlos, yo también estoy enteramente de acuerdo con el planteamiento de Chris y, por lo tanto, las únicas discrepancias que veo son más bien terminológicas. Sólo faltaría que no estuviésemos de acuerdo con la conclusión de su artículo: «como consecuencia mínima, ‘algo hemos hecho mal’ es una afirmación que también se puede plantear desde otras tradiciones». Lo que nosotros defendemos, como decía Carlos, es que todas las tradiciones tienen siempre alguna brecha abierta a la Ilustración y, por lo tanto, a poder decir con pleno sentido «algo hemos hecho mal». Esto es, en realidad, el núcleo más importante de eso a lo que llamamos Ilustración. No se trata en absoluto de defender la tradición europea. Es evidente que Europa no ha parado de colonizar territorios, expoliar recursos ajenos y realizar todo tipo de matanzas para impulsar sus intereses económicos. Esto es algo a lo que no hay derecho; es intolerable; por lo tanto podemos y debemos denunciarlo, aun siendo europeos, por mucho que eso pertenezca a lo más arraigado de «nuestra» tradición. El problema, entonces, es simplemente este: ¿desde dónde podemos denunciar como absolutamente intolerables algunas de las costumbres de nuestra propia tribu? Y la cuestión es que, evidentemente, eso solo se puede hacer desde un lugar distinto al de la autoridad de nuestra propia tradición (sin por eso convertirse en el lugar de otra tradición y otras costumbres distintas, de las que no formamos parte). A ese lugar que no es sin más el de la propia tradición y desde el que, por lo tanto, se puede impugnar hasta la tradición misma de la que uno es miembro es a lo que propiamente llamamos Ilustración. Y lo fundamental es insistir en que eso no consiste en otra tradición distinta (con su cultura y sus costumbres) sino en un puñadito minúsculo de principios a partir de los cuales juzgar lo tolerable y lo intolerable de cualquier orden concreto (con su cultura y sus costumbres); empezando a ser posible, claro está, por la tribu de uno mismo (y más nos vale sospechar cuando no se hace así; por ejemplo, no hay nada que nos irrite más que ver a intelectuales europeos poner el grito en el cielo ante la violación de derechos y libertades en cualquier otra tradición mientras ignoran activamente esas matanzas tan nuestras). Al final es un asunto bastante elemental: si las matanzas que ha realizado y realiza Europa resultan intolerables es porque atentan contra la libertad, la igualdad y la integridad de otras personas y el derecho de otros pueblos a decidir su futuro. En realidad, son los mismos principios por los que cualquier sociedad indígena (incluida la nuestra, de fuerte raíz católica) debe suprimir los elementos machistas, racistas u homófobos que contenga en sus tradiciones. Es en este sentido en el que nos empeñamos en hablar de una única Ilustración y no de muchas. Lo que sí hay muchas (y no puede dejar de haberlas) son tradiciones; y es verdad que hay algunas más aptas y otras más ineptas para ajustarse a ese criterio de corrección que introducen los principios de la Ilustración. Y es probable que gran parte de las tradiciones llamadas «indígenas» se encuentren en mejores condiciones para las exigencias que imponen esos principios (de hecho, es posible que la tradición europea sea una de las que se encuentran en peores condiciones, precisamente por creerse ya la encarnación misma y el portavoz privilegiado de la Ilustración sin más). El motivo por el que nos empeñamos en hablar de una única Ilustración (y no de muchas) es, precisamente, para no confundir la Ilustración con ninguna tradición posible. La Ilustración no podrá nunca crear una cultura y una sociedad. No podrá nunca enseñarnos si debemos tocar la guitarra o la flauta; no podrá señalarnos los mejores días de fiesta ni el modo más conveniente de celebrarlas; no podrá decirnos cómo vestir ni qué comer en los días señalados. Ese puñadito de principios debe limitarse a reconocer que no tiene nada que objetar al modo como tocamos la flauta o la guitarra y que, sin embargo, considera inadmisible el modo como oprimimos a otros pueblos, sometemos a las mujeres o discriminamos a los homosexuales. El caso es que los principios por los que rechazamos la opresión de unos pueblos por otros o la explotación de una clase por otra son los mismos principios por los que rechazamos el sometimiento de un sexo por otro o la discriminación de una orientación sexual por otra.
Daniel Iraberri Pérez: Bueno, la verdad es que yo también estoy de acuerdo con el artículo de Chris y, por supuesto, con lo que plantean Luis y Carlos. Hay alguna cuestión completamente periférica en la que podemos discrepar, pero en lo fundamental creo que el acuerdo es completo. Por ejemplo, yo pondría en duda que Kant (o incluso Locke) sean defensores a ultranza de la propiedad privada en el sentido en el que Chris lo plantea, pero ese asunto puede resultar interesante para mí por cuestiones privadas (ya que es el tema de mi tesis doctoral), pero creo que carecen de interés por completo respecto a lo importante de la discusión. El asunto es que, a partir de los principios que ellos mismos enunciaron, queda automáticamente impugnado el machismo de Rousseau y el esclavismo de Locke, y queda impugnado de un modo tan radical que ni a Rousseau ni a Locke les sirve de nada invocar a su favor la voz de todos los ancestros ni la autoridad de todas las tradiciones. Lo mismo ocurre, desde nuestro punto de vista, con el asunto de la propiedad privada. Como marxistas, consideramos que tener absolutamente garantizadas las condiciones materiales de subsistencia (digamos: vivienda, alimentación, vestido, sanidad y educación como mínimo) es condición irrenunciable de la seguridad, la integridad y la libertad individuales. No puede considerarse que alguien es libre si tiene sus condiciones hipotecadas a la voluntad arbitraria de otro particular (que puede decidir, por ejemplo, contratarte o despedirte a su antojo). Por lo tanto, como republicanos, consideramos que garantizar las condiciones de subsistencia de todos los ciudadanos es una tarea irrenunciable de la república (en la medida en que es una condición básica de la libertad de lo mismos). Y eso significa, claro está, que, si para garantizar esa libertad la República necesita imponer un cambio en la estructura de distribución de la renta (interviniendo así en la propiedad privada), entonces tiene el deber de hacerlo (recaudando o expropiando de las grandes rentas para asegurar al menos comida, vivienda, vestido, sanidad y educación al conjunto de los ciudadanos). En todo caso, lo importante para la discusión que estamos teniendo es hacerse cargo de que también esa exigencia deriva del mismo puñadito de principios del que hablaba Luis y que, en último término, remiten a la exigencia de Libertad, Igualdad y Fraternidad.
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