Recomiendo:
3

La incógnita del voto indígena

Fuentes: Brecha

En la disputa de este domingo entre el conservador Lasso y el progresista Arauz será decisivo el apoyo de las comunidades originarias. Históricamente reacias tanto al correísmo como al neoliberalismo, se ven atravesadas hoy por una interna explosiva.

La primera parecía romper con el clivaje correísmo versus anticorreísmo que había mantenido estática la política nacional desde 2006. Cerca de la mitad de los electores ecuatorianos optaron el 7 de febrero por opciones políticas diferentes a las que ahora se encuentran en disputa de cara al domingo 11, cuando se celebrará la segunda vuelta. Se destacaron en aquella primera ronda los resultados obtenidos por Yaku Pérez del Pachakutik –a quien le faltaron apenas 32 mil votos de un total de 10 millones para entrar en el balotaje– y Xavier Hervas, un outsider empresarial sin filiación partidista que se candidateó por la social-liberal Izquierda Democrática, una vieja organización política cuyos últimos éxitos electorales se remontaban a finales de la década del 80.

Ecuador llegaba a la contienda electoral en un situación de descomposición social e institucional nunca antes vista desde el feriado bancario de principio de siglo. El divorcio entre la ciudadanía y su establishment político es más que evidente: la población ecuatoriana, indican las encuestas, carece de optimismo respecto al futuro del país con independencia de quién gane la disputa electoral; las instituciones despiertan pocas simpatías (la satisfacción con la democracia cayó un 14 por ciento entre 2016 y 2019, según el barómetro Cultura Política de la Democracia en Ecuador y en las Américas), y los altos funcionarios del actual gobierno cuentan los días que les faltan para abandonar un barco que navega a la deriva en plena crisis económica.

«El gobierno de Lenín Moreno carece de liderazgo», han dictaminado el líder derechista Guillermo Lasso, y distintos analistas y académicos vinculados al progresismo. Pero la responsabilidad de que Moreno ocupe la poltrona presidencial del palacio de gobierno es compartida tanto por el correísmo –que lo posicionó como sucesor de Rafael Correa en la presidencia– como por las fuerzas políticas conservadoras, que lo mantuvieron en su cargo pese al rechazo popular que se ha acumulado día a día a lo largo de su gestión, hasta tocar fondo, con un 7 por ciento de aprobación popular en 2020. Ahora, sin embargo, ambos candidatos a la segunda vuelta, Lasso y Andrés Arauz, antiguo ministro de Correa, buscan desmarcarse de Moreno. Una de las principales estrategias de campaña, tanto de un lado como del otro, es vincular al adversario con el actual gobierno.

De este modo, si la primera vuelta significó la introducción de nuevos discursos en la anquilosada narrativa política ecuatoriana, como los vinculados a la cuestión de género, el ambiente y la innovación tecnológica, la segunda significa un retorno a la clásica polarización entre los partidarios y los detractores de Correa. Una polarización expresada en algunos relatos ya clásicos alimentados por la propaganda conservadora: «la libertad y la democracia» contra «el autoritarismo y el castrochavismo»; los pretendidos salvadores de la dolarización contra quienes querrían destruirla, «el ahorro de los ecuatorianos» contra esos que «se lo van a llevar todo para malgastarlo en el Estado»…

Tercero en discordia

Mientras el liderazgo de Arauz sigue en entredicho bajo la sombra del expresidente Correa, de los 14 binomios presidenciales que quedaron fuera de la segunda vuelta, 12 han ido paulatinamente incorporándose a un frente común que pide el voto para Lasso. Las únicas excepciones son las candidaturas de Isidro Romero, un viejo empresario y dirigente deportivo cuya campaña en la primera vuelta se caracterizó por su excentricidad, y el propio Pérez. Sin embargo, en ambos casos, muchos de sus candidatos a legisladores y dirigentes territoriales se han posicionado también a favor del candidato de la derecha. Es importante tener en cuenta que el sistema de partidos ecuatoriano, con escasa o nula militancia de base, se caracteriza –a excepción del correísmo– por un voto no ideológico altamente volátil.

Los estrategas de Lasso –entre ellos, el conocido consultor internacional Jaime Durán Barba, asociado en los últimos años a la figura de Mauricio Macri– buscaron, con éxito, en las últimas semanas aislar a Arauz, posicionando a su rival banquero como arquetipo de hombre común y democrático, capaz de promover consensos en un país social y políticamente desestructurado. Pese a que Lasso obtuvo en la primera vuelta unos 700 mil votos menos que en la primera vuelta de las presidenciales de 2017, consiguió en las semanas siguientes al 7 de febrero superar a Arauz en hasta un 6 por ciento de la intención de voto reflejada por las encuestas.

No fue menor en esta gesta de Lasso la complicidad de la dirigencia del Pachakutik, brazo político del movimiento indígena, al que generalmente se le atribuye una posición de conflicto y resistencia a la aplicación de políticas neoliberales como las que propugna Lasso. Sin embargo, sus dirigentes han estado apoyando estos últimos días la candidatura conservadora –unos de forma velada y otros de manera transparente–, pese al llamado al «voto nulo ideológico» decidido el 15 de marzo por la asamblea general de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), que representa la base social del movimiento.

Esta cocción sostenida de tensiones en la interna indígena tuvo en el último tramo de la campaña un punto de inflexión. A inicios de esta semana, Jaime Vargas, presidente de la Conaie y uno de los líderes de la revuelta popular de octubre de 2019 (véase «País de lucha», Brecha, 11-IX-19), manifestaba su apoyo público a la candidatura de Arauz, secundado por varios pueblos y nacionalidades indígenas amazónicas. Con esto reventaba, por dentro y hacia fuera, un conflicto latente y silenciado por sus voceros en el interior de la Conaie y el Pachakutik: gran parte de las dirigencias y las comunidades estaba, en la práctica, ignorando la resolución adoptada previamente por el movimiento.

Interna indigenista

El impacto de la pandemia agudizó de forma superlativa la crisis económica y la desigualdad que venían de antes. Pese al llamado al voto nulo de la Conaie, amplios sectores de las comunidades rurales que forman parte de ella pueden sentir que no es posible resolver los problemas que les ha causado este contexto sin relacionarse, de alguna forma, con el poder. Así, tanto las candidaturas de Arauz como la del propio Lasso han tenido cabida en muchos de los territorios indígenas donde la Conaie es hegemónica, lo que podría provocar una dispersión considerable del voto indígena.

Por otro lado, la campaña presidencial en primera vuelta de Pérez ignoró de forma intencionada la acumulación política que significó el levantamiento popular de octubre de 2019. Este fue un alzamiento de los de abajo encabezado por el propio movimiento indígena, que se opuso a las políticas neoliberales implementadas por el gobierno de Moreno bajo la égida del Fondo Monetario Internacional. Entender el porqué de la renuncia de Pérez a ese legado pasa, en buena medida, por comprender las limitaciones que en lo político implican las estrategias de captación de votos en las contiendas electorales. Lo cierto es que la preocupación de muchos de los actores involucrados en octubre se intensificó tras el llamado de muchos de los dirigentes del Pachakutik –entre ellos, Virna Cedeño, compañera de fórmula de Pérez– a votar por la candidatura de Lasso, un representante de las elites y el sector financiero.

El posterior posicionamiento de Vargas a favor de Arauz obligó entonces a la dirigencia indígena a censurar ambos apoyos y llegar a plantear la expulsión tanto de Vargas como de Cedeño. Pero lo que está detrás de estos pronunciamientos es que muchos dirigentes territoriales se sienten ahora autorizados para hacer campaña en pro de una u otra opción del balotaje, más allá de los consensos alcanzados en la Conaie. En paralelo, hay una disputa en ciernes por el liderazgo de la confederación indígena, que tendrá su próximo congreso el 1 de mayo. Hay quienes buscan golpear a Leonidas Iza, principal referente de la movilización de 2019 y de la renovación dirigencial del movimiento, bajo la acusación, nunca probada, de connivencia con el correísmo. Las posiciones de Iza, sin embargo, parecen correr por otros carriles. El lunes, en las redes sociales, afirmó: «Nuestros sueños no caben en las urnas […], las elecciones son un instrumento poderoso que sirve para dividir a la sociedad y sus estructuras sociales […]. Sin embargo, este voto nulo tiene diferentes matices: ciertos actores políticos van en ese camino por venganza política, y otros, por oportunismo».

Recta final

En todo caso, el apoyo de Vargas y algunas estructuras territoriales indígenas a la candidatura progresista le ha dado oxígeno a Arauz, quien pudo romper con el aislamiento al que lo venía sometiendo la estrategia conservadora. Además, reposicionó en la agenda electoral el discurso de la revuelta, con toda su carga de resistencia al neoliberalismo. Con ello, permitió articular una nueva narrativa: pese a los horrores en que habría caído el correísmo respecto a su comportamiento frente a las organizaciones populares autónomas y pese a que esta tendencia política no represente para los indígenas un instrumento válido de transformación social, los más de 50 mil muertos ecuatorianos por la pandemia serían el fruto de políticas neoliberales puestas en marcha a través de programas de austeridad, achicamiento del Estado y deterioro de los servicios públicos de atención y protección de la ciudadanía, como los propuestos históricamente por Lasso.

En paralelo, la prensa local ha informado del penúltimo de los episodios de corrupción que día a día se suceden en el país: las vacunas vip. Ecuador es uno de los países con menos inoculados de la región y algunas de las pocas dosis que hasta el momento han llegado al país habrían sido repartidas entre sectores de las elites económicas y allegados a altos funcionarios del gobierno nacional. Entre ellos, miembros del entorno cercano de Lasso. En este escenario, en los últimos días la candidatura de Arauz ha remontado varios puntos porcentuales hasta llegar al actual empate técnico en los sondeos. El número de indecisos, mientras tanto, asciende a entre un 8 y un 17 por ciento, según las diferentes encuestas.

Arauz ganará esta disputa electoral si asistimos a aquello que alguna vez el filósofo Jacques Rancière denominó politización del dolor, es decir, lo que anteriormente no se vivía de forma política –hogares que no pueden cubrir sus necesidades básicas, muertes de familiares por covid-19, desestructuración social– pasa a expresarse en las urnas. Por su parte, Lasso conseguirá alcanzar la presidencia de la república en su tercer intento si consigue imponer su estrategia de voto del miedo. En cualquiera de los casos, sin embargo, el país continuará roto y sin seguridad respecto al futuro.