Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
Hay pocas cosas que parezcan ante nuestras conciencias más repugnantes que la costumbre de la lapidación, debido a esa brutalidad que institucionaliza y legitima la violencia de una comunidad contra un chivo expiatorio, escogido por débil y diferente, y que se ejerce de modo que espontáneamente definimos como «bárbaro», es decir, de manera total y radicalmente «otra». Se trata de una irrupción de una pre-humanidad que quisiéramos olvidar, y que, sin embargo, se muestra con toda su ferocidad instalada en pleno corazón del hombre.
Es una repugnancia universal, y estas últimas semanas se multiplican los llamamientos de intelectuales, personas comunes, y hasta de equipos de fútbol. En Internet, que es un espejo de los humores de la sociedad en estas cuestiones, el nombre de Sakineh colma las redes sociales. El artículo de ayer de Giuliana Sgrena en Il Manifesto se puede suscribir una y mil veces. El horror por una lapidación es total; nos deja acogotados (basta con mirar alguno de los vídeos que se ven en YouTube para sentirlo físicamente). En una palabra: este asunto es de una evidencia absoluta.
Pues bien: es esta evidencia sobre la que habría que preguntarse. Sobre esta unanimidad. Preguntarse si hay en realidad posturas diferentes. La ética implica una elección entre opciones distintas, y tomar partido significa participar en la elección hasta llegar a las consecuencias que dicha decisión comporta para nosotros. Esa decisión nos afecta: ha de tener algo que ver con nosotros, debe conllevar decisiones vitales que se tienen que activar en nuestra cotidianidad. De otro modo no es más que una paradójica expresión de indiferencia. En el coro unánime por Sakineh me parece, sin embargo, que no hay elección: a quienes se suman les basta con una afirmación genérica contra la barbarie y no hay más que hablar: la aprobación social se obtiene de inmediato.
Es un bonito gesto pero barato, pues no implica nada que nos toque directamente, ya que estamos hablando de un mundo «totalmente otro». Arremetemos contra una crueldad que no nos afecta, por lo que esta decisión no nos impone replantearnos «nuestra» vida para advertir sus aspectos más feroces. Es por este lado por donde esa decisión corre el peligro de convertirse en consolatoria, des-responsabilizadora (no digo que sea una decisión equivocada, al contrario, es evidentemente necesaria: lo que propongo es que se reflexione sobre la ambigüedad intrínseca de esta evidencia). Este aspecto de la cuestión está entrelazado con el más puramente político, que consiste en la sobreexposición de este caso respecto a otros. Como suele suceder, las hostilidades contra el Enemigo global van precedidas en nuestro tiempo por cuestiones humanitarias. Y entonces, Irán (que con su odiosa casta «clerical-fascista» está claro que se presta a la aversión, pero como dicen intelectuales como Akbar Ganki, que padecen el disentir en su pellejo, la irrupción violenta de Occidente no será lo que pueda mejorar las cosas, como se ha visto en Iraq). No se le dedica ese tratamiento, en cambio, a Arabia Saudita, aliado que hay que tener a buenas y que prevé y utiliza la lapidación como pena para las adúlteras.
Así pues, seguir luchando por la salvación de Sakineh es necesario, y se ha de hacer con todos los medios. Después de lo cual, quisiera que quien se ha movido por ella, por ejemplo un equipo de fútbol entero, como paso sucesivo y consecutivo se posicionara también sobre una serie de hechos que nos afectan directamente, como por ejemplo sobre todas las Sakineh encerradas en los CIEs en espera de ser deportadas o acaso enviadas a morir en el desierto.
Fuente: http://www.ilmanifesto.it/il-manifesto/in-edicola/numero/20100909/pagina/10/pezzo/286483/