Introducción El objeto de este breve ensayo es analizar muchas de las tesis defendidas por Adorno acerca de la industria cultural, su funcionamiento, sus mecanismos y la influencia directa que ejerce sobre nuestras vidas. Para ello tomaremos como referencia una de las obras más emblemáticas de la llamada Escuela de Frankfurt [1] , una corriente […]
Introducción
El objeto de este breve ensayo es analizar muchas de las tesis defendidas por Adorno acerca de la industria cultural, su funcionamiento, sus mecanismos y la influencia directa que ejerce sobre nuestras vidas. Para ello tomaremos como referencia una de las obras más emblemáticas de la llamada Escuela de Frankfurt [1] , una corriente de pensamiento surgida en Alemania en el período de entreguerras, cuyas reflexiones y análisis siguen la estela del marxismo, aunque con muchos matices y variantes, ello debido en primer lugar a la propia constitución heterogénea de este grupo [2] , del que formaban parte no solo filósofos de reconocida profesión, sino también sociólogos, economistas, psicoanalistas o musicólogos, como el propio Adorno, y en segundo lugar, a que el propio transcurrir de los tiempos y el momento histórico en el que este grupo de pensadores pone de manifiesto sus reflexiones exigía una revisión de las tesis marxistas, rechazando algunas de ellas y adaptando otras muchas al mundo que conocieron y vivieron [3] .
La obra en cuestión es la conocida Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos [4] , cuyo trabajo es fruto de la colaboración conjunta entre Adorno y Horkheimer. Fue publicada por primera vez en 1947, aunque redactada unos años antes, en el período del exilio de ambos pensadores a Estados Unidos al comienzo de la guerra.
Adorno entró en contacto con el grupo de pensadores del Instituto de Investigación Social de Frankfurt [5] justo en el momento en que éste se vio obligado a continuar su labor en Zurich y posteriormente en Nueva York debido al ascenso de Hitler al poder.
La filosofía propia de este grupo se describe bajo el rótulo de Teoría Crítica, pues su principal tarea será poner de manifiesto las contradicciones a las que está sometida la conciencia del hombre en el mundo actual y los mecanismos que las posibilitan, empleando la filosofía como herramienta para desenmascarar al nuevo tipo de razón imperante en nuestra sociedad, una razón que trabaja al servicio del poder establecido y
que estos pensadores denominan razón instrumental. Se trata de una filosofía seguidora de la senda hegeliano-marxista por el empleo que hace del método dialéctico y del análisis crítico de nuestra sociedad, aunque con algunas variantes, como iremos viendo a lo largo de este trabajo.
Por otra parte, la Escuela de Frankfurt recibe también la influencia directa de otros dos pensadores, que junto con Marx, constituyen la denominada por Ricoeur Filosofía de la sospecha, por lo que nos referimos a Nietzsche y Freud. Su influjo sobre Adorno y el resto de frankfurtianos es notable, ya que como decíamos, continúan un tipo de reflexión encaminada a poner de relieve el fracaso del ideal ilustrado en todos sus ámbitos, algo a lo que ya se dedicaron estos pensadores del XIX, quienes fueron conscientes de ello a pesar de que el positivismo decimonónico invadía todos los terrenos como culminación del proyecto ilustrado. Marx, Nietzsche y Freud se rebelaron contra él, el primero desde el ámbito económico y social, el segundo principalmente desde el ámbito moral y Freud desde el propio mundo interior del hombre, poniendo de manifiesto la vulnerabilidad de la conciencia humana y sus capacidades, tan exaltadas desde la Modernidad.
Los pensadores de la Escuela de Frankfurt continúan esta línea de pensamiento, incorporando nuevos motivos para la reflexión dadas las circunstancias históricas que viven, entendidas por ellos como una reafirmación de la crítica que plantean hacia el sistema, sus mecanismos de control y el tipo de personas que éstos producen [6] .
Este tipo de filosofía crítica, cuyas principales denuncias apuntan hacia la complejidad del mundo actual y las consecuencias que ello trae consigo para el propio ser humano, se desarrolla a lo largo del siglo XX a través de algunas corrientes de pensamiento y de diferentes pensadores que continuaron en cierta medida la tarea iniciada por la Escuela de Frankfurt, si bien con algunas diferencias y matizaciones al respecto. Entre otras, destacaré las reflexiones llevadas a cabo en este ámbito por el existencialismo, cuya vertiente más activista, políticamente hablando, liderada por Sartre, continúa en cierto sentido la línea crítica y reivindicativa con respecto al sistema establecido, iniciada por Marx y Engels entre otros, y continuada por los frankfurtianos [7] , situando el plano de la libertad humana en el centro de sus reflexiones.
En esta misma línea de pensamiento se sitúa el desarrollo del psicoanálisis a lo largo del siglo XX por parte de los discípulos de Freud, muchos de los cuales abandonaron algunas de las principales tesis del maestro [8] , aunque en cualquier caso, seguían compartiendo la visión freudiana acerca de la artificialidad de la cultura y del mundo que hemos construido, favoreciendo así la desconexión entre el hombre y la naturaleza, con todo lo que ello supone, principal causa ésta del actual malestar interior del ser humano, según la corriente psicoanalítica.
El último Heidegger es otro exponente de esta filosofía crítica de la que hablamos, consciente de las dificultades existenciales a las que se enfrenta el hombre de nuestro tiempo y ello lo manifiesta claramente en La pregunta por la técnica [9] , donde describe a la manera magistral que le caracteriza, los peligros a los que se expone el ser humano por el uso actual de la técnica, y ello a través de una original reflexión donde consigue aunar los conceptos de técnica y metafísica, en un nuevo intento ante lo que ha sido su gran dedicación a lo largo de su trayectoria filosófica y de las diferentes etapas que ésta ha atravesado: desvelar al ser (aletheia), labor que en este caso viene determinada por un profundo análisis de la técnica, mostrándonos cómo ésta se convierte al mismo tiempo en un modo de desvelamiento del ser y por otro lado supone ser un camino hacia la cosificación del ser humano, hacia la desvirtualización de todo aquello que nos caracteriza y en definitiva, hacia la deshumanización.
Y al hilo precisamente del concepto de deshumanización es necesario también destacar la labor de Foucault a este respecto, así como la del resto de pensadores incluidos dentro del llamado estructuralismo [10] , una de las corrientes de pensamiento más relevantes del pasado siglo, que intenta poner de manifiesto nuevamente la fragilidad interior del ser humano para desenvolverse en el mundo que éste ha construido, y lo hace con un estilo peculiar y diferente en cada uno de los «integrantes» de este heterogéneo grupo. Especialmente crítico con la cultura occidental y sus valores es Lévi-Strauss, quien desarrolla sus reflexiones principalmente en el campo de la antropología, desde donde consigue desmontar muchas de las tesis defendidas hasta entonces en este ámbito, utilizadas para justificar la supremacía de los occidentales sobre cualquier otro modo de entender la vida y nuestro entorno [11] .
La llamada postmodernidad filosófica muestra también una serie de semejanzas y similitudes con el pensamiento de la Escuela de Frankfurt, si bien sus planteamientos son diferentes y hablan distintos lenguajes en cuanto al tipo de razón sobre el que centra su discurso [12] , aunque la relación entre ambas corrientes de pensamiento se establece nuevamente en el carácter crítico que las define y caracteriza, pues el mundo postmoderno reviste una complejidad más severa y acentuada que el conocido por Adorno y sus coetáneos, por lo que muchas de las situaciones y peligros para el ser humano denunciados por los frankfurtianos se han visto incrementados en nuestra sociedad actual y requieren por ello una reflexión al respecto. Comparten a su vez la crítica dirigida hacia la Ilustración y el proyecto ilustrado en general, del que afirman su agotamiento, dadas las circunstancias históricas vividas a lo largo del siglo XX y las consecuencias resultantes de aquel proyecto en todos los ámbitos de la vida del hombre. A ello responde Lyotard, uno de los representantes más destacados de la corriente postmoderna, con un detallado análisis de lo que él llama los metarrelatos [13] para referirse a todos aquellos proyectos, ilusiones y esperanzas depositadas en el nuevo hombre ilustrado, destinado a aumentar nuestro conocimiento y dominio sobre nuestro mundo y el entorno en que vivimos.
Sin embargo, no todos los componentes de la Escuela de Frankfurt mostraron su rechazo ante el proyecto ilustrado, por suponer éste el momento a partir del cual el ser humano acrecentaría su afán de dominio sobre el mundo y sobre el resto de los hombres, acabando con su propio mundo interior en aras del progreso y del «bienestar» de la sociedad occidental. Fue Habermas, perteneciente a la segunda generación de esta escuela quien se empeñó en defender el referido proyecto ilustrado, alegando su carácter inconcluso o inacabado, distanciándose así del espíritu primigenio de la escuela, sus primeros miembros y su ya citada Teoría Crítica de la sociedad, pues el discurso de Habermas dista mucho del de su maestro Adorno, quien se empeñó a lo largo de toda su carrera en poner de manifiesto los mecanismos de control con los que cuenta la industria cultural para apaciguar y aquietar la conciencia de los hombres, incorporando al propio sistema cualquier atisbo de disidencia al respecto. En cambio, Habermas cree firmemente en el sistema, al que critica solo ciertos matices que podían ser mejorados a través de muchas de las tesis que él mismo propone, tales como la acción comunicativa llevada a cabo por una comunidad ideal de interlocutores. Resulta incluso sorprendente que en la llamada Disputa del Positivismo [14] entre Adorno y Popper, Habermas continúe el debate como discípulo del primero con Albert, seguidor del segundo, cuando el concepto de sociedad y del sistema que debe imperar en ella defendido por Habermas se asemeja bastante al de la sociedad «abierta » y «libre» defendida por Popper [15] , uno de los máximos exponentes teóricos del neoliberalismo capitalista imperante en nuestra sociedad y rival de Adorno en esta disputa acerca del método de investigación propio de las ciencias sociales, cuestión ésta que nos dirige necesariamente hacia el concepto o la visión personal que cada parte tiene sobre la sociedad y su entorno para poder defender un determinado posicionamiento al respecto.
Como decía anteriormente, puede hablarse de dos generaciones dentro de la Escuela de Frankfurt. La primera de ellas, en la que se incluyen personalidades como Pollock, Grossmann, Horkheimer, Adorno, Fromm, Benjamin, Neuman o Marcuse, entre otros, desarrolla su trabajo e investigaciones desde su inicio en 1923 en el Instituto de Investigación Social hasta después de la guerra, donde a partir de la década de los cincuenta aparecen nuevos enfoques en la investigación social que lleva a cabo la escuela a través de sus nuevos miembros, entre los que destacamos a Claus Offe, Oskar Negt y especialmente a Habermas, al que ya nos hemos referido.
2. La industria cultural
En este breve ensayo centraré mi atención en las reflexiones planteadas por los miembros de la primera generación de la escuela, en primer lugar, obviamente, porque es aquí donde se ubica a Adorno y los trabajos que lleva a cabo, y en segundo lugar porque a mi juicio, son mucho más interesantes las reflexiones originarias del grupo y su posterior desarrollo desde el punto de vista de la filosofía crítica, ya que como comenté anteriormente muchas de sus tesis son herederas y continuadoras por tanto, en cierto sentido y en algunos aspectos de la filosofía de Marx, Nietzsche y Freud, tres iconos del pensamiento de la sospecha que lograron dar un rumbo y un papel a la filosofía no practicado hasta entonces. La primera Escuela de Frankfurt continúa esa labor crítica, poniendo en entredicho muchas de las bases que sustentan nuestra visión del mundo, de la sociedad y de la conciencia del hombre, poniendo de manifiesto sus reflexiones en un período histórico, que como decía, viene a corroborar el malestar social, cultural y espiritual de Occidente.
En cuanto a Adorno, es uno de los miembros más destacados de esta primera generación de pensadores. Se incorpora al Instituto para la Investigación Social en 1933, después de haber realizado algunas incursiones en el ámbito de la música, ya que compuso algunas obras de cámara vanguardistas, de carácter atonal, escribió varios ensayos de crítica musical y estudió composición con Alban Berg en la Escuela de Viena, donde entró en contacto con otros dos importantes compositores: Anton Webern y Arnold Schönberg, gracias a los cuales, especialmente al segundo de ellos, desarrolló su idea sobre la Nueva Música a través de la tonalidad libre, sirviéndose de complejos conceptos filosóficos para describir las diferentes formas musicales. Pero esta visión adorniana de la música no fue compartida por los principales representantes de la Escuela de Viena, por lo que decidió marcharse a Frankfurt y aparcar su carrera musical. Poco después comienza su relación con el Instituto para la Investigación Social, obligado a trasladar su sede y a muchos de sus miembros por el ascenso de Hitler al poder, como comentamos anteriormente. Será precisamente durante su exilio en Estados Unidos cuando escriba junto a Horkheimer Dialéctica de la Ilustración, la obra sobre la que aquí vamos a centrarnos, especialmente en el capítulo dedicado al análisis de la industria cultural, como ya hemos comentado, y que lleva por título «La industria cultural. La Ilustración como engaño de masas».
La relevancia de esta obra, y especialmente de este capítulo, radica, a mi juicio, en el carácter crítico que muestra en el desarrollo de las cuestiones que trata, referidas principalmente a los mecanismos culturales de dominio de la sociedad occidental. Este dominio viene dado por un tipo de razón tecnológica que se ha erigido como guía de la cultura de masas, tomando forma a través de diferentes cuerpos, tales como la publicidad, la televisión, la radio o el arte [16] , que en nuestra sociedad funcionan como elementos a través de los cuales se ejerce el dominio de este tipo de razón, acallando las conciencias individuales y aquietando el espíritu del hombre que es capaz de rebelarse ante ello, según defiende Adorno, pues el concepto de estado de bienestar, propio de la terminología capitalista, que comenzaba a triunfar en la sociedad que Adorno conoció, no hacía más que encubrir una realidad que todos parecían eludir, enmascarando las verdaderas bases de un sistema cuyo principal objetivo es controlar a sus integrantes sin que estos sean conscientes de ello. Es la cara ideológica del sistema capitalista que Horkheimer, en este caso, describía de este modo:
«El fascismo es la verdad de la sociedad moderna (…) La ideología fascista enmascara, al igual que la vieja ideología de la armonía, una misma realidad: el poder de una minoría que se basa en la posesión de los instrumentos materiales de producción. La tendencia al lucro acaba en lo que ha sido siempre: la tendencia al poder social» [17] .
Son las reflexiones de quienes ven, por otro lado, cómo el marxismo, enfrentado desde su origen al sistema capitalista en todos sus ámbitos (económico, político, cultural, social e ideológico) se desvirtúa y corrompe a través de los regímenes totalitarios soviético y chino. A este respecto, el comunismo se convierte en un capitalismo de Estado, no es más que una variante del Estado autoritario.
Adorno y Horkheimer intentarán poner de manifiesto en esta obra el fracaso que han experimentado muchos de los ideales que profesaba la Ilustración, cuyo concepto de razón se ha tornado logos dominador y encubridor de los verdaderos males que asolan el mundo. En esta obra sus autores exponen su reflexión acerca de esa dialéctica en la que ha quedado inmersa la Ilustración y todos sus valores, pues estos han degenerado en la época actual en algo muy distinto a lo que perseguían en un primer momento, según nos cuentan estos pensadores, aunque a mi juicio, nuestro mundo actual, su funcionamiento y sus mecanismos, así como los principios y valores que imperan en él, no son más que una consecuencia lógica de la evolución que estos han seguido desde la época de las Luces, momento a partir del cual el mundo comenzó a adquirir una complejidad alarmante, que exigía sin remedio un cambio en el estilo de vida, en las relaciones con los demás, en el modo de enfrentarnos al mundo y, en definitiva, un cambio en el concepto de razón, por lo que será habitual, a partir del siglo XX hablar de razón técnica, tecnológica o como gustan de hacerlo Adorno y Horkheimer, razón instrumental.
La Dialéctica de la Ilustración se mantiene en la línea que caracteriza a la primea Escuela de Frankfurt, manifestando una clara actitud crítica ante las nuevas políticas en las que ha desembocado este tipo de razón dominante, por lo que reivindican un cambio de valores, de perspectivas, de actitudes, que a juicio de los autores, serán clave para propiciar la transformación de la sociedad.
En las primeras páginas de este capítulo en el que nos centramos, Adorno empieza a hablar directamente sobre la industria cultural y el poder que ostentan sus dirigentes, marcando ya, desde el comienzo, esa mirada crítica que mantiene durante el resto del capítulo y de la obra en general. Reacciona ante la realidad en la que se encuentra y pone de manifiesto las contradicciones que ella posee, pero a la vez siente que muchos no son conscientes de que viven en una sociedad manipulada tal y como él la concibe, y es precisamente la industria cultural la que se encarga de que así sea, convirtiéndose en algo imprescindible para ellos. Para Adorno, los miembros de nuestra sociedad son meras piezas que contribuyen al engranaje del sistema, un sistema dirigido y controlado por los grandes poderosos del capital y que reprime cualquier atisbo de rebelión ante él:
«Es en el mundo de manipulación y necesidad que la refuerza donde la unidad del sistema se afianza más cada vez. Pero en todo ello se silencia que el terreno en el que la técnica adquiere poder sobre la sociedad es el de los económicamente más fuertes. La racionalidad técnica es hoy la racionalidad del dominio mismo. Es el carácter coactivo de la sociedad alienada de sí misma» [18] .
De entre los elementos controladores y dominadores de la sociedad Adorno va a destacar en primer lugar al cine y la televisión, poniendo de manifiesto la intencionalidad que persigue a través de ellos la industria cultural, a saber, mostrar una serie de valores y actitudes dignas de imitar, con la única pretensión de contentar a las masas, ejerciendo al mismo tiempo el control sobre ellas. La televisión, desde sus comienzos, ha sido un elemento manipulador al que ha apelado la industria cultural para satisfacer sus intereses. Tanto el cine como la televisión o la radio, según Adorno, pierden su valor y se convierten en meros productos al servicio de la industria cultural una vez que esta ha filtrado sus contenidos. Ellos suponen una herramienta muy eficaz para evitar el desarrollo de nuestro pensamiento, de nuestra conciencia ante el mundo, volviéndonos incapaces de rebelarnos contra el sistema o en su caso, incorporando en él cualquier atisbo de disidencia o alternativa al orden establecido para crear así una imagen de libertad y respeto hacia diferentes posiciones, que resulta ser falsa, porque no hay un sistema alternativo real a gran escala, pues este es asumido inmediatamente por el mismo patrón que rige en las sociedades occidentales y que se extiende a los principales ámbitos de nuestra vida.
Adorno anticipó esta realidad que hoy vivimos encarnada en los mass media, pues en la actualidad asistimos a un control exhaustivo por parte de los medios de comunicación de masas, y al auge de programas televisivos cuya pretensión es hacer olvidar a sus espectadores las contradicciones que se ciernen sobre la realidad, consiguiendo que estos lleguen a identificarse con los diferentes personajes que nos muestran, recreando así lo que podríamos llamar una versión moderna de la catarsis aristotélica, un estado que el filósofo griego describe en su Poética como una especie de purificación, de liberación interior experimentada por el espectador ante el desarrollo de una obra teatral y los avatares que viven sus personajes. Hoy día, la televisión especialmente realiza esta función, sumergiendo nuestra conciencia en lo que científicamente se denomina estado alfa [19] , un estado en el que las sucesivas imágenes televisivas nos impiden desarrollar nuestro pensamiento, propiciando la desconexión con el mundo que nos rodea, aliviando superficialmente el frenético ritmo de vida occidental y preparándonos para poder afrontar el siguiente día de nuestra, por lo general, alienada existencia.
Adorno hace una crítica bastante aguda sobre esta capacidad que posee la industria cultural para identificar la diversión o el entretenimiento que quiere proporcionarnos a través de la televisión, en este caso, con la negación del pensamiento de los individuos:
«Divertirse significa siempre que hay que olvidar el dolor, incluso allí donde se muestra. La impotencia está en su base. Es, en verdad, huída, pero no, como se afirma, huída de la mala realidad, sino del último pensamiento de resistencia que esa realidad haya podido dejar aún. La liberación que promete la diversión es liberación del pensamiento en cuanto negación (…) Incluso allí donde el público da muestras alguna vez de rebelarse contra la industria cultural, se trata solo de la pasividad, hecha coherente, a la que ella lo ha habituado. No obstante, la tarea de mantenerlo a raya se ha hecho cada vez más difícil. El progreso en la estupidez no puede quedar atrás del progreso de la inteligencia» [20] .
Además de la televisión, Adorno habla de algunos elementos más como manifestaciones del poder de la industria cultural, que si bien en sus inicios nacieron con el objetivo de llevar a cabo el progreso y mejora de la sociedad, posteriormente son desvalorizados, sometidos a la ley de la oferta y la demanda, corrompiéndose así su esencia y desvirtuándose su sentido a causa de la sociedad de consumo en la que viven instalados. Nos referimos especialmente al arte, del que Adorno hace un análisis detallado, mostrándonos su función en la sociedad.
El arte va a ser para Adorno el elemento en el que él va a depositar sus esperanzas de liberación, pues el arte puede representar de forma plástica todas esas contradicciones de la sociedad tecnocrática, convirtiéndose así en un producto emancipador. El problema surgirá al plantearnos la cuestión acerca de cómo el arte puede sustraerse de las imposiciones de la ideología dominante. Con el estilo fragmentario, propio de la dialéctica que emplea, Adorno va a plantear cómo es posible el arte en una cultura manipulada y cómo puede este arte independizarse del sistema imperante para convertirse en ese elemento emancipador del que hablamos.
Adorno piensa que actualmente el arte ha pasado a ser esclavo de la sociedad tecnocrática y el mundo mercantil, se ha convertido en un objeto de consumo, domesticado y domado por los medios de comunicación, perdiendo así la capacidad crítica que le caracteriza, ocultando las contradicciones en vez de ponerlas de manifiesto. Por ello, Adorno va criticar al arte como objeto de placer, pues de este modo pierde su capacidad para arremeter contra los valores establecidos. En este caso, vuelven a destacar los medios de comunicación, ya que estos, en buena medida han ido dirigiendo el arte y el gusto del espectador, determinando los valores que deben ser apreciados por este en la actividad artística. De este modo, el arte que buscaba la crítica se ha incorporado a la sociedad que quería transformar.
Se manifiesta en el arte una lucha continua por no sucumbir ante la industria cultural; el arte siempre está amenazado por esa ideología dominante que le priva de su capacidad crítica y su poder emancipador. Con esta idea, Adorno pone de manifiesto su método dialéctico, aunque a diferencia de Hegel, su dialéctica es abierta, pues siempre hay un conflicto permanente, sin poder conseguir la reconciliación.
Como dijimos, Adorno critica el elemento placentero en el arte porque con ello se ocultan las contradicciones que existen en la realidad, convirtiéndose en un objeto agradable al consumo y por ello lo considera un elemento más utilizado por la industria cultural para ejercer el control sobre las masas. Por eso, Adorno va a reivindicar un arte crítico, que no tenga como función evadirnos de la realidad, sino más bien, provocar esa experiencia de ruptura que nos hace conscientes de la situación del mundo real en que vivimos. Adorno apuesta por un arte inútil, en el sentido de que su fuerza se encuentre en oponerse a toda sociedad de la utilidad y la ganancia. Por ello, defiende un arte negativo, que critique los valores establecidos, y propone a un nuevo espectador, libre, crítico, que sea capaz de renunciar a esa falsa reconciliación con el objeto, en este caso la obra de arte, impidiendo que se la emplee como elemento de consumo y placer. Por eso, Adorno critica el arte entendido como catarsis, como comentábamos anteriormente a propósito de Aristóteles y de su concepto de arte, pues cree que de esta forma el arte sería una forma de dominio encubierta bajo una apariencia de curación.
Muchos han creído ver excesos en esta crítica lanzada por Adorno hacia el placer que pueda producir el arte, pues efectivamente, no podemos reducir a este a una simple experiencia placentera en su percepción, pero por otro lado, el hecho de tener una experiencia estética ante una obra de arte no significa necesariamente que esta deje de ser crítica o comprometida con la situación real del mundo. Es cierto que el arte, a través de sus diferentes manifestaciones, posee una capacidad de expresión especial con la que quizás no cuenten otros elementos, permitiéndole manifestar muchas realidades que de otro modo pasarían desapercibidas para nosotros. Pero el placer estético no tiene por qué eliminar la capacidad crítica del arte; este también puede mitigar el dolor sin llegar a convertirse en algo opuesto a la crítica que es capaz de hacer [21] . El arte es una realidad de múltiples dimensiones, de las cuales el disfrute también puede formar parte y este no tiene por qué disuadirnos de la conciencia de dolor y de las contradicciones de las que habla Adorno y que de hecho, se dan en la realidad.
Pero Adorno no comparte esta visión sobre el arte, pues cree que la experiencia placentera que este puede producirnos es propia de un espíritu débil, que ha perdido su capacidad de crítica, de lucha, de transformación, convirtiéndose a su vez el arte en mercancía de cambio que pierde valor en sí mismo. La esencia del arte ha sido absorbida por la industria cultural, situándolo a un nivel similar al entretenimiento que puede ofrecernos la radio o la televisión. Piensa que el arte se ha vuelto accesible a todos porque ha caído bajo la órbita del consumismo que impera en nuestra sociedad, vendiéndose como un producto más, con lo que pierde su capacidad de impacto y conmoción sobre el espectador. Por ello, como apuntábamos anteriormente, Adorno piensa que el arte vive una lucha continua, pues intenta salir del sistema en el que ha quedado atrapado para erigirse como arte verdadero, no sometido a los intereses de la sociedad tecnocrática y a su vez, convertirse en ese elemento liberador de las ataduras de tal sistema, en un camino hacia la transformación de la sociedad [22] . Pero nuestra experiencia actual del arte nos muestra que en pocas ocasiones este consigue desprenderse de los ropajes con los que lo ha ceñido la industria cultural, convirtiéndose por tanto en un negocio más del que unos pocos obtendrán grandes beneficios. Se pone de manifiesto así el conflicto entre el arte negativo reivindicado por Adorno y el arte afirmativo, propio del sistema y de sus valores predominantes.
Estas son las principales tesis defendidas por Adorno sobre el arte y su relación con la industria cultural y que pone de manifiesto a lo largo de este capítulo que comentamos y de la obra en general. Pero como dijimos, además del arte, del que hemos hecho mención especial, Adorno analiza otros elementos propios de nuestra sociedad utilizados por la industria cultural para mantener su control sobre las masas, y otro de ellos será la publicidad.
Según Adorno, la publicidad supone la manifestación más clara de la manipulación que lleva a cabo la industria cultural, transmitida directamente a través de los medios de comunicación, cuyos principales beneficios provienen precisamente de la publicidad, por lo que esta tiene una función decisiva, pues determina el éxito o fracaso dentro del ámbito de los mass media.
A través de la publicidad se imponen aquellos productos, principios o valores que el sistema considera adecuados adoptar por parte de los individuos, los cuales, pasan a convertirse en meros receptores de todo aquello que la industria cultual quiere transmitir a través de la publicidad en este caso, bajo la que se esconde un mensaje que va calando lentamente en la conciencia del individuo, convirtiéndose por tanto, en la esencia de nuestras sociedades de consumo.
Así pues, Adorno nos muestra la otra cara de todos estos elementos que nos acompañan en nuestra vida cotidiana, sin ser conscientes de que tras ellos se esconden las pretensiones de la industria cultural, movida en todos sus niveles por el ámbito económico de la política capitalista y de mercado y por los valores que esta transmite, como aquellos dirigidos a fomentar la competitividad, la eficacia o la pericia, en detrimento de la cooperación o la solidaridad.
Este capítulo escogido dentro de la Dialéctica de la Ilustración es especialmente interesante por su carácter revelador sobre el tipo de sociedad que impera en la cultura occidental. Adorno fue consciente y conocedor del funcionamiento del sistema y del control que ejercen sobre nosotros las grandes potencias a través de los diferentes elementos con los que estas cuentan para ello y que he querido poner de manifiesto a lo largo de este ensayo.
3. Influencia de Adorno en otros ámbitos.
Esta labor crítica llevada a cabo por Adorno en este ámbito ha tenido varios continuadores de relevancia, cuyos análisis han tenido que ir adaptándose a la complejidad creciente de nuestra sociedad en cada generación. En la introducción a este trabajo ya nos referimos a algunas de las corrientes y pensadores que insistieron en la necesidad de llevar a cabo una reflexión acerca de la sociedad en la que vivimos, de nuestro modo de vivir y de nuestra relación con el mundo que nos rodea, pero me gustaría terminar citando a otras voces críticas que han seguido la estela adorniana desde otras fuentes además de las de la filosofía, tales como las de la literatura, en la que resultan especialmente interesantes a este respecto obras como 1984, de G. Orwell, Un mundo feliz, de A. Huxley o Farenheit 451, de R. Bradbury, novelas todas ellas calificadas de antiutópicas por la realidad que manifiestan y que no dista mucho de la actual, pues salvando las diferencias en términos de ficción, las equivalencias que podemos establecer son abrumadoras, ya que la realidad orwelliana o el «mundo feliz» de Huxley están muy presentes en nuestra vida cotidiana, donde se nos invita constantemente a «no pensar» gracias a los elementos que imperan en la sociedad que hemos construido.
De suma relevancia a este respecto resultan también los análisis y reflexiones llevadas a cabo por el filósofo, científico y activista político Noam Chomsky, quien en muchas de sus obras [23] pone de manifiesto las atrocidades cometidas por las grandes potencias, especialmente por Estados Unidos, en los ámbitos político, económico, militar y social, en aras de la democracia, los derechos civiles y libertades de las que presumen, así como también analiza el papel que juegan en nuestra sociedad los medios de comunicación, dispuestos al servicio del poder establecido. En este sentido, Chomsky continúa la labor iniciada por Adorno y el resto de frankfurtianos de la primera generación de la escuela, endureciendo su crítica al sistema porque este también ha incrementado su dominio sobre nuestras conciencias a medida que la sociedad se ha ido tecnologizando y por tanto, incorporando nuevos elementos para este fin.
En una línea similar realizan sus trabajos también intelectuales de la talla de I. Ramonet, J. Petras, H. Dieterich o M. Albert, por citar solo algunos de ellos, aunque la lista es mucho más extensa. Se centran principalmente en la crítica hacia el sistema establecido, haciendo una reflexión acerca de nuestro modo de vivir en él y proponiendo modelos alternativos al vigente en los ámbitos económico, político y social, especialmente en el caso de M. Albert, quien ha ideado y desarrollado el denominado sistema de economía participativa, de sumo interés para todos aquellos que muestran su malestar ante el estado actual del mundo y nuestra manera de interactuar en él.
No me gustaría acabar sin antes mencionar también la importancia a este respecto de una de las obras actuales más reveladoras en cuanto al funcionamiento real de la economía internacional y su relación con las grandes empresas y multinacionales. La obra en cuestión se titula No Logo [24] y aquí su joven autora, Naomi Klein, nos muestra la cara más terrible que puede llegar a presentar la globalización económica y política a la que asistimos en nuestros días, analizando el modo de vivir propio de las sociedades de consumo occidentales, contrastándolo con el de aquellos que se encargan de producir, en condiciones infrahumanas, todos los bienes y elementos que «necesitamos» para colmar nuestra vida. Nos muestra así la evolución y expansión del sistema capitalista contra el que arremetieron Adorno y el resto de frankfurtianos en su primera generación, en un análisis crítico más exhaustivo que el de aquellos por la aportación de los nuevos datos, por la enorme complejidad actual del mundo y por la continua y rápida sucesión de acontecimientos históricos transcurridos desde entonces, y todo ello desde una óptica no estrictamente filosófica, aunque todo análisis sobre el mundo y el lugar que ocupamos en él difícilmente puede desprenderse de la reflexión filosófica a la que nos lleva irremediablemente.
Por último, en este pequeño recorrido por algunos de los seguidores de la crítica adorniana sobre la industria cultural, sus mecanismos y su funcionamiento actual, me gustaría destacar la labor de uno de los pensadores más relevantes en el panorama filosófico actual, P. Sloterdijk, y en general continuador asimismo del proyecto frankfurtiano tal y como este fue concebido en sus orígenes, por el interés y dedicación de este pensador hacia una temática muy similar a la estudiada por la Escuela de Frankfurt en sus comienzos, como fueron sus estudios sobre el arte, la política, la economía, la sociedad o el psicoanálisis. En algunas de sus obras más emblemáticas, como Crítica de la razón cínica o Esferas analiza el funcionamiento del mundo actual desde todos sus ámbitos, remontando el origen de la desnaturalización y la superficialidad que van adquiriendo nuestros valores y nuestro modo de interpretar el mundo a la época ilustrada, por lo que su análisis bebe directamente de la crítica llevada a cabo por Adorno y Horkheimer, especialmente en la Dialéctica de la Ilustración, hacia la Época de las Luces, y todo ello desde el estricto plano de la filosofía, haciendo un recorrido por los diferentes autores y corrientes de pensamiento que pueden darle la clave para llevar a cabo una auténtica reflexión sobre nuestra situación actual en el mundo.
Mi propósito en este pequeño comentario ha sido poner de manifiesto la labor acometida por Adorno en cuanto a la reflexión que elabora en torno a un mundo y una sociedad cada vez más compleja, más tecnologizada y más adoctrinada, debido a los medios con los que el sistema cuenta para reducir la capacidad crítica de los individuos y su toma de conciencia acerca de las contradicciones que acechan nuestra realidad. Asimismo, he querido dejar constancia de algunos de los continuadores de esta labor esclarecedora acerca del funcionamiento del mundo, que han seguido la estela de Adorno y otros frankfurtianos desde otros planos distintos a la filosofía, como hemos visto, aunque la esencia de su trabajo sigue intacta, pues el objetivo de todos estos grupos, corrientes, pensadores y activistas mencionados no es otro que hacer constar el malestar que siente buena parte de nuestra sociedad al descubrir los verdaderos problemas con los que hemos de enfrentarnos.
Y en todo ello, la filosofía juega un papel de suma importancia, pues además de suponer un estilo de vida y pensamiento particular, una determinada visión del mundo y de todo lo que nos rodea, representa también una herramienta muy adecuada para la crítica, poniendo a nuestro alcance todos los medios que le son propios para llegar a posibles soluciones o respuestas, aunque a lo largo de su historia se ha caracterizado principalmente, no por respuestas claras y definitivas, sino más bien por los planteamientos y problemas que cada época, cada generación nos ha legado, para que continuemos el trabajo comenzado, incorporando nuevos conocimientos y nuestra visión particular, determinada por el momento histórico que nos toca vivir a cada uno de nosotros. Y eso es lo que seguiremos haciendo.
NOTAS
[1] El nombre se acuña en la década de los 60, para agrupar a un tipo de filosofía crítica, siguiendo las líneas de un marxismo renovado.
[2] Algunos de sus primeros miembros más notables fueron los economistas F. Pollock y H. Grossmann, el sociólogo K. A Wittfogel, el historiador F. Borkenau, el psicoanalista E. Fromm , el politicólogo F. Neumann y los filósofos M. Horkheimer, T. W. Adorno, H. Marcuse, W. Benjamin o J. Habermas (segunda generación).
[3] En el caso de Adorno, este rechazó toda forma dogmática del marxismo, así como la sociología de tipo humanista, abandonando a su vez la identificación establecida por Marx entre el partido comunista y el sujeto revolucionario. Este será concebido de forma diferente por los distintos miembros de la escuela. Es bien conocida la tesis de Marcuse que identifica a este sujeto revolucionario con los más desfavorecidos de la sociedad, estudiantes y marginados, convirtiéndose por ello en uno de los principales teóricos del conocido Mayo del 68.
[4] Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos . Madrid. Trotta, 1998.
[5] El Instituto se fundó en 1923 y su primer director fue K. Grünberg; le sucedió F. Pollock y en 1931 M. Horkheimer ocupó este puesto.
[6] Es interesante a este respecto la reflexión que P. Sloterdijk lleva a cabo en su obra Crítica de la razón cínica acerca del adoctrinamiento al que son sometidos los individuos de nuestra sociedad, describiendo en este caso la exaltación de sentimientos que expresaban los voluntarios que partían hacia el frente en la I Guerra Mundial; lo relata así: «En el primer año fueron auténticos ejércitos de voluntarios los que hicieron la guerra, nadie tuvo que ser obligado a ir al frente. La catástrofe atraía a la juventud Guillermina (…) No existe ni el más mínimo motivo para creer que los hombres de entonces hayan sido completamente distintos a los de hoy (…) La diferencia consiste solo en que los mecanismos psíquicos funcionan de una manera más oculta en las generaciones posteriores».
[7] Aunque también podemos destacar algunas diferencias, como el rechazo de Sartre hacia el materialismo dialéctico marxista, por considerar que este no puede guiar el desarrollo de la naturaleza, la historia y el pensamiento, pues este determinismo entraría en contradicción con el concepto de libertad defendido por el filósofo existencialista.
[8] La primera escisión en el grupo de seguidores de Freud se da en A. Adler, fundador de la «psicología individual». Le sigue C. G. Jung, quien propuso un sistema denominado «psicología de los complejos» e introdujo la noción de «inconsciente colectivo».
[9] La pregunta por la técnica . Ediciones Folio S.A. Barcelona, 2007. (Se trata de una conferencia dada por Heidegger en 1953 y redactada posteriormente).
[10] No se trata de un conjunto compacto de doctrinas, sino más bien de una actitud y un posicionamiento filosófico contra el subjetivismo, el humanismo, el historicismo y el empirismo por parte de pensadores como Foucault, Lévi-Strauss, Althusser y Lacan.
[11] A este respecto resultan sumamente reveladores los trabajos de Lévi-Strauss en obras como Las estructuras elementales del parentesco, El pensamiento salvaje o Mitologías, obras todas ellas en las que se encarga de desmentir con los datos científicos y concretos aportados, las tesis que afirman la superioridad de la cultura occidental sobre las demás. Así, demuestra, por ejemplo, que el pensamiento salvaje no es en absoluto menos lógico que el del hombre civilizado, pues su ordenamiento de la naturaleza responde a una racionalidad muy clara, así como los mitos, propios de muchas culturas diferentes a la nuestra, revelan una rígida lógica estructural.
[12] Los postmodernos hablan de una razón fragmentada debido a los fracasos de esta desde la Modernidad y especialmente desde la Ilustración, por lo que el postmodernismo es tachado habitualmente de pensamiento débil.
[13] Son analizados en una de sus obras más famosas, La condición postmoderna, donde reflexiona sobre los «grandes proyectos» para la humanidad que había ideado la Época de las Luces.
[14] Se trata de un congreso que tuvo lugar en Tubinga en 1961 acerca de la lógica y metodología de las ciencias sociales, cuya inauguración comenzó con las intervenciones de Popper y Adorno.
[15] Especialmente en sus obras La sociedad abierta y sus enemigos y La miseria del historicismo.
[16] Es evidente que nuestra sociedad actual cuenta con algunos elementos más y de mayor alcance que los mencionados, dados los avances tecnológicos de nuestro tiempo y que Adorno no llegó a conocer, como la gran difusión y relevancia de los medios de comunicación de masas actuales y la tecnología multimedia, destacando especialmente el papel que juega internet en nuestra sociedad.
[17] Afirmaciones hechas por Horkheimer en 1939.
[18] Dialéctica de la Ilustración . Fragmentos filosóficos.
[19] Jerry Mander hace un estudio exhaustivo sobre ello, especialmente en su obra Cuatro buenas razones para eliminar la televisión.
[20] Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos .
[21] A este respecto son interesantes los casos de H. Miller o C. Bukowsky, quienes encontraron en la literatura y en su modo de escribir una vía para hacer soportable la existencia en la sociedad y el mundo que les tocó vivir, resultando de sus trabajos obras enormemente críticas con el estilo de vida de las sociedades occidentales, especialmente con la norteamericana, de la que procedían.
[22] El concepto de arte de Adorno supone una de las revisiones hechas al marxismo al situar precisamente al arte como sujeto revolucionario o elemento transformador de la sociedad.
[23] Especialmente en El miedo a la democracia, El nuevo orden mundial (y el viejo), Los guardianes de la libertad o La aldea global (esta última escrita en colaboración con H. Dieterich).
[24] No Logo. El poder de las marcas . Ediciones Paidós Ibérica S.A. Barcelona, 2001.
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