El exceso aburre. A mayores y a pequeños. Tenemos casi de todo y aún así, con tanto, cada vez nos sentimos más solos y hastiados. Dos niños y una niña belgas de siete y ocho años saquearon el pasado sábado 143 tumbas en un cementerio de Flandes. En su declaración ante la policía los chavales […]
El exceso aburre. A mayores y a pequeños. Tenemos casi de todo y aún así, con tanto, cada vez nos sentimos más solos y hastiados. Dos niños y una niña belgas de siete y ocho años saquearon el pasado sábado 143 tumbas en un cementerio de Flandes. En su declaración ante la policía los chavales explicaron que «se aburrían», el cuento de los tres angelitos y el peñazo de cielo. «El aburrimiento de la ostra produce perlas», decía José Bergamín. Eran otros tiempos, otros ritmos, otros anhelos.
«Hoy, los jóvenes maduran antes, pero también se pudren antes», sentencia certero Zarko Petan. El exceso corrompe. Y mata. Paradojas de este mundo desequilibrado que duele tanto. Un ejemplo. No hay dolor más doloroso, por inconcebible e injusto, que la muerte de un niño. ¿O sí? La pérdida de un niño que se mata, el adiós de un recién suicida. En esas estamos. Hasta ahí hemos llegado. Y la caída continúa.
En los países desarrollados (EU-15, Noruega, Suiza, EEUU, Canadá y Australia) el suicidio es ya la tercera causa de muerte entre los 10 y los 14 años. En el Estado español, la undécima. En 2006, murieron 454 niños de esas edades. De ellos, nueve se suicidaron. Según el primer informe del Observatorio de Salud de la Infancia y la Adolescencia del hospital catalán Sant Joan de Deu, el 20% de los menores de 14 años padece depresión, ansiedad, problemas de conducta o hiperactividad. Una proporción que además no deja de crecer. Para los responsables de este estudio, los cambios sociales y culturales podrían estar detrás del incremento de las enfermedades mentales infantiles.
Todo, al final, para nada. Sólo en las urgencias psiquiátricas del hospital San Joan de Deu ingresan una media de cuatro niños cada semana. «Qué huérfanos de frases caminamos / qué faltos de pezones de palabras / qué hambrientos de refranes / qué solos de certeza / qué desnudos», denuncia el poeta Manuel Fernández Macías en «La criminal pasión de poseer». Tan desnudos vamos, estamos, que hasta la vida, recién parida y estrenada, y más viva que nunca, nos parece en ocasiones agotada, vacía, sin vida.
El mundo pesa y, quién sabe, quizás, cuanto más chiquita, frágil e inexperta sea la vida más insoportable se nos presenta. El mundo duele y, como bien enseña otro poeta, Antonio Orihuela, toca cuidarse, vacunarse, desde el comienzo, desde la escuela. «Cuando este año entres en clase / tira la escuadra y el cartabón. / Diles / que nada de eso sirve para nada / si se dejan robar los sueños. / Y sigue guardando bien guardado / el tuyo». Tu sueño, tu seguro de vida.