Aún con fuertes detractores, la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA) se plantea como un proyecto de integración más abarcador para responder a las necesidades de América Latina, la región con mayor desigualdad social del mundo.
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«El ALBA es mucho más que un tratado de integración comercial, abarca educación, salud, cultura, complementariedad y cooperación Sur-Sur, entre otros sectores», dijo a IPS la chilena Ximena de La Barra, consultora independiente y ex funcionaria de la Organización de las Naciones Unidas.
En ese sentido, De La Barra consideró al ALBA, el proceso impulsado por Venezuela y al cual se sumaron Cuba y Bolivia, «la madre de todas las iniciativas de integración de nuevo cuño», aunque no la única.
La experta es coautora de la obra titulada «Diálogo Sudamericano: Otra integración es posible», que compila ensayos sobre esta materia aportados por participantes en un seminario realizado en 2005 en Ecuador.
En su opinión, un elemento que caracteriza y diferencia al ALBA de un mecanismo también vigente en la región como el Mercado Común del Sur (Mercosur), está en que su propuesta de integración incluye la cooperación, dos temas que a su juicio no se pueden separar.
«Se cree que el único recurso que se está empleando es el petróleo de Venezuela, pero no, también están los avances en materia de salud y educación que Cuba ha puesto al servicio de la cooperación. Son bienes que dan sustento a la integración alternativa», consideró.
Fuerte crítica de las políticas neoliberales impuestas en América Latina en los años 90, De La Barra considera que sólo podrá ser positiva «aquella integración cuyos frutos resulten en un generalizado avance social que revierta las disparidades existentes».
América Latina es considerada pobre y esencialmente injusta, debido a las extremas desigualdades en la distribución del ingreso.
Datos de 2004 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) indican que el 40 por ciento más pobre de la sociedad recibe aproximadamente 13,6 por ciento del ingreso total de la región, mientras que el 10 por ciento más rico se queda con más de 36 por ciento.
A la vez, la brecha entre los que viven en la indigencia (con menos de un dólar al día) es mucho más marcada entre el campo y la ciudad. El 13 por ciento de la población urbana es indigente, cifra que en las áreas rurales sube a 37 por ciento.
Los modelos de integración deben trabajar como «prioridad» estas asimetrías tanto entre los países como dentro de ellos, señaló De la Barra.
«Si no confrontamos las disparidades dentro de nuestros países, tampoco podremos aspirar a una integración más solidaria», agregó la autora de «Diálogo Sudamericano: Otra integración es posible», presentado 16 de noviembre en La Habana, en el marco de un seminario sobre procesos sociopolíticos y espacios de integración regional.
Pero las miradas hacia el ALBA no son coincidentes y algunos en medios diplomáticos consideran inclusive que no constituye un esquema de integración regional, sino una estrategia de política exterior que Cuba aprovecha para tener mayor presencia internacional.
«Si haces una inversión en un hospital, es una inversión fuerte por una causa social, pero eso no genera integración», comentó a IPS Marcel Biato, ministro consejero de la embajada de Brasil en Cuba, tras aclarar que su país nada tiene en contra de la iniciativa.
El diplomático también advirtió que en el ALBA «todo depende del petróleo» venezolano, de precios altos en los mercados internacionales, y cabe entonces preguntarse dónde está la sustentabilidad del proyecto.
Para De la Barra, la estrategia encaminada a lograr proyectos seguros está justamente en el trabajo compartido. «En la medida en que nos mantengamos juntos seremos más fuertes para enfrentar los riesgos», opinó.
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, lanzó el ALBA como contrapartida al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), impulsada a mediados de los años 90 por Estados Unidos y estancada tras la llegada a comienzos de esta década de gobiernos izquierdistas y de centroizquierda a la región.
Hasta ahora, sólo Cuba y Bolivia han suscrito acuerdos al alero de la iniciativa de Caracas.
Sin embargo, los beneficios de la colaboración en materia de salud y educación rebasan inclusive las fronteras latinoamericanas, en algunos casos. En los últimos dos años fueron operadas gratuitamente de problemas de visión casi 490.000 personas pobres de 28 países, como parte de un programa de atención oftalmológica diseñado en el marco del ALBA.
Cuba apoyó a Venezuela en su campaña de alfabetización con el método «Yo sí puedo», puesto en práctica también en Bolivia, luego de que en enero asumió la presidencia de ese país el líder indígena Evo Morales.
En total, esa metodología cubana se ha empleado, con buenos resultados, en 22 países.
Mediante un convenio energético suscrito con Caracas en 2000, Cuba satisface sus necesidades de petróleo y derivados, que paga «de distintas maneras», según dijo Chávez el 16 de este mes, al inaugurar en su país un centro de salud instalado con cooperación del gobierno de Fidel Castro.
«Si alguien se pusiera a sacar hasta el último centavo de lo que Cuba gasta e invierte en el apoyo a Venezuela, tenga la seguridad de que así, centavo a centavo, eso tiene un costo y sobre todo un valor mucho más alto que el petróleo que nosotros le mandamos», apuntó el gobernante.
Edgardo Ramírez, jefe de la División Académica del Instituto de altos estudios diplomáticos «Pedro Gual» de la cancillería venezolana, hizo hincapié en que, por su filosofía y práctica, el ALBA es totalmente diferente a otros esquemas de integración de la región, aunque no los excluye.
Opinó que ese esquema desarrolla una relación no sólo entre estados, sino entre gobiernos locales, cooperativas y movimientos sociales. «Es una práctica horizontal, transparente, más democrática. Ahí está su fortaleza», dijo Ramírez a IPS.
«Yo diría que el ALBA elevó las expectativas y está obligando a otros procesos de integración a cambiar», remató De la Barra, para quien el Mercosur ya no está enfocado sólo en lo económico y comercial y comenzó a escuchar a los movimientos sociales que hacen cumbres paralelas a las de ese bloque.
Venezuela ingresó este año al Mercosur, integrado desde su creación por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. A su vez, Cuba suscribió en julio pasado un acuerdo de complementación económica con ese bloque, que facilitará el intercambio comercial.
Por su parte, Morales lanzó este año su propia iniciativa de integración, los Tratados Comerciales de los Pueblos (TCP), en oposición a los bilaterales Tratados de Libre Comercio (TLC), que propone Estados Unidos en la región.
Justamente la negociación de un TLC con Washington por parte de Colombia y de Perú detonó, en abril, el retiro de Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), conformado además por Bolivia y Ecuador. Ahora, Chile está en proceso de volver a ser miembro pleno de ese bloque, del que participó en su nacimiento como Pacto Andino en 1969.
Incluyendo a Venezuela, la CAN constituía hasta abril un mercado de unos 125 millones de habitantes (un tercio de América del Sur), con un producto bruto anual de 260.000 millones de dólares y un comercio exterior de 128.000 millones de dólares anuales, siete por ciento de los cuales es intracomunitario.
Sobre el tapete de los intentos integradores se encuentra también el esfuerzo por consolidar la Comunidad Sudamericana de Naciones, que no sólo se propone desde su constitución en diciembre de 2004 en Perú para lo comercial, sino también de carácter político, social, de infraestructura y energético.