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La internacionalización de la política brasileña: protofascismo y política internacional

Fuentes: Rebelión [Imagen: Donald Trump y Jair Bolsonaro en Mar a Lago (Florida), durante el viaje del presidente brasileño a EEUU el 7 de marzo de 2020. Créditos: Alan Santos/PR. Fotos Públicas]

En este artículo el autor analiza la política internacional brasileña en relación principalmente con América Latina, señalando algunos rasgos del protofascismo brasileño.

Escribí el original de este artículo faltando menos de cuatro días para la segunda vuelta (balotaje) de las elecciones presidenciales en Brasil, en 30 de octubre de 2022. Así, aprovechamos la oportunidad para contribuir de forma conceptual, localizando la consulta política brasileña dentro del contexto complejo de la política nacional, latino-americana y la relación con Medio Oriente.

Comenzamos por la disputa rumbo al Palacio del Planalto (sede del poder ejecutivo en Brasil). El ex presidente Luiz Inácio Lula de Silva podría ser posicionado políticamente en la centro-izquierda. En el sistema político europeo, un socialdemócrata más al centro, que apoya un pacto social. Su arco de alianzas sería de centro, yendo de la derecha neoliberal, con un rasgo liberal-demócrata, hasta la izquierda reformista. La propensión a aceptar las reglas del juego electoral y los poderes complementarios de la República es total.

El presidente no reelegido, Jair Bolsonaro, está posicionado en la extrema derecha desde siempre, sin embargo, en la convivencia entre partidos oligárquicos. En los clásicos de la ciencia política brasileña, la denominación de «bajo clero» es donde tenemos prácticas parroquiales, localistas, de la cultura de las prebendas del tipo «toma allá, da acá». En la jerga de la ciencia política anglosajona, es denominado pork barrel politics (la carrera entre los cerdos para ver quién come más).

En el caso oligárquico de Brasil, casi siempre estos partidos son controlados por dirigentes políticos al frente de ejecutivas provinciales y nacionales, con el control de robustos presupuestos, tanto del fondo partidario como del fondo electoral. El gobierno Lula entrante tendrá dificultad para organizar intereses de los liderazgos de oligarcas y de las bancadas temáticas de la Biblia (neopentecostales y evangélicos pentecostales), del buey (del latifundio y agro-exportador), de la bala (de ex militares y miembros de las fuerzas de seguridad) y de sectores transversales tales como: la defensa de la educación privada al frente de la pública, de los planes de salud al frente del Sistema Único de Salud (SUS, público y gratis) y de la ampliación de espacios de mercado, con el objetivo de privatizar el servicio público.

El legado de Bolsonaro ayuda en este problema, pudiendo ser considerado sin exageraciones, un «trumpismo tropical». Él, Jair Messias, viene del «re contra bajo clero», lideró un estilo de trabajo político en que las cosas muy raras y comportamiento absurdo sumado a la construcción de un personaje de tipo «freak show» garantizó una platea nacionalizada, girando en torno a temas polémicos y rellenado de prejuicios. Con el ascenso concomitante a la crisis política de 2015, el ex militar profesional (que casi fue expulso del ejército brasileño) adecuó su posicionamiento a los tiempos que vendrían. La alineación de las agendas con la nueva extrema derecha estadounidense marcó el discurso y la aglutinación de fuerzas reaccionarias carentes de liderazgo, sin trabas, frenos, y aún dispuesto a proponer una ruptura a la derecha.

La puesta restante de esta ultra derecha alucinada, debidamente alimentada por el Partido Militar y empresarios de dudosa procedencia, será el combustible interno de la desestabilización para los siguientes cuatro años en Brasil.

El protofascismo contemporáneo en los países occidentalizados

La literatura de política e historia abordando los años 1920 y 1930 en los países occidentalizados nos trae elementos de identificación del fascismo y del nazismo. Luego, tenemos un modelo histórico del que sería un «partido fascista». Las formas contemporáneas, con semejanzas y diferencias, pueden ser denominadas de «protofascismo», al menos en la ausencia de mejor definición. Así, los protofascistas pertenecen a un sentido de colectividad a través de distinguidas identificaciones: fundamentalismo neopentecostal; apoyo incondicional al sionismo; elogio del papel moderador o interventor de las fuerzas armadas; defensa del excluyente de ilegalidad en la defensa patrimonial; conservadurismo en las agendas de costumbres; desconfianza permanente a los poderes constituidos republicanos; y una adhesión a las tesis más obscuras, al borde de la esquizofrenia anticientífica.

Los efectos son conocidos, a ejemplo del levante conservador del Capitolio, en los EEUU, en el fatídico 6 de enero de 2021. Tal como en los años ’20 y ’30 del siglo pasado, existe una alineación -con las debidas singularidades- entre las fuerzas que aglutinan el modelo de acumulación de los especuladores, de la súper explotación del trabajo precario, del fin de los servicios y políticas públicas, y del aumento de la penetración social de la Teología de la Prosperidad, con aprobación (tácita o explícita) para el avance de la economía política del crimen ambiental.

El trasfondo mundial es la neurasténica «agenda globalista», en que los derechos sociales, individuales, colectivos y difusos, como el derecho al reconocimiento, son vistos como una interferencia de los usos y costumbres consolidados por el status quo occidental. Se creía, por lo tanto, una cultura política proporcionada por una lectura de la «tradición» que, como toda tradición, es simplemente inventada, o en la mejor de las hipótesis, interpretada bajo un punto de vista totalizante.

Nada de eso sería posible sin la presencia de empresas transnacionales – la mayoría de matriz estadounidense, pero no exclusiva – operando en el capitalismo de plataforma, difundiendo mensajes sin fin y rompiendo el consenso forjado o el consentimiento forzoso, antes proporcionado por los medios comunicacionales hegemónicos. Así como el fascismo hizo, el conflicto distributivo por el control de recursos y riquezas (la lucha de clases) es absorbido por una lucha en escala societaria. No nos iludamos. El fascismo – tanto el histórico como el actual – está basado en mentiras sistemáticas emitidas en lenguaje informativo (fake news), que quiebra la posibilidad de una agenda liberal democrática, en que el debate público se impone sobre el interés del público.

La política internacional el siglo XXI

Al contrario del periodo entre guerras del siglo XX, la mayor parte de los territorios del mundo está bajo alguna forma de reconocimiento total o parcial de la Organización de las Naciones Unidas (#ONU). Cien años atrás, aunque el empleo regular y el trabajo industrial fueran preponderantes en el occidente, estos mismos países eran sedes de imperios coloniales, haciendo con que la lucha de clases en el centro del capitalismo fuera compartida con la de liberación nacional y anticolonial, en la periferia del Sistema Internacional.

Después de la Segunda Guerra y la bipolaridad, con el fin de la antigua Unión Soviética, el mundo hoy tiene agendas solapadas, no siendo la contraposición de una lucha legítima contra otra. Me explico. Oso clasificar cómo válidas al menos tres líneas generales de defensa colectiva. Una, la de la autodeterminación de los pueblos, que implica necesariamente en la soberanía popular y en la capacidad mínima de una economía nacional garantizadora de los designios del país. O sea: cada país, por más que participe del sistema de cambios, sólo será independiente caso garantice condiciones mínimas de infraestructura y de economía industrial. Es eso o casi nada, quedando rehén de los chantajes de los mercados de capitales, del imperialismo y de los intereses mezquinos de las clases dominantes locales.

Otra agenda importante y más percibida por la población de un territorio, son los derechos económicos y sociales. La humanidad tiene experiencias de sociedades autoritarias, sin derechos políticos y civiles, pero con excelente distribución de ingreso y renta. En el caso, los manuales de ciencia política indican que mientras las condiciones de vida sean razonables, las mayorías de estas sociedades van a adherir al régimen –al menos de forma parcial, más el temor de la represión- y a sus instituciones. En el límite del modelo, países como la antigua Alemania Oriental ejemplifican el concepto.

La tercera bandera, y no menos importante, es la defensa de los derechos políticos, civiles, de reconocimiento y de diversidad. Casi siempre, la democracia es vista como una receta institucional, un «paquete de venta» para la adhesión a la globalización occidental liderada por Washington y Nueva York en la década de 1990 del siglo XX. Es evidente que la democracia puede y debe radicalizarse, ampliando los derechos a través de la participación directa y en búsqueda de una nueva institucionalidad basada en la sociedad organizada, para una mejor distribución de la renta y del poder.

En términos de política internacional, el capitalismo controlado por el Poder Ejecutivo, que garantiza la soberanía nacional y económica, suele ser más eficaz para asegurar una actitud orgullosa en el Sistema Internacional y unas condiciones materiales mínimas para la supervivencia. En no pocas veces, estos mismos gobiernos pueden ser más autoritarios y represivos, amplificando la tensión por amenazas reales de violación de soberanía y agresión imperialista. Cuando estos hechos son transmitidos y manipulados para la política interna brasileña (y creemos que pasa igual en los demás países Latinoamericanos), el nivel de desinformación va al encuentro de las nefastas banderas del ministerio de Asuntos Estratégicos y Diplomacia Pública de la entidad sionista europea que ocupa Palestina.

Lo mejor de todos los mundos es la combinación de la autodeterminación con la soberanía popular, una economía pujante con la distribución del ingreso y la democracia como valor inalienable, garantizando la participación y el debate con las libertades civiles, individuales y colectivas. En el límite del modelo, territorios libres sin amenazas imperialistas ni violaciones de soberanía por parte de las potencias.

Sí en el párrafo anterior definimos el «mejor de todos los mundos», Bolsonaro, sus aliados, secuaces y seguidores, incluido el apoyo incondicional del sionismo, reúne lo peor de todos los mundos. No va ser nada fácil superar estos daños profundos causados a una sociedad concreta cómo Brasil. Y, en definitiva, la derrota del protofascismo va mucho malas allá de las urnas y elecciones.

Bruno Lima Rocha Beaklini es periodista politólogo y profesor de relaciones internacionales ([email protected]).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.